viernes, 23 de marzo de 2007

EL CUADRO

El arte ibérico fue, al principio, rupestre y doméstico, y al parecer consistió en la impresión de unas manos sobre la arcilla húmeda de las cuevas, antes de evolucionar hacia bucólicas escenas de caza que decoraban las paredes y las bóvedas de los refugios trogloditas. Hubo otras civilizaciones, mas avanzadas, como la persa, que conservan el testimonio de su descubrimiento de la belleza y la sensualidad hace ya seis milenios.

Después llegaron las religiones monoteístas. La islámica prohibió las representaciones figurativas, reduciendo el arte a una geometría concreta de escayola, que cubrió los muros palaciegos y las mezquitas con la escritura coránica. En el occidente cristiano, la pintura religiosa monopolizó el mercado del arte, que se administró desde el Vaticano durante siglos, hasta el Renacimiento. Los Papas entonces se aliaban con los reyes, o bien ordenaban su asesinato, como al parecer se hizo mas tarde con Isabel de Inglaterra, -sin éxito- cuando esta soberana hizo pública su intención de fusionarse con una compañía rival de la iglesia romana.

En el renacimiento, el arte se emancipó de la tutela eclesiástica, pero a cambio de ello los artistas se convirtieron en servidores de los señores feudales, nuevos marchantes enriquecidos, que buscaban darse lustre universal a través de sus pupilos, a los que trataban como sirvientes. Leonardo, al parecer, igual pintaba la Gioconda, que preparaba en la cocina una monumental tarta de fresa para su señor.

Después, los mas famosos pintores españoles, Velázquez y Goya, fueron pintores de la corte y su relación con los monarcas no debió diferir mucho de la de sus antecesores italianos, aunque no se conocen sus habilidades culinarias. Goya, sin embargo, nuestro primer pintor moderno, dejó un retrato de Fernando VII que se conserva en el San Pío V, de Valencia, tan inmisericorde y fiel con la catadura del sujeto, que su sola contemplación vale por un tratado de historia y explica lo nefasto que fue aquel tipo para la libertad de los españoles de la época. Goya fue, además, el primer cronista de guerra de la época moderna, y sus cuadros describen la crueldad y el patetismo de los episodios que contempló, con imágenes semejantes a las que ofrece ahora la televisión en los telediarios cotidianos.

No fue hasta el verano de 1.789 cuando la iglesia fue expulsada del poder terrenal y la monarquía se separó --primero separaron sus cuellos-- del poder divino. La estética de la pintura se hizo republicana, y ese es el antecedente histórico de la lata de sopa Campbell que un inmigrante del este europeo, que se hizo llamar Andy Warhol, convirtió, desde Estados Unidos, en icono de la cultura contemporánea.

Mientras las vanguardias artísticas revolucionaban el mundo del arte, en España vino un ciclo histórico de oscuridad, en el que el dictador soberano volvía a pasear bajo palio con los obispos por las calles, mientras los curas comunes se hacían besar la mano en los transportes públicos. La época de la monarquía absoluta, de la confusión entre poder político y religioso, quedaba restaurada en España bajo la forma del régimen nacional católico.

Todo ciclo tiene un final y, muerto el dictador soberano en la cama, y olfateada por los obispos la necesidad de un cambio en las formas, el país inició una nueva era, caracterizada por la generalización de las libertades formales y la alternancia de gobiernos democráticos de distinto signo.

Ahora mismo, da la sensación de que la adaptación de la iglesia romana en España a los nuevos tiempos es imperfecta. Después del reflujo reaccionario del Vaticano y el desmontaje de su último concilio, Benedicto toca a rebato para que sus obispos se apunten a una ofensiva contra el laicismo, se dejen de complejos y se pongan a intervenir, cuanto mas mejor, en la toma del poder terrenal, exigiendo a los políticos de ideología cristiana una lealtad combativa con sus postulados.

Solo nos faltaba el cuadro. Camps, quien, visto en persona ya no parece tan cerúleo y eclesial como al principio, debe conservar sin embargo la impronta de ese juramento de lealtad a la iglesia, por debajo de su aspecto bronceado de político moderno. Pues no ha encargado el tío, --con el dinero de todos, supongo-- un retrato de la familia real española con el Papa Benedicto en el centro. Lo he visto reproducido en la prensa. Todo ciudadano español, en su ámbito privado, sea miembro de la familia real o trabaje en la limpieza pública, está en su derecho de colocar en la repisa, si es de su gusto, una foto o un óleo del Papa o con el Papa. Que un presidente autonómico, con dinero público y una falta de sensibilidad absoluta hacia los que no piensan como él, a quienes también representa, haga semejante ostentación de sacristía es, mas que una atención a la monarquía, un exceso, una provocación, una mas de las que nutren cada día el clima desestabilizador que va a prolongarse, por lo que se ve, hasta las próximas elecciones. Espero que pierdan los desestabilizadores.

Dejando de lado juicios estéticos, esa desafortunada mezcla de monarquía constitucional y poder Vaticano, con su evidente carácter simbólico, nos devuelve a los tiempos oscuros, los tiempos prerrevolucionarios de las monarquías absolutas, a aquellas lejanas épocas históricas en que los Papas se aliaban con unos reyes y mandaban matar a otros.

Por si no tuviéramos bastante con las ingerencias, impropias y anacrónicas, de monseñor Cañizares, de Camino y de García Gascó, en asuntos que no les incumben, como dar opiniones que no se han solicitado sobre películas, catálogos y demás, en lugar de ocuparse de las ovejas mas empobrecidas de su rebaño, que es a lo que tenían que estar, ahora llega Camps y, como si fuera un señor feudal, o un abad influyente, nos regala, con el dinero de todos, una pintura que parece venir de los tiempos mas oscuros de la edad media, antes de que el arte renacentista se liberara del yugo de la iglesia.

Es que, son la leche.

Lohengrin. 03/07

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