Dejé morir tres horas visitando un par de museos, el domingo por la mañana. Lo bueno de dedicarse al arte pasivo en agosto es que no te agobian las muchedumbres y puedes hacer compatibles la contemplación y la reflexión en un entorno fresquito.
Hace tiempo que no voy al Ivam. Los museos de Heliópolis han experimentado un cambio a peor, en general, desde que las personas que los dirigen son designadas por los conservadores que gobiernan desde hace mas de un decenio.
Es solo una opinión personal, apoyada, sobre todo, en la visible mala gestión del San Pío V, la regresión que sufrió el Ivam con la marcha de los gestores que dieron a esa institución un prestigio internacional, insólito por estos pagos en materia de arte moderno, y el cambio de los contenidos que se ofrecen en el Centro del Carmen, antes una extensión del arte que se exponía en el Museo de Arte Contemporáneo y ahora, por lo que he visto hoy, un bastión del arte figurativo. Ya se sabe que los valores de las gentes de orden miran mas al pasado que al futuro y su lema favorito es aquello de Lampedusa, Es necesario que algo cambie, para que todo siga igual
A pesar de esa tendencia general, en el Ivam se pueden ver hoy tres exposiciones interesantes.
Elizabeth Murray, una señora de Chicago que ha colgado sus creaciones en el Moma de N.Y., ofrece el resultado de sus influencias surrealistas, coloristas y comiqueras, que se materializan en piezas de gran formato, con estructura de puzzle, pintadas sobre lienzos montados en maderas de formas torturadas. Original, colorista, rica en texturas y formas es una gozada pasearse entre tanto talento creativo que ha conservado la frescura de las experiencias infantiles de una niña que, sin duda, se pasaba todo el rato entre cómics y puzzles, y ha sabido hacer de esa diversión temprana un modo de vida.
No siempre hizo eso. Al entrar en la sala hay una muestra de sus cuadros dedicados a la abstracción geométrica. Quizás conoció la obra de Eusebio Sempere, y se dio cuenta de que por ahí no iba a ninguna parte. Encontrar un camino de expresión personal en el arte no es fácil. Es una condición esencial, no la única, para permanecer en el oficio.
Hay que superar etapas e influencias y pocos lo consiguen. Elizabeth si, creo yo.
Los del Equipo Crónica, metidos a deconstructores del Guernica, cuelgan su media docena de obras de aquella serie en otra sala, con una plástica muy efectista, también con influencias del cómic, procedentes del arte pop americano, como en el Intruso, ese cuadro en el que aparece el Guerrero del Antifaz dando mandobles en el centro del cuadro de Picasso, pero es La visita, en el que aparecen unos tipos con aire autoritario entrando en la sala donde se expone al cuadro, el que proyecta mayor carga crítica, aunque para mí, es una opinión, el dramático patetismo de Después de la batalla, un horizonte vacío donde aparecen miembros dispersos en el campo deshabitado, emociona más.
Recuerdo el título de un libro que me recomendó algún profesor, al iniciar mi paso por la facultad de económicas, El poder de la Banca en España, que ahora viene a cuento, porque la tercera exposición visitada en el Ivam se llama, justamente, Arte español del siglo XX en la colección BBVA.
En esa colección están todos. Domínguez, Tapies, López, Millares, Miró, Chillida, Valdés, Mateo, Arroyo, Alfaro, Barceló, Broto, Gordillo, Teixidor, Quejido y los demás. En fin. Todos.
Se diría que, así como los actores de posguerra necesitaban el carné del Sindicato del Espectáculo para poder trabajar, los artistas plásticos contemporáneos españoles debían disponer de algún lienzo en cuyo reverso apareciera el sello de un banco para que se reconociera su existencia.
La Banca, como la Iglesia, no gusta de depositar todos los huevos en la misma cesta.
Así como la Iglesia tenía un pié en el nacional catolicismo y cuando convino puso otro en Comisiones Obreras, el consejo de administración de la entidad financiera que agrupa a los ricos vascos, entre otros, no quiso dejar ninguna tendencia del arte emergente fuera de su alcance, porque así tenía la seguridad de que cualquiera que fuera la que prevaleciera en el tiempo, estaría en su poder.
O tal vez actuó como esos espabilados galeristas. Cuelgue usted sus cuadros en mis vestíbulos, pero yo me quedo con uno, gratis.
A Barceló, la verdad, no lo reconocí. A Miró y Tapies, como a Chillida, Antonio López y Manolo Valdés, tan divulgados ya, se les veía enseguida.
Impresionante, la cantidad y calidad de arte moderno atesorado por esos tipos con manguitos y visera que hicieron populares las películas de género americanas.
Cuando acabé de patear el Ivam, me perdí por las callejas estrechas y sombreadas de sus proximidades, hasta llegar al Centro del Carmen. No lo reconocí. Empezando por el nombre. Ahora se llama Museo de Bellas Artes y está lleno de pintura figurativa, mas bien antigua, por no decir, en algún caso, caduca.
En todo caso, se exhibía el legado Goerlich-Miquel, interesante en si mismo, como toda colección privada, por la información que da sobre los gustos de los propietarios que han optado por el mecenazgo.
En este caso, se trata de un conjunto antológico de obras de pintores valencianos, por lo que cuando te acercas a las obras para leer el nombre de sus autores, te percatas de que todo el callejero de la ciudad está allí. Estos señores no dejaron nada por recolectar, aunque el catálogo explica que la obra mas numerosa es de los hermanos Domingo, por su parentesco directo con los mecenas. Retratos, costumbrismo, bodegones, lo mas machacado de lo de siempre, junto a algo de pintura religiosa. Se nota la influencia impresionista de los que pasaron por París para ponerse al día. Sin menospreciar la calidad técnica de mucho de lo expuesto, no parece que esta cuantiosa obra haya aportado demasiado a la historia del arte. Seguramente, tampoco lo pretendía.
Sí deja constancia de que el nuestro es un país de pintores, mas que de físicos cuánticos. Es solo una opinión. En fin.
Lohengrin. 08/06
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