martes, 8 de mayo de 2007

AMARILLO PÁLIDO

Y llegó el verano. Brusco, treinta días antes del verano cronológico. Apenas se han ido las lluvias torrenciales y un sol inmisericorde calienta las hormonas de los urbanitas, mientras en el campo apenas despuntan los lirios y las caléndulas, y como quiera que se llamen los arbustos, plantas aromáticas y demás especies que estallan de color entre la hierba verde, con una estética de película oriental.

Supe que llegó el verano al ver a Amanda por la acera con un vestido de color mostaza. La mostaza exhibe diversos colores. Desde el que ofrece su grano natural, hasta la pasta molida formando salsas mas o menos oscuras. El vestido color mostaza de Amanda tiende al amarillo pálido y es de una textura fascinante, que se pega a sus pechos y ofrece un amplio vuelo mas abajo de sus muslos.

Mi relación con Amanda es singular. Aparte de una larga conversación, cargada de intenciones por ambas partes, que no alcanzó el consenso venéreo por el miedo a las emociones --que también es una emoción-- de Amanda, lo demás han sido decenas, centenares de coitos virtuales, con abundantes flujos, suspiros, gemidos y jadeos, además de palabras soeces y demandas explícitas, en un clima de penetrantes olores a sexo satisfecho.

Si bien puede parecer que el sexo real aventaja al virtual por su calidad de experiencia táctil, no se puede desconocer que la virtualidad tiene la ventaja de prolongar en el tiempo la quimera del enamoramiento y el deseo, a condición de que no se logre materializar lo que se desea. Mis fantasías, sin embargo, empiezan a adolecer de la misma repetición y monotonía que los relatos pornográficos, sean en imágenes o en lenguaje escrito.

La alcanzo en la acera, subo con ella en el ascensor y durante el largo recorrido de doce plantas rozo mi piel --llevo ropa de verano-- con la maravillosa textura de su vestido amarillo pálido, en un impulso fetichista que tiene su origen en las imágenes repetidas de las actrices míticas del cine en blanco y negro, vestidas con batas de seda o blonda, cuyo color marfil había que adivinar, que fumaban en largas boquillas y se ondulaban el pelo, a la moda de los años cuarenta.

La lenta ascensión me permite ganar en cada planta, un centímetro mas de esa sensualidad táctil que me ofrece la suavidad tejida de la segunda piel de Amanda que recorro cada vez con mas extensión, sin rebasar del todo las convenciones de lo correcto. En ese límite me muevo con la frialdad del funámbulo y la emoción de un adolescente y es difícil trasladarles a ustedes el gozo sensual que me produce ese contacto sutil. Comprendo que hace falta una sensibilidad especial para convertir en placer algo tan prosaico como el roce de la piel con un vestido femenino, también para entender esa experiencia ajena, desde la distancia entre el actor y el receptor del mensaje, siempre implícita en el relato. Aunque, claro está, yo escribo para mi propio placer, no para el de ustedes.

Ya en tránsito desde la planta octava a la décima, mis manos recorren el cuerpo de Amanda, a través del vestido, sin alcanzar la parte descubierta de su piel. Mis dedos recorren las vértebras de su espalda, se posan en la curva prominente de sus nalgas, acarician las formas esféricas de sus duros pechos y, ya sin control, ceden a la urgencia de levantar su amplio vuelo y despojarla del vestido.

Cuando llegamos a la planta doceava, Amanda, en ropa interior, se asoma con sigilo. Una vez comprobado que no hay nadie en el rellano, abre su puerta y me hace un gesto para que la siga.

Con el vestido en mi poder, palpo la hermosa textura de la prenda, miro después hacia Amanda que me indica con un gesto que me apresure. Finalmente, pulso el botón de bajada y dejo a Amanda, pasmada, delante de su puerta. Puestos a elegir, el impulso fetichista hace que me decante por un idilio con ese vestido color mostaza, tirando a amarillo pálido, que me anunció esta mañana la llegada del verano.

Lohengrin. 05/07

1 comentario:

  1. He leído un par más de textos, pero hasta el momento éste me parece el más interesante. Por ser este texto una especie de telepatía on-line, permitiéndome reconocer este abrumante calor que hoy se deja reconocer como lo hace año tras año la entrada del verano, con su bonio vestido color mostaza... Todo un placer.

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