martes, 13 de febrero de 2007

DESIERTOS Y CAMPANAS

Al leer a Julio Llamazares siempre percibo el aliento poético de su lamento por el paraíso perdido. Comparto esa sensibilidad pero, a la vez, sus reflexiones me invitan al análisis de las situaciones y circunstancias históricas que están en el origen de esa pérdida.

En este caso escribe Julio, en un artículo periodístico de hoy mismo, de Las dos Españas, y no se refiere solo a las ideológicas, sino a la España del interior, de los desiertos poblacionales, y a la de las economías en expansión, Madrid y las periferias.

Julio traza un mapa de esos desequilibrios y sitúa en la zona deprimida a Extremadura, las dos Castillas, Aragón, el antiguo reino de León y las provincias interiores de Galicia.

Al final de su artículo cita una descripción de la geografía actual peninsular, de Manolo Vicent, que la ve como una campana gigante, con un badajo en el medio que resuena en el vacío inmenso que lo rodea.

He viajado por Extremadura, por ambas Castillas, por Aragón, por Galicia, Cantabria y el País Vasco, por Andalucía, Cataluña, por Murcia y la comunidad Valenciana, por Baleares y Canarias. En todas partes he visto desiertos poblacionales. Incluso en Valencia, de quien mucha gente ignora que es uno de los lugares mas montañosos, porque no conoce su interior. He visto las soledades de la Andalucía alejada de la costa y de las aglomeraciones urbanas. Y el abandono del Aragón que no está vuelto hacia el norte, hacia la prosperidad de los vecinos. Pero en ningún lugar esa sensación ha sido tan omnipresente como en Extremadura. Hasta el punto de que al llegar allí por primera vez no pude evitar visualizar la imagen de una mano llamando a una puerta --Toc, toc, ¿hay alguien ahí?, sin recibir respuesta.

Me impresionó, por su belleza, el paisaje extremeño, también, por su cordialidad, su paisanaje, no digamos su historia, su riqueza monumental, su gastronomía. Pero no pude evitar volver con la impresión de que había visitado un lugar vacío, y con la inquietud de preguntarme -¿Porqué, ese vacío?.

Extremadura es el paradigma de la España del desierto poblacional, pero ahora Julio nos estimula a que demos respuesta a esa pregunta. Donde Julio ve insolidaridad y desprecio de la España rica hacia la pobre, yo prefiero bucear en los orígenes históricos de esa situación. Lamento no disponer de tiempo para una investigación exhaustiva en el catastro en apoyo de mi argumento, pero he visto con mis propios ojos la dimensión de las propiedades latifundistas que conforman el territorio extremeño. Millones y millones de metros cuadrados dedicados a la caza y la dehesa, probablemente en manos de propietarios que no viven, no han vivido, ni vivirán allí. Lamento decirlo así, pero Extremadura aún parece una finca en manos de señoritos, como el Congo lo fue de Leopoldo de Bélgica, y claro, con esa estructura de la propiedad, uno entiende que la gente se haya marchado, no solo en busca de mejores condiciones económicas, sino huyendo de unas relaciones sociales cuasi feudales, tan bien descritas en “Los Santos Inocentes”.

Es aquí donde confluyen Las dos Españas de Machado, con Las dos Españas de LLamazares, porque fue una de esas dos Españas machadianas la que hizo la contra revolución, para evitar que la Reforma Agraria les expropiara sus fincas.

Tanta sangre de unos y otros derramada en un conflicto, una de cuyas claves fue el sacro santo derecho de propiedad, para que luego esas fincas hayan permanecido en su mayor parte, hasta hoy, improductivas, contribuyendo a la desertización poblacional de un territorio cada vez mas vacío. Mérida, cuarenta mil habitantes. Los mismos, aproximadamente, que cuando formaba parte del imperio romano, aunque en Plasencia vi una población joven y un ritmo creciente de actividades industriales.

Insolidaridad, si, pero no tanto de los habitantes de otras comunidades que contribuyen con sus impuestos a los fondos de compensación interterritorial, sino de una estructura de la propiedad de la tierra egoísta, insolidaria, improductiva, que está en el origen, junto con las políticas económicas centralistas, franquistas y post franquistas, del desierto poblacional que Vicent ve como una campana.

Lohengrin. 02/2007

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