Los rostros de los humanos son el resultado de un proceso civilizador que ha depositado con paciencia geológica, los rasgos culturales que caracterizan la convivencia, sobre los instintivos del rugido y el grito. Esa singularidad es la que diferencia a los hombres de otros animales. En ese proceso civilizador, el rostro ha seguido una evolución paralela a la del lenguaje. Como él, sirve para expresar emociones, también para su ocultación.
Los actores profesionales tienen la peculiaridad de habitar rostros ajenos, los que convienen a la caracterización de los personajes que interpretan. Los mas geniales, suelen olvidar su propio rostro hasta que, inevitablemente, vuelven a encontrarse con el, a veces, a su pesar. Todos actuamos, en alguna medida, porque la convivencia nos exige un cierto grado de contención, para evitar que resurja el rugido y el grito, y eso forma parte, entre otras cosas, del proceso civilizador.
Cuando se prescinde absolutamente de la ocultación, se muestra de nuevo nuestra naturaleza arcaica, salvaje. No es casual que hace decenios se hablara del capitalismo de rostro humano, en oposición al capitalismo salvaje del siglo diecinueve, el de la explotación infantil en las industrias textiles de Manchester. Ahora el nuevo capitalismo financiero globalizado se muestra con la misma salvaje determinación que su antecesor, el de la primera revolución industrial. Su rostro se ha despojado, de nuevo, de las adherencias culturales que ocultaban sus rasgos mas primarios, se ha deshumanizado, al perseguir, sin complejos, la acumulación y el despojo.
Mi viejo Espasa alude a lo salvaje como algo áspero, inculto, a los países que no tienen cultura, a los seres vivos que crecen silvestres, sin cultivo. Lo esencial de la civilización es un intenso cultivo y un variado fructificar de los valores que caracterizan al hombre y lo diferencian de (otros) animales.
El rostro de los humanos sirve para expresar emociones y para ocultarlas. Esa capacidad como la del lenguaje, no es en si misma mala ni buena. Es una herramienta y como tal sus efectos dependen de como y para que se utilice. Expresamos alegría y tristeza, hasta tal punto que los médicos que cuidan del ánimo de sus pacientes han inventado una expresión, facius depresiva, para describir el aspecto del rostro del doliente que les permite reconocer la dolencia que padece, antes incluso de haberlo escuchado. Algunas personas han cultivado una capacidad especial para ocultar sus emociones, aunque no todas proceden de la misma manera. Hay quien hace de la sonrisa fácil y la actitud amistosa una eficaz herramienta de ocultación, sin que nada en su rostro revele lo que se oculta detrás de esa fachada amigable. Otros, por el contrario, convierten su rostro en una máscara impenetrable, con el mismo resultado de ocultación eficaz.
Los políticos, sobre todo los que realizan su función con profesionalidad y eficacia, tienen, entre otras habilidades, la de utilizar su rostro con la misma ductilidad que los actores cuando están frente a su público. El rostro humano, sin embargo, es además una cartografía fiel del camino recorrido, del punto donde se está, y no está exento de las huellas que marcan ese devenir, como tampoco de las que dejan las actitudes del sujeto respecto a ciertas conductas, como la intransigencia y la tolerancia. La expresión facial de esas actitudes se puede reconocer en las marcas que deja, por ejemplo, un ceño fruncido permanentemente, aunque otros recursos expresivos traten de distraer la atención de esa huella reveladora.
Cuando alguien busca un trabajo, quienes deciden dárselo, o no, suelen pedirle antes que aporte un currículo con una foto. Por un lado, piensan que lo que el aspirante ha hecho, o dejado de hacer, en el pasado, es un buen indicador de lo que será capaz de hacer en el futuro. Valoran igualmente lo que expresa su rostro, por eso las fotos no suelen ser de cuerpo entero, salvo que se trate de actividades relacionadas con la moda o la publicidad. Esa preferencia por el pasado y el rostro de una persona ignora que, en ocasiones, quien tiene un pasado brillante, puede estancarse en la mediocridad y el inmovilismo, que algunos de los que aportan un pasado anodino, son capaces de dar un salto cualitativo, un giro a su vida. Es posible que se trate de excepciones y que esa medida, la medida del pasado, les resulte mas útil que otras a los reclutadores, ya que el futuro es, por definición, imprevisible. En cuanto al rostro del aspirante, es todavía mas difícil de leer, porque igual sirve para expresar cualidades que para la ocultación de los rasgos mas negativos de la personalidad.
Sorprendentemente, los ciudadanos que hemos de ejercer la responsabilidad del voto, casi siempre desconocemos los currículos de los aspirantes, y el rostro de los políticos es la referencia mas extendida que se nos ofrece para elegirlos.
Hay un señor en Castellón, a quien no conozco personalmente, porque no vivo allí, una personalidad de la derecha muy vinculada a nuestro president, de quien solo intuyo que padece fotofobia, pues incluso por la noche va parapetado tras sus gafas de sol, que parece haber elegido para su rostro el modelo de máscara impenetrable. A pesar del perfume de azahar de ciertas actividades mercantiles por las que los jueces le han preguntado, el aroma visual de su presencia , su peinado antiguo, su contundencia física y el enmascaramiento de su mirada, responden a un paradigma actoral mas propio de las películas de mafiosos de los años treinta, que a la imagen de un candidato que trata de convencernos de su capacidad para atender nuestros intereses ciudadanos. En un caso como este, en que la imagen es demasiado llamativa y negativa para poder decidir de modo ecuánime, no deberíamos dejarnos influenciar únicamente por las apariencias. Porque si los jueces hicieran lo mismo, se verían impelidos a enviarlo a la trena, en cuanto apareciera en su presencia con esa pinta. Y eso no es así.
Pero lo que a mi me interesa, porque yo no vivo en Castellón, sino en Heliópolis, --me gusta llamarla así-- es el rostro de las candidatas a la Alcaldía, una de ellas alcaldesa desde hace mas de quince años, cuyo auténtico rostro he visto por primera vez en una foto de prensa, tomada en el acto que aprobó los planes de la operación inmobiliaria de Mestalla. Antes de esa foto, mi percepción del rostro de la alcaldesa era el de una mujer enérgica, populista, un animal político que se encontraba a sus anchas en los mercados, donde ha hecho morder el polvo en las sucesivas elecciones a sus oponentes políticos, que sabían moverse por los despachos, duchos en técnicas de planificación y con formación académica, pero que al soltarlos en un mercado se movían como patos mareados, fuera de su hábitat natural.
Esa foto, sin embargo, tan reveladora, añade matices inquietantes a la proverbial campechanía de la alcaldesa. Su expresión de autoritarismo triunfante, de complacencia cruel en el aplastamiento del contrario, evoca demasiado a los antiguos tiranos de las dedocracias, y demasiado poco al juego democrático, que debería ser menos dramático, en una sociedad moderna. Su oponente, también mujer, a cuyo aspecto en otra foto me he referido en otra parte, ofrece un aire mas distante, menos dramático. Ambas tienen formación académica. La alcaldesa, --pocos lo saben-- es licenciada en políticas y periodismo. A la candidata a sucederla la vi hace decenios deambular por la cafetería de una facultad vecina de la que ella frecuentaba, y se que tuvo la responsabilidad política de hacer del Ivam, en sus inicios, una institución de proyección internacional.
Dos mujeres. Dos proyectos. Dos rostros. Sabemos algo de ellas? Poca cosa, en realidad. La inmensa mayoría de los votantes, solo conocemos sus imágenes.
Por pura casualidad, se de fuente directa que la alcaldesa vivió en un entorno familiar muy comprometido con el franquismo. Uno de sus familiares mas directos controlaba la Asociación de la Prensa, un organismo franquista para el control de la información, otro era miembro de la policía política. Tal vez, ahora mismo, tal como está el patio, para bastantes electores, eso será un buen pedigrí, un mérito a tener en cuenta. Para otros, un quebranto. Solo lo constato como un hecho. Tal vez la expresión del rostro de la alcaldesa en esa foto poco favorecedora no es mas que la huella que dejó en ella una educación familiar ligada a la preferencia por la autoridad, y al poco aprecio por las libertades de los otros.
En cuanto a la candidata, recuerdo haberla visto en mi época de estudiante tardío en lugares frecuentados por gente progresista. Este calificativo, progresista, como el de neo franquista, es seguro que suscita la ira de algunos y la adhesión de otros. En cualquier caso, lo que sería bueno para todos, para la actual alcaldesa, para la aspirante a sucederla, y para todos los votantes, sin excepción, es que cada una de ellas/ ellos nos hiciera saber, con un lenguaje escrito, claro, preciso y transparente, de donde vienen, quienes son, adonde van. Es decir, el currículo.
Así nos evitaríamos tener que andar elucubrando con el poco fiable soporte de la percepción de su personalidad, de sus intenciones y propósitos, sobre la precaria base del antropomorfismo de sus rostros reproducidos en los carteles.
Lohengrin. 03/07