lunes, 28 de mayo de 2007

CHICAGO AÑOS 30

Tendemos a percibir los actos de corrupción como algo aislado, bilateral, influidos por los titulares de los periódicos que suelen publicar los nombres del corruptor y el corrompido, cuando hay una sentencia judicial de por medio. Es fácil imaginar el acto de corrupción como algo puntual. Un promotor, o un contratista, pongamos por caso, entrega un maletín lleno de billetes a un político local, en pago de un favor. Pero eso no es todo. Si abrimos el foco y miramos un poco mas allá, la realidad es mas amplia.
El soborno le habrá permitido poner en marcha al corruptor todo un entramado de consecuencias económicas para la población del ámbito en el que actúe, comenzando por los trabajadores de la construcción, los taxistas, los empleados de hoteles, los camareros, los propietarios de suelos colindantes, y un largo etcétera, que no se habrían producido en ausencia del negocio de la corruptela.
Hay otras formas mas sutiles de engrasar la maquinaria administrativa para que los negocios especulativos prosperen. En la sociedad capitalista, la especulación es un elemento aceptado y no necesariamente negativo, aunque el clima que la propicia es el mismo que estimula las conductas corruptas. Por ejemplo, los efectos perversos de la aplicación de una ley que, en principio, no fue puesta en vigor con esa  intención. A la especulación le reprochan los técnicos que es una apuesta por el corto plazo, en detrimento de otras políticas a largo plazo, como cambios estructurales en los aparatos productivos, o un uso del territorio pensando en las generaciones futuras, pero no se identifica especulación con corrupción. Son fenómenos distintos, aunque propiciados por un mismo marco legislativo, socioeconómico y político.
En este momento, la corrupción y la especulación son los motores de la economía en Heliópolis, y al president electo se le llena la boca hablando del boom de prosperidad y del brillante futuro que nos espera en esta comunidad privilegiada de ciudadanos. En lo del boom tiene razón; lo del brillante futuro es mas discutible, porque las políticas y los negocios a corto plazo no favorecen, precisamente, un futuro brillante, sino todo lo contrario.
En  Heliópolis hay un señor con gafas, bigote y  unas hechuras de orangután tímido, que es el amo de la ciudad. En materia urbanística hace y deshace como le viene en gana, con la connivencia dócil de los mas altos representantes municipales y autonómicos. Este caballero se dedica, en ocasiones, al divertido enredo de vender casas en primera línea, añadiendo luego delante otra línea de casas, ante el estupor de los primeros compradores. Puede suponerse que, en la intimidad, se regocijará del gran número de primos a los que ha tomado el pelo, y eso le  confortará cuando vea su repugnante aspecto en el espejo. Mi profesora de comunicación dice que las influencias de los grupos inmobiliarios en la política son algo normal en democracia, que no tiene nada que ver con la corrupción. También me advierte de que hay dos clases de comunicadores, los objetivos, que cuentan hechos, y los subjetivos. Y que lo mío es claramente comunicación subjetiva. Vale. Tomo nota.
Las reglas democráticas exigen de la corrección política que cuando alguien se impone por la fuerza de los votos en unas elecciones libres, los que pierden acepten su derrota y feliciten al ganador. Felicidades. Pero los comunicadores subjetivos, como yo, no renunciamos a rascar por debajo de las mayorías electorales, porque quienes votan son personas y es fascinante contemplar los comportamientos personales en situaciones excepcionales.
Me llamó un amigo, ayer, sorprendido porque en Andraix, Málaga y Castellón, lugares donde es del dominio público que se han hecho operaciones mas que dudosas, los votantes han premiado a los corruptos, o han castigado a quienes han perseguido la corrupción. La historia de nuestra democracia ha tenido momentos gloriosos y momentos mezquinos. No es difícil entender que la extensión a un sector numeroso de la población de los beneficios económicos de la corrupción y la especulación, ha orientado su voto en el sentido mas mezquino. Mucha gente de corazón puede haber optado por votar pensando en el monedero. Por no hablar de otras mezquindades, la xenofobia, la preferencia por la autoridad, en detrimento de la libertad, la sumisión, etcétera. Ello no significa ignorar a los muchos votantes que votan por convicción, porque las opciones de la derecha son coherentes con su concepción de la vida, quienes están por una derecha  civilizada, a los que en modo alguno calificaría de mezquinos.
Esas actitudes de una parte del electorado ante fenómenos de corrupción y/o especulación no son nuevas. Hay un caso paradigmático. Chicago, en los años 30 del pasado siglo.
En aquel lugar y en aquel tiempo, hubo un presidente que promulgó una ley con la mejor de las intenciones. La Ley Seca, que prohibía la fabricación y el consumo de bebidas alcohólicas, con consecuencias perversas de alcance catastrófico. En Heliópolis, se ha aplicado una Ley del Suelo que también ha tenido unos efectos contrarios a los previstos por los legisladores.
La promulgación de la Ley Seca, hizo aflorar enseguida un floreciente negocio de contrabando de licores que generó tal cantidad de recursos, que pronto el gobernador del Estado, el alcalde, el jefe de policía, y la mayoría de sus subordinados, estuvieron a sueldo de los grupos oligárquicos que controlaban la ciudad. Tal cantidad de dinero, en un entorno de depresión económica, hizo que todas las clases sociales participaran, de una u otra manera, como productores, distribuidores, consumidores o facilitadores, del fabuloso negocio, en un entorno donde la corrupción era una mancha de aceite que sobrevolaba la prosperidad.
Incluso cuando los diversos grupos competidores que controlaban el negocio ilícito del alcohol se liaron a tiros entre ellos, las autoridades de Chicago no resolvieron el problema, porque ellos no eran la solución, sino parte del problema. Tuvo que ser el partido en el gobierno quien enviara a los federales, para cortar de raíz un mal que se extendía a todas las capas sociales. Adivinan lo que pasó una vez fue perseguida y  reducida a una cuota, digamos razonable, la corrupción imperante? Efectivamente. En Chicago, la opción política representada por quienes habían enviado a los federales a poner orden        perdió las elecciones. Esta anécdota, que todos conocen hasta la saciedad porque ha sido narrada en imágenes decenas de veces, ilustra con claridad las motivaciones de una parte del electorado en situaciones, digamos, con eufemismo, especiales.
El de Castellón, con esa pinta que tiene, y lo que sabemos de el, podría haber participado sin desdoro en cualquiera de aquellas cintas épicas del Chicago de los años 30,¿ no?, y sin embargo ahí lo tienen. Una prueba mas de que el ser humano --y el votante lo es-- es un tipo paradójico.
En Heliópolis tenemos mucha gente --la mayoría- que aprueba la gestión del gobierno. No tengo claro, para nada, que tengamos un futuro brillante, --alguna vez llegará la factura de los excesos cometidos-- pero de lo que estoy seguro es de que tenemos una Ley del Suelo que, tal como se ha aplicado, es una puta mierda. La prueba es que nos han enviado a los federales, desde Bruselas, para reparar los numerosos desmanes cometidos que afectan a mas de diez mil ciudadanos, en su mayoría residentes extranjeros, que han sido desposeídos sin contemplaciones para facilitar operaciones especulativas.
Nuestro flamante gobierno, recién confirmado en las urnas, ha recibido a los federales de Bruselas como las oligarquías del contrabando de licores recibieron a Eliott Ness en el Chicago de los años 30. ¿Será necesario que alcaldes y promotores se líen a tiros por conflictos de intereses para que se ponga coto a tantos desmanes? Alguien hará reformas estructurales en plena bonanza para garantizar ese futuro brillante que tanto pregonan?
Quien lo sabe? Si usted tiene alguna idea, no se corte, dígala.
Lohengrin. 05/07

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