jueves, 1 de febrero de 2007

LOS ESCRIBAS

Después de escribir varios libros que permanecen inéditos, aunque he dejado rastro de ellos en el ciberespacio, y que, probablemente, son un solo libro, un mero aprendizaje para acercarme a las técnicas de la escritura, hoy me siento capaz de ordenar quinientas palabras sin acudir a referencias meteorológicas, ni a dudosas metáforas lírico vegetales, que requieren de un estado de ánimo muy especial para ser formuladas o leídas, y es que, después de cinco días de inmersión en la vida rural, uno siente la necesidad de despojar la escritura de innecesarios adornos florales.

Los campeones de la síntesis literaria, de la economía del lenguaje, son, me parece a mi, los escritores publicitarios. Aunque, en ocasiones, utilizan textos clásicos para escenificar sus mínimas historias, lo que les caracteriza es la creatividad para construir, con un mínimo de medios, historias capaces de expresar, unas veces con claridad y concisión, otras veces usando elípticas metáforas, un mensaje inteligible y directo que alcanza, en pocos segundos, apoyándose en la imagen, un nivel de comunicación efectivo, que conecta con el segmento de público elegido previamente.

Luego están los escritores de guiones cinematográficos. Este género incluye diversas especies. Algunas ya extinguidas, como Dashiell Hammet y sus epígonos, construían unos diálogos ricos y complejos, con tal densidad literaria, que apenas cabían en las imágenes que debían subrayar. A veces las desbordaban, obligando a los actores a una velocidad de expresión que excedía de lo normal. En el otro extremo, los guionistas de la Nouvelle Vague, se limitaban a dar de vez en cuando una pincelada lingüística al silencio sonoro que acompañaba un cine en el que prevalecía la imagen sobre la palabra y que producía en algunos espectadores un cierto síndrome de incomodidad y angustia, muy semejante al que cualquiera puede percibir cuando se encuentra en un ascensor, rodeado de desconocidos, en el centro de un espeso silencio.

Entre esos dos extremos, los guionistas de las series de televisión utilizan un estilo coloquial para construir sus diálogos, en el que la comunicación y la cercanía con el espectador, junto con la inclusión de numerosos gags, buscan la eficacia comunicacional a través del lenguaje de la calle, específicamente diseñado para cada uno de los personajes, que se construyen intentando expresar réplicas o arquetipos fácilmente reconocibles.

Lo que caracteriza a la escritura de guiones y la distingue de otros géneros literarios es aquello que no forma parte de los textos escuchados, pero es una parte indispensable del propio guión. El guión cinematográfico, heredero del libreto teatral, contiene las necesarias acotaciones, indicaciones y referencias que permitan la realización de las escenas que lo integran, y la asociación de los textos con los personajes que los dicen.

En ese sentido, su escritura exige un conocimiento técnico específico, ausente en otras formas narrativas, a excepción del teatro.

Llevo años inmerso en el aprendizaje de la escritura. Confieso que esa dedicación me ha apartado de la lectura. En esta etapa he leído algo, si, pero no de manera cotidiana. Estos días me ha ayudado a dejar morir el tedio del aislamiento vacacional un libro curioso. Se trata de una traducción de “Mann aus Apulien”, una edición de 1.988 de Horst Stern,

de quien nada sabía antes de incorporar este ejemplar a mi equipaje, quien, con la excusa de contarnos las andanzas de Federico II, emperador del sacro imperio germánico durante la primera mitad del siglo trece, aprovecha para expresar sus dudas, ansiedades, preguntas y experiencias personales, que pone en boca de ese personaje histórico, lo que me ha hecho reflexionar sobre la moda meta literaria, presente en la narrativa actual.

En realidad, lo que antes expresaban los autores de siempre a través de sus personajes, ahora nos lo presenta el propio autor, en primera persona, mas allá de la historia y los personajes, aunque siguen siendo dudas, angustias, preguntas y experiencias personales, solo que, y esta es la única novedad, sin intermediarios literarios, con lo que se ha convertido en innovación lo que en realidad parece, simplemente, el abandono del pudor, sin que esta opinión califique de ningún modo ese fenómeno. Solo es una constatación. Naturalmente, todos somos libres de elegir ser mas o menos pudorosos.

Nuestro amigo Stern, en la época en que lo meta literario aún no estaba en boga, no se corta nada en atribuir al sacro emperador intimidades que, dado lo lejano de su reinado, son de dudosa atribución al personaje: “La salida de un cuerpo de mujer, una sensación de frío repentino causado por el sudor y la humedad de la concupiscencia, el abandono máximo del cuerpo ante otros ojos que los propios, un enojo en la vergüenza de poner orden en las ropas desarregladas, el paso de las palabras de amor a la conversación corriente para recuperar la dignidad..” .Sigue en la misma línea con su afortunada paráfrasis en forma de cultismo: “Deus ex vagina”. En fin, el libro está salpicado de monólogos, referencias y reflexiones cuyo origen se vislumbra claramente en la propia experiencia vital del autor, aunque sin caer en la trama tramposa de ese best seller que tanto ruido hizo al atribuir a uno de los apóstoles de la cena de Da Vinci la figura de María Magdalena, al que algunos catedráticos --meapilas?- se han visto en la obligación innecesaria de desmentir, pues hasta el mas tonto sabe que no ha sido escrito para ser tomado en serio.

Todo empezó con el éxito de Umberto Eco y su Nombre de la Rosa. Desde entonces, la novela histórica se ha convertido en un chollo para aquellos que, como alquimistas medievales, mezclan el rigor histórico con la ficción desaforada, para transmutar el plomo en oro.-- Debo confesar que yo mismo empecé una, aunque no la terminé.

Parece que lo he conseguido. He excedido las quinientas palabras sin recurrir a referencias meteorológicas ni metáforas florales. Es hora de cerrar el quiosco y preparar el Suquet de bacalao. Agur.

Lohengrin. 03/2005.

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