domingo, 12 de julio de 2020

POLVO SAHARIANO

"Hace unos días un fenómerno atmosférico relativamene frecuente por estas fechas inundó las calles de la ciudad de València con una masa de polvo procedente del desierto del Sahara, en particular, se coló en nuestro salón,  a través de las mamparas que dejan entrar en casa el viento de Levante, pero no a los mosquitos tigre.

Cuando noté las partículas de tierra dándome en el rostro, instintivamente miré la foto de mi hijo Quique, que se hizo junto a un habitante del desierto marroquí, mientras pernoctaba en la terraza de una casa turística ubicada por allí


Al escuchar en la radio, ver en la tele y leer en algún periódico la expresión 'polvo sahariano', ignoro porqué, mi imaginación se puso en marcha y hoy, después de un paseo por el parque y dos cervezas en el chino, luego de comer una excelente berenjena rellena preparada por Encarna, he escrito el título de esta cosa que llamo crónica, aunque, realmente, no lo es.

El caso es que esa expresión, "polvo sahariano" me ha hecho evocar una historia imaginaria, la de un tuareg del desierto, miembro de la tribu de los hombres azules, y una mujer de nacionalidad belga que pasaba por allí. El tuareg lo he imaginado en su tienda, con una hoguera encendida para soportar el frío nocturno del desierto, dedicado a un retiro voluntario, después de confiar sus cabras a sus colegas de trashumancia, en busca de una paz interior.

La mujer belga, la imagino como una ex política que, después de perder las elecciones para el parlamento, decide abandonar la política y comenzar un viaje iniciático en busca de su auténtica vocación, encontrar un hombre que la ame de verdad y la compense de sus fracasos  y de sus desilusiones.

El encuentro casual entre el tuareg y la ex política belga se produce por la noche, bajo las estrellas, y los ojos de ambos se encuentran, en medio de la oscuridad y el desamparo, y se perciben, por ambos, como una tabla de salvación para sus tristezas, sus ausencias, sus errores.

Los ojos penetrantes del tuareg, apenas descubiertos entre su turbante y su pañuelo tienen un brillo misterioso que cautiva, de inmediato,a la mujer. Por su parte, el cuerpo de la mujer belga, expuesto a la curiosidad del tuareg, lo fascina de inmediato, aunque no deja de percibir la melancolía de su mirada.

El tuareg, atendiendo a la proverbial amabilidad de los suyos con los extraños, invita a la mujer belga a pasar al interior de su tienda, para gozar del calor de la hoguera, juntos, pero no revueltos. Su lenguaje de signos consigue que ambos congenien, después de compartir la razón por la que cada uno está allí.

El desenlace del cuento lo dejo a la elección del lector, algunos, los más procaces, pensarán que la cosa acabó con un "polvo sahariano" en su sentido erótico más vulgar. Otros, más místicos, pensarán, como yo, que solo fué el encuentro entre dos almas necesitadas de consuelo, y una demostración de que el amor, con o sin sexo, entre personas de dos culturas tan diferentes, tan alejadas, es una muestra de lo hermoso que puede ser el mundo cuando lo contemplamos con los ojos de la esperanza, en un entorno propiciado por la hospitalidad tribal.

Ahora que me doy cuenta, esto, más que una crónica, podría ser una idea para el guión de una película de las que ponen en Netflix ahora, pero yo, la verdad, no tengo vocación de guionista, solo de bloguero, que ya es bastante."

Un saludo cibernauta a todos, tuaregs y políticas belgas desilusionadas.

En fin. Polvo Sahariano.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 12 07 20.

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