miércoles, 23 de mayo de 2007

CONFUCIO

Extremo Oriente está de moda. No hay día en que la prensa económica no incluya en sus primeras páginas una noticia relacionada con el nuevo poder emergente de China en la economía mundial; en las salas de cine menudean los productos de Bolliwood y las obras de arte de los nuevos realizadores orientales que, en la era digital, se están convirtiendo en los maestros de la imagen, y en cualquier parque urbano es habitual ver a grupos de personas abstraídas que cultivan el Tao, en sus diversas variantes.

Confucio, padre espiritual de los chinos hasta el advenimiento de Mao, cuyas enseñanzas los nuevos déspotas están tratando de recuperar para sus propios fines, debió ser un tipo pacífico que desconfiaba de los intelectuales, pues nunca escribió nada, pero sus discípulos, sin duda menos sabios, se empeñaron en perpetuar su doctrina, de la que leo, de tercera o cuarta mano, que se caracteriza por un acentuado inmovilismo, así como gran resignación y sometimiento --algo así como los votantes en Heliópolis en el último decenio-- al reconocimiento de una especie de fatalismo en el mundo y en los acontecimientos. Su concepción del Estado como una familia de la que el padre es el Emperador, les vino de perlas a quienes encarnaron esa jerarquía durante milenios, solo que estos eran más belicosos y aprovecharon el gregarismo de la doctrina confuciana, que ignora la libertad individual, para someter a sus pueblos, sembrando de cadáveres las llanuras imperiales, como nos cuentan en imágenes las historias épicas de esos pasados remotos. Si hubo alguien que gritara, “Es mejor vivir de pié que morir de rodillas” no ha dejado constancia histórica de esa preferencia.

Lo mas revelador de la vida de Buda, un príncipe convertido en santo, es el conflicto. Primero, porque la educación paterna hizo que lo desconociera, después porque cuando lo conoció, huyó de el como alma que lleva el diablo. Finalmente, porqué basó su doctrina en la superación del conflicto, del sufrimiento. La imagen de buda nos muestra a un anciano obeso, en posición sedente, ajeno al mundo que le rodea, pero al parecer se tiró cuarenta años viajando por el imperio, empeñado en superar el conflicto --En esto yo veo un rechazo paterno, pues no le educaron para superar el conflicto, sino ocultándole su existencia. Con los hijos, ya se sabe, hagas lo que hagas, lo haces mal. El hecho es que, cuando conoció la existencia del sufrimiento, consagró su vida a la formulación de las cuatro tesis de su doctrina: el reconocimiento de la existencia del sufrimiento, su origen, su anulación, y el camino para conseguir la anulación del sufrimiento. Decididamente, a Buda no solo no le gustaba sufrir, sino que no deseaba el sufrimiento de los demás.

Hay unos tipos contemporáneos, que se atribuyen la reencarnación de Buda en su persona. Son los Lamas tibetanos. Alguno he visto por ahí, en un dorado exilio, paseándose en coche de lujo por las calles, con una sonrisa de oreja a oreja. En un documental sobre el Tibet, cuando era un país de castas sacerdotales, vi como a los ricos se les dedicaban unas exequias fabulosas, y los cadáveres de los miserables se cortaban en filetes para alimento de los buitres. Puede que esos tipos sean Buda, pero no son el mismo Buda.

Los filósofos y los poetas suelen ser menos partidarios del unitarismo y la obediencia ciega. Lao-tsé, en consecuencia, no se inspiró en Confucio, sino en Buda, y aunque su filosofía del Tao concibe la existencia del universo como algo absoluto, incorpora el culto a la naturaleza como un elemento esencial de su doctrina. Ahora mismo, si viviera, es probable que Lao-Tsé fuera de la mano de Al Gore predicando los efectos nefastos del cambio climático en la vida de los hombres. En aquel tiempo, en que la militancia ecologista no era una necesidad tan perentoria, Lao se dedicaba al retiro y la contemplación, tal como yo, ahora mismo, desde que he entrado en el nirvana de la jubilación anticipada.

En el mundo cristiano, los fundamentos éticos de la vida de los hombres han ido por caminos radicalmente distintos a los del mundo oriental. Para empezar, el concepto de persona individual, responsable de cumplir unos preceptos morales, pero libre de hacerlo o no, es completamente ajeno al gregarismo oriental. Como contraparte a esa libertad individual, la angustia de los hombres ante la soledad o su fragilidad para alcanzar las exigencias éticas y morales inseparables de su condición de persona, les han acarreado un grado considerable de sufrimiento.

Desde mi modestísimo `punto de vista, cuando uno se plantea estas cuestiones, la mejor solución es el sincretismo. Me consta que hay muchos que piensan así. Los veo en los parques, practicando el Tai-chi; en las tiendas de alimentos naturales. adquiriendo los elementos necesarios para su dieta macro biótica, en los conciertos de música étnica, que es una música eminentemente ecléctica., en los gimnasios practicando yoga --Otro día escribiré sobre el Yin y el Yang. Hasta he visto algún gurú que ha abierto su gabinete en una calle de Heliópolis, como si estuviéramos en N.Y. Ninguna de estas opciones precisa de una casta sacerdotal. Para que acudir a los intermediarios, si puedes ir a las fuentes.

Luego hay otros, todavía inmersos --en pleno siglo XXI- en el mundo de las castas sacerdotales, tan vinculadas a los aparatos del Estado, que desayunan con el arzobispo, comen con el presidente de la conferencia episcopal, y hacen del meapilato --que rayos querrá decir meapilato, como diría Millás-- un modo de vida político. A esos, no los voy a votar. Los tiempos de Confucio ya han pasado.

Lohengrin. 05/07

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