miércoles, 30 de mayo de 2007

DE MANOS AMIGAS

CONEJO A LA CAZADORA, DE MARÍA JOSÉ.

1 kg. de conejo (troceado); 1/2 kg. de setas; 5 puerros, 1/4 de tomate; 75 grs. de manteca de cerdo, 1 copa de Jerez seco, 3 cucharones de caldo; Tomillo, orégano, hierbabuena, perejil picado. 1 pastilla de concentrado de caldo.

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Calentar la manteca con un poco de aceite. Dorar el conejo. Retirar; Añadir los puerros en juliana, cuando estén a medio dorar, agregar el tomate muy picado, incorporar la carne, salpimentar.

Añadir el vino, el caldo, las setas limpias y troceadas, las hierbas aromáticas en un atado.

Dejar cocer a fuego lento 45 minutos.

Espolvorear con el perejil picado.

PATÉ DE BERENJENA, DE LOLA

1 Berenjena; 6 /12 aceitunas negras, Aceite de oliva para la emulsión, Sal y pimienta.

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Asar la berenjena. Separar la pulpa. Desechar la piel. Deshuesar y trocear las aceitunas negras.

En un mortero, o en batidora, mezclar y reducir a una fina pasta, añadiendo el aceite, la sal y la pimienta.

Servir sobre tostas de pan calientes.

TARTA DE CHOCOLATE, DE CONCHA

3 cucharadas de chocolate en polvo; 250 grs. de azúcar, 300 grs. de harina, 3 huevos, 3 cucharadas de leche, 250 grs. de mantequilla; 1 cucharadita de ralladura de limón, 1 cucharadita de azúcar; vainilla; 3 cucharaditas de levadura Royal, 1 molde de bizcocho.

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Mezclar todo, menos el chocolate. Poner tres cuartas partes de la mezcla en el molde. Mezclar el resto de la pasta con el chocolate. Poner encima de la mezcla anterior. Hornear 45 minutos. Probar el punto pinchando la masa, antes de acabar.

RIÑONES SALTEADOS, DE ESTHER

250 grs. de riñones de cerdo; el zumo de un limón; 1 cebolla pequeña; Sal, pimienta, perejil picado. Aceite de oliva.

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Una vez troceados y limpios los riñones, se dejan a orear con el zumo del limón, el tiempo necesario hasta que ofrezcan un olor franco.

Se pica la cebolla, se pocha en el aceite. Cuando esté a medio dorar, se rehogan los riñones. Salpìmentar. Servir con el perejil picado encima.

ARROZ CON SETAS, DE EUTIQUIO

Receta que cito de memoria, añadiendo cosas de mi propia cosecha, del memorable arroz que preparó Eutiquio, en una de las entrañables comidas compartidas con nuestros amigos libertarios.

6 tazas de arroz; 15 tazas de caldo; 1 kg. de conejo, troceado; 1/2 kg. de setas; 1/4 de champiñones frescos (de un blanco alpino); 150 grs. de judías verdes, de la variedad Perona o similar; 150 grs. de judías blancas valencianas (“Garrofó”); 2 dientes de ajo; 1 cucharada de tomate triturado; Pimentón de la Vera (solo la punta de una cucharadita); Azafrán de hebra; Sal, pimienta, tomillo y orégano; Aceite de oliva.

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Picar el ajo, sofreírlo en el aceite a fuego bajo. Dorar el conejo. Retirar.

Sofreír las judías. A medio dorar, añadir el champiñón, bien lavado, con los pies cortados;. añadir un atado con las hierbas. Dar unas vueltas, rehogar con el pimentón, sin que se queme. Añadir el tomate. Remover.

Cuando esté frito el tomate (15/20 minutos), añadir el conejo y el caldo.

Cocer a fuego lento unos cuarenta minutos, añadiendo caldo si es necesario. Salpimentar. Tostar ligeramente las hebras de azafrán y añadir al caldo. Cuando haya reducido el caldo, comprobar de nuevo el punto de sal. Si está pasado de sal, añadir caldo para desalar.

Subir el fuego, añadir las setas limpias y troceadas, y las seis tazas de arroz.

Cocer durante veinte minutos.

El punto deber quedar meloso. Ni demasiado caldoso, ni seco.

TIRAMISÚ, DE DAVID TORRES

2 Tarrinas de queso Mascarpone; 1 brick de nata; 2 Huevos; 4 cucharadas de azúcar; 1 Tazón de café con leche fuerte con una cucharadita de azúcar; 1 paquete de bizcochos de 400 grs.; Chocolate en polvo; 1 Molde de bizcocho.

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Mezclar el queso, la nata, los huevos y el azúcar.

Mojar los bizcochos con el café con leche.

Disponer, en el molde, sucesivamente, una capa de bizcocho, encima una capa de la crema obtenida con la mezcla, otra de bizcocho, etc.

Espolvorear con el chocolate en polvo.

Enfriar en la nevera.

LOHENGRIN. 30/05/07.

lunes, 28 de mayo de 2007

CHICAGO AÑOS 30

Tendemos a percibir los actos de corrupción como algo aislado, bilateral, influidos por los titulares de los periódicos que suelen publicar los nombres del corruptor y el corrompido, cuando hay una sentencia judicial de por medio. Es fácil imaginar el acto de corrupción como algo puntual. Un promotor, o un contratista, pongamos por caso, entrega un maletín lleno de billetes a un político local, en pago de un favor. Pero eso no es todo. Si abrimos el foco y miramos un poco mas allá, la realidad es mas amplia.
El soborno le habrá permitido poner en marcha al corruptor todo un entramado de consecuencias económicas para la población del ámbito en el que actúe, comenzando por los trabajadores de la construcción, los taxistas, los empleados de hoteles, los camareros, los propietarios de suelos colindantes, y un largo etcétera, que no se habrían producido en ausencia del negocio de la corruptela.
Hay otras formas mas sutiles de engrasar la maquinaria administrativa para que los negocios especulativos prosperen. En la sociedad capitalista, la especulación es un elemento aceptado y no necesariamente negativo, aunque el clima que la propicia es el mismo que estimula las conductas corruptas. Por ejemplo, los efectos perversos de la aplicación de una ley que, en principio, no fue puesta en vigor con esa  intención. A la especulación le reprochan los técnicos que es una apuesta por el corto plazo, en detrimento de otras políticas a largo plazo, como cambios estructurales en los aparatos productivos, o un uso del territorio pensando en las generaciones futuras, pero no se identifica especulación con corrupción. Son fenómenos distintos, aunque propiciados por un mismo marco legislativo, socioeconómico y político.
En este momento, la corrupción y la especulación son los motores de la economía en Heliópolis, y al president electo se le llena la boca hablando del boom de prosperidad y del brillante futuro que nos espera en esta comunidad privilegiada de ciudadanos. En lo del boom tiene razón; lo del brillante futuro es mas discutible, porque las políticas y los negocios a corto plazo no favorecen, precisamente, un futuro brillante, sino todo lo contrario.
En  Heliópolis hay un señor con gafas, bigote y  unas hechuras de orangután tímido, que es el amo de la ciudad. En materia urbanística hace y deshace como le viene en gana, con la connivencia dócil de los mas altos representantes municipales y autonómicos. Este caballero se dedica, en ocasiones, al divertido enredo de vender casas en primera línea, añadiendo luego delante otra línea de casas, ante el estupor de los primeros compradores. Puede suponerse que, en la intimidad, se regocijará del gran número de primos a los que ha tomado el pelo, y eso le  confortará cuando vea su repugnante aspecto en el espejo. Mi profesora de comunicación dice que las influencias de los grupos inmobiliarios en la política son algo normal en democracia, que no tiene nada que ver con la corrupción. También me advierte de que hay dos clases de comunicadores, los objetivos, que cuentan hechos, y los subjetivos. Y que lo mío es claramente comunicación subjetiva. Vale. Tomo nota.
Las reglas democráticas exigen de la corrección política que cuando alguien se impone por la fuerza de los votos en unas elecciones libres, los que pierden acepten su derrota y feliciten al ganador. Felicidades. Pero los comunicadores subjetivos, como yo, no renunciamos a rascar por debajo de las mayorías electorales, porque quienes votan son personas y es fascinante contemplar los comportamientos personales en situaciones excepcionales.
Me llamó un amigo, ayer, sorprendido porque en Andraix, Málaga y Castellón, lugares donde es del dominio público que se han hecho operaciones mas que dudosas, los votantes han premiado a los corruptos, o han castigado a quienes han perseguido la corrupción. La historia de nuestra democracia ha tenido momentos gloriosos y momentos mezquinos. No es difícil entender que la extensión a un sector numeroso de la población de los beneficios económicos de la corrupción y la especulación, ha orientado su voto en el sentido mas mezquino. Mucha gente de corazón puede haber optado por votar pensando en el monedero. Por no hablar de otras mezquindades, la xenofobia, la preferencia por la autoridad, en detrimento de la libertad, la sumisión, etcétera. Ello no significa ignorar a los muchos votantes que votan por convicción, porque las opciones de la derecha son coherentes con su concepción de la vida, quienes están por una derecha  civilizada, a los que en modo alguno calificaría de mezquinos.
Esas actitudes de una parte del electorado ante fenómenos de corrupción y/o especulación no son nuevas. Hay un caso paradigmático. Chicago, en los años 30 del pasado siglo.
En aquel lugar y en aquel tiempo, hubo un presidente que promulgó una ley con la mejor de las intenciones. La Ley Seca, que prohibía la fabricación y el consumo de bebidas alcohólicas, con consecuencias perversas de alcance catastrófico. En Heliópolis, se ha aplicado una Ley del Suelo que también ha tenido unos efectos contrarios a los previstos por los legisladores.
La promulgación de la Ley Seca, hizo aflorar enseguida un floreciente negocio de contrabando de licores que generó tal cantidad de recursos, que pronto el gobernador del Estado, el alcalde, el jefe de policía, y la mayoría de sus subordinados, estuvieron a sueldo de los grupos oligárquicos que controlaban la ciudad. Tal cantidad de dinero, en un entorno de depresión económica, hizo que todas las clases sociales participaran, de una u otra manera, como productores, distribuidores, consumidores o facilitadores, del fabuloso negocio, en un entorno donde la corrupción era una mancha de aceite que sobrevolaba la prosperidad.
Incluso cuando los diversos grupos competidores que controlaban el negocio ilícito del alcohol se liaron a tiros entre ellos, las autoridades de Chicago no resolvieron el problema, porque ellos no eran la solución, sino parte del problema. Tuvo que ser el partido en el gobierno quien enviara a los federales, para cortar de raíz un mal que se extendía a todas las capas sociales. Adivinan lo que pasó una vez fue perseguida y  reducida a una cuota, digamos razonable, la corrupción imperante? Efectivamente. En Chicago, la opción política representada por quienes habían enviado a los federales a poner orden        perdió las elecciones. Esta anécdota, que todos conocen hasta la saciedad porque ha sido narrada en imágenes decenas de veces, ilustra con claridad las motivaciones de una parte del electorado en situaciones, digamos, con eufemismo, especiales.
El de Castellón, con esa pinta que tiene, y lo que sabemos de el, podría haber participado sin desdoro en cualquiera de aquellas cintas épicas del Chicago de los años 30,¿ no?, y sin embargo ahí lo tienen. Una prueba mas de que el ser humano --y el votante lo es-- es un tipo paradójico.
En Heliópolis tenemos mucha gente --la mayoría- que aprueba la gestión del gobierno. No tengo claro, para nada, que tengamos un futuro brillante, --alguna vez llegará la factura de los excesos cometidos-- pero de lo que estoy seguro es de que tenemos una Ley del Suelo que, tal como se ha aplicado, es una puta mierda. La prueba es que nos han enviado a los federales, desde Bruselas, para reparar los numerosos desmanes cometidos que afectan a mas de diez mil ciudadanos, en su mayoría residentes extranjeros, que han sido desposeídos sin contemplaciones para facilitar operaciones especulativas.
Nuestro flamante gobierno, recién confirmado en las urnas, ha recibido a los federales de Bruselas como las oligarquías del contrabando de licores recibieron a Eliott Ness en el Chicago de los años 30. ¿Será necesario que alcaldes y promotores se líen a tiros por conflictos de intereses para que se ponga coto a tantos desmanes? Alguien hará reformas estructurales en plena bonanza para garantizar ese futuro brillante que tanto pregonan?
Quien lo sabe? Si usted tiene alguna idea, no se corte, dígala.
Lohengrin. 05/07

miércoles, 23 de mayo de 2007

CONFUCIO

Extremo Oriente está de moda. No hay día en que la prensa económica no incluya en sus primeras páginas una noticia relacionada con el nuevo poder emergente de China en la economía mundial; en las salas de cine menudean los productos de Bolliwood y las obras de arte de los nuevos realizadores orientales que, en la era digital, se están convirtiendo en los maestros de la imagen, y en cualquier parque urbano es habitual ver a grupos de personas abstraídas que cultivan el Tao, en sus diversas variantes.

Confucio, padre espiritual de los chinos hasta el advenimiento de Mao, cuyas enseñanzas los nuevos déspotas están tratando de recuperar para sus propios fines, debió ser un tipo pacífico que desconfiaba de los intelectuales, pues nunca escribió nada, pero sus discípulos, sin duda menos sabios, se empeñaron en perpetuar su doctrina, de la que leo, de tercera o cuarta mano, que se caracteriza por un acentuado inmovilismo, así como gran resignación y sometimiento --algo así como los votantes en Heliópolis en el último decenio-- al reconocimiento de una especie de fatalismo en el mundo y en los acontecimientos. Su concepción del Estado como una familia de la que el padre es el Emperador, les vino de perlas a quienes encarnaron esa jerarquía durante milenios, solo que estos eran más belicosos y aprovecharon el gregarismo de la doctrina confuciana, que ignora la libertad individual, para someter a sus pueblos, sembrando de cadáveres las llanuras imperiales, como nos cuentan en imágenes las historias épicas de esos pasados remotos. Si hubo alguien que gritara, “Es mejor vivir de pié que morir de rodillas” no ha dejado constancia histórica de esa preferencia.

Lo mas revelador de la vida de Buda, un príncipe convertido en santo, es el conflicto. Primero, porque la educación paterna hizo que lo desconociera, después porque cuando lo conoció, huyó de el como alma que lleva el diablo. Finalmente, porqué basó su doctrina en la superación del conflicto, del sufrimiento. La imagen de buda nos muestra a un anciano obeso, en posición sedente, ajeno al mundo que le rodea, pero al parecer se tiró cuarenta años viajando por el imperio, empeñado en superar el conflicto --En esto yo veo un rechazo paterno, pues no le educaron para superar el conflicto, sino ocultándole su existencia. Con los hijos, ya se sabe, hagas lo que hagas, lo haces mal. El hecho es que, cuando conoció la existencia del sufrimiento, consagró su vida a la formulación de las cuatro tesis de su doctrina: el reconocimiento de la existencia del sufrimiento, su origen, su anulación, y el camino para conseguir la anulación del sufrimiento. Decididamente, a Buda no solo no le gustaba sufrir, sino que no deseaba el sufrimiento de los demás.

Hay unos tipos contemporáneos, que se atribuyen la reencarnación de Buda en su persona. Son los Lamas tibetanos. Alguno he visto por ahí, en un dorado exilio, paseándose en coche de lujo por las calles, con una sonrisa de oreja a oreja. En un documental sobre el Tibet, cuando era un país de castas sacerdotales, vi como a los ricos se les dedicaban unas exequias fabulosas, y los cadáveres de los miserables se cortaban en filetes para alimento de los buitres. Puede que esos tipos sean Buda, pero no son el mismo Buda.

Los filósofos y los poetas suelen ser menos partidarios del unitarismo y la obediencia ciega. Lao-tsé, en consecuencia, no se inspiró en Confucio, sino en Buda, y aunque su filosofía del Tao concibe la existencia del universo como algo absoluto, incorpora el culto a la naturaleza como un elemento esencial de su doctrina. Ahora mismo, si viviera, es probable que Lao-Tsé fuera de la mano de Al Gore predicando los efectos nefastos del cambio climático en la vida de los hombres. En aquel tiempo, en que la militancia ecologista no era una necesidad tan perentoria, Lao se dedicaba al retiro y la contemplación, tal como yo, ahora mismo, desde que he entrado en el nirvana de la jubilación anticipada.

En el mundo cristiano, los fundamentos éticos de la vida de los hombres han ido por caminos radicalmente distintos a los del mundo oriental. Para empezar, el concepto de persona individual, responsable de cumplir unos preceptos morales, pero libre de hacerlo o no, es completamente ajeno al gregarismo oriental. Como contraparte a esa libertad individual, la angustia de los hombres ante la soledad o su fragilidad para alcanzar las exigencias éticas y morales inseparables de su condición de persona, les han acarreado un grado considerable de sufrimiento.

Desde mi modestísimo `punto de vista, cuando uno se plantea estas cuestiones, la mejor solución es el sincretismo. Me consta que hay muchos que piensan así. Los veo en los parques, practicando el Tai-chi; en las tiendas de alimentos naturales. adquiriendo los elementos necesarios para su dieta macro biótica, en los conciertos de música étnica, que es una música eminentemente ecléctica., en los gimnasios practicando yoga --Otro día escribiré sobre el Yin y el Yang. Hasta he visto algún gurú que ha abierto su gabinete en una calle de Heliópolis, como si estuviéramos en N.Y. Ninguna de estas opciones precisa de una casta sacerdotal. Para que acudir a los intermediarios, si puedes ir a las fuentes.

Luego hay otros, todavía inmersos --en pleno siglo XXI- en el mundo de las castas sacerdotales, tan vinculadas a los aparatos del Estado, que desayunan con el arzobispo, comen con el presidente de la conferencia episcopal, y hacen del meapilato --que rayos querrá decir meapilato, como diría Millás-- un modo de vida político. A esos, no los voy a votar. Los tiempos de Confucio ya han pasado.

Lohengrin. 05/07

martes, 22 de mayo de 2007

LA ESPERA

El hombre declinante, vestido con ropas impropias de su edad, paseaba por la acera como si esperara algo o a alguien. Entraba en los cafés próximos, de vez en cuando, y tomaba alguna cosa que no le apetecía, para entretener la espera. Su andar, todavía enérgico, era desmentido por su rostro ajado, las bolsas bajo sus ojos y los colgajos que comenzaban a aparecer en su cuello. A pesar de su figura juvenil, las marcas de la edad en su piel, tan evidentes como los anillos en el tronco de un viejo árbol, hacían sonreír con un rictus de conmiseración a las mujeres que , después de divisarlo a lo lejos, se le cruzaban en la acera y se sorprendían con el patetismo de su aspecto de anciano juvenil, alguien que parecía fuera de su tiempo, que usaba los colores como a los veinte años, un anacronismo andante, seguramente fuera de circulación desde hace años, pero que se empeñaba en mostrar un aspecto inapropiado de gallo de pelea.

¿Que esperaba, el hombre declinante, en sus continuos paseos? Acaso, ni el mismo lo sabía. Esperaba, por esperar. Paseaba una esperanza desesperada, sin ninguna finalidad, porque la espera lo mantenía vivo. Esperar, según mi viejo Espasa, es tener esperanza de conseguir lo que se desea; Creer que ha de suceder alguna cosa; Permanecer en un sitio donde se cree que ha de ir alguna persona; Detenerse en el obrar hasta que suceda algo. La espera del hombre declinante era una espera existencial, una actitud. No tenía esperanza alguna de conseguir algo, no creía que fuera a suceder alguna cosa, Tal vez pensaba ver a alguna persona, pero si era así, la realidad lo desmentía día a día, puesto que por mas que esperaba, a nadie veía. La última acepción de la espera es la que mejor define su conducta. Simplemente, se detuvo en el obrar hasta que sucediera algo, aunque no tenía ni la mas remota idea de lo que hubiera de suceder.

Un día, sin embargo, sucedió. La calle por la que acostumbraba pasear era una ancha avenida, abierta a los vientos de poniente y levante, no demasiado lejana del mar, un lugar enormemente ventoso, aun cuando el resto de la ciudad permaneciera en calma. Esa tarde soplaba de poniente y un vendaval transoceánico, después de cruzar el atlántico, entró por la costa de Portugal y cuando recorrió la meseta, se dejó caer sobre las tierras bajas, arrasando toda la vida vegetal que encontró a su paso. Con su fuerza ya muy menguada, empujó hasta la acera por donde paseaba el hombre declinante a una mujer con un vestido amarillo pálido de amplio vuelo, revuelto por las rachas de poniente. La tez morena, bronceada, de la mujer, favorecía el fulgor de su vestido y , aunque no era una belleza, sus brazos parecían torneados tan delicadamente que por fuerza --pensó el hombre que había hecho de la espera un modo de vida-- parecían el producto del trabajo artístico de un escultor renacentista que hubiera redescubierto el canon griego de la belleza.

La reconoció de inmediato. Era la misma mujer que conoció, a los diecisiete años, cuando era un adolescente indeciso, que asistía a las clases particulares que impartía su padre, en casa de la chica. Era ella, sin duda. Reconoció su rostro correcto, su frente ligeramente abombada, su expresión que reflejaba una inteligencia, un aplomo, un sentido común, que el estaba muy lejos de reconocer en si mismo, inmerso como estaba todavía en la inmadurez, la inseguridad y una timidez enfermiza propias del retardo en la madurez emocional con que la naturaleza aflige a muchos varones de esa edad, en comparación con las mujeres ya plenamente desarrolladas cuando alcanzan ese umbral de la vida adulta.

Ahora, al verla de nuevo, después de toda una vida de experiencias, comprendió que mientras duró esa relación, que no llegó a nada, ella le reprochara sutilmente, con gestos y medias palabras, su falta de madurez, su carácter imberbe, su timidez y su falta de decisión para construir alguna forma de relación duradera.

Le pareció evidente que entre ellos se produjo alguna atracción, una empatía, ese algo indefinible que nos hace preferir a una/uno entre otras/otros, y ahora tenía la sensación de que sus espíritus habrían evolucionado hacia una aventura común plena, satisfactoria, de no haber sido porque coincidieron en un punto del tiempo en que las diferencias en su maduración emocional eran demasiado contundentes.

La miró. Ella se detuvo a su lado, sin reconocerle. El hombre declinante tuvo por fin la sensación de que su espera desasosegada, sin objeto, cobraba, por fin, un sentido. Pensó que había esperado por que tenía esperanza de conseguir lo que deseaba. Que lo que mas había deseado en su vida era aquella mujer que vestía de amarillo pálido en medio del vendaval. Sintió haber creído siempre que esa presencia había de suceder. Que estaba en ese lugar, esperando, desde siempre, porque ella vendría. Que no estaba allí, un día tras otro, en vano, porque algo, tarde o temprano, sucedería..

Se dispuso a hablar a la mujer de amarillo, pero en ese momento, un hombre extraordinariamente parecido a el mismo, la tomó del brazo y se la llevó, en medio de una racha de viento. El poniente zarandeaba el vuelo de su vestido y la mujer, acompañada, desapareció de nuevo. Le quedó la sensación de haber visto un fantasma. Un fantasma de mujer vestida de amarillo pálido.

Lohengrin. 05/07

TRISTE HERENCIA

Lo peor que le puede pasar a uno es que, después de haber deseado algo durante mucho tiempo, lo consiga. Porque el deseo es, entre otras cosas, ensoñación, idealización del objeto soñado, y esa energía para la acción que es el deseo, decae cuando se enfrenta a la realidad, porque el deseo es también ficción y alejamiento de la realidad y cuando te das de bruces con ella, todas las quimeras que habías construido revelan la fragilidad de su textura interna.

Las encuestas amigas revelan que, gracias a la operación política del Compromís, los socialistas vislumbran , después de doce años, una probabilidad razonable de gobernar en minoría, con los apoyos negociados, en Heliópolis.

Esa euforia les ha lanzado a formular múltiples promesas de contenido económico que no serán fáciles de cumplir con unas cajas vacías y unas deudas de tamaño germánico, que es la realidad con que se van a encontrar, una vez cumplido el deseo.

Durante el Aznarato, se cometió la barbaridad económica de privar a los ayuntamientos de su fuente natural de recursos, el Impuesto de Actividades Económicas, en una aplicación irreflexiva de la ideología ultraconservadora, que concibe los municipios como unos Entes que, a través del marketing público, deben obtener sus recursos por medio del mercado, recurriendo a eventos, saraos y cualquier otra fórmula que les permita vender su oferta con éxito, en una situación de competencia. Los que pensamos que las ciudades deben ser lugares habitables, amables, sin demasiado ruido y libres de contaminación, además de focos de diversión, cultura y relajo, llevamos mas de un decenio votando por un cambio de gobierno municipal y autonómico, sin éxito. Es posible que ahora las cosas cambien. Preparémonos para el trauma de ver cumplido nuestro deseo.

La pregunta, ¿Con que recursos va a financiar usted sus promesas electorales?, desgraciadamente tan poco frecuente entre quienes se dirigen a los candidatos a gobernar, tiene una fácil respuesta. Si la caja está vacía y la deuda está por encima de lo razonable, solo quedan los impuestos.

Los impuestos no son perversos en si mismos, como nos quieren hacer creer los ultraliberales. Es mas, si se hace un buen uso de ellos, revierten a las capas mas débiles de la población en forma de bienes públicos de contenido social. Financian, y deberían hacerlo en mayor cuantía, la sanidad y la educación públicas, tan maltratadas por los últimos gobiernos. Conozco a profesionales de la enseñanza y la salud que están impresionados por el abandono presupuestario a que se somete a estos dos pilares básicos de cualquier comunidad de ciudadanos moderna. Los impuestos han de usarse con cuidado, en el sentido de que su nivel no perturbe el funcionamiento de la economía pero de eso a cargarse la fuente de financiación de los ayuntamientos hay un abismo que expresa el desconocimiento y la temeridad que a veces revelan las decisiones políticas.

Ninguna política solidaria puede tener contenido si no se engrasa con los recursos obtenidos de los impuestos. Nuestro sistema fiscal, bastante limitado por estar basado más en los impuestos que gravan el consumo de todos, que en las rentas obtenidas por cada uno, tiene un poder de redistribución limitado. Porque los impuestos modernos no son solo para cubrir los gastos públicos, sino que a través de la composición de ese gasto deben producir un efecto desigual, de discriminación en favor de los mas pobres, porque la solidaridad no es la caridad, tan propia de la derecha. Es un derecho y una obligación constitucionales que no se pueden articular con sobras presupuestarias. Se trata de construir ciudades y comunidades sin fracturas sociales, donde las diferencias de renta, que siempre las hay, no tengan como efecto la exclusión social.

Y no lo digo porque yo sea técnicamente pobre ,--vivo de una pensión-- cuando era menos pobre también me gustaba acceder a los bienes de la cultura, museos y conciertos financiados, en todo o en parte, con dinero público, con mis impuestos y los de otros. Conozco algunos ricos, bastante brutos, por cierto --de todo hay--que eran incapaces de entender que el dinero de sus impuestos se dedicara a bienes culturales para ponerlos al alcance de personas con bajo nivel cultural, como si hubiera otro modo de que ese nivel se elevara y como si tener ciudadanos, de cualquier nivel de renta, mas próximos a la cultura, no fuera un bien social en si mismo.

Todos estos argumentos, tan obvios, no habría que repetirlos, si no fuera para desenmascarar la política relacionada con lo público y lo privado que han perpetrado los gobiernos de la derecha durante mas de un decenio. En principio, el dilema entre lo público y lo privado, a igual calidad, tiene menos contenido. Pero cuando las fuerzas que han gobernado Heliópolis se han dedicado sistemáticamente a potenciar las desigualdades por la vía de la política presupuestaria, degradando hasta los niveles que sus profesionales conocen mejor que nadie, la sanidad y la educación públicas, para luego poder sostener que lo privado es mejor que lo público, su cara dura recuerda a la de esos ricos bastante brutos que se niegan a financiar con sus impuestos los bienes públicos, sean culturales, educativos o sanitarios.

La triste herencia que dejan los gobiernos conservadores, al margen de fiestas, alharacas y urbanismos espectaculares, no son solo las cajas vacías y la deuda, también el deterioro profundo de los bienes sociales fundamentales para una parte no desdeñable de la población. Por eso, merecen ser desalojados del poder. Aunque, quienes lo desean, cuando lo consigan, probablemente, lo primero que tendrán que hacer, les guste o no, es subir los impuestos.

Lohengrin. 05/07

domingo, 20 de mayo de 2007

PASADO IMPERFECTO

Somos pasado, porque la ficción del presente se aleja de nosotros a la velocidad de la luz y el futuro nunca está a nuestro alcance. Como los viejos troncos de encinas centenarias, nuestro interior guarda las marcas anilladas de nuestras experiencias, que son la única posesión temporal en la que podemos acoger nuestra fragilidad.

Algunos nos exhortan a creer que el pasado no existe, que hay que pensar en el futuro. Cuando lo escucho, oigo en mi interior una risa sarcástica, porque esos tipos banales que lo niegan son, como yo, solo pasado, y no acabo de entender que sean capaces de incitar a pensar en algo que todos ignoramos cómo es, una magnitud de la que solo conocemos que no es.

Sin pasado, sin memoria, ninguna narración es posible. Toda la extensa literatura de ficción, incluso la que trata de imaginar hechos futuros aún no acontecidos, tiene su anclaje en el pasado y la memoria, y nada se puede escribir que no haya sido pensado, imaginado o escrito antes.

Cada cual tiene su propio pasado y al personalizar esa abstracción, la riqueza de los pasados individuales, concretos, ofrece tal diversidad de matices, historias personales y experiencias que, ni el mas iluminado creador de ficción sería capaz de alcanzar la altura creativa de esas biografías anónimas. Hablo de los pasados de gente que está viva.

Si nos remontamos a la gente que ha vivido, que ya cumplió su pasado, solo unas cuantas de esa ingente cantidad de experiencias de vida han sido objeto de estudio por historiadores, dramaturgos, poetas o narradores. La mayor parte de ese gigantesco patrimonio intangible que constituyen las vidas de los hombres ya cumplidas permanece en la oscuridad mas absoluta.

Otra cosa es que arqueólogos, musicólogos, historiadores y sociólogos, hayan reconstruido los modos de vida de los hombres de épocas pasadas; cómo se alimentaban, que relaciones jurídicas y de poder mantenían entre sí los diversos grupos sociales, que músicas les gustaban, como se vestían, que conflictos hubo entre unos y otros pueblos.

Pero el depósito de adherencias derivadas de cada experiencia personal, el pasado individual de cada uno, que conformó de una manera activa la vida de los hombres, permanece como un misterio insondable.

Ni siquiera uno conoce bien su propio pasado individual. El pasado es memoria, pero la memoria es incapaz de reproducirlo en su integridad, y aunque fuera posible, nuestra incapacidad para comprenderlo y aceptarlo en su totalidad, dejaría sin iluminar sus zonas mas oscuras, o iluminaría con luces que distorsionan, las etapas mas gozosas de recordar.

Somos pasado, pues, aunque incompleto. En ocasiones, algún autor excepcionalmente lúcido, seguramente alguien que acumula en si mismo muchos pasados individuales, es capaz de formular algún relato, alguna narración, alguna forma teatral, que tiene la virtud de representar a nuestros ojos la universalidad de la condición humana y muestra a través de la unicidad de algún personaje, de alguna situación, elementos que son comunes a la vida de los hombres, de cualquier hombre que haya vivido, viva, o vivirá.

Esos hombres extraordinariamente lúcidos, son los únicos con credenciales suficientes para negar el pasado, porque ellos perciben el tiempo como un continuo, de ahí que sus obras sean perdurables, mas allá de las divisiones temporales convencionales.

Para los demás mortales, dado que el presente es efímero y del futuro no sabemos nada, cuando un tipo banal nos diga esa frase tan repetida; “El pasado no existe, `piensa en el futuro”, deberíamos contestarle; “El futuro no existe, estúpido. Eres pasado. Pasado imperfecto.”

Lohengrin. 05/07

martes, 15 de mayo de 2007

MIEDOS

Las emociones amasan nuestros argumentos para que parezca que provienen de la razón, pero provienen del miedo. Quienes vinculan su vida con alguna forma de éxito no lo hacen por amor al triunfo, sino por un pánico irracional al fracaso, que es el motor de su conducta. Los que no tenemos miedo al fracaso, a veces nos encariñamos demasiado con el, para no revelar nuestro miedo al éxito que es lo que nos impulsa a orillarlo.
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Los miedos, al éxito o al fracaso, tienen un sustrato de miedo al cambio. Tardamos media vida, o mas, en construir un agarradero de autoengaños que nos permita sobrevivir en un medio hostil y cuando hemos alcanzado una cierta estabilidad en medio de la tempestad que es la vida en cualquier parte, percibimos como una amenaza todo aquello que pueda poner en peligro los logros conseguidos.

Tan extendido está el miedo al cambio, que los políticos han aprendido a explotarlo como un arma electoral eficacísima en tiempo de elecciones. Todo esto nace de un malentendido, que los políticos son capaces de inducir el cambio en los sustratos profundos de la sociedad, mito que cualquier historiador desmentiría.

La gente no cambia rápidamente, de un día para otro. Los colectivos humanos, las sociedades, tampoco. El cambio social es un fenómeno extraño que se suele mover con la cadencia de un paquidermo tranquilo, en ausencia de circunstancias especiales como catástrofes, guerras o hambrunas, a las que Europa es ajena, desde hace mas de medio siglo.

Los cambios que asustan a la gente corresponden al ámbito, si se me permite decirlo, de las cosas mezquinas, para aquellos que están en niveles de vida y consumo alejados de la marginación social. Sin embargo, a nivel individual, cualquier atisbo de viento que amenace con desequilibrar nuestro frágil tinglado personal, se percibe como un tormenta.

Las fuerzas de izquierda que todavía elaboran sus mensajes de campaña identificándose con los vientos del cambio, no valoran suficientemente la realidad elemental, individual y social, del miedo al cambio. Lo hemos visto en Francia y, muy probablemente, lo veremos en Heliópolis. Sin embargo, son las tensiones del cambio las que hacen avanzar a las sociedades humanas, aunque no sepamos muy bien hacia donde.

El dilema de la izquierda, en estos tiempos ultraliberales, no es fácil de resolver. Un mensaje continuista hace que no se diferencien de sus adversarios políticos. Una invitación al cambio debe romper una resistencia psicológica individual que en los últimos tiempos se muestra dura como un caparazón de tortuga.

El único modo de compatibilizar el mensaje de cambio de quienes aspiran a alcanzar el poder, con los intereses de los electores, es convencerles de que son víctimas de los puntos débiles de la política de sus oponentes, y eso les lleva a magnificar los errores ajenos, a intentar llegar a colectivos específicos que se sienten agraviados por medidas, o ausencia de medidas, que les afectan.

Toda acción política esta sujeta a errores, y desde ese punto de vista es vulnerable a la crítica, pero el marketing político junto al control de los recursos públicos son herramientas tan potentes, que permiten acciones generalistas capaces de alcanzar a la mayor parte de la población electoral, enmascarando las deficiencias que conocen muy bien solo los colectivos concretos que las padecen, por lo que la estrategia de denuncia dirigida a colectivos específicos, parece demasiado débil para oponerla a la estrategia brasileña, fiesta, fiesta, fiesta....

El complejo de inferioridad del que no se ha desprendido la izquierda europea desde la cancelación histórica del socialismo real en el bloque del Este la ha conducido hacia los espacios tradicionalmente de centro, cuando no de centro derecha, con la consiguiente pérdida de identidad política. Si la derecha ultraliberal proclama a cada rato que quiere gobernar sin complejos, es decir, reforzando su identidad, la izquierda se oculta bajo una vía políticamente correcta, cargada de moderación, renunciando a sus raíces históricas. ¿Como salir del dilema entre continuismo y cambio?

Los problemas y conflictos que generan las libertades, se resuelven con mas libertad, del mismo modo que las deficiencias de la democracia se resuelven con mas democracia. ¿Porqué no resolver los problemas de la izquierda, con mas izquierda?

La cuestión es como recuperar las mejores lecciones de la izquierda histórica y que sean reconocibles por el electorado como una opción alternativa lo suficientemente deseable para votarla. Se dice que la derecha aglutina solo intereses y la izquierda ideas. Pero los movimientos conservadores ultraliberales han repartido por doquier en los últimos decenios tales raciones de ideología, que han conseguido convencer a todo el mundo de que Marx nunca existió.

En mi opinión, el dilema actual no es entre continuismo y cambio, sino entre pragmatismo cínico y ética pragmática. Hay que explicar a los electores quienes son en realidad los que gobiernan desde presupuestos ultraliberales. Hay que insistir en una pedagogía que descubra que debajo del manto ideológico de orden sobre el que se cobijan, solo impera el cinismo, la apropiación de lo público y lo privado, la corrupción y el pragmatismo a toda costa, sin ningún paradigma ético que actúe de freno.

Para que esa labor pedagógica sea creíble, la izquierda debe regenerar sus propias filas, recuperar los sustratos éticos que están en sus orígenes. No vale recurrir a fórmulas mediáticas de marketing político, sin mas, si no está meridianamente claro que están arraigadas en unos códigos que se respetan , que inspiran esas acciones.

Hacer de la ética, de la honestidad, ideas fuerza de las organizaciones políticas de la izquierda en las culturas latinas, no es fácil. Los ciudadanos suelen dar por descontada la corrupción, y la honestidad no se la creen. Es difícil alcanzar el poder, a corto plazo, desde ese presupuesto. Pero está demostrado que, en aquellos lugares donde la izquierda ejerce su poder político con honestidad, desde presupuestos éticos, los electores validan una y otra vez esa representatividad, aunque el muro de Berlín haya desaparecido hace ya dieciocho años.

Valoramos mas el ejemplo que las palabras, desde nuestra mas tierna infancia. Solo una regeneración de la práctica política a partir del respeto a una ética evolutiva, que no renuncie a lo esencial, pero se mantenga próxima a las realidades sociales de nuestro tiempo, una ética pragmática en la que cada uno de estos dos conceptos respete los límites que le impone su contrario, sin rebasarlos, le dará carta de identidad a la izquierda actual, lejos de anacronismos históricos, pero cerca, muy cerca, de sus raíces éticas.

Es solo una opinión.

Lohengrin. 05/07

jueves, 10 de mayo de 2007

VIPS

En la celda para vips de la prisión de Picassent, en un futuro indeterminado, los ex consellers celebran una reunión de su gobierno en la sombra, --nunca mejor dicho-- aunque en realidad se trata de un encuentro entre amigos, teñido de nostalgia, que celebran semanalmente para recordar los viejos tiempos, cuando hacían y deshacían como les daba la gana, antes de que el fiscal anticorrupción los empapelara sin posibilidad de fianza.

-Hay que ver como es la gente, tu. Te tomas la molestia de gobernar y encima quieren que lo hagas para ellos. Tanto si lo haces, como si no, lo único que te dedican son vituperios y además te hacen reproches si te mesuras algunas gabelas.

-Ya lo dijo nuestro maestro, un virtuoso del conocimiento de la psicología de masas. Yo estoy en política para forrarme.

-En este país es que no hay justicia. No han encontrado ninguna prueba que nos impute directamente y ya ves, aquí estamos.

-Que ingratitud. Con lo que hemos hecho por ellos. Fíjate, el Umbracle, se lo regalamos, todo gratis, y aún nos reprochan que nos hayamos reservado el usufructo de la mitad. Es que la gente no se da cuenta de que hay cosas públicas --nuestras-- y privadas --que también son nuestras-- y uno con sus cosas pues hace lo que le place, no?

-Peor fue lo de Mangastone y ese socio suyo con un apellido que recuerda el carraspeo en la garganta de la mucosa pulmonar. Les traemos la Fórmula uno a las calles de Heliópolis, fíjate que éxito propagandístico para la ciudad, y se ponen a hurgar en el supuesto destino en paraísos fiscales de los veintiséis millones de euros, --una minucia-- que se lleva el rubio ese teñido por cada carrera. Es que, no hay conciencia de lo mucho que hemos hecho por la ciudadanía, ché.

-Lo que mas nos ha perjudicado, creo yo, no es nuestra decidida política de eventos espectaculares que ha elevado la autoestima de nuestros paisanos, sino la oscuridad opaca de nuestras amistades inmobiliarias, por no hablar del de Castellón y algunos de nuestros alcaldes. Lo dije. No es de nuestros enemigos políticos de quienes debemos protegernos, sino de nuestros amigos económicos. Lo dije, pero no me hicisteis caso.

-Cómo te íbamos a hacer caso, si eres un pesimista convencido. Si nos hubiéramos dejado guiar por tus dudas y reservas, no habríamos sido capaces de gobernar

-Tampoco estaríamos aquí ahora, celebrando estos encuentros nostálgicos en la sombra.

-Eso no es debido a nuestros actos de gobierno, sino a la perversión del sistema judicial y al nombramiento de ese vendido fiscal anticorrupción que nos ha hundido.

-En mi opinión, no ha sido eso lo que nos ha traído hasta aquí, sino el asunto del Metro. No debimos cerrarlo así, tan deprisa, sin valorar las posibles imputaciones por falsedad, coacción y dolo.

-El de Xátiva lo tenía claro.

-A ese no hay que hacerle caso. Es un animal.

Entra un camarero con bebidas y los periódicos del día.

-Cerveza?, ..Campari.....Cardhú ...Krug....Marc de cava.....el agua Perrier, ¿para quien?

-Para este, para el pesimista.

-Traigo también los periódicos del día..

-Gracias chaval, déjalos por ahí...

Sale el camarero, llevándose el servicio de las consumiciones anteriores.

El grupo conversador se relaja. Toman sus bebidas en silencio. La expresión de algunos se vuelve algo taciturna, melancólica.

-Mirad los titulares. Hablan de regeneración democrática. Que tontería.

-Si. Diría que es una ingenuidad, si no supiera que son meros mensajes para la galería.

-Nosotros estamos aquí, jodidos, pero hay un ejército de pragmáticos cínicos ahí afuera dispuestos a seguir nuestros pasos.

-El magisterio del murciano ha creado escuela. Eso, hay que reconocerlo.

-En fin...

Lohengrin. 05/07

martes, 8 de mayo de 2007

AMARILLO PÁLIDO

Y llegó el verano. Brusco, treinta días antes del verano cronológico. Apenas se han ido las lluvias torrenciales y un sol inmisericorde calienta las hormonas de los urbanitas, mientras en el campo apenas despuntan los lirios y las caléndulas, y como quiera que se llamen los arbustos, plantas aromáticas y demás especies que estallan de color entre la hierba verde, con una estética de película oriental.

Supe que llegó el verano al ver a Amanda por la acera con un vestido de color mostaza. La mostaza exhibe diversos colores. Desde el que ofrece su grano natural, hasta la pasta molida formando salsas mas o menos oscuras. El vestido color mostaza de Amanda tiende al amarillo pálido y es de una textura fascinante, que se pega a sus pechos y ofrece un amplio vuelo mas abajo de sus muslos.

Mi relación con Amanda es singular. Aparte de una larga conversación, cargada de intenciones por ambas partes, que no alcanzó el consenso venéreo por el miedo a las emociones --que también es una emoción-- de Amanda, lo demás han sido decenas, centenares de coitos virtuales, con abundantes flujos, suspiros, gemidos y jadeos, además de palabras soeces y demandas explícitas, en un clima de penetrantes olores a sexo satisfecho.

Si bien puede parecer que el sexo real aventaja al virtual por su calidad de experiencia táctil, no se puede desconocer que la virtualidad tiene la ventaja de prolongar en el tiempo la quimera del enamoramiento y el deseo, a condición de que no se logre materializar lo que se desea. Mis fantasías, sin embargo, empiezan a adolecer de la misma repetición y monotonía que los relatos pornográficos, sean en imágenes o en lenguaje escrito.

La alcanzo en la acera, subo con ella en el ascensor y durante el largo recorrido de doce plantas rozo mi piel --llevo ropa de verano-- con la maravillosa textura de su vestido amarillo pálido, en un impulso fetichista que tiene su origen en las imágenes repetidas de las actrices míticas del cine en blanco y negro, vestidas con batas de seda o blonda, cuyo color marfil había que adivinar, que fumaban en largas boquillas y se ondulaban el pelo, a la moda de los años cuarenta.

La lenta ascensión me permite ganar en cada planta, un centímetro mas de esa sensualidad táctil que me ofrece la suavidad tejida de la segunda piel de Amanda que recorro cada vez con mas extensión, sin rebasar del todo las convenciones de lo correcto. En ese límite me muevo con la frialdad del funámbulo y la emoción de un adolescente y es difícil trasladarles a ustedes el gozo sensual que me produce ese contacto sutil. Comprendo que hace falta una sensibilidad especial para convertir en placer algo tan prosaico como el roce de la piel con un vestido femenino, también para entender esa experiencia ajena, desde la distancia entre el actor y el receptor del mensaje, siempre implícita en el relato. Aunque, claro está, yo escribo para mi propio placer, no para el de ustedes.

Ya en tránsito desde la planta octava a la décima, mis manos recorren el cuerpo de Amanda, a través del vestido, sin alcanzar la parte descubierta de su piel. Mis dedos recorren las vértebras de su espalda, se posan en la curva prominente de sus nalgas, acarician las formas esféricas de sus duros pechos y, ya sin control, ceden a la urgencia de levantar su amplio vuelo y despojarla del vestido.

Cuando llegamos a la planta doceava, Amanda, en ropa interior, se asoma con sigilo. Una vez comprobado que no hay nadie en el rellano, abre su puerta y me hace un gesto para que la siga.

Con el vestido en mi poder, palpo la hermosa textura de la prenda, miro después hacia Amanda que me indica con un gesto que me apresure. Finalmente, pulso el botón de bajada y dejo a Amanda, pasmada, delante de su puerta. Puestos a elegir, el impulso fetichista hace que me decante por un idilio con ese vestido color mostaza, tirando a amarillo pálido, que me anunció esta mañana la llegada del verano.

Lohengrin. 05/07

jueves, 3 de mayo de 2007

UNA MENTE MARAVILLOSA

Bajé a tomar café. A mi lado, en la barra, un parroquiano mantenía una conversación a tres bandas. Hacía gala de una gran fluidez verbal y miraba a los ojos a cada interlocutor al dirigirse a el. En un momento dado, apartó la mirada de sus interlocutores para dirigirse a mi y me pidió un cigarrillo. En contra de lo que acostumbro desde que subió el precio del tabaco --el valor de un cigarrillo ya no es una parte despreciable de mi renta de pensionista-- se lo di. El hombre volvió a concentrarse en su conversación múltiple. Mientras permanecí en la barra, no dejó de admirarme la capacidad de relación del desconocido, su habilidad para el lenguaje y el intercambio verbal.

Cuando me fui, dejó su conversación por un momento, desvió la mirada hacia mi y me dio las gracias por el cigarrillo, antes de quedarse solo en la barra con una botella de cerveza en la mano. Cuando salí, fascinado por la escena que había contemplado, me dije que debía escribir sobre el asunto. Porque el hombre al que había visto conversar con tres desconocidos estaba realmente solo. Solo consigo y sus fantasmas. Aunque sus fantasmas eran para el tan visibles y reales, como los que acompañaban a aquel premio Nóbel en la película magistralmente interpretada por Rusell Crown.

La mente humana y lo que allí ocurre son cosas fascinantes, y observarlo también puede ser fascinante y peligroso. Sin llegar a los extremos alucinatorios del parroquiano charlista, parece que hay millones de ciudadanos --cuyo número crece de modo alarmante-- que padecen alguna forma de trastorno depresivo. Los artículos de divulgación científica de los periódicos asocian ese crecimiento de la morbilidad depresiva al modo de vida. Sospecho que ese fenómeno tiene también que ver con las hordas de psiquiatras, psicólogos, consejeros, entrenadores, asistentes y otros titulados que cada año acceden a ese mercado en expansión, sin suficiente experiencia clínica.

Desde que se descubrieron las técnicas sicoanalíticas, un par de palabras fetiche hicieron fortuna. Se trata de psique y soma, ánimo y cuerpo, para entendernos. Al inventarse el término sicosomático se dejó de lado, lamentablemente, su expresión relacionada, somatosíquico, hasta el punto de que el diccionario del procesador de textos que utilizo no la reconoce. Es un hecho que el estado anímico produce síntomas en el cuerpo, especialmente en lo que concierne a variaciones extremas en el peso corporal, en los ciclos del sueño, en el apetito, entre otros. Pero no es tan frecuente ver en letra escrita los efectos en el ánimo de esas variaciones o síntomas corporales. La causalidad es un concepto científico obsoleto, desde que se han observado las interacciones que casi siempre ofrecen los fenómenos científicos observados. Es la interrelación entre diversas variables lo que suele aparecer cuando el observador se desprende de la simplificación causal.

Si abandonamos la causalidad simple, ya no podemos seguir manteniendo que los síntomas corporales en ciertos trastornos tienen su causa en el ánimo, sin aceptar, a la vez, que ciertos desequilibrios corporales pueden afectar el equilibrio anímico. Es decir, que ambos desequilibrios pueden estar interrelacionados, lo que nos lleva a concluir que el ejército de especialistas en el ánimo, sin la ayuda del ejército de los endocrinos, es una división de soldados cojos incapaces de hacer frente, ellos solos, a la pandemia que según los estadísticos de la salud se avecina.

Al doliente depresivo, supongo que le importa un rábano que su desequilibrio sea endocrino, psíquico, o ambas cosas. Lo que el desearía es que la ciencia, en cualquiera de sus especialidades o combinaciones de ellas, le librara de su dolencia.

En realidad, lo que tiene a su disposición es una arsenal químico, cada vez mas sofisticado, en un mundo clínico marcado por las fuertes inversiones en investigación de los grandes laboratorios, cuando a veces, los viejos complejos vitamínicos con efectos antidepresivos anteriores a esa revolución farmacológica, podrían mostrarse mas eficaces en aquellos casos en que los factores endocrinos tuvieran mas peso que los sicóticos en la aparición del trastorno.

Debo aclarar que no soy endocrino, ni psiquiatra, aunque tengo ganada una larga experiencia en episodios depresivos, que resuelvo bastante bien con un compuesto de jalea real y vitaminas B, C, aunque intuyo que esa solución no sería de aplicación al parroquiano conversador que encontré esta mañana en el bar, mientras tomaba café. Como dice el viejo adagio, no hay enfermedades, sino enfermos.

Lohengrin. 05/07

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