"María Eugenia pagó la cuenta, yo insistí en pagar mis tónicas pero no me dejó, de todos modos, yo no podía invitarla. Salimos a la playa, hicimos el amor como dos adolescentes y cuando nos saciamos fuímos a mezclarnos con el gentío que llenaba las calles de la noche festiva.
El caos de vehículos atascados en las calles era inenarrable, solo comprensible para quien haya visitado Valencia en épocas festivas de fuegos artificiales. En el puente de Aragón ya no pudimos avanzar más. El aluvión sonoro de las bocinas de los coches atascados se mezcló con el silbido de los agentes de policia que intentaban controlar el desorden y el estallido intermitente de petardos lanzados por algunos exaltados se deshacía en millares de partículas luminosas que caían sobre nosotros en medio de una atmósfera saturada de un humo azulado.
Ante la imposibilidad de seguir avanzando con el coche lo dejamos tirado y seguimos caminando por el Jardín del Turia. Formas neoclásicas reverberaban junto a la gran cúpula de vidrio del Palau. En su interior, seres etéreos flotaban blanquecinos iluminados por el resplandor lunar, mientras en el estanque los barcos teledirigidos navegaban velozmente
entre las miradas divertidas de los curiosos que llenaban el paseo.
El reflejo de los puentes renacentistas se combinaba en los estanques rojos y azulados con la basura arrojada por los
desaprensivos, en una perfecta síntesis de fealdad y belleza. Bajo los arcos del Puente del Mar una maleta vieja, desvencijada; restos de las noches en blanco de sus insomnes huéspedes, de la miseria de los desesperados, de los juguetes de nuestra infancia y un frío húmedo, inmisericorde, que cala los huesos hasta la médula.
Al final del paseo, sin transición, la fetidez del canal de desagüe, el olor metálico de los vertidos de sulfuroso, la
ruína de lo que fue un puente, el abandono y la desolación, un territorio fronterizo, calcinado, depósito de latas y zapatos viejos, de escombros y vidrios rotos, la no ciudad, donde medran las plantas de basurero y en las mañanas de otoño la mezcla de niebla y azufre vuelve el aire irrespirable.
Los neones intermitentes de Distriro 10 nos volvieron a la realidad. María Eugenia sacó su tarjeta Vips y nos dieron dos tickets a la entrada de la discoteca para consumir sin ninguna limitación durante nuestra estancia en el local.
Cruzamos el hall y un mundo dionisíaco y envolvente nos deglutió enteramente.
Sobre el fondo de un fragor heterogéneo de sonidos musicales cientos de rostros hermosos y excitantes se miraban sin
verse, decenas de altavoces vomitaban a la vez sus rítmicos contenidos al caudal sonoro que inundaba el lugar y toda la nube acústica se elevaba sobre un lecho de humo de cigarrillos, respiraciones agitadas, oscuros gemidos orgásmicos y delicados sonidos cristalinos de copas de champán entrechocadas, mientras en el podio de la izquierda una atractiva muchacha rubia, con el pelo muy corto, excitaba los sentidos con sus eróticos movimientos, su enjuto cuerpo se contoneaba, insinuante, embutido en un estrecho vestido, que dejaba ver sus hermosas piernas vestidas de seda negra."
Y esto es todo. Esto pudo haber sido, no digo que lo fuera, mi segunda salida en la desescalada.
Un saludo cibernauta.
En fin. Desescalada (2)
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 7 06 20.
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