La ética se podría definir como un conjunto de ideas, valores y normas teóricas que pone el énfasis en guiar las acciones de la conducta humana, de modo que se traduzcan en un comportamiento honesto y recto, con uno mismo y con los otros.
El pragmatismo indica la centralidad de la acción en estado puro. Se trata de obrar en función de las necesidades reveladas por la realidad en cada momento, sin atenerse a códigos rígidos que dificulten la acción.
Ambas categorías pueden verse como antagónicas o complementarias. Prefiero pensarlas como complementarias, a partir de sus propios límites.
El límite de la ética estaría en el punto en que su interpretación rígida, inflexible, impide o incapacita para la acción. Si la ética tiene como objetivo establecer un paradigma de honestidad y rectitud en la acción humana, debe ser capaz de obtener, a través de la acción --el pragmatismo-- en ella inspirada, la posibilidad de intervenir en situaciones y realidades sociales carentes de honestidad y rectitud, para cambiarlas.
El límite del pragmatismo lo impondrían aquellas condiciones de las situaciones y realidades sociales que puedan hacer pensar al pragmático que el predominio de la necesidad de actuar está por encima de la necesidad de hacerlo sin abandonar los presupuestos éticos básicos que inspiraron esa acción.
El arte de moverse entre ambos límites, sin rebasarlos, evoca el del funámbulo que se mueve en la altura, intentando apurar los límites de lo posible, sin perder en ningún momento la conciencia de la ley de la gravedad, cuya inobservancia daría con él en el duro suelo.
Existen éticos puros, como hay pragmáticos puros. Los primeros parecen condenados al aislamiento, la distancia y la inoperancia, incapaces de influir con sus actos en las realidades sociales que contemplan únicamente desde el plano teórico. Los segundos suelen influir, y mucho, cuando alguna forma de poder está a su alcance, en las situaciones y conflictos de la realidad social. Si lo hacen desde un olvido predominante de la ética, --ese es mi paradigma de pragmático puro-- suelen imponer cambios en la sociedad en la que actúan, generalmente para peor, pues el resultado de su acción libre de códigos suele ser una situación mas pobre en valores de honestidad y rectitud.
Afortunadamente, la vida no se suele producir en compartimentos estancos. Cuando el ético puro y el pragmático puro coinciden en un mismo espacio de búsqueda de alternativas, uno para pensarlas, otro para la acción, en ausencia del aislamiento mental que los caracteriza por separado, esa interacción los contamina, a cada uno, con el pensamiento del otro.
En ese espacio de la realidad pueden aparecer tipos mixtos, despojados de la pureza, paralizante o destructiva, según el caso. La riqueza de la interacción social puede producir sujetos ético-pragmáticos y pragmático-éticos, según el predominio de cada impulso intelectual en su personalidad. La combinación en la acción de ambas categorías puede conducir a un equilibrio ideal que no existe como tal en los individuos aislados, pero que es capaz de conformar la personalidad del grupo social que los integra.
Cuando ese equilibrio es inexistente, cuando los grupos con capacidad de actuar socialmente no están compuestos por un número suficiente de individuos portadores de esas tendencias integradoras de valores y acciones, el clima social, indefectiblemente, se deteriora en términos éticos y la deriva social puede quedar en manos de un nuevo tipo de personas que surge, naturalmente, de ese proceso de degradación ética, el pragmático cínico.
La sociedad del logro que predomina actualmente es a la vez, en mi opinión, causa y efecto de esa degradación. Tal parece que hemos pasado de la excesiva rigidez y solemnidad de la ética del siglo diecinueve a un abandono casi total de los principios éticos, saltándonos la alternativa de una ética evolutiva capaz de sugerir caminos adecuados a los cambios experimentados en casi todos los ordenes de la vida. En especial en los factores sociales, los biológicos son menos visibles.
La lógica del beneficio y la acumulación, impuesta como paradigma único por la fuerza de los hechos desde la corriente dominante pragmático-cínica, impregna de tal modo la vida de los hombres, que es altamente probable que nos lleve al absoluto desastre, a menos que algún desastre parcial y “menor” nos haga reflexionar, resistir esa corriente destructiva y reconducir nuestras acciones en la dirección de una combinación equilibrada de ética-pragmática y pragmatismo-ético.
Puede ser que las cinco de la madrugada y la luz de una vela ardiendo, trémula, en el cuarto de una casa aislada en la sierra en el que escribo, no sea el mejor entorno para pronunciarse sobre cuestiones éticas, o puede que sí lo sea. En cualquier caso, la próxima vez escribiré sobre el cine americano, para no caer en estos berenjenales.
Lohengrin. 04//07
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