lunes, 15 de enero de 2007

EL PORTIXOL

No hay viento que traiga las voces de los griegos antiguos. Pero es el mismo mar, acariciado por la luz, entre dos cabos. En la fabela, sobre las mesas mugrientas, el aroma de los chipirones recuerda las factorías de salazón que pusieron en Díanum los amos del imperio. Las naves romanas llevaban hasta las mesas de los patricios las delicias saladas que deleitaban sus paladares, entrenados en el goce sensorial con la abundancia de los ricos. En las subastas, se pagaban pequeñas fortunas por el salmonete de roca y algún barco hundido por un golpe de mar aún conserva centenares de ánforas, tan bien selladas, que si Tiberio hubiera conseguido la inmortalidad que correspondía a la condición divina que se atribuyó, podría disfrutar ahora de la salsa de pescado que transportaban, mientras contemplaba a los danzarines desde la terraza de su residencia en la isla de Capri.
Toda la cultura clásica mediterránea se concentra en el sabor de los chipirones puestos sin enjuagar en la plancha, que ahora gratifican nuestros paladares mientras tomamos unas cervezas en la terraza del restaurante La Barraca, en el Portixol de Jávea, al que se accede por una estrecha cornisa, sujetándose al muro para no caer al mar.
La luz resbala sobre la superficie marina con un brillo lujoso y el sol tibio acaricia la piel en un día de calma chicha, seguramente idéntico a otro día cualquiera de hace dos milenios. Griegos, romanos y fenicios se bañaron en esta luz y nos dejaron la conciencia del ser mediterráneo en estas ocultas calas que ahora visitamos con el mismo asombro con que ellos las descubrieron, haciendo de ellas la cocina del salazón con el que sazonaban sus costumbres de grandes gozadores de la vida.
El tiempo detenido en el mar inmóvil es como las páginas de un libro de historia de las culturas clásicas y cuando el viento se mueve puedes escuchar, de nuevo, las voces de los actores tras las máscaras trágicas, las risotadas de las bacanales, los pensamientos reflexivos de los filósofos antiguos, el fragor de los carros que llevaban las mercancías procedentes de puertos lejanos, las voces estridentes regateando el precio de los higos en los mercados, hasta que ese eco de las culturas antiguas desaparece sumergido por un golpe de mar y el camarero latino te devuelve a la realidad mas prosaica. -Aquí están los caracoles que han pedido. Que aproveche.
Lohengrin. 12/06

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