lunes, 23 de abril de 2007

LAS HORAS DEL DIA

La vida de los hombres es un viaje diagonal entre abscisas y ordenadas que se inicia en el cero temporal y oscila entre los dientes de sierra que marcan los avatares de su existencia, hasta que se dan de bruces contra los límites de esa geometría que no pueden sobrepasar.

El primer tramo de esa recta se caracteriza por la ausencia de conciencia temporal, elemento consustancial a esa etapa de la vida conocida como infancia. La ausencia de esa conciencia del tiempo es visible en los niños, sobre todo, por su incapacidad para la espera en la satisfacción de un deseo. Cuando manifiestan un deseo, siempre es para su satisfacción inmediata. Si no sucede así, se irritan y protestan ruidosamente, y ese comportamiento se debe, claro está, a su falta de conciencia temporal.

Con la misma velocidad con que las personas ascienden por esa recta en el plano, los inevitables conflictos de la vida real introducen el factor tiempo en sus vidas, porque el reconocimiento del tiempo es inherente a la aparición de conflictos y el abandono de la intemporalidad es el peaje necesario para iniciarse en alguna forma de madurez.

Abandonada la intemporalidad, la percepción humana del tiempo es fragmentaria, vinculada a sus oportunidades vitales. Los deseos, apetitos, ambiciones e instintos, se inscriben en marcos temporales concretos que permitan su realización. Todavía el tiempo opera como un ámbito de oportunidades. Las oportunidades de ganar una oposición, de conseguir una pareja, de conocer un paisaje, de hablar otro idioma, de tener una casa. Deseos y necesidades, mas o menos realizables, cada uno con su horizonte temporal concreto. Secciones cortas y determinadas de esa recta temporal, de la que aun no se perciben los límites.

Con esa temporalidad fragmentada, los deseos, y su realización, o no, los hombres entran en el segmento de la recta caracterizado por los dientes de sierra. La capacidad humana para formular deseos es prácticamente infinita, pero la probabilidad de verlos todos realizados es igual a cero, lo que consolida esa imagen geométrica oscilante en el plano, como un fiel reflejo de la etapa central del viaje diagonal que constituyen los avatares humanos.

Las tensiones entre deseos y realizaciones humanas y su consiguiente deslizamiento por la recta de la vida, terminan por disminuir o agotar las energías de los hombres para la superación de los conflictos y la formulación de nuevas metas temporales concretas, con lo que tienden a salir del segmento oscilante de la recta, a instalarse en la estabilidad, en dirección a un ámbito temporal marcado por la omnipresencia y el límite, en el que ya es reconocible el transcurso de las horas del día, como fragmentos indisolubles del tiempo como un todo, con un límite marcado por nuestra incapacidad de perdurar en el, una magnitud que nos supera, imposible de fragmentar, salvo por medio del artificio del engaño que prescinde de su condición de fenómeno continuo.

Es en ese contexto que la percepción del transcurso de las horas del día se evade de la condición artificialmente fragmentaria del tiempo de la vida. Tiempo, existencia y un cierto sentido contemplativo, se amalgaman en ese continuo temporal existencial, se salen de las limitaciones del plano, se alejan del artificio de abscisas y ordenadas que las encorsetaba, ofreciendo una sensación de plenitud que alcanza las múltiples dimensiones de lo humano. Estoy hablando, naturalmente, de la jubilación.

Lohengrin. 04/07

domingo, 15 de abril de 2007

ANTÁRTIDA

Veinte grados sobre cero en la Antártida. En los bistrots mas chic de París se sirven en botella de vidrio verde, porciones licuadas del hielo del glaciar patagónico Perito Moreno. El clima monzónico sobrevenido en la meseta castellana ha convertido al budismo, facción tibetana, a los hinchas del Real Madrid que ahora llenan su estadio los domingos por la tarde con bonitas túnicas de color naranja dando a los eventos deportivos un aire cítrico y colorista muy apreciado por los cronistas deportivos de siempre, quienes, a pesar de los cambios habidos en el entorno planetario, siguen manifestando su proverbial estulticia a través de los micrófonos, como si nada hubiera sucedido.

En D´alt Vila, el refugio de la mística ibicenca, el culto a la maría ha sido sustituido por el esnifado clandestino de pequeños restos de hielo ártico, que, después de su uso comunitario, se guardan en urnas debidamente acondicionadas. Los domingos, hordas de turistas acuden a los lugares de culto donde se conservan esas reliquias, para postrarse ante esos mínimos fragmentos cristalinos, que despiden un brillo azulado al que las leyendas urbanas atribuyen poderes afrodisíacos.

El nuevo capitalismo climático, sucesor del viejo invento de la globalización, hace subir las cotizaciones de bolsa con velocidad de vértigo, gracias a la astucia de los viejos zorros inversores que aprovecharon, en el inicio de la nueva era, los fondos destinados por los gobiernos para combatir el cambio de clima, para entrar a saco en los sectores de energías alternativas, producción de agua a partir de las materias primas atmosféricas, consultorías fantasmagóricas, tecnologías y diseños novísimos y otras zarandajas parecidas, con el claro objetivo de reconducir hacia sus bolsillos los recursos liberados por la inevitable contención del consumo, destinados a pagar nuevos impuestos a los gobiernos reconvertidos en policía climática planetaria.

En Heliópolis se siguen celebrando las ediciones sucesivas de la América´s Cup, aunque ahora el puerto deportivo está ubicado en lo que fue el barrio del Carmen, y siguen gobernando, como hace cien años, los conservadores, que en cada legislatura anuncian la puesta en servicio de tres docenas de autobuses nuevos, con motores propulsados por biodiesel y etanol, aunque la prensa opositora sostiene que son siempre los mismos, repintados para cada campaña electoral.

En ese mismo lugar han proliferado los espacios urbanos que un político murciano ya desaparecido dio en llamar ciudades. A los que se edificaron a principios de siglo, llamados ciudad de las artes y las ciencias, ciudad de la justicia y demás, ahora en zona sumergida, se han añadido la ciudad de los carcamales, bloques de edificios por cuyas ventanas asoman los rostros tristes de los ancianos en desuso, que ya alcanzan dos tercios de la población; la ciudad penitenciaria, complejo carcelario que se tuvo que edificar a toda prisa para albergar a los numerosos reclusos que generaron los históricos procesos por delitos urbanístico climáticos que se incoaron antes de que los espabilados de las finanzas descubrieran que las catástrofes climáticas eran una nueva oportunidad de negocio, lo que dio lugar a una amnistía masiva. Ahora esos espacios carcelarios, reconvertidos en discotecas, reciben el nombre de ciudad del ocio, y junto con los recintos para conciertos establecidos en la antigua selva amazónica, ahora convertida en un erial, son los centros de diversión mas visitados del planeta.

Veinte grados sobre cero en la Antártida. Las nuevas rutas de navegación abiertas por el deshielo de la región antártica, han promovido un proceso inversor sin precedentes de la industria turística, que ha desviado los flujos de clientes que antes elegían el Caribe, cuyas islas hace decenios que quedaron sumergidas, hacia ese nuevo destino paradisíaco. El colmo del lujo asiático de esas instalaciones hoteleras es el Hotel Mc Kinley, solo para privilegiados, cuyo balneario ofrece los servicios de baño en hielo fósil. Esa experiencia única atrae a los personajes mas enriquecidos del planeta, que pagan verdaderas fortunas por colarse en las listas de espera.

La población mundial ha experimentado un crecimiento exponencial, mas que proporcional al aumento de la temperatura media del planeta, al que los biólogos atribuyen un incremento exacerbado de la promiscuidad sexual. La distribución espacial de ese crecimiento desaforado es desigual. Hay regiones envejecidas. Europa es una de ellas y Heliópolis el lugar con mas ancianos por cada mil habitantes, mientras que en las nuevas tierras de oportunidad liberadas por el cambio del clima, la edad media de la población residente no supera los treinta y seis años.

El hombre mas rico del planeta es el presidente de Air Bottle Corporation, que dispone de cien plantas para envasar aire respirable embotellado y ha desplazado a Coca Cola del negocio de refrescos, ahora reconvertido, por la escasez de agua, en productos a base de oxígeno enriquecido con diversos aromas, que los nuevos consumidores esnifan con placentera naturalidad, a la mayor gloria de las arcas del magnate.

Puede parecer que esta crónica ucrónica es disparatada, dictada por una imaginación calenturienta alejada de la realidad, pero me siento en la obligación de recordarles a ustedes que ya antes han sucedido cosas parecidas. Los volcanes sepultaron en la antigüedad ciudades enteras. Se dice que Pangea era un continente único, antes de ser fragmentado, retorcido, moldeado, partido y vuelto a moldear por las fuerzas geológicas. Que donde hubo desiertos, antes hubo mares, y los océanos actuales fueron tierra firme alguna vez, de modo que no se trata, en realidad, de ucronía, sino del punto de vista. Cuando uno expande su punto de vista lejos del limitado ciclo vital humano, cuando adopta un punto de vista geológico, entonces, solo entonces, es capaz de trascender el mezquino horizonte del corto plazo. La novedad aparente es que la especie humana tiene mas peso desde hace dos siglos en la generación de los cambios en la naturaleza. Pero ese proceso no es nuevo, en realidad.

Comenzó cuando Prometeo regaló generosamente el fuego a los humanos, sin reparar en lo que serían capaces de hacer con el. Desde entonces, la influencia de la actividad humana en la naturaleza no ha dejado de estar presente en el planeta. Lo que ha cambiado en los últimos tiempos es el énfasis, la aceleración de esa influencia, pero en absoluto es un proceso sobrevenido de pronto, sino que esa capacidad destructiva y creativa parece formar parte, desde el principio, de la naturaleza humana.

En fin. Tengo que dejarles. Es sábado y voy a una fiesta. Un buen amigo ha conseguido una caja de botellas de aire aromatizado. Me he pedido dos botellas con aroma de ciruela claudia. Una para mi, otra para mi pareja. Me pierdo por las ciruelas claudias. Otra leyenda urbana dice que son geronto afrodisíacas.

Lohengrin. 04//07.

sábado, 14 de abril de 2007

ÉTICOS Y PRAGMÁTICOS

Son las cinco de la madrugada. Un momento tan bueno como otro para divagar un poco sobre ética y pragmatismo, dos conceptos a veces antagónicos, otras complementarios. Estoy lejos de casa y no tengo a mano mi viejo Espasa, así que comenzaré con una aproximación intuitiva a esas definiciones.

La ética se podría definir como un conjunto de ideas, valores y normas teóricas que pone el énfasis en guiar las acciones de la conducta humana, de modo que se traduzcan en un comportamiento honesto y recto, con uno mismo y con los otros.

El pragmatismo indica la centralidad de la acción en estado puro. Se trata de obrar en función de las necesidades reveladas por la realidad en cada momento, sin atenerse a códigos rígidos que dificulten la acción.

Ambas categorías pueden verse como antagónicas o complementarias. Prefiero pensarlas como complementarias, a partir de sus propios límites.

El límite de la ética estaría en el punto en que su interpretación rígida, inflexible, impide o incapacita para la acción. Si la ética tiene como objetivo establecer un paradigma de honestidad y rectitud en la acción humana, debe ser capaz de obtener, a través de la acción --el pragmatismo-- en ella inspirada, la posibilidad de intervenir en situaciones y realidades sociales carentes de honestidad y rectitud, para cambiarlas.

El límite del pragmatismo lo impondrían aquellas condiciones de las situaciones y realidades sociales que puedan hacer pensar al pragmático que el predominio de la necesidad de actuar está por encima de la necesidad de hacerlo sin abandonar los presupuestos éticos básicos que inspiraron esa acción.

El arte de moverse entre ambos límites, sin rebasarlos, evoca el del funámbulo que se mueve en la altura, intentando apurar los límites de lo posible, sin perder en ningún momento la conciencia de la ley de la gravedad, cuya inobservancia daría con él en el duro suelo.

Existen éticos puros, como hay pragmáticos puros. Los primeros parecen condenados al aislamiento, la distancia y la inoperancia, incapaces de influir con sus actos en las realidades sociales que contemplan únicamente desde el plano teórico. Los segundos suelen influir, y mucho, cuando alguna forma de poder está a su alcance, en las situaciones y conflictos de la realidad social. Si lo hacen desde un olvido predominante de la ética, --ese es mi paradigma de pragmático puro-- suelen imponer cambios en la sociedad en la que actúan, generalmente para peor, pues el resultado de su acción libre de códigos suele ser una situación mas pobre en valores de honestidad y rectitud.

Afortunadamente, la vida no se suele producir en compartimentos estancos. Cuando el ético puro y el pragmático puro coinciden en un mismo espacio de búsqueda de alternativas, uno para pensarlas, otro para la acción, en ausencia del aislamiento mental que los caracteriza por separado, esa interacción los contamina, a cada uno, con el pensamiento del otro.

En ese espacio de la realidad pueden aparecer tipos mixtos, despojados de la pureza, paralizante o destructiva, según el caso. La riqueza de la interacción social puede producir sujetos ético-pragmáticos y pragmático-éticos, según el predominio de cada impulso intelectual en su personalidad. La combinación en la acción de ambas categorías puede conducir a un equilibrio ideal que no existe como tal en los individuos aislados, pero que es capaz de conformar la personalidad del grupo social que los integra.

Cuando ese equilibrio es inexistente, cuando los grupos con capacidad de actuar socialmente no están compuestos por un número suficiente de individuos portadores de esas tendencias integradoras de valores y acciones, el clima social, indefectiblemente, se deteriora en términos éticos y la deriva social puede quedar en manos de un nuevo tipo de personas que surge, naturalmente, de ese proceso de degradación ética, el pragmático cínico.

La sociedad del logro que predomina actualmente es a la vez, en mi opinión, causa y efecto de esa degradación. Tal parece que hemos pasado de la excesiva rigidez y solemnidad de la ética del siglo diecinueve a un abandono casi total de los principios éticos, saltándonos la alternativa de una ética evolutiva capaz de sugerir caminos adecuados a los cambios experimentados en casi todos los ordenes de la vida. En especial en los factores sociales, los biológicos son menos visibles.

La lógica del beneficio y la acumulación, impuesta como paradigma único por la fuerza de los hechos desde la corriente dominante pragmático-cínica, impregna de tal modo la vida de los hombres, que es altamente probable que nos lleve al absoluto desastre, a menos que algún desastre parcial y “menor” nos haga reflexionar, resistir esa corriente destructiva y reconducir nuestras acciones en la dirección de una combinación equilibrada de ética-pragmática y pragmatismo-ético.

Puede ser que las cinco de la madrugada y la luz de una vela ardiendo, trémula, en el cuarto de una casa aislada en la sierra en el que escribo, no sea el mejor entorno para pronunciarse sobre cuestiones éticas, o puede que sí lo sea. En cualquier caso, la próxima vez escribiré sobre el cine americano, para no caer en estos berenjenales.

Lohengrin. 04//07

sábado, 7 de abril de 2007

MÁRAI

Cuando leí a Ferlosio me confortó su idea de que carácter y destino son dos órdenes distintos de la vida, y aunque en el orden del destino la felicidad no tiene sitio, en el orden del carácter es posible encontrar espacios de libertad. Márai, en un libro torrencial de apenas doscientas páginas, --El último encuentro-- sostiene que carácter y destino son la misma cosa, envuelta en la red de la fatalidad, porque las leyes del carácter son inalterables y nos acompañan de por vida, sin que nuestra inteligencia ni nuestra voluntad puedan desprenderse de su influjo.

También sostiene que la verdad nunca proviene de los otros, sino de un ejercicio de introspección que dura toda la vida, en el que, si desprendemos capa tras capa las adherencias que la ocultan, en un doloroso ejercicio de lucidez que puede durar décadas, al final encontramos la verdad desnuda, que no es otra que el resultado de los avatares marcados por nuestro propio carácter, con lo que carácter, destino y verdad no forman una tríada, sino una unidad sobre la que carecemos de control por nuestra propia inanidad.

El pesimismo militante de Márai le llevó al suicidio, en el exilio, lo que parece coherente con sus conclusiones teóricas sobre la naturaleza de las cosas. Hay que ser un pedazo de escritor para mantener la tensión narrativa como el lo hace, al contar la historia, tan aparentemente trillada, de una tríada amorosa. La originalidad del relato consiste en que se cuenta cuarenta años después de haber sucedido, y que el fondo de decadencia del imperio austro húngaro le da a la narración una belleza plástica, como si se tratara de un tapiz tejido artesanalmente, con las tres figuras en primer plano, sobre un fondo de paisaje histórico.

Los escritores depresivos, o los depresivos escritores, deberían poner un aviso en las solapas de sus libros, como el de las cajetillas de tabaco. Leerlos puede acortar la vida. Hay que hacer un ejercicio de distanciamiento para no dejarse contaminar por la desolación que transmiten. Desde esa distancia, puedes entender la lucidez de sus planteamientos, habitar su mundo de desesperación fatalista, temporalmente, para regresar después a un mundo mas humano. En el orden del destino, la felicidad no tiene sitio, en el del carácter, es posible encontrar espacios de libertad.

El trópico de Conrad está muy presente en la novela, como la desesperación de Kafka, de Celine. Con Márai, forman un cuarteto muy bien armado que descubre al lector, sin posibilidad de escape, las miserias de la condición humana, que empujan a sus personajes a la desesperación, pero Márai, de forma explícita, atribuye ese fatalismo a las leyes ineluctables del carácter. Somos nosotros los que labramos nuestra propia destrucción. Esa conclusión parece perfectamente coherente con el carácter del depresivo, que siente que no se puede librar de sus condicionamientos biológicos. Es posible que las personas de esa condición no encuentren espacios de libertad ni en su destino, ni en su carácter, pero no creo que esa limitación pueda afectar a todos.

En todo caso, esa limitación, ha producido, a costa del dolor propio, grandes obras literarias, y creo que esta novela de Márai, si bien no grande en extensión, es un libro de lectura imprescindible, por su profunda reflexión sobre la condición humana, por su pulso narrativo, por su impulso ético, en un mundo donde la banalidad es lo que circula con mayor fluidez, en la producción literaria y fuera de ella.

Lo saqué de la biblioteca pública para soportar mejor la lluvia de estos días de semana santa. La última edición es de 2006 y lo ha publicado Salamandra.

Llueve. Desde mi gabinete veo descolgarse los goterones de lluvia desde las copas de los abetos, en el patio del viejo cuartel abandonado. Recomiendo su lectura, pero voy a enviar un E-mail a la editorial, para que pongan un recuadro en la solapa “Leerlo puede acortar la vida”.

Lohengrin. 04/07

domingo, 1 de abril de 2007

CAZORLA

Jaén me pareció una geometría puntillista de olivos bajo un cielo azul cobalto, grávido de las lluvias de marzo. En los cinco días que anduvimos por sus comarcas, todas las aguas, de todos los mares, de todos los tiempos, nos cayeron encima en forma de lluvia dificultando algunas de nuestras actividades al aire libre, pero eso no nos impidió la contemplación de la grandeza agreste de sus sierras, sólidas y proyectadas en altura como catedrales góticas.

En las cumbres mas altas se apreciaban algunas máculas de nieve reciente y cuando visitamos la cueva del agua, cerca de Quesadas, un corto túnel excavado en la montaña nos condujo a un lugar oculto tras un muro vertical, aparentemente macizo, en cuyo interior se escondía un laberinto de pequeñas cascadas, sonoras, caprichosas. como si estuviéramos en un jardín palaciego de la dinastía de los Omeya.

En las comarcas serranas, la naturaleza exhala un rotundo aire de autenticidad, como las sopas de ajo y los guisos autóctonos con los que reponíamos fuerzas en el hotel que nos acogió. La monumentalidad de la zona, sin embargo, ofrecía algunos rasgos singulares. Junto a un castillo templario, vimos un anfiteatro romano, construido enteramente hace solo treinta años. Los muros y las bóvedas de una iglesia de Úbeda están enteramente cubiertos de falsos Grecos, pintados en 1.960; las ruinas de Santa María, del siglo XVI según nos dijeron, estaban fechadas en el muro en el XVII. Los castillos ofrecían la impresión de haber sido sometidos a una reconstrucción masiva, bastante alejada de los criterios rigurosos de restauración actuales, que tienden a diferenciar las partes restauradas de las originales. En general, la impresión que ofrecía el patrimonio monumental que pudimos visitar era la de un decorado cinematográfico destinado a ofrecer una falsa impresión a los visitantes poco informados.

Cuando vi, hace años, la película de Berlanga “Bienvenido Mister Marshall”, no capté en toda su intensidad el tono satírico de esa metáfora de España convertida en falso escaparate para los turistas, pero ahora puedo calcular el enorme esfuerzo financiero, realizado sobre todo con los recursos procedentes de nuestros vecinos europeos, que se ha dedicado a la escenografía monumental que he podido visitar estos días, solo comparable a la falta de rigor con que se han efectuado las intervenciones en los edificios históricos.

El día que visitamos Arroyofrío, en pleno parque natural de Cazorla, hasta los ciervos parecían contagiados de ese sentido del espectáculo que falsea el patrimonio monumental de la zona, pues se acercaban para ser vistos a pocos metros de la carretera. Uno los imaginaba ocultos, en la espesura del bosque, pero sin duda les han instalado comederos cerca de la vista del visitante, los han convertido en protagonistas del show, por exigencias del turismo, en lugar de comportarse como seres esquivos e invisibles, que es lo que corresponde a su naturaleza.

La vida animal, como el patrimonio monumental, son aquí tratados como elementos manipulables al servicio de un omnipresente director de escena que ha convertido la región entera en un decorado operístico, financiado con dinero ajeno, a la mayor gloria de las hordas turísticas, entre las que me cuento, que lo visitamos.

Nada de eso disminuye, sin embargo, el enorme patrimonio natural que constituyen los paisajes serranos, la belleza sólida y agreste de sus cumbres, la variedad de su vida vegetal. Esa riqueza paisajística, sobre todo en lugares que rebasan los mil metros de altitud, se conserva en su estado natural, sin edificaciones impropias que la alteren.

No hay que perderse Iznatorat, antiguo pueblo árabe, lleno de cuestas y calles estrechas, con un aire de medina que conserva toda su autenticidad, incluido el pozo donde se depositaba la nieve para almacenar los alimentos en buen estado de conservación. También La Iruela, el lugar donde nos alojamos, tiene su encanto. A pesar de su proximidad con Cazorla, no percibí desmanes urbanísticos.

El Guadalquivir nos acompañó de forma permanente en nuestras escapadas serranas. Aquí su caudal es escaso, ya que nace en esta sierra, pero las lluvias de estos días lo han aumentado, lo han hecho vivo y alegre, y su sonoridad acompaña al caminante como un instrumento clásico, como las cuerdas de una guitarra que trataran de evocarlo.

Llueve sobre las tierras de Jaén. Sobre esa geometría puntillista de olivos, bajo un cielo que se ha abierto sobre nosotros, generoso, después de tres meses de sequía. Si no conocen Cazorla, vayan a visitarla. Mejor en otoño. Es la época de la berrea.

Lohengrin. 04/07

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