miércoles, 19 de marzo de 2014

CRÓNICAS DESDE BENICÀSSIM (5)

Escribo estas seudo crónicas, una vez regresado de Benicàssim, desde la ciudad de València, en plena orgía anárquica de las macro fiestas falleras, un escaparate de arte, música, pólvora, crítica ácida y desmadre de circulación urbana sin igual en el mundo, sí.

Se me antoja asociar las fiestas falleras de este año en esta ciudad tan castigada por la crisis, con las locuras de una familia noble venida a menos en los cabarets de París, que derrocha los restos de su menguada fortuna antes de arrojarse al Sena con una piedra en el cuello.

A los que no han tenido la fortuna de estar aquí estos días, les recomiendo vívamente que traten de hacerse con el documental que exhibió anoche, a las 22,45, TV3. Canal 9,la emisora autonómica, está muerta, aunque no enterrada, a manos de Fabra dos, y su pestilente olor se muestra en escenas críticas de algunas fallas.
(...)
El documental es una producción excelente que muestra las fallas desde distintos ángulos, con la participación de Manolo García, artista que plantó una excelente cabeza de Da Vinci el año pasado en Na Jordana, incluye reportajes y entrevistas a los que intervienen de manera activa en el mundo fallero, músicos, pirotécnicos, presidentes de comisión, falleras mayores, hasta a dos turistas japonesas invitadas, y muestra unas imágenes bellísimas de los diversos actos y monumentos de la fiesta, no como sucede con la emisora de TDT que retransmite en directo los actos pirotécnicos, con un asno al micrófono que parece cualquier cosa menos periodista audiovisal y un uso de la cámara absolutamente torpe. 

Ay.. si quienes fueron los realizadores de Canal 9 han visto eso, puede que piensen en ponerle un capirote al de la TDT, por desprestigiar así la profesión. 

Hemos salido dos días a visitar fallas, a las ocho de la mañana. La de la Plaza del Pilar es sensacional, no porque haya merecido el primer premio, que también, sino porque ordenar el guión de la falla alrededor de canciones conocidas, con la letra adaptada a unos argumentos muy críticos, te permite rodear la falla mientras tarareas las canciones con sus nuevas letras, y te partes de la risa.

Las fallas de Convento Jerusalén y Na Jordana, además de la de Cuba, que sufrió un percance debido a la lluvia, al viento, y al atrevido riesgo que corrió el artista en su diseño, y ahora tiene las figuras centrales algo defenestradas, son las siguientes en el escalafón, mas o menos, y merece la pena visitarlas, así lo hicimos en nuestra primera incursión al mundo fallero después del paréntesis vacacional.

En la segunda, nos hemos centrado en las fallas de Almirante Cadarso, Burriana y Conde Altea, dos de ellas, premiadas, tienen un contenido crítico francamente notable, y la ventaja de que están cerca de Fabián, la mejor chocolatería de València, donde se pueden tomar dos chocolates y dos pares de buñuelos --mas, no es recomendable, por su tamaño-- por nueve euros con cincuenta, es mas caro que en los chiringuitos callejeros, pero ahí te dan basura.

No es extraño que en medio de todo este lío se me confundan las ideas y no recuerde si estuve el viernes en el Grao de Castelló, el sábado en Peñíscola y el domingo en el inmenso mercado que se monta en el feudo de Carlos Fabra, o fue al revés. 

Trato de reorganizar mis notas del viaje, sin éxito, así que voy a comenzar la crónica de la visita a Peñíscola, porque me estoy quedando sin espacio. 

Peñíscola. Antes de partir hacia Peñíscola --el viaje duró cuarenta minutos, no recordaba que estuviera tan distante de Benicàssim, que hubiéramos de abandonar la Plana Alta para alcanzar el Bajo Maestrazgo-- di un vistazo a los periódicos del día, aunque no me acuerdo de que día. 

Llamó mi atención un artículo de Ignacio Urquicia, sociólogo de la Complutense, que se preguntaba ¿Que democracia queremos?, apuntando a los riesgos de las listas abiertas y las demás demandas de cambio en nuestro sistema democrático que propugnan algunos colectivos y plataformas de opinión. 

¿Que democracia queremos?. Yo se lo digo, señor Urquicia. Queremos una democracia directa, participativa, con rasgos libertarios, mas que anarcoides, decisoria, que para nada se conforme con listas, abiertas o cerradas, ni con la reforma del Senado y otras zarandajas.

Algo realmente participativo, de manera activa, algo que nos exija dedicar las horas que haga falta a los ciudadanos libres, para sacudirnos de encima a la pandilla de chorizos en que se han convertido los partidos convencionales con el paso del tiempo. 

Queremos algo a imágen y semejanza de los entes libertarios que gestionaron esta comunidad cuando aún no lo era, que organizaron la producción y el consumo con tanto éxito que, cuando volvieron los empresarios de sus vacaciones forzadas en Marsella, después de abandonar sus aparatos productivos en manos de los trabajadores (1936/39), encontraron las empresas que habían abandonado, mejor gestionadas, con mas inversiones, mas productivas que cuando las dejaron. 

Hay testimonios históricos de lo que digo. ¿Y porqué fue eso posible? Porque no había chorizos, y las necesidades del gobierno de la República, antes de que huyera camino del exilio, así lo demandaban.

Esa es la democracia que queremos, señor Urquicia, tome nota, no la trágica pantomima que tenemos ahora, desde cuyo escenario los chorizos y sus amigos se burlan de nosotros, cada día. ¿Una utopía?, sí, y qué..

El itinerario hacia Peñíscola fue muy agradable, con un día soleado, el mar a la derecha como un espejo que reflejaba la luz oblícua que chocaba en la superficie y te daba en los ojos de rebote, pasamos por todos los municipios que no voy a citar aquí, solo tienen que poner en la barra de direcciones Plana Alta, y les salen. 

Lo que no les saldrá es un lugar, en el puerto pesquero de Peñíscola que, aunque tiene el cartel de Hogar del Jubilado, es un bar enorme, con un material de primera en sus vitrinas, unas sepias sensacionales, unos pescaditos fresquísimos y crujientes, los calamares encebollados, los lomos de bacalao, y toda la fauna pesquera local en una exhibición contundente, a unos precios tan razonables, que han tenido que poner en el local una pantalla de esas con números, como en las consultas médicas y las carnicerías, para ordenar las demandas de tanta gente como se acerca por allí. 

Nosotros tomamos dos cervezas y unos pescaditos, antes de tomar el trenecillo turístico que trepa por las colinas urbanizadas y ofrece unas vistas sensacionales del entorno playero y urbano. Luego fuimos al castillo. 

Ya saben, el Papa Luna. Hay una figura sedente, en bronce, muy majestuosa, a las puertas del castillo, que recuerda lo del cisma de Occidente. Para cisma de Occidente el que ha organizado Putin en Crimea. El Bufador, un lugar por el que surge el agua cuando está furiosa, está hoy muy tranquilo, como la mar, extraordinariamente bella, pacífica, evocadora, espejo de la luz mediterránea que hoy todo lo invade.

Junto al castillo, en la estrecha calle empinada por la que se accede a sus murallas, hay unas cuantas tiendas de ropa. Dejo a Encarna buscando algo para los nietos --que no encontró, luego compró en València un par de armónicas, porque los dos son músicos, incipientes, claro-- y me acerco a un bareto para satisfacer mis recurrentes necesidades de evacuación urinaria --es la cerveza-- y tomar un café cortado en su terraza.

Muy bien, Peñíscola, si.

La guía de la expedición me dice, --aquí se rodó el Cid, con Charlton Heston y Sofía Loren. Yo le contesto. --Yo entonces era demasiado jóven para hacer de figurante, pero luego aparecí en tres secuencias en 'Tranvía a la Malvarrosa' según el libro de Manolo Vicent y dirección de José Luís García Sánchez. 

Recuerdo, en especial, la secuencia que se rodó en el Restaurante de Las Arenas. Los figurantes tratábamos de dar la impresión de que estábamos celebrando una boda, a las órdenes del ayudante de dirección que lo hacía todo, García Sánchez no daba un palo al agua, para mi que solo firmaba, cuando entraba en el balneario el Capitán General Ríos Capapé, a bordo de un coche descubierto, acompañado de una puta y un batallón de infantería, y los soldados nos sacaban corriendo a culatazos del lugar, para que el militar se solazara a solas con su amiguita.

Cuando vi la película, no me reconocí en esa escena, pero si en otra, en la escena final, cuando aparezco sentado en un velador, junto a dos chorbas, detrás de un periódico. Fué divertido coincidir en ese rodaje con Ariadna Gil y el nieto de Paco Rabal, pero sobre todo ver por el barrio chino a Ripollés, el artista que ha llenado Castellón con sus esculturas 'falleras', con su barba floreada de hippy, paseando junto a Manuel Vicent, uno de los escritores de por aquí que mas admiro, por su prosa redonda, de un fraseo musical raramente interrumpido por comas innecesarias.

Eso no fue todo. Pero no recuerdo más. Es que el chocolate y los buñuelos de Fabián me han dejado para el arrastre.

En fin. Crónicas desde Benicàssim (5)

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 19-03-14.

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