lunes, 5 de febrero de 2007

HUMANOS

Somos materia, un conglomerado de fibras, sangre, tendones, huesos y músculos, con una sonrisa puesta para hacer creer a los demás que somos inofensivos, aprendida de nuestra organización neuronal, que está ahí, esencialmente, para hacer la convivencia posible mediante el engaño de nuestra aparente condición humana.

Ante el estupor general cuando alguien se comporta como un animal, --era tan normal--cabe sorprenderse de porqué los bípedos no se comportan siempre así, como fieras salvajes, y consiguen mantener esa apariencia de civilización que los diferencia de otras especies.

La respuesta es, naturalmente, la cultura, en sentido amplio. Millones de años de evolución cultural nos han enseñado a encontrar y practicar alternativas a la violencia. Pero los aprendizajes no son perfectos, no alcanzan a todos, ni en igual medida y su resultado final parece ser un mecanismo delicado, susceptible de regresión, de olvido de lo aprendido, o de fragilidad ante otros elementos, como la territorialidad, la pertenencia o la codicia, que pueden desencadenar fuerzas puramente animales, capaces de destruir lo que tan pacientemente se ha ido depositando, capa tras capa, en nuestra inanidad. Eso que llamamos, con cierta presunción, la naturaleza humana. Expresión bastante contradictoria, por cierto. Nada de natural hay en que un animal bípedo se considere humano. Si alcanza un cierto nivel de humanidad, es a cambio de desprenderse de su animalidad, es decir, de su naturaleza, tan contraria a los usos y costumbres que el mismo se impone a través del proceso civilizador.

La prueba de esta afirmación es la observación de las necesidades básicas del ciclo vital del bípedo, que en nada se diferencian de las cualquier otra especie. Necesita hábitat, alimentación, reproducirse, se comporta como un depredador, hasta que finalmente muere y se descompone.

Y si eso es así, no deberían sorprendernos las reacciones de cólera que, con frecuencia, terminan en homicidio, sino el hecho de que esas conductas sean relativamente minoritarias, siendo la base biológica y fisiológica de la conducta bípeda, sustancialmente, semejante, hablando en términos orgánicos.

Ocurre que nuestra memoria antigua, medida en términos geológicos, ha olvidado prácticas ancestrales que antes eran comunes a cualquier individuo, y que eran respuestas instintivas a las necesidades de supervivencia.

Las sociedades modernas, sobre todo de doscientos años a esta parte, han generado tanta información sobre los modos de vida socialmente aceptados, sobre sus reglas y comportamientos, han promulgado tantas leyes restrictivas, y lo siguen haciendo a tal velocidad y con tanta minuciosidad, que es técnicamente imposible que los bípedos actuales, aunque sea de forma minoritaria, no transgredan alguno de esos tabús sociales y jurídicos, todos los días.

Es el énfasis que hacen los medios de comunicación en esas conductas transgresoras lo que produce en algunos la sensación de que nunca ha habido tanta violencia como ahora, cuando lo cierto es que los procesos civilizadores han conducido, mayoritariamente, al abandono de las actitudes violentas entre las personas, a pesar de la fragilidad de ese mecanismo, susceptible de regresión ante estímulos que tienden a anularlo, si bien la violencia colectiva, ligada a las relaciones de poder de las minorías que la promueven, sigue estando presente de forma cotidiana con su rostro trágico que nos visita cada día desde la pantalla del televisor.

A pesar de esa presencia mediática de la violencia colectiva, hay que felicitarse de que tantos animales de dos patas se comporten como si fueran humanos, sin serlo, y trabajar para que el resto, los que creen vivir en una selva, lleguen a la conclusión de que esto es una selva, si, pero ellos no tienen que comportarse como si lo fuera.

A esas minorías violentas, deberían proyectarles esos documentales en que aparecen los exploradores del siglo XIX, --el doctor Livingston, supongo?-- en medio de la jungla amenazante, sin perder un ápice de elegancia personal en su apariencia. El ejemplo de aquellos hombres, --es una opinión-- es el mejor antídoto contra la animalidad y la expresión de la superioridad de la cultura sobre la barbarie.

Lohengrin. 08-2006.

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