lunes, 31 de diciembre de 2007

APOCALIPSIS

Rouco Varela y Cañizares, con las máculas en su rostro que parecen el recuerdo de sus aventuras venéreas de juventud, junto a García Gasco, el purpurado que ha renegado de la fonética catalana de su apellido, y no se si alguno más de los jerarcas de la iglesia fundamentalista, que no es toda la iglesia, han conducido hasta la plaza de Colón en Madrid a los mas fieles de su rebaño, para dar un testimonio apocalíptico de su beligerancia contra la mayoría no católica de este país, que, según nos cuentan los sondeos, somos dos de cada tres ciudadanos.

Apocalipsis significa, entre otras cosas, según mi viejo diccionario enciclopédico, manifestación de lo que estaba oculto, una acepción muy acertada, porque lo que creíamos una puesta al día de la iglesia en España, simbolizada por Tarancón en los tiempos de la transición, ha resultado ser, a la vista de lo que tenemos hoy, solo una maniobra de ocultación de la iglesia del franquismo, la del palio para el dictador, los besamanos y la cesión del asiento a los clérigos en el transporte público, que ha permanecido agazapada esperando su momento, y ahora reaparece con la misma virulencia de entonces, arrogándose con una prepotencia beligerante la posesión de la moral única y verdadera, que tratan de imponer a quienes no la comparten.

Dicen los entendidos que el Apocalipsis, aunque es obra cristiana, pertenece a un tipo de literatura de orientación escatológica, en el sentido de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba, pero lo escatológico también trata de los fluidos mas vergonzantes del cuerpo, excrementos y suciedades a los que no serán ajenos los muchos sacerdotes que deberían haber sido procesados por pederastia y no lo han sido porque sus jerarcas han decidido trasladarlos de destino, o en USA pagar cuantiosas indemnizaciones para eludir el escándalo del conocimiento público de las flaquezas de sus soldados de la fe.

Esas flaquezas se deben, según el obispo de Tenerife, a que los chavales van provocando. ¿Como una iglesia que tiene tipos así en sus filas, se atreve a dar testimonio público de moral en las calles contra el aborto libre y la legalización de las relaciones homosexuales? Pues si, se atreven.

La primera parte del Apocalipsis contiene siete mensajes a las iglesias de entonces. La segunda incluye visiones proféticas y decretos divinos sobre el fin del mundo, el juicio de los hombres y la victoria final del bien sobre el mal. Uno no comparte esas visiones adivinatorias, pero si tal cosa sucediera, si el mundo acabara en los primeros días de 2008 y todos los hombres fueran juzgados, no tengo la menor duda de que Rouco, Cañizares, Camino, García, y los demás de su cuerda, serían apartados al lado de lo terrorífico, lo espantoso, lo ruin, y esa sería la mejor prueba del triunfo del bien sobre la maldad, que estos tipos llevan inscrita en el rostro.

La tercera parte es una dramatización en cinco actos y describe el poder de Cristo sobre Satán, tan desmentido por las actuales majestades satánicas que gobiernan la iglesia católica en España, después de haberse desembarazado de sus colegas mas tibios.

Es gracioso que existan otros textos apócrifos del Apocalipsis en los que se hacen vaticinios (después del suceso) poniéndolos en boca de un personaje célebre anterior a lo sucedido. Y yo que creía que los economistas contemporáneos eran quienes habían inventado el arte de hacer predicciones después de ocurrido un suceso. Pues ya ven, los imitadores del Apocalipsis ya lo hacían.

Me toca bastante las pelotas que esos tipos reaccionarios, fanáticos en el peor sentido, puesto que su fanatismo no es inducido, sino que lo inventan ellos mismos, hablo de Rouco, Cañizares, García, Camino, y los demás de su cuerda, ocupen las calles para decirme a mi, que no soy de su cuerda, como tengo que proceder en mi vida privada, y encima, me toque pagar con mis impuestos su déficit presupuestario.

Francamente, en lugar de la cortesía con que les han tratado todos los gobiernos democráticos, estos tipos se merecen, hace ya décadas, que no les den un céntimo de nuestros bolsillos. Que se busquen la vida, esos representantes de Satanás disfrazados de servidores de la fe.

Parece que la crisis que se avecina en 2008 puede tener algo de apocalíptica. Es el momento de felicitar a la cúpula jerárquica de la iglesia católica en España. Feliz año nuevo y, si de verdad viene el Apocalipsis, que no tengan duda del lado en el que serán colocados.

Lohengrin. 31-12-07.

jueves, 27 de diciembre de 2007

LA BOLSA DE VALORES

--Pero, ¿Qué haces, comprando valores éticos?. Eso no se cotiza ahora, no podrás deshacerte de ellos. Compra pragmáticos, algo relacionado con beneficios, plus valías, inversiones, pelotazos. Es el signo de los tiempos, todo el mercado gira alrededor de esas apetencias, y tú compras éticos. Deberías hacer que te lo miren. Tú no estás bien.
--Siempre me fío de mi olfato, y hasta ahora no me ha ido mal. Presiento que la coyuntura va a cambiar, y yo estoy trabajando pensando ya en el nuevo escenario.
--Escenario. ¿Qué escenario?
--El tiempo de las vacas gordas se acaba y en tiempos de penuria los valores inmateriales, éticos, honestos, aquellos que estimulan el ahorro y el esfuerzo, en lugar de la disipación y el derroche, van a volver a cotizar. Tú sigue como vas, pero yo voy a hacer el negocio del siglo, solo tengo que esperar un poco y me los van a quitar de las manos. Los valores éticos, en especial los climáticos, se van a poner de moda. Mira Al Gore, se está forrando porque ha sabido anticiparse al cambio de coyuntura. Dentro de poco, toda tu cartera no valdrá nada y la mía estará en proceso de revalorización continua.
--Y de donde sacas esa información?
--Como Rockefeller, le pregunto al taxista. Si hasta él invierte en pragmáticos, eso es un signo de que yo tengo que salir de ese mercado.
--Pero, y tus inversores, ¿lo ven tan claro como tú?
--Tengo su plena confianza. Hasta ahora no les he fallado. Comparten mi criterio de huir del corto plazo y apostar al cambio de coyuntura. Quien antes lo presiente, sale ganando.
--Pero todos los políticos, los periodistas, siguen con el mismo discurso de siempre. No hay ningún signo de que vayan a abandonar el pragmatismo, a favor de la ética.
--Tienes que tener mas sentido de la historia. Recuerda el cambio de valores que se produjo en la sociedad estadounidense tras la gran depresión. Es un caso de libro.
--Pero, esto no es Estados Unidos.
--Ahora, con la globalización, todos somos Estados Unidos. Mira lo que está pasando con la crisis financiera de las hipotecas basura.
--Eso es una puntual crisis financiera. No veo que indique un cambio de valores sociales, que se vayan a revalorizar las conductas y valores éticos. No veo la relación.
--Pues yo creo que la hay. Aunque se haya revisado la relación entre ética calvinista y desarrollo capitalista que estableció Max Weber, eso no significa que las bases materiales de la economía y los valores que emanan de las formas sociales no estén vinculados. Yo creo que si lo están. Y que es negocio, ahora, precisamente ahora, invertir en éticos, que están por los suelos, ya no pueden bajar más, y esperar un poco para verlos subir. Aunque hay países emergentes que están lejos de alcanzar niveles de vida satisfactorios, en occidente estamos a punto de alcanzar los límites de la sociedad consumista. Para resolver ese problema, los valores que han generado esos excesos tienen, necesariamente, que cambiar. Esa es la clave de la posición estratégica que he tomado en mi cartera de inversiones.
--Y mientras eso sucede, ¿de donde vas a cobrar los dividendos para retribuir a tus
inversores?
--Tenemos un acuerdo. Van a esperar. Están convencidos de que vale la pena.
--Joder, mira la pantalla. Los pragmáticos están bajando. Bajan nueve décimas. La leche. ¿Cómo lo sabías?
--Lo intuí hace tiempo. Todo es cuestión de saber esperar. Te aconsejo que vendas. Vende cuanto antes. Yo, estoy cubierto. Me deshice de ellos hace un mes.
Lohengrin. 27-12-07.

LA FIDEUÁ

“Hoy hemos ido al mercado. Nos gusta ir al mercado. Es tan pintoresco ver a nuestros huertanos ofrecer sus productos autóctonos: kiwis de Nueva Zelanda, papayas caribeñas, verduras de Taiwán, tomates de Almería –los de Heliópolis tienen un precio como si los hubieran cultivado en Marte, aprovechando la licuefacción milagrosa del agua de sus polos—y otras cosas exóticas.

Luego está la prosperidad de la casquería. El mes pasado solo tenían cinco metros de mostrador. Ahora tienen diez. Es lo que dicen los expertos en economía, que reventamos de prosperidad, ya somos la séptima potencia de la casquería y hemos adelantado a Italia, pero nos falta orgullo para darnos cuenta de las cotas que estamos alcanzando en el concierto mundial.

A nosotros, lo que nos interesaba, era el pescado.

A mi mujer, el rojo infierno del último tinte se le está decolorando, así es que me dijo.

--Yo me voy a la peluquería, que necesito tinte. Porqué no preparas una paella de fideos? En la nevera tienes una jarra con fondo de pescado. Le compras a Maruja una sepia y unas gambas arroceras. Vendré a las tres.

-Vale.

El puesto de Maruja, con todas las luces del mercado de Ruzafa encendidas, brillaba con
los lomos plateados de las mabras, las doradas de ración, las lubinas de playa, mientras las galeras se movían perezosas entre huesos de rape, cangrejos de mar, cintas, almejas encerradas en sus conchas, cabezas de merluza y pescados menudos, innombrables, todos en el montón de la morralla, pero nosotros ya teníamos el caldo hecho, así que me concentré en las sepias sucias, aún sin limpiar, las observé con detenimiento, establecí un diálogo mudo con ellas y, finalmente, le señalé a Maruja la que me ofreció un mayor índice de confianza, medido según las leyes de Lohengrin, que no voy a revelar.

Maruja limpió la sepia, añadió un poco de perejil fresco en rama y una docena de gambas arroceras, y me entregó el pedido. Doce euros.

De vuelta a casa me puse ese delantal cojonudo, de tela vaquera, que me regaló mi mujer por navidad, con una cinta así de larga que te da la vuelta por la espalda y te lo atas por la barriga, que da gusto, que aún te sobra después de la lazada, y organicé la logística.

El sofrito perfecto. Aceite, el justo, la sepia, troceada, doradita y las gambas soltando ese aroma identitario, ligeramente perfumado con dos dientes de ajo, que lo llevan impreso en la piel y que aflora cuando las pones en la sartén, que parece que están diciendo, soy una gamba, soy una gamba. Después, un toque mínimo de cebolla, una punta de pimentón, y luego, a revolver los fideos, añades el perejil, y todo sale razonablemente bien.

Todo estaba saliendo razonablemente bien, hasta que, al volcar el contenido de la jarra
en la paellera, en lugar del litro y medio de caldo que yo esperaba, apareció una roca de hielo como la que partió el Titánic en dos.

De momento no reaccioné. Me quedé mirando, atontado, aquel iceberg que flotaba sobre el sofrito y me pareció que, con tanto joder el clima, se había adelantado la próxima glaciación y en adelante deberíamos salir a la calle provistos de un serrucho con el que cortar un bloque de hielo, para hacer la paella de fideos.

Cuando salí de mi estupefacción, retiré la paella del fuego, dispuse un cacharro metálico con el caldo congelado dentro de una bandeja de pirex con agua, y lo descongelé al baño de maría. El microondas es que nos lo regalaron, pero no lo entendemos. Ya el móvil nos ha costado un cursillo especial así que, cualquiera se pone, ahora, con el microondas.

Una vez el caldo estuvo descongelado y caliente, en ebullición, lo añadí a los fideos, y los tuve cociendo ocho minutos, un minuto más de lo que ponía el paquete, no me pregunten porqué.

Cuando volvió mi mujer, nos sentamos a comer. Le pregunté.

--¿Cómo está la fideuá?

--Un poco pasados los fideos, pero de sabor está bien”.

(Fragmento de “Marc el desmemoriado” 2003/2004. Versión revisada 2007)

Lohengrin. 27-12-07.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

AÑO NUEVO

"Para redondear el día de año nuevo ­­--idéntica realidad—fuimos a cenar al japonés. Restaurante Asiático, unas letras enormes, negras y amarillas, identificaban el local. Nada que ver con la cocina de los chinos baratos, pollo, cerdo, cebolla, más pollo, más cerdo y mucha cebolla. La cocina cantonesa, dicen, solo una parte ínfima de la variada cocina oriental.

Reservamos siete sillas alrededor de la enorme plancha y, nada mas sentarnos, un samurai con kimono y una cinta roja sobre la frente, comenzó a manejar con una rapidez sorprendente el cuchillo y la espátula, reduciendo a pequeñas porciones los filetes de pato y solomillo. Instintivamente, los que pagaban se echaron mano a la cartera, aterrorizados con la idea de lo que haría aquel tío con todos nosotros, si no les alcanzaba para pagar la cuenta.

Un ejército de tías y tíos, hieráticos, con un reconocible aire militarista, se hizo cargo de nuestra comanda, mientras el samurai cumplía con un encargo anterior, haciendo sonar una música metálica con sus herramientas, a la vez que sazonaba y salseaba las masacradas carnes que volaban sobre la plancha.

El mas alto del batallón, embutido en un esmoquin negro, parecía venir directamente de ejercer como coronel del campo de prisioneros en la celebre película del puente aquel. Vista la variedad de los menús, conferencié con mi mujer, que optó por cenar una brocheta de solomillo. Cuando el coronel nipón se acercó, cometí el error de señalar a mi mujer y pedir su solomillo, antes de hacer mi propio pedido. El tío me soltó una expresión intraducible, cuyo significado era clarísimo. Usted, cállese, ya hablará cuando se le pregunte.

Esos cabezas cuadradas son incapaces de entender la natural indisciplina de los latinos. Nada de atender a todos a la vez, provistos de un cuaderno. Todo el mundo tiene que definirse, por riguroso turno y nadie puede adelantar el pedido del comensal de al lado, bajo pena de ser arrojado a los pies del samurai.

Comenzamos con una ensalada de canónigos y hojas de roble, refrescada con zumo de pomelo y naranja. Previamente nos habían facilitado un paño caliente y yo pensé que estaba en la barbería, con el rostro cubierto por ese textil húmedo, y el del esmoquin negro, disfrazado de barbero, se disponía a rebanarme el pescuezo. El paño era para preparar las manos y dejarlas en condiciones de uso alimentario.

Siguieron unos rollitos vietnamitas, muy crujientes, vestidos con un trozo de lechuga y una hoja de menta, que había que mojar en una misteriosa salsa. Después los ravioli de marisco, témpura de verdura y langostinos, de textura muy ligera, el suhsi, muy bien elaborado, según los entendidos que nos acompañaban, con una flor de jengibre y esa pasta canalla, que te puede abrasar el paladar si no tienes cuidado con la medida.

Para terminar, la brocheta de solomillo, un cuenco de arroz al vapor, que dejamos intacto, helado caliente y té japonés. Vino japonés, de uva, es que no hay, pero ellos importan mosto concentrado blanco de Utiel Requena, o de la Mancha, lo elaboran en su país y luego ponen, en los supermercados de Londres o París, unas botellas de vino blanco con una gamba pelada en la etiqueta. Elaborado en Japón. Nosotros refrescamos la cena asiática con unas botellas de Barbadillo.

Al despedirnos, el coronel Yamamoto dio un taconazo rotundo y nos deseó feliz año nuevo, –idéntica realidad—mientras el samurai, ya despojado del kimono y la cinta, salió con su chupa de cuero y nos saludó con una sonrisa, que al parecer solo le estaba permitida fuera del ámbito militar que estábamos abandonando.

Esa noche tuve una pesadilla. Soñé que estaba tendido sobre la enorme plancha y el samurai me hacía pedacitos con el cuchillo y la espátula, y luego los arrojaba dentro del enorme puchero donde laquean los patos. Luego salía yo de allí, entero, todo pringado de rojo.

Joder, con el japonés".

(Fragmento de “Marc el desmemoriado” 2003/2004. Versión revisada 2007.)

FELIZ 2008.

Lohengrin. 26-12-07.

martes, 25 de diciembre de 2007

VEINTIÚN GRAMOS

“Con esto de la memoria literaria pasa que, es tan automática, que cada cinco páginas vas dejando rastro de ella, sin enterarte. En el tono informal y puntualmente sarcástico recoges, sin querer, rastros del estilo de moda en la narrativa reciente, incluidos los toques escatológicos de rigor. La relectura de Octavio Paz te lleva, sin mencionarlo, a utilizar una metáfora suya. Te apropias de un titular de El País, casi sin proponértelo, o de un editorial de Libre Pensamiento, por no mencionar el espacio desértico de Buzzati, y todo sin darte cuenta.

La celdilla de la memoria literaria tiene una propiedad especial, la elasticidad. Se estira y se encoge según el uso que se hace de ella. La mía está algo encogida. Tuvo un volumen mayor, pero el paso del tiempo la ha empequeñecido, sin embargo, algunas citas, autores y personajes resisten la tendencia al olvido de esos recuerdos. Aún visualizo el paseo de Leopold Bloom por Dublín, con un riñón de cerdo en su bolsillo. La paja que se hace mientras observa a una joven lisiada, y veo a Buck Malligan afeitándose dentro del torreón de la playa de Sandycove. Veo el cuerpo de Virginia Wolf, sumergido entre dos aguas, en las veinte primeras y mejores páginas del libro de M. Cunningham , ese autor premiado con el Pulitzer por el libro que aparece, en escorzo, como un objeto mas del atrezzo, en una película de Almodóvar. Y no he dejado de relacionarme con Günter Grass desde que, hace décadas, dejó impresa en mi memoria aquella fábula suya del pez, el aya tritetuda y la sémola de esteba, que arranca en la Silesia del neolítico y termina en los astilleros de Gandsk, en la Polonia del siglo XX.

Hay tres escritores que ocupan un espacio selecto en el recinto de la celdilla de mi memoria literaria. Dylan Thomas y su novela inacabada. Kennedy Tool y su única novela y Juan Rulfo con sus muertos entrañables. Hay otros, que entran y salen de ese recinto, según el tiempo que hace. Capote, Whitman y Céline, a veces salen a tomar el sol, para broncearse. En los días nublados, regresan.

La memoria literaria es como el triceps. Al ejercitarla aumenta su volumen. En cuanto a los poetas, al rascar un poco la capa de moho aparecen, Jorge Guillén –Mármara mar maramar –El tiempo es lujo y va muy lento, Paul Válery –la mer, la mer, toujours recommencé, el encanto surrealista de Miguel Labordeta, --mi mujer que relincha en la caja de cerillas, el socorrido Neruda de todo el mundo. También tengo memoria de los que aún no he leído, como Brines o José Hierro, y de los que me han dejado poca huella, como Alberti y Lorca, tan desgastados por el uso público inmoderado que se ha hecho de ellos.

Los lomos blancos de la colección que guardo en los estantes incluyen, en lugar preferente, libros de Hemingway, Borges, Cortázar, Mann y Bulgákov, entre otros autores escogidos, y conservo memoria de las películas de cine negro cuya escritura cinematográfica se atribuye a Raimond Chandler y Dasiel Hammet.

Ayer fui al cine, a ver un par de películas en la única sala que aún queda viva en mi barrio. Verónica Guerin y Veintiún gramos. La de Verónica es una historia ejemplar de una periodista crédula y luchadora que se deja la piel, en el Dublín de la época mas dura de conflictos nacionalistas y enfrentamientos entre comunidades. En el fragor de su cruzada contra los narcotraficantes que sacan tajada de esa violencia, Verónica visita a un diputado para pedir su ayuda contra esa lacra pública y reclama medidas legislativas contra quienes exhiben, con impudicia, sus fortunas amasadas con rapidez sobre la sangre de los jóvenes irlandeses. Hasta que no le pegan cuatro tiros a Verónica y la injusticia pública trasciende a la opinión pública, por la presión de los medios provocada por la muerte de la periodista y la respuesta ciudadana en la calle, los políticos irlandeses no se sienten concernidos y no toman medidas para atajar el problema. Esta historia es ejemplar, no porque muestre un sacrificio personal a favor de una causa justa, sino porque refleja perfectamente el modo en que los políticos actúan cuando se trata de tomar decisiones que nos afectan, o cuando deciden no tomarlas.

Eso los de allí. A los de aquí, en su momento, les importó un carajo que medio país saliera a la calle a protestar contra una guerra injusta. Este sigue siendo un país de mitades, si no rebasas ese límite preciso, te encuentras en el lado de los no escuchados, denuncias una injusticia pública, pero no te toman en cuenta como opinión pública. Solo después de contar numerosos cadáveres, alguien acabó por tomar medidas para afrontar el problema. Igualito que en Verónica Guerin.

Son numerosas las películas americanas que insisten en un tratamiento edulcorado y artificioso de lo sobrenatural, con un fondo seudo religioso, donde multitud de personajes, en general jóvenes y guapos, abandonan el mundo real para reaparecer, transfigurados con esa luz cinematográfica que les ponen para acondicionarlos mediante el aura celestial a su nuevo hábitat.

Veintiún gramos vuelve sobre la misma historia, la supervivencia del espíritu sobre la vileza de la carne pero esta vez, con un criterio aparentemente biológico, como más científico, se centra en el momento del tránsito, con el argumento de que ese soplo divino que nos habita tiene peso corporal y que su ausencia, cuando nos abandona, es perfectamente mensurable. Basta con pesar al sujeto, antes y después del tránsito, para obtener la prueba definitiva de su inmortalidad.

Lo único que no está claro, es donde reside esa mínima porción espiritual tan discretamente camuflada entre las vísceras de los vivos.

Propongo la vejiga. Es una propuesta tan válida como cualquier otra. No es difícil imaginar la reacción de pánico desencadenada por el convencimiento de que estás a punto de emprender un viaje incierto hacia ninguna parte. Esa angustia te provocará una incontinencia aguda de la micción, que se materializará en el preciso momento del tránsito celestial y el líquido que se te escapa manchará la sábana de tu sudario.

Si los forenses que destripan todos los días los cadáveres víctimas de la violencia cotidiana se tomaran la molestia de pesar, antes y después de ese tránsito, el receptáculo de nuestra orina, podrían encontrarse con la sorpresa de que la diferencia de peso de esa menudencia es, exactamente, veintiún gramos.”

(Fragmento de “Marc el desmemoriado” 2003/2004. Versión revisada 2007)

Lohengrin. 25-12-07.

lunes, 24 de diciembre de 2007

EL MOLÍ DE RIUS

“El aire de enero tiene una temperatura anormalmente alta. Los hombres de la vecindad entran en los portales y salen cargados de colchones y otros enseres, mientras los niños del barrio ocupan las calles. Todo el barrio está siendo evacuado. Arde el molí de Rius y las llamas se elevan a una altura que supera los treinta metros, destruyendo todo lo que encuentran en su proximidad.

Miles de toneladas de paja de arroz en combustión iluminan la noche invernal y la atmósfera se consume en una densa humareda, mientras los efectivos del parque de bomberos intentan, sin resultado, controlar el fuego. Docenas de mangueras tendidas por todo el perímetro del molino intentan acercar el agua a la base del fuego, pero el tremendo calor generado por la gigantesca hoguera impide acercarse lo bastante.

Ante la imposibilidad de salvar las casas mas próximas al foco del incendio –quedarán totalmente calcinadas y nunca serán reconstruidas—los esfuerzos de los bomberos se centran en mojar las fachadas aún no afectadas para impedir la extensión del fuego. Lo único que se puede hacer es esperar que el foco principal se consuma, cuando se termine de quemar la mercancía almacenada. Los rescoldos ardieron durante siete días y hubo dotaciones de bomberos en misión de vigilancia durante toda la semana, para impedir la reactivación del fuego.

El olor del barrio cambió aquella semana, como si todos sus vecinos hubieran decidido a la vez alimentarse solo con tencas asadas a la paja. Aquel incendio cambió el paisaje suburbial. Durante muchos años, el solar que habían ocupado el molino y las casas que ardieron, se convirtió en un nuevo escenario para los juegos de los chavales del barrio.

En inviernos sucesivos, al llegar el mes de enero, el aire se llenaba durante una semana de aquel olor a paja quemada, la atmósfera parecía menos respirable y un resplandor lejano iluminaba de nuevo con el recuerdo las frías noches de aquel tiempo, hasta que el viento de levante barría todo aquel rescoldo de vida chamuscada.

Enseguida llegaba la primavera. Bajo un sol esplendoroso, las libélulas púrpuras y doradas bebían en mi mano el agua de la fuente pública.

En el espacio sin tiempo de aquella infancia, los críos del barrio vivíamos ajenos a todo aquello que no formaba parte del escenario de nuestros juegos, hasta que una tarde desapacible de noviembre, un caballero con polvo en la levita nos leyó en el barro de las calles, los avatares de nuestras vidas adultas y la fecha exacta de su término”

(Fragmento de “Marc el desmemoriado” 2003/2004.Versión revisada 2007)

Lohengrin. 24-12-07.

domingo, 23 de diciembre de 2007

LA DESMEMORIA DE MARC

-“Soy tan pobre que no tengo hipoteca".

El tío de la seguridad social se me quedó mirando con una sonrisa ambigua. Me miró de arriba abajo, con su aire de macarra, con manga corta el gachó, en pleno febrero, un chaleco de colorines y el pelo tintao. Me miraba como diciendo, Este es un disminuido psíquico que ahora está en la etapa graciosa.

-¿Qué puedo hacer por usted?

Le conté mi vida. Cotizando desde el cincuenta y ocho. –Usted se puede jubilar cuando quiera, me dijo. –El cuándo ya lo sabemos, -contesté yo- pero y el cuánto?

-Vaya a su agencia y traiga un certificado de cotizaciones.

Fui a por el certificado y por la tarde volví a la seguridad social. Que si le vamos a descontar no se que y no se cuantos. Total, se queda en uuuffff.. Claro que si no tiene usted perspectivas de trabajar…

--Alguna chapuza podría hacer, como autónomo, dos o tres meses al año….se puede interrumpir la prestación?

--Claro…

--Me lo tendré que pensar….a lo mejor, entre una cosa y otra…

Después tuve que ir a lo de la revisión de la próstata y a lo del chequeo ese tan fantástico, te hacen un análisis y te toman la tensión, y por último, a la dietista. Todo el día pringao, no se como dicen los viejos que se aburren, joder.

Mi dietista es Rosa, aquella amiga que me dio una hostia en el guateque de la calle de Salamanca. Ahora es enfermera de trauma en el Peset. Dice que está harta de que le lleguen tendones cortados, por esa afición a la navaja que tienen ciertos segmentos de población y que el aumento de traumatismos de todo tipo ha desbordado la capacidad de atención de su equipo, que ahora tarda seis horas en atender a los pacientes que abarrotan la sala, todos con los tendones colgando, que aquello parece un tendedero lleno de hilos, en lugar de una sala de consultas hospitalarias.

Rosa me lo dice, cuando cenamos juntos en el pescaíto, --Joder, Marc, no mojes tanto pan en el all i pebre, que te vas a poner como un cerdo.

--¿Me estás llamando gordo?

--Gordo, lo que se dice gordo, no estás. Pero tienes una distribución inadecuada de la masa corporal. Ese colgajo adiposo que tienes en el estómago, seguro que no te deja ver mas abajo del ombligo, aunque….para lo que hay que ver.

--Eso es pura barriga cervecera. Me dejo la cerveza y ya está.

--Y un cuerno. Eso es la barra de pan que te tragas todos los días. Que si un bocadillo de tortilla para el almuerzo, que si anchoas con pan por la noche. Deberías hacer gimnasia.

--Ya la hice. Cuando tenía quince años. Me iba a las siete de la mañana al gimnasio, aunque nevara y venga a colgarme de las anillas, que un día me caí y la hostia que me pegué contra el suelo resonó como un cañonazo en la sala vacía. Gracias a eso, y a las sesiones con pesas, me fabriqué unos pulmones con cuatro litros de capacidad, de los que aun me quedan dos y medio, por eso del tabaco, ya sabes.

--Bueno, tu haz lo que quieras, pero si no te pones a régimen y te cuidas un poco, a mi no me pidas consejo para nada, ¿entiendes?

Con la dietista solo hubo eso, consulta médica, porque se tenía que levantar a las siete de la mañana para ir a trabajar al hospital. Al volver a casa, intenté distraerme un rato con la tele, pero era miércoles. Los miércoles son un misterio para mí. Ignoro porqué, pero esas noches de los miércoles no hay forma de ver nada decente en la tele. Igual da que te vayas a la de cable. Todo es una puta mierda.

Al día siguiente fui a comprar la prensa. Cuando vas a comprar a Mercadona un par de ruedas de ossobuco, la etiqueta del producto da mucha información: donde nació la vaca, quien la crió, el número del corte, el peso, el precio y el importe. Si repites esa compra, observas una regularidad en el producto que es siempre básicamente igual. El precio por kilo suele ser estable, salvo circunstancias especiales de mercado. Con el periódico no sucede lo mismo, cada vez tiene un peso distinto, pero el precio es siempre el mismo.

Me pregunto por que no compramos los periódicos a peso. Su precio en los días de diario es invariable, pero si pesas el ejemplar de cada día, las diferencias que obtienes son tan brutales que, si se tratara de otro producto, serían titular de primera página en las publicaciones de defensa de los consumidores.

Hoy me han dado, por un euro, doscientos gramos menos que ayer, por el mismo precio. Doscientos gramos es mucho. Varios artículos científicos. Un montón de columnas de opinión. Escándalos varios de políticos locales. Noticias alarmantes de política internacional. Mogollón de direcciones de salones de masajes. Además, falta el anuncio ese que ofrece una cena japonesa, servida sobre el escultural cuerpo de una señorita. Hay que joderse. Eso sí, solo para vips.

O sea, cuanto menor es la cantidad y calidad de la información, mas caros te salen los cien gramos de periódico. En cambio, cuando compras el periódico del domingo, debes llevar una carretilla para poder transportar los desplegables, suplementos, folletos, fósiles, libros, deuvedés, llaveros, imágenes religiosas de plástico, escudos, pins, reproducciones de monedas, fascículos y demás artículos complementarios.

Puestos a agotar las posibilidades del marketing editorial, deberían añadir a esa parafernalia un envase al vacío de jamón ibérico y una muestra sin valor comercial de fino La Ina.

Al salir del quiosco, un perro lanudo sentado en la acera me miró, pero no era Lucas.

¿Por donde iba?....creo que existe una celdilla alojada en la bóveda de la memoria que se ocupa de los recuerdos de la infancia. Para acceder a ella han de darse unas condiciones especiales, una situación que solo se produce bajo la influencia de la meteorotropía. Debe soplar viento fuerte del noroeste, mientras el calendario se detiene en alguna de esas fechas entrañables que te dejan en un estado de soledad inclemente, mientras lo más sensible de tu mundo emocional aflora, sin que puedas impedirlo.

Los estorninos vuelan en bandada sobre las copas de las acacias y miles de personas, amantes de la nieve, se encuentran atascadas en las carreteras pirenaicas, huyendo de la terrible ventisca. Los golpes del viento contra los objetos ligeros se escuchan tras la ventana, te has quedado sin tabaco y por los altavoces del ordenador del vecino suenan, sin misericordia, canciones alegóricas de voces inocentes que machacan con crueldad tus oídos.

Entonces, solo te quedan dos opciones. Vas a por tabaco, pero está todo chapao y no encuentras cigarrillos en las calles desiertas. Retomas una historia que tenías interrumpida, intentando asomarte a la terraza de la memoria.

La primera imagen de la que tengo conciencia es una montaña de mierda. Parece un promontorio rocoso, en los confines de la tierra austral, alfombrado por detritus de colonias numerosas de aves marinas. La mierda montañosa se acumula en diferentes estratos, dejados allí por las sucesivas generaciones de cormoranes, albatros, pelícanos, o lo que sea –no soy zoólogo—que han habitado aquellos parajes desde tiempos remotos.

Corriges un poco el foco y aparece la imagen verdadera. Es el corral de un bajo en la Heliópolis suburbial de los cuarenta, y las deposiciones que se amontonan allí han sido dejadas por unas cuantas docenas de animales de granja urbana; patos, palomos, conejos, gallinas y algún pavo. Estoy asomado en el vano de la puerta que comunica la vivienda con el corral y un chorrito de mi propio orín describe una parábola y cae sobre la mixtura orgánica del suelo, que comienza a hervir como resultado de la reacción química de tanta materia fecal avícola. Es la primera vez que realizo esa proeza, orinar sin ayuda, sin que me auxilien para dirigir la puntería.

Nunca llegué a tener buena puntería. Sobre todo, después de la extracción de un papiloma del glande, a la que me sometí a manos de un carnicero del clínico, que dijo ser cirujano. Aún ejerce impunemente. Desde que me estropeó la uretra, cuando quiero alcanzar el oeste, debo apuntar al este, así que, el margen de error es mayor que cuando era un niño, hasta el punto de que he debido instalar una pileta en el baño, como alternativa al divorcio, aunque lo estoy reconsiderando.

La segunda imagen de mi infancia es un mantel blanco, impoluto, que cubre una mesa larga, llena de gente. Se escucha un griterío en la calle. Son los chavales del barrio, armados de panderos y matracas, que recorren las calles pidiendo una propina que casi nadie les niega. Sobre el mantel, copas de cristal y una jarra de dos litros, llena de cerveza helada hasta el borde, sudando gota a gota por su exterior. Debajo de la mesa me muevo yo, explorando las piernas femeninas familiares, una precoz curiosidad que seguirá en mi vida adulta. En el extremo de la mesa, mi padre, con un mortero de mármol blanco, intenta ligar una salsa de all i oli, ayudado por su sobrina que derrama el contenido de una aceitera, muy lentamente, en el mortero, ante las miradas de los mas pequeños y las falsas protestas de mi padre, --no miréis, que se corta—mientras desde los fogones de la cocina se filtra el aroma que desprenden las costillas de cordero que prepara la abuela. Mi madre sirve las ensaladas, mientras su hermana prepara las judías hervidas que se servirán con parte del all i oli.

A estas alturas ya se ve, por el extenso organigrama familiar apenas esbozado, que la soledad es un invento de nuestro tiempo. No es que aquellas familias de pos guerra fueran extensas, en contraposición a la familia nuclear actual, como afirman los sociólogos. Es que vivíamos varias familias, amontonadas, unas encima de otras, en una sola vivienda, lo cual es bien distinto.

Que pasa? ..donde estoy?...que día es hoy?...pero, sobre todo, ..quién soy? y…..que estoy haciendo aquí?...si yo no se manejar un ordenador…

Tengo cuatro años, estoy celebrando algo con mis dos familias y alguien lo debe estar contando por mí, porque el ordenador aún no se ha inventado.
Los inventos de mi infancia son las mulas, los carros tirados por animales para transportar mercancías, los vendedores ambulantes, los tranvías, la radio y el molino de arroz.”

Cosas de la memoria. En fin.

(Fragmento de “Marc el desmemoriado” 2003/2004. Versión revisada 2007)

Lohengrin. 23-12-07.

sábado, 22 de diciembre de 2007

RICOS Y POBRES

Es lo peor que tienen los ricos, que tu no eres uno de ellos. Cuando piensas o escribes sobre las desigualdades, la rapiña, la codicia de los ricos, en lugar de aplicar un punto de vista material, objetivo, sin darte cuenta invocas un juicio moral, olvidando que la moral es un invento de los ricos para protegerse de los pobres.

Esta mañana he bajado al Maravillas y mientras escuchaba a los niños de San Ildefonso cantar los números y premios de la lotería de Navidad, he comprobado que ellos, los pobres, gastan verdaderas fortunas en loterías, quinielas, bono loto, cupones y demás. Mientras maldicen a los ricos, tratan desesperadamente de convertirse en uno de ellos. No defiendo a los ricos, solo trato de radiografiar a los pobres. La verdad, los trato poco, a los ricos.

Los pobres, en cambio, nos encontramos todos los días en el bar de Toni. Algunos beben por un tubo. Otros no cesan de invocar el azar en las máquinas tragaperras. Cuando bajo al indio, a comprar cebollas, aprovecho para hacer un poco de sociología de tienda de alimentación. Los que se llevan mas barras de pan, son los más misérrimos.

Hace dos días, antes de tomarme unas cortas vacaciones en Estenas, escribí un texto que trata, entre otras cosas, de ricos y pobres, pero en otro contexto cultural. No se puede decir que lo escribiera yo, fue el propio texto el que se me impuso como una necesidad exigente, con la lucidez de las siete de la mañana. Intenté cambiar una palabra y no se dejaba. Salió solo, todo entero y cuando quise cambiar un solo vocablo, uno, tuve que probar con seis antes de lograr encajarlo, de lo correoso que era el texto.

“Perfectos. Quieren ser perfectos, los tíos. No se conforman con menos. Para intentarlo, han creado un mundo de hombres y túnicas donde las mujeres están excluidas, cuando de todos es conocido que la sabiduría reside en ellas, las mujeres.

(Ayer fui a ver una del Tibet). Para lograr la perfección y acallar los fantasmas de la carne, los aspirantes a santos se van al destierro durante tres años, a meditar en solitario. Las uñas les crecen que no te quiero ni contar, pero cuando regresan la polla se les sigue poniendo dura y manchan la púrpura de su túnica como cualquier vil adolescente. Sueñan con la matriarca de la tribu, que parió al primero de esos cabroncetes colgada de un palo, mientras el minotauro le daba por el culo.

Menudos son los lamas. Muy bonita la peli, si, unas vistas cojonudas, pero no sale que, cuando los pobres se mueren, les dan sus despojos al carnicero, para que corte en trocitos su carne hedionda, pasto para los buitres. Ahorran cerillas, mientras ellos, los lamas, se montan unas exequias fastuosas. Tanto Nirvana y tanta leche, pero al final, las puertas del paraíso siempre guardadas por los mismos, no sea que se cuele un miserable, que por allí solo caben los que se han hecho un lifting en Suiza. El paraíso no es para los gordos y además, allí, se reproduce la misma sociedad misógina de castas, donde los chicos de la túnica se la pelan en solitario por toda la eternidad.

No me busquen en el Tibet. Prefiero la imperfección de lo promiscuo a la falsa serenidad virtuosa de esos tíos que quieren ser perfectos, a costa de los otros, como siempre.”

Joder, me salió un poco ácido, blasfemo, escatológico, ese texto. Debe ser algo de la serotonina, menos mal que me fui a Estenas. La escritura puede ser, a veces, una cosa peligrosa. Te aleja de la vida. Después de clavar una mampara en un hueco de ventana que da a poniente, sellar con espuma de poliuretano las juntas de la claraboya y reforzar el tejadillo de brezo, que estaba a punto de caer, he vuelto más optimista. La casa de Estenas, abierta a todos los vientos, te vivifica.

Además me ha llamado Llop, el pintor, con el que viajamos a Marruecos. Propone que vayamos, el próximo catorce de febrero, con nuestras mujeres, a Teruel, en el tren de los enamorados. Le he dicho que si, enseguida, sin pensarlo. Siempre quise ir al festival de Aviñón, pero por pereza o falta de oportunidad nunca lo hice. Este viaje ferroviario de un día al medioevo turolense, con mercado medieval, los amantes y todo eso, me excita. Le he pedido que coja la cámara digital. Quiero hacerme una foto con mi mujer en la escalinata, arrodillado como un pringao a los pies de mi dama. Todo por menos de cuarenta pavos. Puta madre.

El té se enfría. Por hoy, lo dejo. Espero que hayan sido afortunados con la lotería.

No tengo ni puta idea de a que sección asignar este texto. Es tan extraño, ¿no?

(Fragmento de “Marc el desmemoriado” 2003/2004. Versión revisada 2.007)

Lohengrin. 22-12-07.

viernes, 21 de diciembre de 2007

AMBROSS

"Mientras Ambross se afanaba en la universidad de Princeton, intentando obtener la graduación que le capacitara para asumir la continuidad de los negocios familiares, su tío Leslie, que se ocupaba de los intereses de la familia en la división de industrias cárnicas, se juntó con malas compañías.

Ambos, tío y sobrino, tenían mucho en común. Las vacilaciones de Ambross y sus escrúpulos hacia las premisas de su padre sobre el modo en que funcionaban, según el, las leyes del mercado, tenían su raíz en el ejemplo de bondadosa humanidad que siempre había recibido a través de la conducta de Leslie, un verdadero caballero del sur, con una educación y elegancia natural exquisitas, que nunca hizo daño a una mosca. Su sensibilidad de artista le incapacitaba para asimilar los hoscos principios mercantilistas que demandaba la administración de la fortuna familiar. Esa especial manera de ser suya, determinó su alejamiento del núcleo de los negocios de la tribu Villelongue, el N.O. Bank, relegándole a un renglón de actividades relativamente menores, aunque en modo alguno, irrelevantes para la salud de la fortuna familiar, tal como después sucedieron las cosas.

Mientras el tío Leslie administró de modo conservador el grupo de empresas que habían puesto en sus manos, todo sucedía como siempre. Anualmente le pasaba al N.O. Bank, titular de las acciones, los rendimientos vegetativos de aquel negocio, tradicionalmente seguro. Los períodos de actividad se sucedían sin sobresaltos, con una estabilidad recurrente.

El paso del tempo, hizo que los rendimientos decrecieran por falta de inversión. Hubo que adecuar el negocio al ritmo de los competidores, más agresivos y mejor preparados tecnológicamente. Leslie se asoció con un tipo de Chicago y le confió la vicepresidencia ejecutiva del grupo, dejando en sus manos la modernización del aparato productivo y la gestión del negocio.

El tipo de Chicago llegaba precedido de una justa fama en el sector. Había modernizado, el solito, toda la industria cárnica del Estado y en Indiana había construido una planta que era la referencia de todos aquellos matarifes con ínfulas de grandes industriales.

Es increíble el nivel de endeudamiento que puede alcanzar un grupo de empresas en manos de un maníaco de la inversión. Por otra parte, no es desdeñable la capacidad de vaciado de recursos que tienen esos tíos que cogen una empresa en crisis y empiezan a abrir cuentas en paraísos fiscales –y hasta en sitios donde hace frío-- mientras aplican unas pinceladas muy artísticas sobre los registros cifrados que informan de la salud financiera del objeto de su inspiración.

Cuando ambas habilidades coinciden en un mismo sujeto, el desastre para aquellos que tienen la desgracia de haberlo atraído, con su olor sutilmente putrefacto, está asegurado.

Es lo que tienen los negocios, los listos ponen un poco de dinero y el resto los acreedores. Repiten esa operación constantemente. Al final, por ricos que sean los listos, comparas la suma de ese poco que han puesto en cada negocio --que suele ser muchísimo—con lo que alcanzan a deber en uno solo de sus negocios cuando está mal administrado, y la cuenta no sale.

Todo empezó cuando un estudiante de química encontró, en un análisis rutinario del laboratorio de la universidad del condado, restos de tejido humano en una hamburguesa de las que fabricaba, por cuenta de los Villelongue, el tipo de Chicago.

Para cuando se hizo público que parte de las materias primas utilizadas para elaborar el producto estrella de la firma, procedían del cementerio católico de N. Orleáns, el tipo de Chicago ya estaba en un país caribeño que no tenía tratado de extradición con USA.

Cuando los Villelongue supieron, por boca de los auditores, que la deuda contraída por su grupo cárnico y el monto de las indemnizaciones que deberían satisfacer por el fraude alimentario que se les imputaba, alcanzaban el duplo de todo su patrimonio, incluidas las acciones del N.O. Bank, ya era demasiado tarde.

Después de tres meses sucesivos sin recibir el cheque del N.O. Bank, el deán de la universidad llamó a Ambross a su despacho y, muy amablemente, le dio una patada en el culo y lo expulsó de Princeton, no sin antes facilitarle una tarjeta de presentación para su hermano, propietario de una compañía de taxis en N.York.

El primer día de Ambross como taxista en N.York fue cualquier cosa menos aburrido. Un tipo que recogió en la décima, le puso una navaja de gran tamaño en el cuello y se llevó la recaudación de la mañana, aunque tuvo la delicadeza de dejarle unas monedas para comer. Tuvo suficiente para una ensalada y un vaso de cola --hamburguesas no comía, desde que leyó en la prensa la composición de las que fabricaba su familia, antes del desastre financiero que le había hecho dar con sus huesos en el negocio del taxi.

Por la tarde, intentó rehacerse de la pérdida de la recaudación de la mañana. Lo logró. Tuvo suerte. Hizo muchas carreras. Al finalizar una de ellas, como el tiempo era frío, dejó el coche estacionado un momento para tomarse un café. El café era bueno. Cuando salió, comprobó, estupefacto, que al taxi le faltaban las cuatro ruedas.

Al día siguiente, en su segunda jornada de trabajo, cuando Dually entró en su taxi, procedente de una de sus escapadas al Bronx y, después de comprobar su origen sureño, intuyó que aquel muchacho de aspecto indefenso, no sobreviviría sin ayuda perdido en la selva neoyorquina, le ofreció entrar a su servicio como chofer privado.

Ambross aceptó enseguida, asustado por la peligrosidad del oficio de taxista en N. York, para la que no estaba preparado. Nunca llegó a saber que Dually, su nuevo patrón, había sido croupier en un casino de su padre, cuando todavía se llamaba Sam, y que, al igual que el, había salido de N.Orleáns siendo un muchacho, con una maleta pequeña y un par de mudas, y por uno de esos raros azares del destino, que el había buscado con toda clase de trampas de fullero profesional, ahora presidía la mayor empresa de telecomunicaciones del país”.

(Fragmento de “Marc el desmemoriado” 2003/2004. Versión revisada 2007)

Lohengrin. 21-12-07.

jueves, 20 de diciembre de 2007

MARRAKECH

-"Los problemas empezaron cuando llegamos a Fez. Una medina habitada por doscientas cincuenta mil personas. La mayor medina del norte de África. Un laberinto de callejuelas inextricables, imposible de visitar sin un guía experto. Marc estaba empeñado en que no necesitábamos guía. Había leído un par de libros, uno de Naguib Mahfuz y otro de Tajar Ben Jelloun, y ya se creía que era Lorenzo de Arabia.

--Pero, antes de eso, estuvimos en Tetuán y Larache. En Tetuán estuvimos en un hotel, guau, de un lujo asiático. Pisabas las alfombras y te quedabas allí hundida, que te tenían que ayudar para sacarte de esa delicia mullida, y en Larache nos dieron un té a la menta, salvaje, oiga. Un vaso de vidrio lleno hasta arriba de té y hojas de menta, que aquello nos dio un chute que no te quiero ni contar, que a Marc solo le faltaba la excitación de la teína, luego, claro, tuvo esa bronca estúpida con el marido de Rosa por el asunto del guía y ya no volvieron a hablarse en todo el viaje. En fin, Rosa y yo decidimos ignorarlos, a los gilipollas de nuestros maridos, y disfrutar del viaje. Ya que estábamos allí.

--Los dos capullos venían detrás nuestro, cada uno por su lado, con las chilabas puestas y hasta un fez que se compraron, y Marc llevaba en el hombro a Abdulla, el pobrecito camaleón aquel, todo pintado, como si fuera la pantera rosa. Se lo dije, no lo compres, hombre, deja al pobre animal. Pero nada, si no lo compra, revienta, que falta de sensibilidad con los animales. Cuando volvimos a la península –entonces no miraban eso de los pobres bichos, si no, nos meten en el trullo por tráfico de especies protegidas-el pobre Abdulla se murió a los quince días.

--La medina de Fez era como el mercadillo de los lunes en Ruzafa, pero a lo bestia. Cientos y cientos de callejuelas y plazas llenas de puestos que visitamos con una minuciosidad demorada, con guía, naturalmente, no dejamos que Marc se saliera con la suya. De haberlo consentido, todavía estaríamos allí sin encontrar la puerta de salida. Puestos de medio metro, todos con el retrato de Hassan bien visible, cada uno distinto de los demás. Había uno que me llamó la atención, por la pinta que tenía el tío de proxeneta hortera, con aquella camisa roja y un cadenón de oro así de gordo, igualito que un macarra argelino que vi una vez por Pigall, haciendo de portero en una sala de strip tease, --Pasen, señores, pasen, musshassos y musshassas.

--En el zoco de las especias, los aromas eran muy intensos y los viejos comerciantes hacían sus trapicheos alrededor de los sacos de esas preciosas sustancias, en un patio interior discretamente separado de la algarabía de las calles. A Llop, el marido de Rosa, el lugar le gustó tanto, que tomó un rápido apunte –como dos horas estuvo el tío, que también era un pesado, mientras a Marc se le ponían los ojos de un amarillo siniestro—y luego lo convirtió en un cuadro que nunca ha querido vender, seguramente para que le recordara que jamás debía volver a viajar con un compañero como Marc.

--La medina de Fez resultó ser un viaje por el tiempo. Un paseo por el siglo dieciséis, que decía Marc, siempre tan pedantón. Pero también por la España de los cincuenta, con esas mulas cargadas de sacos de harina y haces de leña, igualitas que la jaca del lechero que le dio a Marc, cuando aun era un niño, una coz en la cabeza, que yo creo que lo suyo, su fragilidad mental, le viene desde entonces, de aquel accidente infantil, por andar siempre enganchado en aquellos carros que transportaban troncos o bocoyes de vino, o robando zanahorias a los huertanos que las transportaban al mercado, mientras, de paso, recogían la basura.

--Apenas había basura, entonces, en Heliópolis, solo restos orgánicos y ni un maldito envase, todo a granel. Como en Fez, ahora, que los críos te rodeaban para hacerse con el plástico del agua mineral, como si fuera un tesoro, para llenarlo con las compras de líquidos a granel que todavía realizan en sus casas. Todo reciclado, si. Me encantó el zoco de las telas, con aquellos colores tan vivos, tintes naturales, que las madejas de lana colgaban en las fachadas con unos amarillos tremendos, brillantes. Rojos y azules de una limpidez extraordinaria, colores puros, estallando contra la blancura encalada de las casas.

--Y el carnicero aquel, con su pie desnudo descansando en el tocón de cortar la carne, con un aire reflexivo y ausente, y los corderos colgando, indiferentes al bullir incesante del mercado que se derramaba, como un río de múltiples afluentes, por las soleadas calles de la medina.

--Cuando terminamos la visita a la medina, salimos por la puerta del viernes, no sin antes curiosear un poco por las medersas, las escuelas coránicas que entonces no estaban tan agitadas como ahora, en plena campaña de lucha contra el infiel.

--En Marrakech las cosas eran diferentes. Allí el ambiente era, como decirlo, mas distendido, alejado del control religioso que se cernía sobre las noches de Fez, con el muecín llamando a los fieles a la oración, de viva voz, no como en otros lugares donde la llamada a la plegaria era grabada y chirriaba desde los altavoces con unos tonos agudos, distorsionados. En Fez, sobrecogía el canto del muecín, en la oscura madrugada de la ciudad dormida.

--Nada de asnos, en Marrakech. Allí, el vehículo por excelencia era la bicicleta. Unos cientos de kilómetros y habíamos avanzado varios siglos. Un hotel con piscina. Nos tirábamos en las hamacas y el chaval del hotel venía enseguida con la jarra de té a la menta. Allí estuvimos tan ricamente, hasta que fuimos a visitar Yemma elf na, ese lugar tan bien contado por Goytisolo, que le voy a decir que usted no sepa. Solo que cuando Marc se empeñó en hacerme la foto esa, en el encantador de serpientes, con ese animal viscoso y gordo, de colorines, deslizándose sinuoso sobre mis hombros, yo, la verdad, le hubiera dado una patada en los huevos al Marc que, además, el tío, es de un lento para darle al disparador… “Quieta, no te muevas, espera que te enfoque bien.” –Porqué no te pones tu, capullo, con el bicho este, y yo te hago la foto, eh?

--La fiesta que nos dieron en el palmeral, estuvo mejor. Allí, subida encima del camello, estaba incómoda, la verdad, pero mucho mejor que con la serpiente. Como vas a comparar. El cuscús muy rico, y el tashin,--un cordero asado lentamente, servido con ciruelas y almendras en un cono de cerámica-- sensacional, además, con vino tinto y todo. Oiga, muy bien lo de Marrakech, quitado lo del reptil, claro.

--Antes de abandonar la ciudad, subimos a un cafetín de los que están en las terrazas de las casas que dan a la plaza y masticamos un zumo de naranja marroquí con toda su pulpa y por la tarde, probamos el lush, una bebida refrescante a base de leche y almendra molida, que nos reconfortó del cansancio inherente a la actividad viajera, el trabajo mas fatigoso que se pueda imaginar, digan lo que digan. De los mercaderes de dientes no le cuento nada, creo que lo he citado en otra parte.

--Al día siguiente estuvimos en Meknes, una ciudad fortificada muy bien conservada, con unos establos reales de unas dimensiones que me recordaron las de Caracalla. Cincuenta grados a la sombra –era septiembre. Nos refugiamos en un comercio de alfombras. No se si sería por el calor, o por el brebaje que nos dieron, pero la cabeza comenzó a darme vueltas y tuve unas visiones muy raras. Me vi saliendo por la ventana, montada en una alfombra que volaba a gran velocidad. A mis pies veía los morabitos, adonde se refugian los hombres santos buscando la serenidad de su espíritu. Volaba por encima del Atlas medio y veía a las mujeres marroquíes con sus coloridos vestidos, lavando en las ribera de los ríos, sobrevolaba los bosques de cedros y veía a los pescadores de cangrejos en los arroyuelos medio ocultos por la masa forestal. El país era verde, yo no me había percatado, en las visitas urbanas a ras del suelo, de que era verde. En los suburbios de las ciudades, en mi vuelo rasante veía casuchas inmundas que parecían haber sido ocultadas a los ojos de los viajeros y que ahora, sentada sobre la alfombra, aparecían en toda su miserable realidad.

--Volé sobre Volúbilis, un enclave de origen romano, antigua capital administrativa, con unos mosaicos que brillaban al sol desde las alturas con sus colores originales. El clima seco es lo mejor para las piedras. Están como el primer día. Pero yo me estoy mareando, con este calor y la velocidad del vuelo. –Mira, allí está Casablanca. El supuesto bar de Rick, con el piano y todo. –Tócala, Sam. El palacio real de Rabat. Ese estanque enorme, rectangular. A ver si puedo, en vuelo rasante, pillar un poco de agua para mojarme las sienes, creo que me estoy mareando.

“Mójele las sienes, a ver si vuelve en si” ..”Es que, con este calor, claro, se ha mareado”

--Cuando volvimos al hotel, me di un baño de agua fría. Por la noche, me tomé un copazo de ginebra y zumo de limón, y nos fuimos a la discoteca.

--¿Volvieron a viajar juntos, usted y Marc?

--Después de lo de la serpiente, la verdad, ya no he tenido ganas de volver a intentarlo. Hemos vuelto a viajar, pero lo hicimos por separado.

--Hágame un resúmen.

--Hemos tenido juntos, Marc y yo, una experiencia larga y complicada. A veces precaria. Otras veces serena. En ocasiones, hemos rozado la tragedia. Hemos plantado un par de árboles, tuvimos tres hijos, y hemos escrito, juntos, el libro de nuestra vida. Cuando veo en el espejo mi piel castigada por el tiempo, me dan escalofríos. Marc siempre dice que las arrugas son medallas al mérito de haber vivido. Que quiere que le diga, para mi no es un consuelo, en fin. Aun follamos. Una vez al año, por San Valentín.

--Gracias por haberme concedido esta entrevista. Ha sido muy amable.

--Oiga, esto no se publicará en Internet, ¿verdad?

--No sin su autorización. Solo en ámbitos muy restringidos.

--Ya puede cumplir lo que dice, porque si no lo hace, le voy a meter un paquete que se van a enterar, usted y sus círculos restringidos. Yo es que, ya lo sabe usted, soy muy discreta y estas cosas, como que me dan apuro".

(Fragmento de “Marc el desmemoriado” 2003/2004)

Lohengrin. 20-12-07.

REGALO NAVIDEÑO

El PP de Heliópolis ha decidido hacer un regalo navideño a los discapacitados y grandes dependientes que, al amparo de la ley de dependencia promulgada por el gobierno central, han acudido a los servicios de bienestar social gestionados por el gobierno autonómico, para solicitar la aplicación de los beneficios que esa norma legal les concede.

Los generosos políticos que nos gobiernan han aprobado, gracias a la mayoría absoluta que entre todos les hemos dado, una disposición que introduce el silencio administrativo en la tramitación de los expedientes que les han llegado a miles y son incapaces de gestionar con normalidad, porque no tienen voluntad política para hacerlo.

Eso significa que la mayor parte de los solicitantes se pueden quedar no ya sin las ayudas solicitadas, sino que ni siquiera van a recibir respuesta a sus solicitudes.

El silencio, cuando es elegido, no es más que una opción personal que puede ser, incluso, gratificante. Cuando es impuesto por una disposición legal, no solo es la privación de un derecho, el derecho a conocer una respuesta argumentada a una petición, también es un resabio kafkiano que nos devuelve al caos laberíntico de la burocracia implacable y desalmada descrita en “El Proceso”.

Hay que ser unos completos desalmados para dejar en la estacada y sin respuesta a los miles de personas que sufren una discapacidad o que no pueden hacer una vida independiente, sin ayuda de su cuidador, y encima seguir con la propaganda mendaz de que su gobierno, por el que uno siente vergüenza ajena, atiende a los ciudadanos que mas lo necesitan.

Con esa medida, la derecha que comete una tropelía como tantas otras en Heliópolis desde hace un decenio, sin que nadie le pida cuentas, ha mostrado su verdadero rostro. Bueno será que lo observemos minuciosamente, porque esa es la verdadera faz de los desaprensivos que tienen el cinismo de pedirnos el voto, no la que, edulcorada, maquillada y travestida intentan colarnos a través de la propaganda expandida por sus voceros.

Hoy leo en Levante unas declaraciones de Rus, presidente del PP de Heliópolis, un señor campechano con veleidades algo racistas, y es que algunos racistas suelen ser campechanos, que una cosa no quita la otra. Se lamenta este impresentable de que el Consell no tiene dinero, porque el gobierno central ahoga su tesorería, les niega el pan y la sal. No dice que han dilapidado el presupuesto con su política de fastos y eventos, sacando de unas partidas destinadas a otros fines, lo que les ha dado la gana para gastarlo en lo que han querido, sin importarles dejar la caja vacía para unas atenciones sociales tan elementales como las que demanda la ley de dependencia.

Estos desalmados se atreven, además, a demandar el voto para ellos, argumentando en su propaganda electoral que se ocupan de los colectivos sociales mas desfavorecidos. Es un caso mas del cinismo desaforado de esta derecha política que gobierna Heliópolis, tan vinculada a la iglesia que uno echa de menos la opinión de García Gasco sobre el trato que están dando sus amigos a los individuos más frágiles del rebaño que pastorea.

Tal vez los miles de ciudadanos que se van a ver afectados por ese silencio administrativo, tan kafkiano, podrían guardarlo en su memoria para devolverlo, con la fuerza de los votos, en las próximas elecciones generales. Total, no falta tanto. Llegarán los idus de Marzo y los que sean objeto de ese indigno silencio no sabrán que ha pasado con sus solicitudes, pero los ciudadanos podremos dar una respuesta a los políticos que se la niegan, negándoles nuestro voto.

Lohengrin. 20-12-07.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

NAVIDAD

Siento que llegue la Navidad, esa orgía de amor fraterno al solomillo con pétalos de flor y a las comidas de empresa, porque mi lado sensible se compadece de los millones de personas que han elegido la soledad, o han sido elegidas por ella y ven vulnerados sus derechos fundamentales por los tópicos grupales que atacan estos días, sin discernir a quienes los aceptan de quienes los rechazan.

Los hitos temporales vuelven inexorables cada año, pero no se repiten, porque todos cabalgamos sobre líneas espirales en dirección a nuestro núcleo originario y el plano que separa cada par de líneas contiene acontecimientos nimios o brutales que niegan la sensación aparente de repetición. Es cierto que ese recorrido espiral contiene elementos conocidos que alimentan el mito de la repetición. Alardes luminosos, adornos florales, gestos y rituales contribuyen a ese efecto.

Uno de esos rituales es la cena de Nochebuena. En casa seremos seis comensales y este año, con ligeras variaciones, repetiremos el menú de siempre. Ensalada de salmón ahumado y arenque marinado, sobre un fondo de ralladura de huevo cocido y carlota, Mus de crema de castañas, guarnecida con naranja troceada, nueces y teja de queso frito. Media docena de bocas de tamaño super, cocidas cinco minutos en agua y sal. Docena y media de cigalas a la plancha, de tamaño magnum. Para el marisco pondremos Blanco Pescador. Nos refrescaremos con un sorbete de cava antes de pasar al plato siguiente, cordero de Guillot, nuestro carnicero de toda la vida, hecho al horno, acompañado de espinacas salteadas con piñones y tomates cherry confitados. Para no pasarnos del presupuesto pondremos un Estola de seis años, que tiene un precio muy razonable, y para facilitar el tracto intestinal terminaremos con zumo de naranja natural. Unos pocos dulces y un moscatel de Teulada serán la inevitable contribución al tópico navideño. Total, 40 euros por cubierto, sin contar la mano de obra, que la ponemos gratis, un precio similar al que suelen pagar los entrevistadores de El País que publican sus trabajos periodísticos en la última, por las comidas que comparten con sus entrevistados, y bastante inferior a la media de gasto personal que se realizará estos días, según las estimaciones realizadas, y a los mil trescientos euros, cifra a la que se cotiza en los mercados gastronómicos el kilo de angulas frescas.

Tendré dificultades para hincarle el diente al cordero de Guillot, porque hace solo unas horas que he visitado al dentista. Mi dentista es una mujer y a pesar de la sensibilidad compasiva que se atribuye a la condición femenina, tiene un punto de sadismo, común a todos sus compañeros de profesión. En la visita anterior, cometí la imprudencia de dormirme en el sillón, mientras ella manipulaba en mi boca con su instrumental y se lo tomó como un acto de agravio a su poder de hacer daño, una prerrogativa que coloca a los de su gremio en un plano de superioridad sobre los indefensos pacientes.

Por entonces, yo trabajaba en un empresa mediana, era responsable de su precaria economía y aunque le expliqué a la doctora que su sillón era para mi un espacio relajado que me permitía evadirme de los terrores financieros relacionados con proveedores y bancos, ella no entendió mi actitud y la recibió como una provocación a su posición privilegiada, acostumbrada como estaba a las reacciones de terror y sumisión de la mayoría de los pacientes. Entonces no fui consciente de ello, pero un ánimo de venganza se había instalado en su dignidad herida y lo ha satisfecho ahora, después de una larga espera.

Después de reconocer el estado de mi dentadura, una vez identificada la muela que me debía extraer, me ha infligido un dolor insoportable en una muela sana, por el puro placer de la transgresión impune. Materializada su venganza rumiada durante años, ha procedido a la extracción indolora de la muela enferma. Al ver caer a la papelera la muela ensangrentada, he recordado los puestos del mercado de la plaza de Yemma elf na, en Marraquech, donde los mercaderes se dedican a la venta de piezas dentales usadas. Esos tipos lo reciclan todo.

Lo cierto es que tengo una muela menos, pero el hueco que ha dejado no es visible cuando sonrío, además de que sonrío pocas veces, pues heredé de mi padre una máscara de seriedad que me acompaña a todas partes, pero creo que con las muelas que me quedan podré salvar el compromiso de la cena navideña sin mayores dificultades.

Deseo lo mismo, que sobrevivan a la navidad sin mayores dificultades, a todos aquellos que tienen la deferencia y la paciencia de acercarse a este blog, en especial a Kurok y a Felipón, también a quienes, desde dos ciudades españolas, Madrid y Heliópolis, me visitan con habitualidad, y, porqué no, a los despistados que pasan sin parar por el blog desde otras dieciocho ciudades de tres continentes.

A todos ellos les deseo, desde aquí, FELIZ NAVIDAD.

Lohengrin. 19-12-07.

martes, 18 de diciembre de 2007

ORNITOLOGÍA

Una vez fui a visitar a un ornitólogo amigo y me contó que, en la enorme pajarera de su jardín, los pájaros que allí habitaban permanecían en silencio día tras día, desde que comenzaron las tardes declinantes de noviembre, y el único sonido que se escuchaba era el rumor de las hojas secas de las acacias movidas por el viento.

Ni siquiera el jilguero ciego de dos colores, el virtuoso de la población aviar, articulaba sonido alguno. El ornitólogo, después de descartar las posibles causas naturales origen de aquel silencio, tras una concienzuda investigación sobre la salud de sus pájaros, había llegado a un punto de incertidumbre en los remedios que debía aplicar. Tuvimos una larga conversación sobre el asunto y mi amigo tomó una decisión extrema. Si no cantan, que compongan.

Tapizó el suelo de la pajarera con papel pautado, dejó un cacharro con tinta china junto a los bebederos, salió del recinto y se dispuso a esperar. Al cabo de unas horas volvimos y retiró el papel pautado de la jaula. Nos detuvimos a observar las marcas dejadas por las patitas de las aves impregnadas de tinta y nos sorprendió encontrar cierta regularidad en sus repeticiones y un ritmo musical implícito en el modo en que se hallaban distribuidas.

Llamamos a un amigo común, músico de cuerda y le pedimos que interpretara, junto a la pajarera, las primarias notas dejadas en el pentagrama. Al arrancar el chelo, todas las aves de la colonia se unieron al concierto en una única, variada y virtuosa interpretación que provocó el asombro del ornitólogo quien, nunca antes en su larga vida de observador de la conducta de los pájaros, había escuchado nada igual.

Meses mas tarde, el ornitólogo me contó que los pájaros siguieron cantando aquel invierno y continuaron sus trinos en la primavera y el estío siguientes. Al llegar el siguiente otoño, cuando le visité otra vez, los cantos habían variado de registro y habían vuelto a sus pautas anteriores. Cuando el ornitólogo trató de que sus pájaros compusieran de nuevo, se encontró con su distraída indiferencia pues, al recoger el papel pautado, no hubo rastro de la tinta china, que las aves habían despreciado y en su lugar había una enorme mancha difusa producida por las deposiciones de los pájaros cantores.

Pasaron muchos otros otoños y los pájaros nunca volvieron a componer, pero ya no retornaron a la etapa de silencio.

Años después, mientras tomábamos un té en el bar de un hotel, mi amigo y yo conversamos sobre la singular experiencia de sus pájaros compositores, que seguíamos sin entender y aventuramos algunas hipótesis. Que todos los seres vivos tienen capacidades creativas. Que no todos los seres con capacidades creativas las utilizan. Que algunos seres vivos utilizan sus capacidades creativas con regularidad y otros no. Que ciertos seres vivos están sujetos, en el uso de sus capacidades creativas y en otros aspectos, a periodos cíclicos. Que, en realidad, nosotros lo ignorábamos todo sobre los seres vivos, sus capacidades creativas, su modo de usarlas, y, por supuesto, sobre la existencia de los ciclos y su lógica, si es que tienen alguna. Que, habida cuenta de nuestra ignorancia, no estábamos capacitados para establecer, de modo fiable, ninguna hipótesis que explicara con rigor la rara conducta de los pájaros.

Terminado el breve intercambio de razonamientos, nos centramos en saborear el té que nos habían servido. Concluimos que no sabíamos nada de la conducta de los pájaros, pero nuestra capacidad sensorial indicaba que el té que nos habían servido era de una calidad excepcional. Preguntamos al camarero la procedencia del té.

--Es un Earl Grey Classic, de Fortnum&Mason, lo hemos recibido esta tarde, directamente de Londres. Celebro que les haya gustado.

(Fragmento de “Marc el desmemoriado” 2003/2004. Versión revisada 2007)

Lohengrin. 18-12-07.

lunes, 17 de diciembre de 2007

EL LADO AMABLE DE LA VIDA

El lado amable de la vida tiene un perfil huidizo, pero existe. Para alcanzarlo, solo hay que enfocar la mirada. (Proverbio chino, de Lo-hen-grin)

Miré y allí estaban los árboles. Eran otros árboles. Miré y allí estaban los árboles. No eran solo árboles. Allí estaban: naranjos, acacias, sauces, tamarindos.

Miré y allí estaban las calles. Eran otras calles. Miré y allí estaban las calles. No eran solo calles. Allí estaban: templos, torres, muros, campanarios, palacios con jardines secretos.

Miré y allí estaban las plazas. No eran solo plazas. Allí estaban: jardines circulares, la verticalidad rugosa del olivo en su centro.

Miré, y la sola mirada, me devolvió a la gloria de estar vivo.

Escuché. Solo se oían los viejos sonidos familiares y de los muertos las frases esenciales. Voces de griegos y latinos, de orientales vecinos ribereños. No hay ruidos estridentes, bocinas, no hay martillos neumáticos que hienden el asfalto.

De la lejanía vienen sonidos naturales, el canto de la lechuza y la perdiz, el lamento de una galga, la voz del viento que arrastra los ecos de todas las palabras. Los gritos guturales de las primeras tribus. Discursos que quedaron, flotando, sobre el ágora. Voces que impulsaron la creación de imperios antiguos.

Poemas sufís, el rumor del agua culta que cantó Carlos Cano, el tañido de las cítaras medievales y las coplas de Jorge Manrique. La placidez rural del pastor iletrado, sabio en naturaleza, en su mundo de ovejas, de cabras y de vino, de quesos madurados, leche fermentada, memoria y silencio, soledad y olvido.

Lejos quedan los gritos coléricos de conductores ebrios, el run run de la tele, los goles estirados hasta lo inverosímil por voces de la radio, el ruido del tráfico, los tambores de guerra que suenan cada día en los telediarios.

El lado amable de la vida es el vuelo de un águila que traza, recurrente, sus círculos aéreos en el cielo de Estenas. Es el libro de Amos Oz que descubre, tras el fragor de las guerras fratricidas, la pertenencia común a un mismo mar, la misma vocación hedonista en sus pobladores. Son los aromas comunes en todas las cocinas, desde Grecia a Almería, de Larache a Tunicia. El gusto compartido por las especias, las hierbas aromáticas y el color de la vida. El ajo y la paprika, la cebolla y el cardo, la menta y la colleja, los cantos de Virgilio y el salmonete asado, el saber de Averroes y la almendra picada, el sésamo, la sal, que fue dinero antiguo, y las mujeres de rostro ajado a la hora de la siesta.

Aristócratas frecuentadas por Goya, mujeres de Modigliani, Boticcelli y Picasso, de Cezanne y Peruggio. Un universo amplio de sensualidad, sabores y colores, sonidos y suspiros, y la luz de poniente a las seis de la tarde, que lo ilumina todo introduciendo un orden armónico en el humano caos.

El lado amable de la vida es un aroma fresco de almendros y encinares, de pinares y olivos, arbustos y viñedos, que flota sobre un mar de cereal batido por el viento, como la espuma rota por el gregal tardío.

(Fragmento de “Marc el desmemoriado” 2003/2004, versión revisada 2007)

Lohengrin. 17-12-07.

viernes, 14 de diciembre de 2007

RICARDO Y LOS IMPUESTOS

El secretario general del PP de Heliópolis publica hoy en un diario local un llamamiento a los electores potenciales para que voten a su partido, con el argumento central de un regalo fiscal, la rebaja del impuesto que grava la renta obtenida por los ciudadanos (IRPF).

Para oponer la realidad de los hechos, a la hipocresía y falsedad frecuentes de los regalos de los políticos en general y los de la derecha en particular, hay que empezar por aclarar algunos conceptos acerca de los impuestos.

Nuestro sistema fiscal, como el del resto de los países de la Unión europea, nos cobra impuestos por, al menos, tres vías. Por los ingresos que percibimos (IRPF), por el gasto que hacemos (IVA), por medio de los impuestos y tasas municipales (Basura, circulación de vehículos, tenencia de inmuebles, recargos en los recibos de suministros y otros). Como se ve, la selva de los impuestos es bastante mas espesa de lo que la pinta Ricardo. Veamos ahora los efectos del regalo que ofrece el PP en algún grupo de población.

En España hay ocho millones y medio de ciudadanos incluidos en la calificación técnica de pobres, por el nivel de sus rentas. Eso significa que, actualmente, no pagan IRPF porque sus niveles de ingresos no alcanzan las cifras que obligan a tributar. Significa eso que no pagan impuestos? No. No solo el regalo que vende Ricardo no les alcanza, porque nada te pueden rebajar de lo que previamente no has pagado, sino que ese segmento de población, que incluye pensionistas, familias monoparentales, mujeres y jóvenes, además de auténticos marginados sociales, a los que percibimos, erróneamente, como los únicos pobres, con esa medida pretendidamente social, pagarán mas impuestos por el efecto de la inflación en nuestra economía --que Ricardo dice que piensan reducir, aunque no dice como.

Como la tarifa del IVA no se reduce para compensar los efectos de la subida de precios, 100 Euros gastados en consumo el año pasado suponían --aplicando el tipo general--16 euros de impuestos indirectos, con una inflación del cuatro por ciento, si el mismo bien nos cuesta 104 euros, pagaremos 16,64 euros de impuestos por el mismo consumo. ¿Donde está el regalo para ese veinte por ciento de la población que no pagaba IRPF, pero ve reducido su poder de compra, no solo por la inflación, sino por su efecto en los impuestos indirectos?. Parece un regalo envenenado, claro que no votan, o votan poco, supongo.

Supongamos que el partido de Ricardo, en lugar de vendernos una rebaja del IRPF, hubiera ofrecido un impuesto sobre los beneficios extraordinarios de los bancos, para que nos devolvieran al menos una parte de lo que nos han robado, afectándolo a medidas sociales para los colectivos mas desfavorecidos. Eso hubiera sido una medida justa, aunque no un regalo, pero ya sabemos que los banqueros no están por la labor, ellos prefieren dedicarse al mecenazgo, mas rentable en términos de imagen.

Ricardo, en lugar de hacer esa propuesta, miente al señalar el origen del superávit presupuestario que ha permitido al gobierno socialista aplicar medidas sociales de última hora al conocer su cuantía. No es cierto que los socialistas hayan subido los impuestos para regalar cheques. Los impuestos han subido solos y argumentaré porqué.

Hace mas de un decenio que el peso de los impuestos sobre la renta (directos) en los ingresos de los estados ha bajado considerablemente en relación con otras fuentes, los impuestos indirectos que gravan el consumo. Los incrementos obtenidos en la recaudación de los estados que han originado superávit están ligados de un modo automático con la expansión de la economía y el consumo, y este, como hemos visto en los últimos años, ya no solo depende de las rentas percibidas, sino del crédito.

En el clima de especulación, endeudamiento excesivo y consumo desaforado de los últimos catorce años, ningún estado ha necesitado tocar su sistema fiscal para recaudar mas, le ha bastado con hacer caja a costa de los incrementos en los niveles de consumo.

El ejército de burócratas de Bruselas y todos los diputados y senadores de los distintos países que están bajo el paraguas de la unión, tienen unos niveles de vida superiores a la media de sus administrados, porque eso se financia con los impuestos indirectos, que son la mayor fuente de ingresos que sostiene el tinglado.

Ocurre que los tipos impositivos de los impuestos indirectos (el porcentaje que se llevan los estados por cada cien euros de consumo) son iguales para todos, con independencia de su renta personal, con lo que carecen de cualquier efecto corrector en las desigualdades de la renta personal, lo que explica que se hayan hecho tan populares entre los políticos y gestores, pues su aplicación no lesiona los intereses de los mas ricos.

El Impuesto sobre la renta, en cambio, es progresivo, en teoría pide mas a los que mas tienen, solo que los que mas tienen, pueden pagar a asesores y abogados, o trasladar su domicilio fiscal, o constituir sociedades patrimoniales, para eludir o rebajar esa presión. A los políticos les resulta mas fácil obtener financiación a través de los impuestos sobre el gasto, que enfrentarse a poderosos intereses económicos.

Ahora, Ricardo, nos sale con el argumento de que su partido hace una rebaja en el IRPF. Esa supuesta rebaja no mejora, para nada, como creo haber demostrado, la situación de ocho millones y medio de ciudadanos, pero el se dirige a todos, como si fuéramos imbéciles, incapaces de percibir el tufo de falsedad, hipocresía y manipulación torticera, que acompaña ese regalo envenenado.

Ricardo sabe perfectamente todo esto, no se trata pues de una cuestión de ignorancia, sino pura y simplemente de mala fe, manipulación y engaño consciente.

Desenmascarado el engaño, tal vez hayamos dejado a Ricardo en calzoncillos, lo que no sería un mal reclamo para el electorado femenino, dado el agradable aspecto que presenta en la foto que acompaña su panfleto, mejor desde luego que la mentira y la manipulación que usa sin escrúpulo alguno.

Puesto que los impuestos indirectos y la inflación, --cuyos efectos en las rentas mas bajas son devastadores, superiores a los porcentajes medios que se aplican a revalorizar sus escasos ingresos-- son los verdaderos azotes de las frágiles economías domésticas a cuyos titulares pide el voto, Ricardo debería explicar con mas detalle que recetas tiene su partido para reducir la inflación, y que piensa hacer, si es que puede hacer algo, con los impuestos indirectos, en lugar de abusar de la credibilidad de las gentes con falacias tan fáciles de desmontar como la que hoy nos ha intentado colocar, sin éxito, en su panfleto.

Lohengrin. 14-12-07.

jueves, 13 de diciembre de 2007

EL CUATRO DE JULIO

"El cuatro de julio amaneció un día luminoso y alegre. El desfile discurría por Park Avenue entre millares de curiosos. En primer término, un Cadillac con techo solar conducido por Ambros Villelonge, quien, después de verse obligado a abandonar Princeton debido a la rápida bancarrota de su familia y trabajar como taxista en N.Y. durante algún tiempo, fue contratado por Dually como chofer y secretario personal, por una de esas ironías del destino que parecen una idea de folletín, pero que en la realidad suceden con mas frecuencia de lo que pensamos.

Por encima del techo solar asomaba Dually, travestido con su ceñido modelito azul, peluca rubia y el rostro cubierto con una máscara. Detrás, siete jinetes montados con la bandera confederada apoyada en su arnés, cada uno representando a una gran corporación, vestidos con una camiseta xerigrafíada con un facsímil de la factura por suministros energéticos o telefónicos que emitían a los millones de primos que seguían el desfile por la C.N.N.

De izquierda a derecha, cabalgando con un trote solemne, aparecía la compañía del suministro de energía eléctrica, seguida del consorcio de compañías petrolíferas, la asociación de banca globalizada, la corporación de gas natural, el consorcio de seguros, el gran arquitecto de los portales de Internet, y la asociación patronal de las compañías de comunicaciones, telefonía y plataformas digitales, que presidía Dually.

Ese grupo de jinetes que cabalgaba con solemnidad detrás de Dually, representaba a unas organizaciones que, en su conjunto, digerían en sus insaciables tripas mas del setenta por ciento de los ingresos de los ciudadanos de a pie, que aplaudían con fervor patriótico la triunfante comitiva y cuyo destino esencial en el mundo era vivir el mayor número de años posible, para seguir pagando puntualmente las abultadas facturas que procuraban a aquellos desaprensivos unos beneficios obscenos obtenidos, no por la prestación de un servicio, lo que sería razonable, sino por un vertiginoso proceso de especulación financiera, con su origen en la transición de la concepción regional de los negocios a una nueva manera de vaciar los bolsillos de los primos.

Cubriendo las espaldas de los jinetes desfilaban, a pie, los representantes del congreso y el senado, la policía metropolitana de N.Y., jueces y abogados, el gobierno en pleno y los prelados de las iglesias de las confesiones mayoritarias.

Por último, una cohorte de desarrapados, indigentes, transeúntes, mutilados de guerra, con sus heridas abiertas supurando de modo perceptible, veteranos de Corea y Vietnam, de Irak y Afganistán, mineros con un avanzado grado de silicosis, trabajadores contaminados de la industria nuclear, con sus hijos afectados por visibles malformaciones, niños sin extremidades inferiores, reventados por minas antipersonas, arrastrándose por el asfalto sobre sus muñones.

Un maestro de ceremonias dirige toda la comitiva y persuade a los asistentes para que ensayen el himno nacional, coreado por las inevitables animadoras que cierran el desfile junto a la banda de música de N. Orleáns, venida para la ocasión.

Mientras, desde las ventanas de los edificios que flanquean la avenida, una nube de confeti cae blanda sobre el asfalto y un tirador apostado en una oficina vacía ensaya su puntería orientando su blanco entre los ojos de Dually.

Asomando por el techo solar de su Cadillac, ofreciendo un blanco perfecto, Dually reflexiona sobre su peripecia vital que le ha convertido de oprimido en opresor, hace balance de su vida como si un sexto sentido le advirtiera de la oportunidad de hacerlo. Acababa de leer la biografía que un chupatintas había escrito y publicado a su costa, y no se reconocía en absoluto en aquel pelele sujeto con alfileres que aquel tipo había construido, sin acertar a resolver la transición entre el muchacho ignorante y tímido que, en efecto, había sido, y el hombre maduro que era, ambiguo y contradictorio, vacilante y decidido, amante del poder como medio de combatir los poderes que coartaban su libertad, que le infligían humillaciones y limitaban su desarrollo personal, a cuyos representantes despreciaba profundamente.

El dinero nunca fue para el un fin en si mismo, y esto no lo había comprendido en ningún momento el torpe dibujante que había trazado un burdo bosquejo de su ambición y su falta de escrúpulos, sin ahondar en las auténticas raíces de su impulso liberador. La acumulación de dinero siempre la entendió como una condición necesaria para defender su propia dignidad personal de quienes no saben usar con elegancia los atributos de la fortuna y hacen de la humillación de los otros el vehículo de su propia estimación.

Esto lo comprendió mientras repartía los naipes en los casinos de N. Orleáns y perdió su inocencia viendo entrar a Julieta en las estancias privadas de su patrón. En ese momento entendió que el fin, la propia libertad, justifica el empleo de los medios para obtenerla.

Ignoraba entonces que la pérdida de sus raíces en ese largo combate que había durado media vida le iba a convertir en un desconocido para si mismo. El hombre poderoso y liberador que había soñado ser, ya no reconocía en su interior a aquel otro que deseó ser liberado. Ese proceso le había transformado de tal modo, que le hacía dudar de la utilidad del esfuerzo. El resultado, un ser sin identidad, un desarraigado que dudaba de todo, de sus afectos, de sus triunfos, de su propia sexualidad, era alguien a quien entristecía la memoria melancólica de la inocencia perdida, y que solo se sostenía ya por la fuerza ciega del poder.

En un íntimo esfuerzo de búsqueda de su propio pasado, Dually palpaba cada pulgada de su piel, intentando encontrar algún vestigio de lo que fue, un signo material de vida de aquel muchacho que flotaba, indiferente, en su memoria, como un plasma sin rasgos, un flujo celular que había abandonado, por puro hastío, la costumbre de comunicarse con el cuerpo adulto que lo albergaba como un objeto ajeno.

€n ese intento desesperado de recuperación de su identidad se veía caminando por los polvorientos barrios de su infancia, pero su piel endurecida por el tiempo no percibía ya la textura del polvo que intentaba recordar. Todavía podía evocar imágenes de aquel otro que lo habitaba sin reconocerse en el, pero esa visión errática de su ser mas antiguo se resistía a encarnarse en sus huesos, en sus vísceras, en su flujo sanguíneo, limitando su presencia a un testimonio mudo, un reproche silencioso y doloroso que le producía una insoportable desolación, no tanto por la imposibilidad de recobrar una pérdida, sino por la decepción de no poder preguntarle, ¿cuándo?...¿cómo?...¿porqué?.

Dually, hastiado del mundo al que se había encumbrado, consciente de lo poco que valía su libertad personal en un mundo corrompido, hacía algún tiempo que se había convertido en un incómodo obstáculo para los de su clase. Su renuncia a participar en los negocios con gobiernos títeres puestos por occidente en lugares de Africa, Latinoamérica y Oriente, sus tardíos escrúpulos por los procedimientos de la minoría elitista de la que formaba parte, le estaban convirtiendo en un creciente peligro para los intereses que, teóricamente, estaba obligado a defender.

Desde que inició, discretamente, sus actividades de financiación de grupos pacifistas antisistema, sin importarle el creciente interés de los servicios de inteligencia por el destino de esos fondos, siempre pensó que eso no era suficiente y ahora estaba madurando abandonar los Estados Unidos para ocuparse personalmente, aportando su experiencia, de la logística de esos grupos incipientes, para cuidar que los recursos que asignaba no fueran destinados a otros fines.

Ahora, mientras participaba en el desfile, pasaron por su memoria los momentos de su breve viaje de regreso a N.O., unas semanas antes. La inmensidad púrpura de los campos de algodón iluminados por la luz fluvial de la tarde, la dura fachada de cemento y cristal del centro comercial que ahora ocupaba el socavón que dejó la explosión de la gallera de Salomon Store, poco antes de que el decidiera dejar la ciudad. El rostro de Julieta y sus inocentes cuerpos desnudos corriendo entre la fronda, y el perfume de violetas que emanaba con una brutal sensualidad del cuerpo de Scarlet. Las mujeres y los hombres que conoció en su larga marcha hacia la conquista del poder. Recordó a Blanche en el salón de cine de Princeton, la velada con Lola antes de su trágica muerte. Pasaron por su mente, con fugacidad, una sucesión de breves encuentros en lugares sórdidos del Bronx, primero con mujeres blancas, luego con hombres, cuando el mismo se disfrazaba de rubia oxigenada, en sus aventuras desesperadas, buscando escapar de su íntima soledad, cada vez mas dolorosa y evidente.

Esbozó una sonrisa al recordar las jugarretas que le había gastado Caín durante su aprendizaje en Salomon Store, y el sabor a fruta fresca de la sandía que había comido con glotonería en las calles de N. Orleáns, mientras las bocas de riego dejaban escapar un vapor denso y concentrado que se confundía con la respiración hedionda de los lodos del pantano, y su piel recobró en ese instante la facultad sensible de percibir la textura del polvo de los caminos de su infancia y la cálida sensación de humedad canicular de aquel verano antiguo. Entonces sintió que aquel muchacho cuya imagen habitaba indiferente en su memoria salía de su letargo, le reconocía y se unía a el con una intensidad física reconocible, que dejó rastro en cada órgano sensible de su cuerpo, a la vez que la dolorosa sensación de dualidad que le había atormentado durante décadas, desaparecía de pronto. Volvía a ser Sam. Dually estaba, definitivamente, muerto.

En el mismo instante en que Sam esbozaba esa serena sonrisa, una detonación que no fue audible en medio de la algarabía del desfile, envió un único proyectil de grueso calibre que le acertó entre los ojos y le hizo doblarse como un muñeco sobre el techo del Cadillac, mientras la masa de desesperados que cerraba el acto, animada por el maestro de ceremonias, entonaba las últimas estrofas del himno nacional."

(Fragmento de “Marc el desmemoriado” 2003/2004.)

Lohengrin. 13-12-07.

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