No podía dormir. Entré en la viña púrpura y dorada. El sol deslumbrante, al declinar la tarde, me convirtió en madera. De mis secos sarmientos brotó una infinita variedad de rojos, mecidos por el viento de poniente.
Madera soy, vieja, resquebrajada. El esplendor de otoño me otorga un tegumento de colorido fugaz y decadente. En mi interior crujen los huecos, habitados por termitas. Esa demolición es silenciosa.
No perturba la fiesta visual de la resplandeciente tarde. La vida es azul, roja y dorada, en la tarde de Estenas. El aire es un regalo. El sol, un enigma que no es preciso descifrar para percibir su calor en la piel.
Pronto, la noche cobrará su cincuenta por ciento de negrura. Amanecerá de nuevo: el regalo visual de cada día.
"La noche solo se cobra su mitad. No renuncies al resto. Vive"
Eso me dijo el viejo leñador, cuando aún era tiempo. Ahora, nada me dice, ya soy solo madera. Lo veo en la lejanía. Viene hacia mi con su hacha. Su figura se recorta contra el sol declinante. Ruge el viento del oeste.
Es lo que vi al otro lado del espejo.
Lohengrin. 11/06
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