Me dejaron caer en este planeta, sin libro de instrucciones, hace sesenta y tres años. En el lugar de donde vine la gente vive hasta los doscientos cuarenta años, por lo que mi edad humana, traducida a ese cómputo, sería la de un veinteañero.
Al principio no tuve problemas. Mi aspecto no difería demasiado del de los demás y crecí rodeado de amigos y vecinos que me aceptaban como uno de ellos. No tengo especial memoria de aquellos años, ni aunque la tuviera osaría aburrir a nadie con la nostalgia del paraíso perdido, --en el lugar de donde vine, eso se considera de muy mala educación-- pero en algún momento que no puedo recordar mis orejas puntiagudas y mis cejas circunflejas emergieron como un rasgo distintivo de mi condición, y desde entonces todos me consideraron un tipo raro.
Fui expulsado de todos los colegios, y cuando llegó el momento, de todos los empleos. Ejercí variados oficios, trabajos y profesiones, pero ninguno me duraba nada. En eso fui un adelantado, treinta años antes de que la precariedad laboral se instalara en las sociedades humanas, lo que me facilitó un entrenamiento muy valioso para sobrevivir en esta época marcada por lo transitorio, donde nada es permanente.
Esa inestabilidad laboral, vinculada a la forma de mis orejas y mis cejas, pero también a mi carácter variable y tornadizo, me llevó a aficionarme a la escritura, porque todos, alienígenas o no, necesitamos un agarradero estable en medio de la tempestad que es la vida en cualquier lugar del universo. Podría decir que yo elegí la escritura, pero es mas cierto que ella me eligió a mi.
Como era un sujeto raro, también me convertí en un escritor raro. Alguien que nunca pensaba en lectores ni editores y durante lustros investigó en las formas expresivas vinculadas a la sensibilidad lírica y a la memoria, desde la limitación de su aislamiento y su soledad, apenas acompañadas por un nivel y extensión de lecturas muy inferior al practicado por los escritores profesionales. Como la escritura era para mi un salvavidas, no una profesión, nunca sentí la necesidad de ampliar mi estrecho círculo de conocimientos literarios. Por otra parte, no pensaba estar aquí tanto tiempo. Siempre pensé que vendrían a recogerme. No fue así. Cuando fui plenamente consciente de que mi estancia aquí sería prolongada, me propuse alcanzar un grado suficiente de integración en la sociedad humana que me había tocado en suerte pero, hasta hoy, las dichosas orejas puntiagudas y las cejas circunflejas me lo impedían.
Cuando decidí abandonar mi condición de escritor alienígena, y ocuparme de los asuntos que les interesan a los humanos todo cambió. Comencé a escribir artículos de contenido político, llenos de términos hipercríticos e insultantes, en los que ponía a parir a uno de los dos bandos, otras a veces a ambos.
Discutí de política con los vecinos, transeúntes y contertulios, vociferé en foros previamente favorables al insulto y la invectiva, participé en actos públicos tumultuosos, de unas y otras facciones. Una actividad incansable y sucesiva que llegó a ocupar la mayor parte de mi tiempo, y me dio una cierta notoriedad.
El resultado de todo ello ha sido que la antigua desconfianza que producían mis rasgos en los demás, ha desaparecido por completo. Unos me tildan de neofascista, otros de izquierdista radical, pero nadie dice ya, --mira, parece un alienígena.
Ahora, paseo por la calle con entera libertad, orgulloso de mis orejas puntiagudas y mis cejas circunflejas, que han perdido su antiguo carácter raro, origen de tantas actitudes discriminatorias. Me ha costado lo mío pero, al fin, soy uno de ellos.
Lohengrin 03/07
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