martes, 6 de marzo de 2007

LA GRAN CESION


La vida política española está llena de fantasmas. Personajes que perdieron el aura del poder un infausto día, como consecuencia de un salvaje atentado terrorista.-Ahora vagan por los pasillos del hemiciclo como si fueran personajes de un libro de Juan Rulfo, García Márquez o Vargas Llosa, y cuando se asoman a las cámaras de televisión nos asustan a todos con un lenguaje intransigente, catastrofista, desestabilizador, pero, sobre todo, fantasmal, porque sus voces de ultratumba no nos hablan de la realidad objetiva, sino que son reflejo de su frustración por haber sido descabalgados de la montura que tanto añoran, la del ordeno y mando, y usted no sabe con quien está hablando, ¿se acuerdan?

No creo que esos personajes de ficción representen a toda la derecha política española, pero son los mas visibles, y sobre todo, audibles. Tanta intransigencia, tanta violencia dialéctica sectaria, aunque se perciba como algo fantasmal, contrasta de un modo muy llamativo con el espíritu de acuerdo, diálogo y consenso que acompañó la llamada transición a la democracia en nuestro país, que yo prefiero llamar la-gran-cesión. Aquel espíritu pactista, que respondió al deseo generalizado en el país de sentar las bases de un futuro democrático, y al reconocimiento realista y pragmático de la izquierda emergente de que la relación de fuerzas en aquel momento no daba para más, fue bendecido con la etiqueta de transición democrática, con tanta fortuna, que ha llegado hasta nuestros días con la envoltura de proceso modélico, sin que las muchas cesiones que se hicieron para lograrlo, hayan sido apenas visibles.

Aunque carezco de poderes paranormales, me parece percibir claramente que el ectoplasma fosfórico que exhiben los mas fantasmales políticos de la derecha actual, tal vez tiene su origen en algún fruto podrido que incluía la envoltura de la transición, aunque nos la vendieron como si todos fueran sanos. Hablo de la cesión que supuso el que no se pidieran responsabilidades de ningún tipo por los muchos desmanes cometidos al amparo de un régimen que no respetaba los derechos humanos, durante cuatro décadas. Me refiero al efecto de Ley de Punto final que produjeron los acuerdos políticos de la transición, que dejaron impunes muchas conductas impropias, por decirlo de un modo suave.

El vínculo entre aquella situación histórica y ésta no es un asunto solo de historiadores, como quisieran algunos. Si bien es cierto que la mayoría de los perseguidos o encarcelados, y los ejecutados, ya no están entre nosotros, no es menos cierto --que obscenidad-- que personas cercanas al dictador que se apropió de las libertades de todo un pueblo, circulan con entera frivolidad por los pasillos de la sociedad mediática, sin que nadie les pregunte por su patrimonio, ni como llegó a sus manos. Una parte, nada despreciable, de la derecha española, cuyos fantasmales portavoces evocan ahora lo peor de la política, es heredera directa de la política franquista, del autoritarismo, de la ausencia de cultura y práctica democrática. Así se explica que políticos que sirvieron al franquismo sigan en activo. Es cierto que se les ha votado, pero no es menos cierto que han sido elegibles por la existencia de un pacto, el de la-gran-cesión. En ausencia de ese pacto, habrían sido inhabilitados de por vida para ejercer cargos públicos.

Cuando alguien les recuerda eso, esos tipos melifluos, cerúleos, fantasmales, enseguida replican con el consabido argumento historicista, que eso es cosa del pasado, que no estaban allí, pero lo cierto es que sus maneras son las mismas que las del viejo régimen nacional católico, como sus vinculaciones e intereses, porque nada de eso se desmontó.

Sería injusto señalar a las fuerzas que hicieron la-gran-cesión como únicos responsables de haber incluido en la cesta ese fruto podrido, cuyas emanaciones se perciben ahora en las apariciones fantasmagóricas de los desestabilizadores. Un pueblo que soporta durante cuarenta años una dictadura y asiste a la muerte del dictador en su cama, alguna responsabilidad colectiva tendrá en esos acontecimientos. Todos los que tenemos una cierta edad, estamos concernidos, por acción o por omisión, en esa responsabilidad. Los únicos inocentes son los españoles que han nacido en democracia, sin conocer ni participar de ese sistema autoritario tan longevo.

A esos nuevos españoles, hay que explicarles quien es esa derecha , para que cuando vean la televisión o lean los periódicos, no crean que son personajes fantasmales creados por las plumas de Rulfo, Vargas Llosa o García Márquez. Hay que decirles de donde viene esa gente que vocifera con aspereza porque los han descabalgado del poder. Porque, claro, el poder es suyo por nacimiento, por origen, no solo por el voto, y es una anomalía que, aunque sea temporalmente, los ciudadanos, en el uso legítimo de sus derechos electorales, los manden al banquillo.

Por eso, las nuevas generaciones que escuchan la vociferante y fantasmal crispación que sale de las filas de un sector de la derecha política actual, esa dialéctica destructiva y prepotente tan sonora, deberían ir a Google y escribir la palabra transición en el buscador. Allí encontrarán, si saben buscar, el origen de ese ectoplasma fosfórico que viene del pasado y envuelve a esos caballeros pálidos que perdieron el aura del poder y nos darán la tabarra todos los días hasta que lo recuperen.

Tal vez, cuando pasen otros treinta años, toda la derecha se habrá civilizado. Entonces podremos reconocer sus méritos de gobierno, si es el caso, y votarles. Mientras tanto,-- es una opinión-- es bastante peligroso. Te pueden meter en una guerra. O hacer lo imposible para impedir la paz, si es otro el que la busca.

Lohengrin. 03/2007

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