martes, 22 de mayo de 2007

TRISTE HERENCIA

Lo peor que le puede pasar a uno es que, después de haber deseado algo durante mucho tiempo, lo consiga. Porque el deseo es, entre otras cosas, ensoñación, idealización del objeto soñado, y esa energía para la acción que es el deseo, decae cuando se enfrenta a la realidad, porque el deseo es también ficción y alejamiento de la realidad y cuando te das de bruces con ella, todas las quimeras que habías construido revelan la fragilidad de su textura interna.

Las encuestas amigas revelan que, gracias a la operación política del Compromís, los socialistas vislumbran , después de doce años, una probabilidad razonable de gobernar en minoría, con los apoyos negociados, en Heliópolis.

Esa euforia les ha lanzado a formular múltiples promesas de contenido económico que no serán fáciles de cumplir con unas cajas vacías y unas deudas de tamaño germánico, que es la realidad con que se van a encontrar, una vez cumplido el deseo.

Durante el Aznarato, se cometió la barbaridad económica de privar a los ayuntamientos de su fuente natural de recursos, el Impuesto de Actividades Económicas, en una aplicación irreflexiva de la ideología ultraconservadora, que concibe los municipios como unos Entes que, a través del marketing público, deben obtener sus recursos por medio del mercado, recurriendo a eventos, saraos y cualquier otra fórmula que les permita vender su oferta con éxito, en una situación de competencia. Los que pensamos que las ciudades deben ser lugares habitables, amables, sin demasiado ruido y libres de contaminación, además de focos de diversión, cultura y relajo, llevamos mas de un decenio votando por un cambio de gobierno municipal y autonómico, sin éxito. Es posible que ahora las cosas cambien. Preparémonos para el trauma de ver cumplido nuestro deseo.

La pregunta, ¿Con que recursos va a financiar usted sus promesas electorales?, desgraciadamente tan poco frecuente entre quienes se dirigen a los candidatos a gobernar, tiene una fácil respuesta. Si la caja está vacía y la deuda está por encima de lo razonable, solo quedan los impuestos.

Los impuestos no son perversos en si mismos, como nos quieren hacer creer los ultraliberales. Es mas, si se hace un buen uso de ellos, revierten a las capas mas débiles de la población en forma de bienes públicos de contenido social. Financian, y deberían hacerlo en mayor cuantía, la sanidad y la educación públicas, tan maltratadas por los últimos gobiernos. Conozco a profesionales de la enseñanza y la salud que están impresionados por el abandono presupuestario a que se somete a estos dos pilares básicos de cualquier comunidad de ciudadanos moderna. Los impuestos han de usarse con cuidado, en el sentido de que su nivel no perturbe el funcionamiento de la economía pero de eso a cargarse la fuente de financiación de los ayuntamientos hay un abismo que expresa el desconocimiento y la temeridad que a veces revelan las decisiones políticas.

Ninguna política solidaria puede tener contenido si no se engrasa con los recursos obtenidos de los impuestos. Nuestro sistema fiscal, bastante limitado por estar basado más en los impuestos que gravan el consumo de todos, que en las rentas obtenidas por cada uno, tiene un poder de redistribución limitado. Porque los impuestos modernos no son solo para cubrir los gastos públicos, sino que a través de la composición de ese gasto deben producir un efecto desigual, de discriminación en favor de los mas pobres, porque la solidaridad no es la caridad, tan propia de la derecha. Es un derecho y una obligación constitucionales que no se pueden articular con sobras presupuestarias. Se trata de construir ciudades y comunidades sin fracturas sociales, donde las diferencias de renta, que siempre las hay, no tengan como efecto la exclusión social.

Y no lo digo porque yo sea técnicamente pobre ,--vivo de una pensión-- cuando era menos pobre también me gustaba acceder a los bienes de la cultura, museos y conciertos financiados, en todo o en parte, con dinero público, con mis impuestos y los de otros. Conozco algunos ricos, bastante brutos, por cierto --de todo hay--que eran incapaces de entender que el dinero de sus impuestos se dedicara a bienes culturales para ponerlos al alcance de personas con bajo nivel cultural, como si hubiera otro modo de que ese nivel se elevara y como si tener ciudadanos, de cualquier nivel de renta, mas próximos a la cultura, no fuera un bien social en si mismo.

Todos estos argumentos, tan obvios, no habría que repetirlos, si no fuera para desenmascarar la política relacionada con lo público y lo privado que han perpetrado los gobiernos de la derecha durante mas de un decenio. En principio, el dilema entre lo público y lo privado, a igual calidad, tiene menos contenido. Pero cuando las fuerzas que han gobernado Heliópolis se han dedicado sistemáticamente a potenciar las desigualdades por la vía de la política presupuestaria, degradando hasta los niveles que sus profesionales conocen mejor que nadie, la sanidad y la educación públicas, para luego poder sostener que lo privado es mejor que lo público, su cara dura recuerda a la de esos ricos bastante brutos que se niegan a financiar con sus impuestos los bienes públicos, sean culturales, educativos o sanitarios.

La triste herencia que dejan los gobiernos conservadores, al margen de fiestas, alharacas y urbanismos espectaculares, no son solo las cajas vacías y la deuda, también el deterioro profundo de los bienes sociales fundamentales para una parte no desdeñable de la población. Por eso, merecen ser desalojados del poder. Aunque, quienes lo desean, cuando lo consigan, probablemente, lo primero que tendrán que hacer, les guste o no, es subir los impuestos.

Lohengrin. 05/07

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios