jueves, 3 de mayo de 2007

UNA MENTE MARAVILLOSA

Bajé a tomar café. A mi lado, en la barra, un parroquiano mantenía una conversación a tres bandas. Hacía gala de una gran fluidez verbal y miraba a los ojos a cada interlocutor al dirigirse a el. En un momento dado, apartó la mirada de sus interlocutores para dirigirse a mi y me pidió un cigarrillo. En contra de lo que acostumbro desde que subió el precio del tabaco --el valor de un cigarrillo ya no es una parte despreciable de mi renta de pensionista-- se lo di. El hombre volvió a concentrarse en su conversación múltiple. Mientras permanecí en la barra, no dejó de admirarme la capacidad de relación del desconocido, su habilidad para el lenguaje y el intercambio verbal.

Cuando me fui, dejó su conversación por un momento, desvió la mirada hacia mi y me dio las gracias por el cigarrillo, antes de quedarse solo en la barra con una botella de cerveza en la mano. Cuando salí, fascinado por la escena que había contemplado, me dije que debía escribir sobre el asunto. Porque el hombre al que había visto conversar con tres desconocidos estaba realmente solo. Solo consigo y sus fantasmas. Aunque sus fantasmas eran para el tan visibles y reales, como los que acompañaban a aquel premio Nóbel en la película magistralmente interpretada por Rusell Crown.

La mente humana y lo que allí ocurre son cosas fascinantes, y observarlo también puede ser fascinante y peligroso. Sin llegar a los extremos alucinatorios del parroquiano charlista, parece que hay millones de ciudadanos --cuyo número crece de modo alarmante-- que padecen alguna forma de trastorno depresivo. Los artículos de divulgación científica de los periódicos asocian ese crecimiento de la morbilidad depresiva al modo de vida. Sospecho que ese fenómeno tiene también que ver con las hordas de psiquiatras, psicólogos, consejeros, entrenadores, asistentes y otros titulados que cada año acceden a ese mercado en expansión, sin suficiente experiencia clínica.

Desde que se descubrieron las técnicas sicoanalíticas, un par de palabras fetiche hicieron fortuna. Se trata de psique y soma, ánimo y cuerpo, para entendernos. Al inventarse el término sicosomático se dejó de lado, lamentablemente, su expresión relacionada, somatosíquico, hasta el punto de que el diccionario del procesador de textos que utilizo no la reconoce. Es un hecho que el estado anímico produce síntomas en el cuerpo, especialmente en lo que concierne a variaciones extremas en el peso corporal, en los ciclos del sueño, en el apetito, entre otros. Pero no es tan frecuente ver en letra escrita los efectos en el ánimo de esas variaciones o síntomas corporales. La causalidad es un concepto científico obsoleto, desde que se han observado las interacciones que casi siempre ofrecen los fenómenos científicos observados. Es la interrelación entre diversas variables lo que suele aparecer cuando el observador se desprende de la simplificación causal.

Si abandonamos la causalidad simple, ya no podemos seguir manteniendo que los síntomas corporales en ciertos trastornos tienen su causa en el ánimo, sin aceptar, a la vez, que ciertos desequilibrios corporales pueden afectar el equilibrio anímico. Es decir, que ambos desequilibrios pueden estar interrelacionados, lo que nos lleva a concluir que el ejército de especialistas en el ánimo, sin la ayuda del ejército de los endocrinos, es una división de soldados cojos incapaces de hacer frente, ellos solos, a la pandemia que según los estadísticos de la salud se avecina.

Al doliente depresivo, supongo que le importa un rábano que su desequilibrio sea endocrino, psíquico, o ambas cosas. Lo que el desearía es que la ciencia, en cualquiera de sus especialidades o combinaciones de ellas, le librara de su dolencia.

En realidad, lo que tiene a su disposición es una arsenal químico, cada vez mas sofisticado, en un mundo clínico marcado por las fuertes inversiones en investigación de los grandes laboratorios, cuando a veces, los viejos complejos vitamínicos con efectos antidepresivos anteriores a esa revolución farmacológica, podrían mostrarse mas eficaces en aquellos casos en que los factores endocrinos tuvieran mas peso que los sicóticos en la aparición del trastorno.

Debo aclarar que no soy endocrino, ni psiquiatra, aunque tengo ganada una larga experiencia en episodios depresivos, que resuelvo bastante bien con un compuesto de jalea real y vitaminas B, C, aunque intuyo que esa solución no sería de aplicación al parroquiano conversador que encontré esta mañana en el bar, mientras tomaba café. Como dice el viejo adagio, no hay enfermedades, sino enfermos.

Lohengrin. 05/07

1 comentario:

  1. Buenas, me alegro de que tu blog esté en marcha y escribas tus momentos para regalarlos al mundo, un beso Papi.

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