miércoles, 13 de mayo de 2020

EL CIEGO

"El rumor del tráfico urbano fue convirtiéndose a medida que amanecía en un sordo estrépito para culminar en un magma sonoro de bocinazos, frenos chirriantes y rodadura de neumáticos sobre el asfalto.

 Así se despertaba Jean todos los días, sin necesidad de percibir la luz exterior, sus oídos le aproximaban al nuevo día de modo gradual con la misma cadencia de la visión descriptiva que trata de recrear el amanecer en algún paisaje hermoso y remoto. Al levantarse, Jean no encendía la luz, por no despertar a su familia que todavía dormía. A tientas, se movía silenciosamente por el pasillo, doblaba a la izquierda y entraba en el cuarto de baño, donde orinaba sentado para no perturbar a nadie con sonidos excesivos.

 La práctica cotidiana le permitía calentarse el café en la cocina sin encender el tubo fluorescente. Una mañana tomó conciencia de que, en realidad, no necesitaba abrir los párpados para realizar los gestos y tareas cotidianas y decidió salir a la calle con los ojos cerrados por ver si podía prolongar su experiencia de invidente voluntario más allá del dominio doméstico.

 Para su sorpresa, la riqueza acústica de las calles y aceras ciudadanas le suministró información suficiente para tomar sus decisiones de viandante invidente con un grado de acierto suficiente para permitirle sobrevivir en medio de las agresiones urbanas cotidianas. Al llegar a su trabajo comprobó que el reloj de fichar y el teclado del ordenador estaban tan deformados por la presión de sus dedos que se acoplaba perfectamente a ellos sin utilizar sus ojos.

 Jean era un hombre minucioso y con un espíritu curioso, por ello, no se conformó con la experiencia de un solo día y decidió repetir la prueba una y otra vez hasta convencerse de que podía prescindir del sentido de la vista, sin merma de su capacidad para realizar las tareas cotidianas.

Se acostumbró a adivinar los rostros cuando 'veía' la televisión en su casa, a reconocer a sus actores preferidos a través de la voz. Observó, también, una mayor intensidad de las relaciones táctiles con su pareja. Asumió, en fin, su condición de invidente voluntario con convicción.

 Así pasaron días, meses, incluso años, sin que sintiera la necesidad de abrir los párpados. Incluso desarrolló un sexto sentido, del que había oído hablar en su época de vidente. Una primavera, sin embargo, el calor del sol fué algo más intenso y el perfume de una mujer que pasó por su lado le estimuló de nuevo los deseos de contemplar la vida visualmente. Intentó abrir los ojos, sin conseguirlo. Sus párpados, firmemente soldados por años de inacción, se negaron a obedecerle. Trató de abrirlos de nuevo, poniendo la mayor concentración mental de la que fue capaz en el intento, pero fué inútil.

 Entonces tomó conciencia de lo que le ocurría y gritó, con toda la fuerza de sus pulmones, 'Ayuda...soy ciego'. El eco de su grito recorrió todos los rincones, las rocas y los paisajes grandiosos y remotos, cuyos amaneceres le habían inspirado la idea de la ceguera experimental."

Relato escrito en enero de 1994, según mis viejos papeles.

En fin. El ciego.

Un saludo cibernauta.

 LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 13 05 20

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