"Hoy hemos bajado, pronto, a comprar en Mercadona y a las doce ya estábamos de vuelta. Hoy quiero escribir del tiempo, no del meteorólogico que aquí estos días es extraordinario, soleado, hoy, sin apenas viento, sino del tiempo cronológico.
Esto viene a cuento porque cuando le dije a Tony, del Maravillas, hace unos siete ú ocho días, siento lo del cierre de los bares, de tu bar, el contestó, --Esto no es nada, quince días pasan volando. Y, ahora, ya ven, el calvo con peluca que rige la política autonómica ha decidido que los quince días se prolonguen hasta un mes, lo que me lleva a reflexionar sobre el relativismo del concepto temporal...
Son las 13 horas, así que, de momento, lo dejo, voy a ver Terra Viva en la tele, un programa de A Punt que no me pierdo ningún día...
Despues de comer seguiré, o no ...
...Hola, ya estoy aquí, de nuevo, después de haber tomado un tazón de gazpacho, un poco de tomate de pera rayado, con humus y un quesito fresco, la sémola de Encarna y medio plátano. Bien, ¿no?
El tiempo cronológico lo medimos de muy diversas maneras, según la situación en la que estamos. En la vida laboral, supongo, prevalecen las horas, los minutos. En la científica no sé si los nanosegundos ú otra medida. El año, 365 días, salvo los bisiestos, tiene otras connotaciones, a veces festivas.
Feliz año nuevo, feliz cumpleaños, son expresiones que asocian el tiempo cronológico a la felicidad, aunque no todos los aniversarios recuerden momentos felices. A mis setenta y siete años, recuerdo mi infancia y para rememorarla necesito recurrir al concepto temporal de siglo, porque, si no recuerdo mal, en mi primera infancia, en la ciudad donde vivo, la misma donde nací, el transporte de mercancías se hacía por medio de carros tirados por caballos, algo más propio del siglo XIX, que de los años cuarenta, la década --otro concepto temporal-- en que nací, en que mi madre Alpina me parió.
En mi vida temporal han habido dos etapas, claramente diferenciadas. De 0 a 27 años fuí una persona de lo más normal. De los 27 a los 77 sigo siendo normal, no vayan a creer, pero, esa nueva normalidad ha debido ser aprendida después de un período de crisis sucesivas. Un mes de noviembre comenzó a manifestarse en mi conducta algo que nunca antes había experimentado. Según Agustín Domingo, el psiquiatra al que tuve que acudir para entender mis rarezas de entonces, me diagnosticó un episodio de psícosis maníaco depresiva, algo que, por suerte, ahora se llama bipolaridad.
El medio siglo transcurrido a partir de ese diagnóstico ha incluído la toma de fármacos para estabilizar el ánimo, primero litio, que la doctora Palop, que me atendió cuando Agustín se jubiló, ha cambiado por Depakine, porque el litio comenzaba a jorobarme el riñón. Ahora todo va mejor que hace medio siglo, pero he debido aprender a vivir con mi singularidad.
Al principio, las crisis fueron más recurrentes. Me recuerdo mirando una pizarra en un cuarto de casa donde estaba escrita la palabra Noviembre, que reflejaba mi temor a la recurrencia de la primera crisis, que fué tratada por el doctor Domingo con antipsicóticos en vena durante un mes, al cabo del cual, cuando volví a salir a la calle y a las clases de la facultad, lo hice en un estado de agotamiento que todavía recuerdo.
Con el paso del tiempo cronológico, la recurrencia de las crisis se aminoró, pero mi condición de bipolar es crónica, aunque no condiciona mi vida en modo alguno. Así pues, desde hace años, décadas, llevo una vida completamente normal, a diferencia de los pobres pacientes de hace un siglo que, con la misma dolencia, eran confinados en manicomios, tratados con electro shock y otras barbaridades.
Aquellas crisis del principio no perjudicaron mi vida laboral, no perdí mis empleos, aunque, después de quince años en la misma empresa vinatera, decidí cambiar y tuve otras experiencias profesionales, a las que pude acceder por mi titulación en Económicas, mi máster de Auditoria, y mi experiencia en contabilidad de empresa, que comenzó prácticamente a los catorce años, después de dos años como meritorio recibiendo a los clientes que llegaban a una consultoría de la calle de Russafa, mi primer empleo por cuenta ajena.
Ahora, con la perspectiva que da la visión del tiempo pasado, sospecho que aquella primera crisis psicótica se produjo por el intenso pluriempleo de la época, jornada de ocho horas de trabajo por cuenta ajena, estudio por las tardes en la facultad de Económicas, impartir clases de contabilidad en una Fundación, llevar la contabilidad de una empresa funeraria, de una óptica, demasiado para mí salud de entonces. Lo cierto es que la crisis se produjo y ha condicionado, hasta cierto punto, la evolución de mi vida posterior, hasta estabilizarse, cronificarse y, prácticamente, no suponer ya ninguna molestia, salvo ingerir 3 pastillas de Depakine cada día, la consulta telefónica con la doctora Palop, cada seis meses, y una analítica anual, de la que mañana, mi médico de cabecera, me dará su opinión, ajena al Depakine.
Vaya, me quejaba yo del pelma del camionero, que me contó su historia el otro día en un banco soleado y yo cometo hoy la misma irreverencia con los cibernautas que se acercan por aquí, contando mis chorradas, que barbaridad.....
Pido disculpas. Me he equivocado, no volverá a ocurrir...
Un saludo cordial a los sacrificados internautas que todavía siguen este blog, desde catorce países de cuatro continentes, gracias."
Chao, pibes.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 2 02 2021