martes, 15 de mayo de 2007

MIEDOS

Las emociones amasan nuestros argumentos para que parezca que provienen de la razón, pero provienen del miedo. Quienes vinculan su vida con alguna forma de éxito no lo hacen por amor al triunfo, sino por un pánico irracional al fracaso, que es el motor de su conducta. Los que no tenemos miedo al fracaso, a veces nos encariñamos demasiado con el, para no revelar nuestro miedo al éxito que es lo que nos impulsa a orillarlo.
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Los miedos, al éxito o al fracaso, tienen un sustrato de miedo al cambio. Tardamos media vida, o mas, en construir un agarradero de autoengaños que nos permita sobrevivir en un medio hostil y cuando hemos alcanzado una cierta estabilidad en medio de la tempestad que es la vida en cualquier parte, percibimos como una amenaza todo aquello que pueda poner en peligro los logros conseguidos.

Tan extendido está el miedo al cambio, que los políticos han aprendido a explotarlo como un arma electoral eficacísima en tiempo de elecciones. Todo esto nace de un malentendido, que los políticos son capaces de inducir el cambio en los sustratos profundos de la sociedad, mito que cualquier historiador desmentiría.

La gente no cambia rápidamente, de un día para otro. Los colectivos humanos, las sociedades, tampoco. El cambio social es un fenómeno extraño que se suele mover con la cadencia de un paquidermo tranquilo, en ausencia de circunstancias especiales como catástrofes, guerras o hambrunas, a las que Europa es ajena, desde hace mas de medio siglo.

Los cambios que asustan a la gente corresponden al ámbito, si se me permite decirlo, de las cosas mezquinas, para aquellos que están en niveles de vida y consumo alejados de la marginación social. Sin embargo, a nivel individual, cualquier atisbo de viento que amenace con desequilibrar nuestro frágil tinglado personal, se percibe como un tormenta.

Las fuerzas de izquierda que todavía elaboran sus mensajes de campaña identificándose con los vientos del cambio, no valoran suficientemente la realidad elemental, individual y social, del miedo al cambio. Lo hemos visto en Francia y, muy probablemente, lo veremos en Heliópolis. Sin embargo, son las tensiones del cambio las que hacen avanzar a las sociedades humanas, aunque no sepamos muy bien hacia donde.

El dilema de la izquierda, en estos tiempos ultraliberales, no es fácil de resolver. Un mensaje continuista hace que no se diferencien de sus adversarios políticos. Una invitación al cambio debe romper una resistencia psicológica individual que en los últimos tiempos se muestra dura como un caparazón de tortuga.

El único modo de compatibilizar el mensaje de cambio de quienes aspiran a alcanzar el poder, con los intereses de los electores, es convencerles de que son víctimas de los puntos débiles de la política de sus oponentes, y eso les lleva a magnificar los errores ajenos, a intentar llegar a colectivos específicos que se sienten agraviados por medidas, o ausencia de medidas, que les afectan.

Toda acción política esta sujeta a errores, y desde ese punto de vista es vulnerable a la crítica, pero el marketing político junto al control de los recursos públicos son herramientas tan potentes, que permiten acciones generalistas capaces de alcanzar a la mayor parte de la población electoral, enmascarando las deficiencias que conocen muy bien solo los colectivos concretos que las padecen, por lo que la estrategia de denuncia dirigida a colectivos específicos, parece demasiado débil para oponerla a la estrategia brasileña, fiesta, fiesta, fiesta....

El complejo de inferioridad del que no se ha desprendido la izquierda europea desde la cancelación histórica del socialismo real en el bloque del Este la ha conducido hacia los espacios tradicionalmente de centro, cuando no de centro derecha, con la consiguiente pérdida de identidad política. Si la derecha ultraliberal proclama a cada rato que quiere gobernar sin complejos, es decir, reforzando su identidad, la izquierda se oculta bajo una vía políticamente correcta, cargada de moderación, renunciando a sus raíces históricas. ¿Como salir del dilema entre continuismo y cambio?

Los problemas y conflictos que generan las libertades, se resuelven con mas libertad, del mismo modo que las deficiencias de la democracia se resuelven con mas democracia. ¿Porqué no resolver los problemas de la izquierda, con mas izquierda?

La cuestión es como recuperar las mejores lecciones de la izquierda histórica y que sean reconocibles por el electorado como una opción alternativa lo suficientemente deseable para votarla. Se dice que la derecha aglutina solo intereses y la izquierda ideas. Pero los movimientos conservadores ultraliberales han repartido por doquier en los últimos decenios tales raciones de ideología, que han conseguido convencer a todo el mundo de que Marx nunca existió.

En mi opinión, el dilema actual no es entre continuismo y cambio, sino entre pragmatismo cínico y ética pragmática. Hay que explicar a los electores quienes son en realidad los que gobiernan desde presupuestos ultraliberales. Hay que insistir en una pedagogía que descubra que debajo del manto ideológico de orden sobre el que se cobijan, solo impera el cinismo, la apropiación de lo público y lo privado, la corrupción y el pragmatismo a toda costa, sin ningún paradigma ético que actúe de freno.

Para que esa labor pedagógica sea creíble, la izquierda debe regenerar sus propias filas, recuperar los sustratos éticos que están en sus orígenes. No vale recurrir a fórmulas mediáticas de marketing político, sin mas, si no está meridianamente claro que están arraigadas en unos códigos que se respetan , que inspiran esas acciones.

Hacer de la ética, de la honestidad, ideas fuerza de las organizaciones políticas de la izquierda en las culturas latinas, no es fácil. Los ciudadanos suelen dar por descontada la corrupción, y la honestidad no se la creen. Es difícil alcanzar el poder, a corto plazo, desde ese presupuesto. Pero está demostrado que, en aquellos lugares donde la izquierda ejerce su poder político con honestidad, desde presupuestos éticos, los electores validan una y otra vez esa representatividad, aunque el muro de Berlín haya desaparecido hace ya dieciocho años.

Valoramos mas el ejemplo que las palabras, desde nuestra mas tierna infancia. Solo una regeneración de la práctica política a partir del respeto a una ética evolutiva, que no renuncie a lo esencial, pero se mantenga próxima a las realidades sociales de nuestro tiempo, una ética pragmática en la que cada uno de estos dos conceptos respete los límites que le impone su contrario, sin rebasarlos, le dará carta de identidad a la izquierda actual, lejos de anacronismos históricos, pero cerca, muy cerca, de sus raíces éticas.

Es solo una opinión.

Lohengrin. 05/07

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