martes, 31 de julio de 2007

EL VIAJE

Joder, hoy, nada mas bajar a la calle, casi me mato. He pisado una mierda de perro de textura fluida y me he deslizado por la acera en un precario equilibrio, como los patinadores que salen en la tele en invierno, hasta chocar con el alcorque salvador. No ha sido nada, pero el incidente me ha hecho reflexionar sobre la fragilidad humana.

Haces un viaje a Italia, te lo pasas devolviendo platos, rellenando hojas de reclamaciones, discutiendo a voz en grito con los guías y contándoles a los amigos al regreso que lo has pasado fatal, y a los dos meses te detectan un tumor velloso, o peor, dentado, en el intestino. El tubo, o lo que sea, que te meten para la colonoscopia, sale perdido de pelos, y no son de tu culo, son del jodido tumor. Le ha pasado a un amigo, que ahora pasa sus vacaciones de verano entre prueba y prueba pre operatoria.

Y digo yo, para que cojones le ha servido tanto reclamar, tanto hacerse mala sangre, sabotearse, el mismo, un viaje como ese, con lo maravillosa que es la luz del Arno en Florencia a las seis de la tarde. No puedes ir a la Toscana y enmerdarte con menudencias. Es mejor poner la otra mejilla. Flexibilidad, coño.

Lo recomendaban el otro día por la radio. Cuando vas a hacer un viaje turístico convencional en agosto, primero debes entrenarte varios días para asimilar ese concepto. Flexibilidad.

Por fin he llegado al Maravillas, arrastrando el zapato enmerdado para librarme de los residuos. El periódico que Toni compra para que lo lean sus clientes, después de mi, me esperaba abierto por la página de opinión. Los columnistas. Joder con los columnistas, que falta de originalidad, todos hablando de lo mismo, que se van de vacaciones. No te jode. Toni se gasta un euro en el periódico, básicamente para que yo encuentre en él cosas originales que me sirvan para el Blog. Hoy es imposible, así que les contaré la experiencia que tuve ayer por la tarde al contratar un viaje turístico convencional con mi amigo el pintor.

Entramos en la agencia de viajes con apellido de pájaro. Todas las tías disfrazadas con uniforme de azafatas de tierra, con pañuelito y todo. Joder, que nivel. Eso me recordó que el tío de la agencia es el mismo al que le retiraron la autorización para que sus poco seguros cacharros siguieran volando, y después de apalancarse los cuartos de los billetes dejó en tierra a los viajeros. No pasa nada. Flexibilidad. Nuestro viaje es terrestre, no aéreo. Después de una espera razonable, nos atendió la azafata jefe. Nunca he firmado tantos papeles para un jodido viaje en autobús de ocho días, sin recibir copia de ninguno. Igual me he declarado autor intelectual de las viñetas de Mahoma, o peor, de la de los príncipes, sin saberlo.

La tía manejó tantos papeles, rellenó tantos formularios, nos hizo firmar tantas veces, que en seguida me di cuenta de que el gachó ese, el jefe de todo eso, hacía trampas. Lo pude confirmar al ver la factura, que no incluía el anticipo entregado, aunque lo descontaba. Del anticipo solo recibimos un simple recibo. Además, tuvimos que pagar aparte una modesta cantidad, cash, pero que multiplicada por el número de viajeros que pasan por allí da para hacer inversiones cuantiosas en cualquier paraíso fiscal.

Por si me quedaba alguna duda, el rostro impenetrable de la azafata jefe mientras instrumentaba todos esos chanchullos --no sonrió en ningún momento, concentrada como estaba en aquella desproporcionada burocracia-- me dio la clara impresión de que me estaban tangando. No importa. Flexibilidad.

Apenas acerté a confirmar que los bonos de viaje estaban a nuestros nombres y que había un seguro. El seguro era de responsabilidad civil. O sea, una mierda. Eso si, pedí un folleto del viaje. Las asociaciones de usuarios de agencias de viajes lo han repetido hasta la saciedad, así es que lo pedí.

Al recibir el bono me enteré de que el Hotel de Vitoria es una mierda. Tan viejo es, --no al estilo del Reina Victoria de San Sebastián-- que la foto que va en el folleto es de la recepción, no se atreven a sacar la de la habitación. Ufffff...

Flexibilidad. Todo es cuestión de flexibilidad. No vas a estropearte tu mismo el viaje por que la cama chirríe o aparezca una oruga en la lechuga, no?.

Cuando acabamos los trámites de contratación, le dije a mi amigo el pintor --Ya verás como nos cae encima todo el monzón cantábrico, nos han dado la segunda quincena de agosto y eso es lluvia, seguro. --Que va, me contestó él, --siempre que vamos al norte llueve apenas un día y hace un calor que te cagas. --Ah, me limité a contestar.

Lo cierto es que vamos a visitar el golfo de Vizcaya, llueva o no, con la mejor disposición de ánimo, tres días de entrenamiento en pensamiento flexible y todo eso. Zaragoza, Vitoria, Pamplona, San Sebastián, San Juan de Luz, Biarritz,. Bilbao --espero que el perro del Guggenheim tenga mejores hábitos que los de mi barrio-- y un paseo por Burgos, ya de regreso. Todo por el módico precio de ochocientos cincuenta euros, mas seiscientos para gastos de bolsillo. Una pasta.

Había jurado no viajar en agosto nunca mas la última vez que estuve en Cantabria y por ahí, porque no me gustó pelearme a brazo partido por ocupar una mesa, ni comprobar que los precios triplicaban los de las pizarras. Este año, nuestras vinculaciones y obligaciones familiares nos han impedido hacerlo en otras fechas, así que hemos claudicado. Eso sí, siguiendo los razonables consejos escuchados por la radio, lo vamos a hacer después de cultivar nuestra disposición de ánimo, de modo que ante cualquier situación molesta, hostil o peligrosa, nuestra primera respuesta sea la flexibilidad.

En fin. La vida es un viaje, que suele terminar en estafa. Felices vacaciones. Flexibles.

Lohengrin. 31-7-07

jueves, 26 de julio de 2007

COHERENCIA

En la entrada de este Blog que dediqué a La perversión del lenguaje, hice un análisis del lenguaje de marketing político empleado por las formaciones políticas mayoritarias, en la pre campaña para las elecciones de Heliópolis. Después de un repaso somero a los lenguajes visibles en los carteles de populares y socialistas, avancé una opción personal. “Creo que votaré al Compromís, ahora que sus votos son sumables, no es una mala opción”, algo así creo que escribí.

La campaña terminó, con el resultado que todos conocemos, la victoria indiscutible en las urnas de los populares, que ahora está desencadenando toda clase de turbulencias en los partidos derrotados.

Al día siguiente de las elecciones, me llamó la atención ver en la prensa como algunos políticos se tiraban al cuello, sin contemplaciones, contra personas de su propio grupo, a las que responsabilizaban, personalmente, de la debacle.

A pesar de que esas reacciones se han repetido desde entonces y han sido recogidas por la prensa local, no esperaba ver imágenes tan patéticas como la de Gloria Marcos desplomándose en el hemiciclo. Ese espectáculo público confirma que los conflictos de poder, sobre todo los de falta de poder, desencadenan una lucha tan brutal, que rebasa todos los límites que sería razonable esperar en la conducta pública.

Sigo pensando que mi voto fue coherente con mi posicionamiento personal, pero no veo mucha coherencia en el uso que, en apariencia, hacen los políticos en general, y quienes recibieron mi voto, en particular, de la confianza de sus votantes.

En el conflicto interno de poder que culminó con el desvanecimiento de la representante de Izquierda Hundida --así la llama un amigo, cura y libertario-- me parece que la coherencia está del lado de quienes proponían una persona profesional e independiente para el sillón en el consejo de RTVV, y no puedo entender que la pelea por un sillón haya hecho estallar en pedazos un acuerdo para gobernar, salvo por el hecho, que no es menudo, de que no se han conseguido votos suficientes para acceder al poder ejecutivo.

Mi entorno de amigos se compone, mayoritariamente, de personas que han dedicado su vida a la militancia libertaria. La mayoría, no votan nunca, porque la democracia parlamentaria, aunque la prefieren al autoritarismo, les parece insuficiente si no incorpora mecanismos de participación directa. Hasta ellos han votado esta vez, a pesar de su escepticismo, y la mayoría le han dado su escéptica confianza al Compromís.

El voto de mis amigos también fue coherente, porque su desconfianza sobre lo que ellos llaman democracia formal, se acentúa cuando se trata de los partidos mayoritarios.

Quienes han votado a la derecha, opción que no comparto, también han sido, sin duda, coherentes.

Los electores solemos ejercer nuestro derecho al voto con un alto grado de coherencia, pero, a la vista de los hechos, los destinatarios de esos votos, unos mas que otros, necesitan acudir a una universidad de verano para un curso acelerado que resuelva sus carencias en esa materia.

Ahora resulta que, quienes ofrecían sumar, dividen. Aunque se pueda entender esta coyuntura como un conflicto temporal derivado del fuerte correctivo recibido en las urnas por los candidatos mas representativos, un típico conflicto de poder escaso en relación a las expectativas, lo cierto es que a los escépticos, que cíclicamente hacemos un esfuerzo para participar en un sistema que no nos creemos del todo, este espectáculo degradante nos empuja de nuevo a la contemplación crítica, y nos aleja de la participación en los sistemas de democracia parlamentaria que, en este país, están necesitados de una reforma profunda, tanto de la democracia interna de los partidos --casi inexistente-- como de la representación indirecta del voto de los ciudadanos.

Mientras esa reforma llega, si es que llega alguna vez , los electores de este país seguiremos votando, o no, con coherencia, la misma coherencia exigible a quienes reciben nuestros votos, y que ahora mismo, en este momento, por estos pagos, no es demasiado visible.

Lohengrin. 26-07-07

miércoles, 25 de julio de 2007

VIRTUAL

Debo una segunda entrega sobre el asunto del chat. Ahí va.

Mi viejo Espasa cita la raíz latina de esta palabra y atribuye su origen a virtus, que significa fuerza, virtud. Después se extiende sobre el significado actual de virtual y lo describe como algo que tiene la virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de inmediato. Lo opone a efectivo o real, y ya metido en el lenguaje de las ciencias duras, de la física, se refiere a aquellos elementos o partículas que tienen existencia aparente, no real.

Siempre contemplo con algo de escepticismo las descripciones del lenguaje, propias y ajenas, porque se que están limitadas por la experiencia personal de quienes las definen y por el estado de los conocimientos científicos en el momento en que se aventuran.

Partículas que se han calificado como inexistentes en un momento determinado, han resultado ser reales cuando los instrumentos para reconocerlas y medirlas se han sofisticado, lo que nos lleva al resbaladizo terreno del relativismo del lenguaje.

Contemplo en el primer párrafo los resultados de los esfuerzos que los sesudos lingüistas dedicaron a esta palabra, virtual y no puedo evitar la sensación de que se han inspirado en sus propias experiencias de coitus interruptus, porque están hablando todo el rato de algo que no se consuma.

Si tenemos en cuenta que este diccionario se editó en la etapa en que el régimen nacional católico imperaba en España, antes de que se inventara el chat, que es la esencia de lo virtual, tiene sentido histórico que los especialistas del lenguaje asociaran la virtud al coitus interruptus, puesto que en aquel entonces los anticonceptivos estaban prohibidos y la marcha atrás era una práctica tolerada por la conferencia episcopal.

Ha pasado tanto tiempo, la evolución tecnológica y social ha sido tan acelerada desde entonces, que tiene sentido preguntarse sobre la vigencia de aquellos intentos de definición.

Virtual, según mi punto de vista pedestre, sería ahora mismo, lo que pasa en el chat. Me he sumergido solo unos días en el chat, y pasan tantas cosas, que los pobres lingüistas que se vieran en la tesitura de actualizar esas definiciones, necesitarían un batallón de sociólogos, sexólogos y psicólogos sociales que desbrozaran la complejidad de ese mundo nuevo que hace apenas unas décadas no existía, para que ellos pudieran tratar de entenderlo, antes de acertar a nombrarlo.

Si pidiéramos, además de a los científicos sociales y a los lingüistas, a ciertos representantes de la conciencia moral de una parte de la sociedad, a los obispos, para entendernos, una definición nueva para nombrar lo que pasa en el ciberespacio, y en el chat en particular, desde su punto de vista, podemos aventurar como razonarían

Para empezar, si admitimos, solo como hipótesis, que la mitad de los usuarios del chat está por la labor de follarse a la otra mitad, eso plantea un problema teológico previo al enfoque lingüístico.¿ Como se puede asociar esa realidad hipotética, a la raíz latina de la palabra virtual, es decir, virtus, virtud, sin incurrir en una contradicción teologal?

No se puede. Si bien a los agnósticos, ese furor uterino y testicular nos puede parecer un signo de una actividad saludable y gratificante para cualquier población sana, es seguro que los teóricos del episcopado, una vez contrastada esa realidad con los oportunos estudios de campo, recomendarían abrir un período de varios años para estudiar la palabra que mejor describiera esa nueva situación y abandonar el término virtual, que habría quedado obsoleto, por contradictorio.

Entonces, si lo virtual, hoy en día, ha dejado de ser un espacio para la virtud, que es?

Para cualquiera que lo vea desde un punto de vista objetivo, es un espacio tecnológico comunicacional, nada mas, pero así como la palabra virtual tuvo en su origen un contenido moral, en la hipótesis de que los teólogos de la iglesia romana llegaran a estudiar el asunto, el resultado de sus deliberaciones siempre seria otra palabra cargada de su sentido de la moralidad.

Cual?

Si seguimos con la hipótesis enunciada, donde los agnósticos vemos normalidad, ellos verán un espacio que ya no es de virtud, sino de pecado. Donde vemos posibilidades relacionales, ellos pondrán el énfasis en la promiscuidad sexual. Trataran, pues, de encontrar un nombre para un espacio que ha dejado de ser virtual, virtuoso, y tiene apariencia de convertirse en pecaminoso. El pecado puede definirse, en los términos mas exactos posibles, como una transgresión --a la ley sagrada-- pero, ¿como calificar de transgresor un espacio en el que no se produce ningún efecto, donde nada es efectivo ni real?

Aquí viene en ayuda la doctrina repetidamente contradictoria y contrastada por la iglesia romana de la no consumación. Así como la no consumación del placer, el llamado coitus interruptus, fue tolerada por el episcopado español durante cuarenta años, la no consumación del pecado deberá ser castigada como una auténtica transgresión legal, una especie de peccatum interruptus, puesto que la transgresión se produce en cualquier caso, sea el pecado hecho, dicho, pensado o deseado (es decir, virtual).

Tenemos todos los elementos teológicos bien atados, pues, para que la iglesia se pronuncie sobre la calificación que le merece la nueva realidad virtual, solo habrá que esperar quince o veinte años, hasta que se celebre algún concilio, para saber que palabra han elegido.

Entre tanto, no renuncio a divertirme sugiriendo una. Veamos. Pecado. Satanás. Averno. Ya está. Lo tengo. Avernal. Ya lo sabe. Si usa usted el chat, no es agnóstico, tiene sus creencias y piensa que está presente en un inocente espacio virtual, puede que se equivoque. El concilio aun no se ha pronunciado, pero podría estar habitando, sin saberlo, un espacio avernal.

Lohengrin. 25-7-07.

martes, 24 de julio de 2007

EL SICARIO

“Una aurora doblada de recuerdos, nostálgica y vívida, flota entre el humo azulado de los cigarrillos que se expande en tenues espirales rotas por la luz de los focos, sobre las cabezas de los danzantes de The Golden.
La nube blanda de cuerpos ajados se mece al son de boleros antiguos, ligeramente penetrada por un viento sonoro. Docenas de rostros con los rasgos de la fatiga marcada en las bolsas convulsas, bajo los ojos, se mezclan con otros rostros que ofrecen la inequívoca huella ausente de la vida no vivida. Rostros en blanco, deseando ser llenados por alguna emoción insulsa, remedos de pasiones oníricas, sueños de viajeros en sudorosas canículas, y los ritmos sonando monótonos, mientras la faz de los danzantes se transfigura, se torna rígida, en una expresión mitad solemne, mitad ausente, en abierto contraste, en su inmovilidad, con los cadenciosos movimientos de los cuerpos. Algunos de esos cuerpos gritan a voces su progresivo fracaso físico, las carnes colgantes, fláccidas, de los huesos artríticos, en pugna con la voluntad danzante, un deseo de lucha contra el tiempo, condenado al abismo intermitente, ácido y definitivo, de la decadencia inevitable.
Junto a esa exhibición decadente, algunos cuerpos externamente jóvenes, impregnados de la viscosa sustancia de la senectud del ambiente, tocados por la perversión de la edad provecta que los rodea. La morena con peinado a lo coco moviéndose como un pavo real, con su falda ondulante sostenida por el almidón de su impulso exhibicionista. Su rostro es una mueca inexpresiva que mira al espejo que le devuelve su imagen de Narciso enamorado.
La rubia del pelo frito que cambió sus ropas de calle por un sofisticado vestido de danzante solitaria se mueve, indiferente, cerca de un suboficial de marina, quien se pavonea con su uniforme veraniego de un blanco impoluto, con su soberana tripa donde caben todos los mares de sus singladuras movida por el viento acústico de los potentes altavoces, abriéndose paso entre la pista con un aire de vela sólida, cortando las aguas con su solemne proa de bebedor de cerveza, con su rostro congestionado por el esfuerzo y su brillante calva sonrosada perlada de sudor.
Los compases de La Lambada, mezcla de son del altiplano y ritmo brasileiro, revolucionan la masa inerte de cuerpos convulsos que se agitan, se desplazan, giran y vuelven a girar en una dirección catártica, indeterminada, mientras los colores agitados de las faldas estampadas, ondulantes e inquietas, componen un fresco de factura coral y cambiante, sobre el fondo gris azulado de las luces de los focos que brillan, intermitentes, siguiendo el ritmo de la música, creando la ilusión de un momento evanescente, mientras la voz aguda de la vocalista repite, ..bailando Lambada...bailando Lambada.., en medio de un agitación progresivamente paroxística que convierte a la gente del danzing en un solo ser multiforme, vistoso y extraño, que se desmaterializa gradualmente, dejando flotar sus partículas en medio del silencio en el que culmina la explosión rítmica.”
Las luces de la pista se apagan y una procesión de figuras anónimas, descompuestas y aturdidas, desfila hacia la luz solar de la calle. A mi me interesaba, en particular, una de aquellas sombras grises y anónimas. Su ligera cojera me había ayudado a identificarle, entre la masa amorfa del danzing, después de varios meses de búsqueda infructuosa por todos los tugurios de la costa. Ahora, no estaba dispuesto a perderlo.
Me mezclé entre la gente que cruzaba, presurosa, la concurrida arteria urbana de Heliópolis por donde le había visto desparecer y al doblar la esquina vi su voluminosa figura con su andar ligeramente escorado a la derecha, sus ciento veinte quilos desplazándose con cierta dificultad, doliéndose de la herida de bala recibida en nuestro anterior encuentro y una gran mancha de sudor rezumando por el tejido sintético de su chaqueta gris.
Por dinero, pura y simplemente, por dinero, llevaba cuatro meses detrás de aquel sujeto, quién, teniendo un aspecto francamente repugnante, no me repugnaba en absoluto. No tenía nada contra el. Para mi era, simplemente, el objeto de un contrato. Algo perfectamente despersonalizado y profesional. Solo me interesaba su aspecto por una cuestión práctica: necesitaba identificarlo para realizar el trabajo.
Solo le había visto una vez, pero su fotografía y su descripción formaban parte de mis objetos cotidianos. Viajaban conmigo por hoteles de tercera, de modo que su rostro tenía ya un cierto parecido con la esfera del despertador y, de madrugada, cuando mi úlcera péptica me despertaba con un dolor punzante, al encender la lamparilla de la mesita de noche, miraba a su figura fofa con la misma ternura con que otros miran sus retratos familiares.
Damián, también conocido como Josechu, Eduardo, Luis y varias identidades mas, cambió el rumbo bruscamente y tomó la dirección de la estación. La maniobra me sorprendió y tuve el tiempo justo para escurrirme detrás suyo, procurando no ser visto. Lo seguí hasta el amplio vestíbulo de la estación, observé como sacaba un billete en la ventanilla de largo recorrido y salía al andén. Me asomé discretamente para ver los avisos luminosos que anunciaban la próxima salida a un solo destino de larga distancia. Saqué mi billete y permanecí en el vestíbulo, esperando la salida para tomar el tren en el último momento, sin pisar el andén para evitar ser reconocido.
“Un bullir inaudible de rostros inquietos se funde con el rico contraste de sonidos que pulula por la estación, bajo la corteza de tortuga industrial por la que se filtran restos de una lluvia fina, que humedecen y relajan los ansiosos cuerpos de los viajeros. La vibración del mecanismo de los vehículos eléctricos que transportan equipajes se prolonga en la campana electrónica que precede a la metálica voz de la megafonía, anunciando, monótona, la partida del próximo tren, y un abanico de cabezas, vueltas en la misma dirección, dirigen su mirada hacia los paneles que reflejan en sus diodos el trasiego intermitente de idas y venidas, salidas y llegadas, dándole un sentido distinto al tiempo habitual, convertido en angustia intemporal, algo intermitente y etéreo, una sensación de tránsito, de fuga, de provisionalidad, de aventura incierta.
Desde niño, he sentido una fascinación irresistible por las estaciones, terrestres o marítimas, pero sobre todo por esas estaciones cinematográficas, que aparecen casi siempre en una breve parada en tránsito hacia lugares lejanos y exóticos, donde la bruma del anochecer y el vapor de la chirriante locomotora envuelven en un halo de misterio a los protagonistas de celuloide.
Se me antoja que, los verdaderos protagonistas de esas escenas, son los viajeros anónimos que escurren su bulto de extras transitando discretamente por los andenes, o tomando el tren cargados con sus fardos, cestas de frutas, jaulas de pollos y recuas de niños, mientras el chico de la película toma el tren en el último momento, o se queda patéticamente inmóvil en el andén, mientras la rubia platino continua su viaje hacia un destino indeterminado. Tal vez por ello, todavía hoy, aun cuando no siga ninguna presa, me gusta sumergirme en este ambiente, tan cinematográfico, y observar a mi alrededor la gran pantalla que me devuelve las imágenes de mi infancia, aún sin los efectos especiales del humo azulado, rasgado de vapores y sepulcrales nieblas, de alguna estación en la Transilvania de historias míticas.
Y los olores. Esos olores de estación, tan característicos, extraña combinación de efluvios de cantina, sudores acres, aromas herrumbrosos de hierros oxidados, de humo de cigarrillos, de plásticos nuevos que recubren los asientos renovados. Y si se trata de una estación marítima, el olor salino de las aguas del puerto, cruzado de gasóleo y desperdicios. Un olor a caldo primigenio que envuelve la escena de parto sin dolor en la que el gran útero flotante se aleja, majestuoso, del muelle, rompiendo un invisible cordón umbilical, que deja en el mas absoluto desamparo a los que quedan en tierra con un agitar de manos un tanto impotente, desesperado y triste, en medio de un silencio oceánico.
Y las muchachas, las dulces, atractivas y fugaces muchachas de estación, con sus jóvenes cuerpos vibrando por el peso de su equipaje excesivo. Sugerentes, ambiguas, inalcanzables. A veces, inusualmente próximas y comunicativas. Siempre, generadoras de sueños posibles o no, de fantasías, de deseos borrosos en la intemporalidad del tránsito. Sugeridoras de aventuras, de historias de amores contingentes sobre la dura banca de madera de los viejos vagones de cercanías, o sobre la blandura nocturna de las literas de los trenes de destino lejano. Las copas compartidas tomadas en el traqueteante bar, derramadas a veces por la velocidad al tomar una curva, y la extraña intimidad que se establece en el curso del viaje, como si el desarraigo y la lejanía fueran pruebas demasiado duras para la fragilidad humana.”
Por la megafonía anunciaron la inmediata salida del Alaris con destino a Madrid y en el mismo instante en que iniciaba la carrera para subir a la plataforma del último coche, sentí un pinchazo en el esófago que me paralizó. Hice un esfuerzo y conseguí asirme sobre el estribo, antes de que el tren iniciara su marcha. Ya en el vagón, respiré profundamente y, con la estupidez que caracteriza a la especie humana, encendí un cigarrillo cuyos alquitranes me rasparon la ulcerada superficie que con su aviso doloroso había estado a punto de costarme la pérdida de mi contrato.
Los sórdidos paisajes próximos a la estación se fueron deslizando por la ventanilla a velocidad creciente, mientras mi pensamiento comenzaba a elaborar la estrategia para cazar a Damián en el punto del recorrido con menor riesgo. Estaba seco. Algo no funcionaba en mis neuronas. Tenía a Damián a mi merced, pero no se me ocurría cuando ni como hacerlo. No me parecía prudente ir al vagón restaurante, podría ser visto y reconocido. Llamé al mozo y lo unté lo bastante para que me trajera un escocés con agua. Volvió, al poco tiempo, y me entregó, con una ancha sonrisa, un vaso mal fregado con sus dos tercios llenos de un líquido pajizo, que a punto estuvo de irse al cuerno con la vibración de la última curva.
Al ingerir el primer sorbo, una voz de mujer anunció por los altavoces que, por razones técnicas, nuestra unidad haría una parada de media hora en Alcázar de San Juan. El raro sabor del güisqui me hizo visualizar el cadáver de Damián flotando en una de las numerosas cubas de vino instaladas junto a la vía del ferrocarril en Alcázar. Entonces supe que, si había de ocurrir algo, sería precisamente allí.
Con la certeza de tener resuelto el problema que me preocupaba, mis músculos comenzaron a relajarse y un dulce sopor, propiciado por el traqueteo del vagón, se infiltró sutilmente en mi cabeza. No era sueño lo que sentía, sino un cansancio secular, algo que venía de muy lejos, llegaba muy hondo y me paralizaba uno a uno todos los miembros y los sentidos. Noté como si me faltara la pierna izquierda y los brazos me pesaban toneladas, no podía mantener los ojos abiertos y me sentí resbalar hasta el piso del vagón muy lentamente, hasta perder totalmente la conciencia.
Cuando desperté era noche cerrada y lo primero que me sobresaltó es que el piso no se moviera. Palpé a mi alrededor y noté una superficie metálica y ligeramente curva. Intenté incorporarme, sin conseguirlo, pero me percaté de que estaba cerca de la vía férrea, junto a un depósito de por lo menos un millón de litros que olía a vinazo intensamente. En la lejanía, mi mirada borrosa percibió el edificio de la estación de Alcázar. Tomé conciencia de lo ocurrido. Me palpé el cuerpo buscando restos de sangre o alguna herida. Estaba ileso. Sin duda, la propina de Damián al mozo había sido mayor que la mía, y me habían desembarcado como un equipaje viejo, mientras el objeto de mi contrato había tenido tiempo de transbordar en Madrid, y sin duda a estas horas viajaba en dirección a la frontera.
Después de todo, --pensé-- no sería tan malo volver a los casos de infidelidad conyugal. Estaba claro que yo no servía para encargos de mas altura. Miré la clara noche estrellada de Alcázar y me dirigí con paso cansado hacia el andén de la estación. Ya de vuelta en mi despacho, me dejé caer en el jergón, sin ánimo para abrir los E mails, con la intención de dormir por lo menos doce horas seguidas. Un rayo de sol filtrado a través de la persiana del estudio frustró mi intento apenas dos horas después.
Me preparé un café bien cargado, que sacudió mi hígado con cierta brutalidad, y miré los distintos mensajes recibidos. La agencia para la que trabajaba como free lance me sugería un programa múltiple y variado. Búsqueda de una adolescente desaparecida. La deficiente foto recibida hacía difícil su identificación. Seguimiento de la esposa sospechosa de adulterio de un psicólogo argentino. Recuperación de unos documentos importantes para una compañía de seguros y, por último, matón de ordenador para unos grandes almacenes que habían visto amenazado su sistema informático por un antiguo empleado despedido, armado con un cubo de agua.
El rostro anguloso de la mujer del psicólogo me miró desde el rincón superior derecho del mensaje, y su mirada enigmática decidió finalmente el orden de prioridades. El campo de sus aventuras sentimentales se extendía por el margen del río, desde Nuevo Centro hasta su vieja desembocadura, pasando por Ciutat Vella, según la escueta información recibida, lo que parecía augurar un período tranquilo y relajante de deambular urbano, lejos de aventuras ferroviarias con güisqui envenenado y cosas así.
Monté la guardia en César Giorgeta, donde estaba el gabinete del psicólogo y después de una hora de espera, la vi salir del portal. Llevaba un vestido de tubo, negro, y su piel era de un moreno dorado por el sol de estío. Llevaba puesta la misma mirada de la foto, salvo por un resplandor mas intenso y felino. Se dirigió hacia la estación del metro. La seguí. Las escaleras del metro estaban desiertas y me sentí un poco ridículo, tan visible y evidente detrás de mi perseguida. Demasiado evidente. En un rápido movimiento, extrajo algo del bolso, se volvió y el chasquido seco de un proyectil incrustado en la pared de la escalera, me anunció brutalmente que mis expectativas de un paseo tranquilo estaban equivocadas. Procuré no perder la calma y me dirigí al andén con la voluntad de no perder el rastro de mi agresora.
Un silbido de aviso agredió mi delicado oído derecho --el izquierdo hace años que es inmune a cualquier agresión acústica-- y las puertas del vagón se cerraron ante mis narices con un chasquido seco. Perdido ese viaje, deambulé por la flamante estación en espera del próximo servicio.
“Es una estación atípica. Lo reciente de su puesta en servicio hace que la superficie de sus paredes, todavía sin graffitis ni desconchados, parezca la piel de un bebé. Las escaleras mecánicas no funcionan. Siempre me ha intrigado porqué se instalan esos artilugios que, invariablemente, no funcionan, en lugares públicos, pero ello me permite trepar por las escaleras de bajada, por el puro placer de la transgresión impune Desde mi atalaya, observo la patética soledad de los escasos viajeros que esperan en el andén. Unos pasean nerviosamente, con evidente desasosiego, mientras otros muestra una actitud de espera tranquila y resignada. Alguno posa su mirada, alternativamente, en un anuncio de Winston y en la estilizada figura de una mujer morena, vestida con chaquetilla de torero y medias negras, pegada sobre el vidrio de una cabina telefónica.
El chirrido de los frenos anuncia la llegada del próximo metro, que surge trepidante de la oscura boca del túnel. Después de un breve trayecto, me deja en la estación próxima a Nuevo Centro.
Después de unas cuantas vueltas por el interior del centro comercial, llego a la conclusión de que es un espacio maravillosamente construido para que la gente compre, pero con un efecto laberíntico perverso ya que, al encontrarse idénticas tiendas en diferentes plantas, las referencias de orientación solo sirven para desorientar al neófito.
Mis intestinos se ponen en marcha por el intenso ejercicio realizado subiendo y bajando escaleras y recorriendo plantas, y cuando intento alcanzar los servicios compruebo con desesperación que me he perdido de nuevo. En la búsqueda compulsiva de mi tabla circular de salvación, evoco los felices tiempos en que los humanos defecaban en el momento y lugar que les venía en gana. Por fin, un letrero con grandes letras pintadas de amarillo sobre fondo negro, me produce en el cerebro un estallido evocador de placeres inmediatos, próximos. Mi vejiga se agita, alegre y esperanzada, intuyendo la inmediatez de la orgía escatológica.
Al abandonar el sótano, los restos de varias jeringuillas usadas se esparcen por el suelo, alrededor de un grupo de yonquis que me miran sin verme, con su expresión nebulosa y vidriada, lejana y próxima, desesperada e implorante, rebelde y sumisa, circundada de sombras. Todo es desolación en el paisaje que habita las cuencas de sus ojos.
Subo a la superficie, como el que emerge de una amarga oscuridad y aspiro con fuerza y deleite el aire que circula por los patios abiertos que enlazan las diferentes galerías comerciales. Después de comprar apresuradamente unas porciones de quesos de Idiazabal y Chamoise D’or, salí del recinto, crucé el puente y me dirigí a la calle de Blanquerías, donde esperaba encontrar, de nuevo, a la mujer del psicólogo.”
(Relato de 1.990. Versión revisada 2007.)
Lohengrin. 24-07-07

jueves, 19 de julio de 2007

EL CHAT

Trabajo con ordenadores --solo en textos y hojas de cálculo-- desde antes de que salieran las primeras computadoras personales, pero solo he accedido a Internet muy recientemente, cuando decidí utilizar el Blog como soporte de mi vieja afición a la escritura.

En poco más de seis meses mi presencia en Internet se ha limitado al escaso intercambio de comentarios que genera el Blog, pero nunca, hasta ayer, había utilizado el chat. Es, para mi, un descubrimiento muy tardío. No descubro nada a quienes ya son usuarios antiguos de esa porción del ciberespacio, si digo que algunas de las características que he encontrado en esa fórmula comunicacional me parecen, sencillamente, asombrosas.

No escribo este comentario para trasladar a otros mis experiencias, lo que sería ocioso, sino para reflexionar en primera persona sobre ellas, y mas concretamente, sobre el Hot mail, o línea caliente, en traducción aproximada.

En primer lugar, encuentro una asociación clarísima entre el modo en que se comunicaban los amantes, secretos o no, en el período romántico, y como lo hacen ahora muchos usuarios del chat. En aquel tiempo, en el romanticismo, todo el mundo escribía un montón, en billetes, notas y cartas, para citarse, declarar su amor, mas o menos correspondido, y también, como no, para encargar a un sicario el asesinato de un personaje cortesano.

El teatro clásico informa ampliamente sobre esa forma de comunicación, en sus diálogos y situaciones, pero hay una obra excepcional, Cyrano de Bergerac, que muestra además como Cyrano se comunicaba ocultando su personalidad detrás de otro, lo que es moneda corriente en el chat.

Hasta que apareció Internet, la comunicación escrita había descendido hasta niveles dramáticamente precarios. Los negocios, las citas, las relaciones de amor y temor, las felicitaciones navideñas, las reservas hoteleras, los contactos entre personas residentes en lugares distantes, casi toda la comunicación humana, se había vuelto oral y usaba como vehículo preferente el teléfono.

La generalización del uso de Internet en las empresas, en los hogares, en las escuelas, le ha dado la vuelta a la tortilla, de tal modo, que se diría que estamos viviendo un período neoromántico, si juzgamos por el número de relaciones amorosas que se establecen, o se rompen, mientras la charla mas o menos íntima o compulsiva se extiende como una mancha de aceite planetaria en el ciberespacio.

La velocidad de los cambios tecnológicos en el uso del teléfono móvil, puede influir de nuevo en la balanza comunicacional, pero, en cualquier caso, mi impresión es que ya no se volverá a los niveles precarios de la escritura en la etapa pre Internet, y las comunicaciones escritas y orales mantendrán cada una de ellas los niveles que les sean propios.

La segunda cosa que me ha llamado poderosamente la atención es la influencia del hecho virtual en la actitud comunicacional de los usuarios del chat. Se diría que la protección que proporciona la distancia de lo virtual, facilita una franqueza y una libertad de lenguaje entre los hablantes, que los lanza sin inhibiciones a un nivel de intimidad que en modo alguno alcanzarían con la presión de la presencia física. Se habla, y se escribe a menudo, de la revolución tecnológica que ha supuesto Internet, pero menos de la auténtica revolución relacional que se está cociendo cada segundo en ese espacio, que es virtual, en el sentido de que prescinde de la presencia física y las distancias, pero cuya sustancia emocional, alimentada por los sentimientos, deseos y frustraciones de quienes lo habitan, es tan real, como la vida misma. Como en pleno romanticismo, cada día se representan en ese espacio, enamoramientos, traiciones, melodramas y comedias. Solo hacen falta autores que los recojan para darle un nuevo impulso al teatro clásico de alcance universal.

Creo que se pueden decir mas cosas sobre el tema, pero las dejo para la próxima entrada. Creo que será la semana próxima. Me he recomendado una disminución de la productividad. El verano es para disfrutarlo. Au revoire.

Lohengrin. 19-07-07.

sábado, 14 de julio de 2007

ABIERTO POR VACACIONES

Este Blog, como los museos de Heliópolis cuando llega el verano, puede ser visitado a cualquier hora del día o de la noche. Tiene ventajas sobre los establecimientos museísticos, ya que no requiere de personal directo en su plantilla para funcionar ni tampoco exige desplazamientos a quienes desean visitarlo, por eso me voy a tomar tres o cuatro días de relajo, bien merecidos, creo yo, después de haber pasado de las quince entradas de enero, a las setenta y cinco de ahora mismo.

Los museos se pueden visitar de muy diversas maneras. Puede uno perderse entre sus salas, sin información previa, entregado a la búsqueda, la sorpresa y el hallazgo. Otra modalidad de visita consiste en esperar la hora en que una artista plástica explica las colecciones expuestas con un criterio mas profesional, y visitarlo en grupo. Personalmente, siempre he practicado la búsqueda aleatoria, pero he agradecido la ayuda de folletos y catálogos que me ayudaran a conducirme por esos mundos, casi siempre desconocidos y sorprendentes, de la creación artística.

Afortunadamente, Analytics da una información objetiva de cuales son las páginas mas visitadas del Blog, lo que me permite, antes de entregarme al silencio rural, ofrecer aquí una especie de folleto orientativo para los usuarios que lo visiten.

Estas son las sugerencias. En Crónicas de viajes y lugares, las páginas mas visitadas han sido, Jardines de Mallorca, El Portixol, Cazorla, --por un comunicante que vive allí. He intentado entrar en su blog sin conseguirlo-- Los museos de Heliópolis, y aunque Antártida no aparece en el listado, la recomiendo personalmente.

En Libros, una reciente entrada, La Conferencia, que es un homenaje a Dylan Thomas, me parece que está entre las dos mejores páginas del blog.

Las páginas de Cocina, curiosamente, son muy visitadas, a pesar de su escaso contenido. He añadido una entrada reciente, La cena de San Silvestre, para mejorarlo.

La sección de Artículos, --mal llamada Artículos y Ensayos, ya que, por ahora, no contiene nada que exceda de los tres folios-- contiene páginas muy visitadas, como El cine, Ferlosio, Amarillo Pálido,-- la preferida de un amable comunicante-- ¿Quien mató al rector Peset? y un relato breve, dirigido a la gente mayor, una de cuyas preocupaciones esenciales es como cruzar la calle sin quebranto para su integridad física, con el equívoco título de El hombre de la mirada persuasiva.

La sección mas intimista, y tal vez por lo mismo, de menor interés para los blogueros, es Estenas. Sin embargo, hay allí una breve evocación, Después de la cosecha, que ha merecido mas visitas de las esperadas.

En la sección de Opinión no encuentro nada que sea recomendable, porque es donde mas mala leche vuelco, y no me parece que el verano sea una buena época para hacerse mala sangre.

En fin, ya saben, abierto por vacaciones. Pueden optar por la búsqueda aleatoria, o seguir las indicaciones del folleto, según su personal inclinación.

Por lo que me concierne, voy a hacer una cura de silencio de cuatro días. Au revoire.

Lohengrin. 14-07-07

viernes, 13 de julio de 2007

LA CENA DE SAN SILVESTRE

La carpeta roja que encontré ayer, por puro azar, al aligerar los estantes de los libros, es una mina. Entre otras cosas aún por descubrir, encontré el relato pormenorizado de la cena que preparamos y degustamos en casa colectivamente, la noche de San Silvestre de 1.994. No merece la calificación de patrimonio de la humanidad, pero creo que, para algunas personas, puede tener un interés suficiente que justifique su divulgación en el Blog. Dice así.

“Un cava brut y el intenso sabor del morcón ibérico abrieron nuestros paladares al rito anual de la cena de San Silvestre. En la bandeja, las delicadas escamas del Flor de Esgueva fundían su aroma con el del foi de oca y ciruelas, elaborado artesanalmente por nuestro carnicero de siempre; su penetrante sabor amargo ligaba perfectamente con la suavidad del blanco Barbadillo de Cádiz, de solo once grados, moderadamente frío.

Después de abrir boca, puse en la mesa la sartén humeante con las almejas a la marinera, preparadas con un sencillo sofrito de cebolla, ajo y abundante perejil, un poco de harina tostada y cucharada y media de aceite de oliva virgen. Mientras, las cigalas puestas sobre una sartén cubierta de sal marina, perfumaban en cuatro minutos el ambiente con su aroma inconfundible. Su carne jugosa estimuló nuestros jugos gástricos y los preparó para el panaché.

El panaché de verduras preparado por Encarna alcanzó las cotas de perfección a que nos tiene acostumbrados. Los champiñones fileteados, ligeramente escaldados, las variadas verduras cocidas por separado: judías verdes finas, bastoncitos de carlota, filetes de calabacín, ramitos de brócoli, coles de Bruselas; deliciosas, tiernas hojas de espinacas y las delicadas hojas de acelga cocidas brevemente, los trigueros y las setas aromáticas, todo servido a temperatura templada, con un emplatado brillante y cuidadoso, aderezado con el aceite de sofreír unas láminas de ajo y unas tiras de beicon.

Uno piensa en el gran número de mortales que pasarán por la vida sin probar el panaché de Encarna y una ola de conmiseración y ternura por esa pobre gente le pone un nudo en la garganta.

Por la mañana visitamos, con Mónica, el mercado central para elegir el pescado. No quedaban besugos. Había una hermosa escorpa de dos quilos, abundantes doradas de playa, de unos setecientos gramos, voluminosas merluzas, enormes palometas, algún rodaballo demasiado pequeño, rayas fresquísimas, atunes plateados, mabras, pajeles, palayas, morralla, lenguados, truchas y salmones, salmonetes de playa, emperador al corte, con su carne obscenamente expuesta a la curiosidad del público, malarmats con su boca de tritón boqueando todavía, chicharros, bacalaos frescos, caballas, sardinas y alguna otra especie que no reconocí, al lado de las culebreantes anguilas, los congrios, los rapes y las cintas. Nos decidimos por dos doradas y compramos dos quilos de sal marina.

Un rato antes de la cena preparé las doradas. El pescadero había extraído someramente las entrañas, terminé de hacerlo y después de lavarlas, introduje en sus buches dos rodajas de limón, unos dientes de ajo, unas tiras de beicon y un ramo de perejil, cosiendo después el corte. En una lata metálica de unos cuatro centímetros de honda, donde cabían sin agobios las dos doradas, puse la mitad de la sal, coloqué los pescados en ese lecho y los cubrí con el resto de la sal. Calenté el horno a fuego fuerte, y bajé el fuego a 150º, una vez que la sal comenzó a solidificarse. Después me fui a tomarme un fino y un poco de ensalada de atún ahumado con alcaparras.

Mónica dio cuenta de su media dorada con una minuciosidad demorada. Yo le añadí un chorrito de aceite de oliva virgen, unas gotas de limón y una pimienta y mis recuerdos sensoriales volaron a una playa atlántica, a fines de 1.993, del que entonces se dijo que el 94 no podía ser peor. Y el 95?. toquemos madera.

Las alegres notas de la marcha que cierra el concierto de la ópera de Viena, jaleadas por el público, dan el contrapunto a este concierto de sabores que acabo de rememorar, cuando en la esfera del reloj isabelino, las agujas esmaltadas con la figura de un dragón mítico señalan las dos de la tarde del primer día de enero de mil novecientos noventa y cinco.”

MENÚ:

--Quesos y morcón ibérico con foi de oca y ciruelas.

--Ensalada de atún ahumado con alcaparras.

--Almejas a la marinera.

--Cigalas a la plancha.

--Panaché de verduras, hecho por Encarna.

--Doradas a la sal.

--Uvas de Teulada.
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--Fino seco de Jeréz

--Blanco Barbadillo, de Cádiz

--Cava artesanal

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Guión, realización y dirección:: Lohengrin y familia. 31-12-94”

Lohengrin. 13-07-07

LUCAS

Al expurgar ayer la biblioteca, apareció una carpeta roja con viejos textos, entre ellos uno fechado en 1.996, que me ha traído recuerdos muy afectivos, y que transcribo a continuación.

“Una de las mejores cosas que me han ocurrido en la vida es que Lucas decidiera adoptarme. Lucas es mi perro grifón, de tamaño medio y melenas blancas manchadas de negro, aficionado a la velocidad, la caza, el pastoreo y la música barroca. Solo tenía seis meses cuando nos encontró un domingo lluvioso de noviembre , hace ya seis años, en Las Rotas de Denia, y decidió aceptar nuestra compañía.

Entonces hablaba alemán, pero con el paso del tiempo todos nos hemos acostumbrado al lenguaje telegráfico de su cola,: --un golpe, -estoy contento, dos golpes, -muy contento, tres golpes, -contentísimo-- y a su manera elegante de ponerse de pie junto a la mesa, sin abrir la boca, con una mirada imposible de ignorar, cuando desea que le acerques con tu mano una golosina al hocico.

A Lucas le gusta la velocidad y cuando circulas con la ventanilla abierta se asoma por ella y sus melenas al viento le dan un aire de campeón de Fórmula 1. Si aceleras, notas que esa sensación le gusta y no inhibe su deseo de asomarse, pese al polvo que enrojece sus hermosos ojos oscuros. Cuando, al pasar por una carretera rural, una ardilla cruza, veloz, el asfalto, el instinto cazador de Lucas se dispara y tienes que sujetarlo firmemente para que no salte fuera del coche en pos de la presa.

Seguramente, los ancestros de Lucas se dedicaron al pastoreo en Las Landas. Esa habilidad aprendida se ha incorporado a sus genes de modo irrevocable y cuando pasa el pastor con su rebaño de ovejas por delante del porche de la casa de Estenas, Lucas se acomoda en ese grupo trashumante como si fuera de la familia.

Ayer lo llevamos al paraje del Molino Requejo y no se puede describir su contento al corretear por el arroyuelo del barranco. Expresaba una alegría sin límites. Tal vez reconoció en los olores de ese lugar agreste, los escenarios de sus correrías de cachorro cerca del Montgó, donde perseguía a los pájaros con una agresividad marcada por el hambre.

Al volver a casa, estaba tan cansado, que se echó sobre un cojín, con su pata derecha accionó el botón del compact y seleccionó en la pista siete el concierto número doce para oboe, de Antonio Vivaldi.

Lucas es un perro grifón, blanco y negro como las noches lunares en Estenas, muy activo y aficionado a los deportes naturales. Cuando descansa después de un día agotador, se relaja escuchando música barroca. Yo he sido el humano afortunado que el ha tenido a bien tomar en adopción, lo que ha contribuido a hacer de mi una persona mejor.”

Apenas cumplió los trece años, una cruel enfermedad nos hizo llevar a Lucas al veterinario, para sacrificarlo. No he olvidado, pese al paso de los años, la mirada de Lucas, tendido en la camilla. No estoy preparado para dejarme adoptar de nuevo. Quizás necesito mas tiempo, o puede que nunca lo haga.

Lohengrin. 13-07-07

jueves, 12 de julio de 2007

LA BIBLIOTECA

Al entrar esta tarde en el cuarto que destinamos a guardar los libros, me he dado cuenta de que el desorden que impera en ese lugar de ficción y no ficción, fue lo que me inspiró, junto a la novela inacabada de Dylan Thomas, la página La conferencia,que figura en esta misma remesa de entradas del Blog.

Una anécdota muy repetida en los medios de comunicación interesados por la literatura, cuenta que Manuel Vázquez Montalbán acostumbraba a quemar cada día un libro en la chimenea de su casa. En mi caso, aun no había experimentado personalmente, la potente sensación catártica que supone entrar a saco en los libros almacenados durante décadas y llenar seis bolsas de Mercadona de libros olvidados, para asignarlos al noble destino de evitar, al menos, la tala de un árbol nuevo. Con el placer añadido, algo sádico, de persuadir a mi yerno para que los revise por si le interesa alguno, antes de enviarlos definitivamente al reciclaje.

Tras esta expurga, este lugar no solo ha quedado mas ordenado, sino que ahora es solamente un lugar de ficción, habitado por la poesía, el teatro, la novela, el cuento, y algunos ejemplares de género inclasificable. Con alguna concesión a viejos libros que tienen un valor sentimental, y alguna otra contadísima excepción. Todos los libros que han quedado están, pues, habitados por el afecto.

Los destinados al reciclaje son, en su mayoría, libros de ciencias sociales, suponiendo que lo social sea una ciencia. Para la mayoría de quienes practican las ciencias duras, lo otro son supercherías y pendejadas. También hay libros de matemáticas superiores, pero esos los solían utilizar, en tiempos, sobre todo los de fuera. Los de aquí, en general, se arreglaban sin esas sofisticaciones.

Un vistazo a los títulos según los voy metiendo en las bolsas, revela cosas tan absurdas como estas. Manual de derecho mercantil, Series, ecuaciones diferenciales y funciones complejas, Introducción a la economía positiva (un quilo, doscientos gramos), 25 años de economistas en Heliópolis, Informe económico regional, Estadística intermedia, La elaboración de la política económica, Matemática financiera, Teoría económica de la contabilidad, El marxismo soviético, Federalismo fiscal, Economía del amor y del temor, Historia de los hechos económicos contemporáneos, Lógica matemática, y un sinfín de publicaciones económicas editadas por cámaras de comercio, gobiernos centrales y autonómicos, organismos internacionales y otras entidades porque, por lo visto, en este mundo, no eres nadie si no controlas alguna publicación de contenido económico.

Ya habrán adivinado ustedes que no soy una persona que sienta fascinación por las ciencias sociales, tampoco hostilidad, únicamente indiferencia, aunque como soy muy curioso, no me desagradara habitarlas en otros tiempos. Pero, a pesar de las muchas satisfacciones que --porqué no admitirlo-- su conocimiento y ejercicio propiciaron en mi pasado, nada de eso es comparable al intenso placer físico experimentado, --para mi sorpresa, casi orgásmico--al contemplar esa colección de cadáveres de no ficción (en algunos casos, ficción pura y dura, mas que ciencia) envueltos en los sudarios de plástico de Mercadona, listos para contribuir con sus despojos, aunque sea en una porción mínima, a la urgente tarea de conservación del medio ambiente.

Lo verdaderamente satisfactorio de todo esto no es la naturaleza de lo que se va de un plumazo, equivalente a una quema de tres meses de Vázquez Montalbán, sino la certeza de que lo que se queda es lo que verdaderamente vale la pena. No es un secreto para nadie que las verdades relativas de la vida no se encuentran en los libros de texto, sino en la ficción literaria, porque es a través de ese vehículo creativo como nos las trasladan quienes verdaderamente han vivido con intensidad suficiente para encontrarlas, aunque en algunos casos ese viaje existencial lo hayan realizado en zapatillas sin salir de su gabinete.

El problema de la exigencia con la propia biblioteca es que, cuando el placer experimentado al expurgarla degenera hacia la obsesión maníaca de la perfección, nunca tienes bastante con lo último expurgado y corres el peligro de quedarte, al final, con un solo libro.

No hay que ser tan radical. Se puede vivir perfectamente concentrando los afectos en, digamos, una treintena de autores.

Pueden poner su lista, si lo desean, entrando en Comentarios.

Lohengrin. 12-07-07.

martes, 10 de julio de 2007

LA CONFERENCIA

"Me moví sobre la cama y un crujido de maderas mal encajadas me hizo volver a la posición inicial. A gatas, para no golpear la lámpara que colgaba del techo, muy cerca de mi cabeza, me asomé al lado derecho del enorme camastro, que se inclinó en la misma dirección. Con sumo cuidado, estiré el cuello y miré hacia abajo.

Bostecé al reconocer el enorme montón de muebles sobre el que había dormido. La cama descansaba encima de una cómoda barroca, que a su vez se sustentaba sobre dos enormes divanes Chester que se apoyaban, algo inestables, sobre docena y media de piezas de sillería tapizadas en rojo, algunas con solo tres patas. Todo ese desorden mantenía un precario equilibrio sobre un montón de vidrio y hierro, procedente de numerosas lámparas rotas que tuvieron diversos usos, lámparas de pie, sobremesa, apliques de pared y hermosas lámparas de techo, misteriosamente incólumes, de cristal checo, cuyos vidrios filtraban la luz que recibían de un ventanuco, llenando de puntos luminosos la semioscuridad del caótico cuarto.

Me dejé caer de nuevo sobre el lecho y al hacerlo, advertí que mi pulgar izquierdo estaba prisionero dentro del gollete de una botella vacía de medio galón. No me sorprendió que la botella estuviera vacía, recordaba haberme bebido su contenido. Pero no tenía ni idea de que después de aquello hubiera compartido una orgía amorosa con la botella de medio galón.

Reconocí en el incidente de la botella un contratiempo. A las diez debía dar una conferencia en el centro cívico del barrio. Mi intuición me decía que desplazarme hasta allí con el dedo en la botella me causaría problemas. Miré el reloj de sol colgado en la pared. El punto de luz que se filtraba a través del cristal checo, estaba exactamente en el centro de la diana del nueve.

Una hora --pensé-- es tiempo suficiente para descender de este cúmulo caótico, resolver lo de la botella, coger mis apuntes y recorrer la distancia hasta el centro cívico. Que no cunda el pánico. Encendí una vela. Me puse el casco, trinqué la cuerda de descenso que cuelga de la lámpara y me dispuse a iniciar la bajada. El tiempo era bueno. A veces entran unas ráfagas terribles de ventisca por el ventanuco y lo ponen todo perdido de hielo. Cuando escalo, siempre llevo el móvil metido en el ano --como las mulas colombianas llevan su carga-- por si he de llamar al 112 en pleno descenso.

Me deslicé con cuidado, atado a la cuerda de descenso por la cintura. Dejé caer las piernas fuera del camastro. Con la mano libre me sujeté al cabezal. Fui tanteando, despacio, hasta apoyar un pie en un cajón que sobresalía de la cómoda. Al dejar caer mi peso sobre al cajón para iniciar otro movimiento, éste salió despedido y fue a caer, con un estrépito de vidrios rotos, sobre la base de lámparas y sillas rotas. Quedé colgado de la cuerda, con el cuerpo oscilante, hasta que los pulgares de mis pies consiguieron agarrarse a los herrajes de la cómoda, estabilizándome de nuevo.

Tardé quince minutos en dejar atrás la pared de la sobre dimensionada cómoda y cuando alcancé el tacto cálido y suave de la tapicería de los amplios y confortables divanes Chester que había debajo, me tomé un respiro para frotar las plantas de los pies sobre esa superficie sedosa. Fue una experiencia sensorial de una intensa sensualidad.

Reanudé el descenso. Entonces, la vela que había dejado encendida arriba, debió chamuscar la cuerda de descenso, porque se rompió y di con mis huesos en tierra. El casco que llevaba puesto amortiguó el daño de la caída. La alfombra de libros abiertos, memorandums, opúsculos, holandesas impresas sacadas de Internet, borradores arrugados, ejemplares viejos de Babelia y papeles varios, cosas sacadas de Marx, Engels, Swizzy& Baran, Sraffa, Sampedro, Fromm o Reclus, todo lo que había utilizado la noche anterior para preparar los apuntes de la conferencia, había contribuido también a evitar que me fracturara un hueso y que la botella se rompiera.

Hostia. Los apuntes. He olvidado los apuntes bajo la almohada. Pero ahora tengo otro problema. La botella. Ya en el suelo, puedo intentar desembarazarme de ella. Lo intento con jabón líquido. Nada. Insisto con mozarella de leche de camella sobrada de anoche. No sirve. Encuentro un resto de aceite de oliva virgen, de la Sierra de Espadan, en una alcuza. Este producto milagroso, --pienso-- es la solución. No lo es. Mi pulgar se ha hinchado y es imposible sacarlo del gollete. (Pone cachondo, eh?). Podría golpear la botella contra la pared, pero además del riesgo de herirme la mano, esa botella es la misma que sale en una novela inacabada de Dylan Thomas, y no tengo estómago para romperla. Me resignaré a dar la conferencia con la mano de la botella escondida bajo el estrado.

Los apuntes. Ya voy. Miré el reloj de sol. El punto de luz estaba entre las nueve y las diez. Ha transcurrido media hora del tiempo que me quedaba. Me aplico con resolución a cumplir el plan previsto. Me ato por la cintura a la cuerda de ascenso. (Hay una cuerda de ascenso, naturalmente. Que sentido tendría si no usar la expresión cuerda de descenso, en lugar de la de cuerda a secas?) y con mi única mano libre agarrada a ella tomo impulso, decidido a rescatar los apuntes olvidados.

Ahorraré los detalles reiterativos de la escalada hasta la cama por la inestable pila de muebles amontonados y el consiguiente descenso (que tuve que hacer con la misma cuerda por la que ascendí) con el rollito de apuntes en la boca. Solo diré que cuando terminó esa laboriosa maniobra faltaban ocho minutos para las diez, así que me quité el casco, me deshice de las cuerdas atadas a la cintura, (la de ascenso, y los restos de la quemada) y salí a la calle con la botella en una mano y el rollito de apuntes en la otra.

Al principio no sucedió nada. Los vecinos del barrio me conocen y están acostumbrados a verme andar desnudo por la acera. De pronto, noté que alguien me seguía. Yo iba en dirección al centro cívico y un tipo medio calvo y cetrino, peinado con cortinilla, a quien vi en la acera de enfrente y me pareció igualito a un ex presidente de la cámara de comercio de Heliópolis, al parecer había cruzado la calzada y apresuraba su paso detrás de mi. Aceleré la marcha, con tan mala fortuna que pisé una de las mierdas de perro que hasta entonces había evitado con la habilidad que caracteriza a quienes andamos a pie por el barrio. Afortunadamente, era un excremento seco, bastó que me apoyara con la mano libre, después de trincar los apuntes con la boca, en el árbol mas próximo, para que un enérgico movimiento de talón lo lanzara al alcorque.

Fue entonces cuando el individuo con cortinilla, facciones afiladas y nariz aguileña, se acercó a mi y comenzó a lanzarme toda clase de improperios e invocaciones a la moralidad. Que como era posible que me atreviera a ir por la calle desnudo y con el pulgar dentro de una botella. Que si no tenía el menor sentido de la decencia, ni respeto por los demás. Pero su mirada de ave de rapiña estaba fija en mis genitales y una expresión lúbrica se dibujaba en su boca por la que asomaba una blanquísima dentadura postiza. Cuando hizo ademán de llamar a la policía, seguí mi marcha tan rápido como pude y de un salto estuve en la seguridad del interior del centro cívico.

El conserje del centro, quien conoce mis costumbres nudistas, me cubrió con una sábana y me acompañó hasta el estrado del salón de actos donde debía dictar mi conferencia. Mi retraso en comparecer determinó que la única persona que permanecía esperando fuera una niña de unos diez o doce años, cuya madre la había abandonado temporalmente en el salón. Me pareció ver a la madre de pie, tras unos cortinajes, practicando el erotismo vertical con alguien que debía ser el director del centro, pues no había salido a recibirme, como era su costumbre.

Me hice cargo de la situación enseguida. Tiré los apuntes a la papelera y sostuve un animado debate con la niña sobre Alicia en el país de las maravillas, los ocultos caminos que comunican la realidad y la ficción, y los personajes que habitan ese mundo fantástico.

Al cabo de treinta minutos apareció la madre de la niña, arreglándose el vestido, y dimos el debate por terminado. Quedé solo en el estrado. Entonces, sonó mi móvil. Lo extraje de su alojamiento sin demasiadas dificultades y sosteniéndolo con dos dedos de mi mano libre, contesté. Era Alicia. Me dijo, --¿Porqué no rompes ya esa jodida botella?"

En memoria de Dylan Thomas, poeta muerto y autor de novelas inacabadas.

Lohengrin. 10-07-07

sábado, 7 de julio de 2007

EL SILENCIO

Hay algo común en cada una de las singularidades que conforman el lugar que me sirve de cobijo cuando necesito descanso. Es el silencio. En cada colina, collado, arboleda, barranco. En cada viñedo, almendro, encina, arbusto. En cada casa deshabitada, nido vacío, en los túneles excavados en la tierra por alimañas que ya no están allí, en cada huella de pezuña borrada por la erosión de la lluvia, en las charcas secas abandonadas por los sapos, en todos esos lugares y los demás que configuran ese paisaje, todo es silencio.

Un silencio tan intenso que, a veces, al declinar la luz del día, pongo la radio a todo volumen, un aria de Tosca, o Carmina Burana, y la potencia lírica de ese sonido se convierte también en silencio, porque nadie la escucha en diez kilómetros a la redonda, excepto yo mismo. Es una experiencia casi mística contemplar las variaciones de color, difíciles de percibir para un ojo no experto, y por lo mismo resistentes a una descripción literaria precisa, que se producen con un dinamismo sorprendente, cuando el sol comienza a caer por poniente, detrás de las colinas que cierran el horizonte, mientras escuchas las voces privilegiadas de Krauss o de María Callas, y Venus aparece con un resplandor tan potente que impide percibir las estrellas cercanas.

El declive de la luz es tan lento, tan modulado, que tardas horas en poder asomarte a mirar hacia la parte posterior de la casa, la que da a Levante, y entonces el silencio se magnifica, pues a novecientos metros de altitud, la nebulosa de la Vía Láctea es tan visible, parece tan próxima, son tan reconocibles lo que parecen formaciones de gas entre las estrellas, que quedas sobrecogido, y no puedes imaginar que haya otra cosa que silencio en ese lugar que a veces designamos con el nombre de vacío, y que está tan lleno.

No es sorprendente que los místicos orientales, chinos, hindúes, tibetanos, que seguramente vivieron en lugares de gran altitud, optaran por la meditación, es decir, el silencio, la palabra pensada, como un medio superior a la palabra escrita o dicha para la búsqueda de la espiritualidad, y que sus concepciones del mundo estuvieran influidas por un punto de vista cósmico, universal, absoluto.

Lejos de esa visión trascendente del silencio, para los urbanitas que estamos saturados por los estímulos ruidosos presentes en la vida cotidiana, y que en Heliópolis superan en decibelios los de cualquier otra ciudad europea, por la afición lúdica al ruido que nos ha dado justa fama, el silencio rural del que estoy hablando, rebajado de connotaciones místicas, constituye una ayuda terapéutica sencilla, rápida y eficaz, pues basta una estancia de tres o cuatro días en un lugar así, para que nuestro cerebro se limpie de la contaminación acústica ambiental que lo invade en los entornos urbanos.

Como toda prescripción terapéutica, solo se puede recomendar a quienes no presenten reacciones alérgicas ni sean sensibles a las contraindicaciones del silencio. Es evidente que hay personas incapaces de soportar un silencio casi absoluto durante cuatro días, porque les rompería los nervios.

Hace falta una cierta disposición del ánimo para convertirse en un elemento mas del paisaje del silencio, como si uno fuera una colina, un collado, una encina centenaria, un sapo ausente, una huella de pezuña o una casa deshabitada.

Para aquellos que se sientan capaces de hacerlo, y no lo hayan hecho nunca, tal vez pueda ser una experiencia reconfortante, una gratificación para su espíritu, y una terapia contra la contaminación acústica, sencilla, eficaz y rápida.

Solo hace falta una casa sencilla, austera, en un lugar poco frecuentado. No les voy a decir donde está la mía. El aforo es limitado, ya saben, y no hay que tirar piedras al propio tejado..

Lohengrin. 6-07-07

viernes, 6 de julio de 2007

¿QUE HABRÁ SIDO DE LOS MÚSICOS DE N.O.?

¿Que habrá sido de los músicos de Nueva Orleáns?. Esa ciudad abandonada a su suerte porque no hubo recursos para asegurar sus maltrechos diques. Todo el presupuesto del estado estaba ocupado en atender las prioridades financieras de un guerra injusta y criminal, cuyas dramáticas consecuencias han sufrido, en primer lugar, los cientos de miles de iraquíes muertos y heridos, además de las bajas sufridas por el ejército agresor. Un conteo sangriento y cotidiano al que, por ahora, no se ve el final.

Los diques no entendieron de prioridades políticas, los huracanes tampoco. El mar, el viento, saben mas de urbanismo que todos los torpes burócratas federales responsables de la defensa del territorio y de la protección de las vidas de sus moradores, y cuando algo les molesta lo destruyen. ¿Que habrá sido de los músicos de Nueva Orleáns? A ver, ¿quien es el responsable? En el mundo capitalista, y en el de la empresa en particular, cuando hay una negligencia o una dejación de funciones de esta naturaleza, es costumbre identificar y sancionar sin contemplaciones a sus responsables. En la milicia ocurre lo mismo. El desastre argentino en Malvinas ¿quien debió asumirlo? Los generales.

Algunos pensamos que, después del desastre del Katrina, todos los medios financieros, materiales y humanos que no se aplicaron cuando se debió para prevenir la catástrofe (las catástrofes naturales no son evitables, pero sus daños se pueden graduar con las adecuadas inversiones preventivas) se destinarían con generosidad a corregir y paliar sus efectos. No ha sido así, ¿Porqué?

Nueva Orleáns era una ciudad poco poblada, en relación a la dimensión media de las ciudades norteamericanas. Unos doscientos cincuenta mil habitantes vivían allí, supongo que ahora, después de las precipitadas evacuaciones que se hicieron en su momento, serán muchos menos. Sus moradores eran, mayoritariamente, afro americanos de rentas bajas. Unos cuantos cantores de jazz, podríamos decir, saxofonistas, pianistas, croupiers de casino, bateristas, percusionistas, clarinetistas y demás. ¿Que habrá sido de los músicos de Nueva Orleáns?

Parece que otra vez las prioridades presupuestarias se han cebado con este lugar mítico, nada menos que la cuna del Jazz, abandonado a una decadencia que pudo ser evitada, una ruina despoblada con la mitad de su población dispersa por otros estados sin perspectivas de regresar. A ver, quién es el responsable? Quien marca, o asume, en última instancia, la decisión de elegir entre cañones o mantequilla. El jefe. El jefe máximo, el Supremo, como escribió Roa Bastos. George Bush.

Hay que ser duros, muy duros, con tipos como ese. Hay que flagelarlos con el lenguaje hasta descarnar su apariencia de corrección política y comunicadores simpáticos, hay que desnudarlos frente al espejo público, para que sientan el horror de ver reflejada su miserable imagen sin los atributos del poder.

Después, un tribunal internacional debe someterlos a juicio por todas las atrocidades cometidas bajo su mandato, por todos los crímenes de lesa humanidad de los que se les encuentre presuntamente culpables, y por dejar nuestra casa, la casa de todos, echa unos zorros.

Estamos obligados a acabar con la impunidad del poder de quienes creen que están por encima de la ley, solo porque ponen un fiscal obediente y sumiso para que la interprete y la retuerza a su conveniencia. Es una obligación ética que nos afecta a todos, porque el mundo se ha universalizado y ya nadie se puede sentir ajeno, ni cerrar los ojos ante los genocidios y las destrucciones de ciudades o el abandono de sus poblaciones a su suerte.

¿Que habrá sido de los músicos de Nueva Orleáns?.

¿Que dicen de esto los obispos, cardenales, miembros de la conferencia episcopal, en fin, las jerarquías que se supone representan aquí la conciencia moral de, al menos, la mitad de este país? ¿Donde están sus homilías, pastorales, discursos y demás comunicaciones públicas en las que condenen, sin tapujos, las acciones criminales de los poderosos, y en particular, las de George Bush? No están. Como son bellacos y miserables, callan. Como son miserables y bellacos, fustigan a quienes, desde lo que queda de la teología de la liberación se ponen al lado de los oprimidos, los inocentes, los desamparados, en lugar de fustigar a quienes son responsables directos de la opresión y el desamparo de una parte considerable de la humanidad, incluidos los músicos de Nueva Orleáns.

¿Que habrá sido de los músicos de Nueva Orleáns?

Están aquí, en este papel, que es un homenaje a su creatividad, un testimonio agradecido a todos cuantos han contribuido con su música y su optimismo vital, con su bonhomía y su bohemia, a mostrarnos el lado amable de la vida.

Lohengrin. 5-07-07

JAZZ

En la noche quieta de julio, entre palmeras y sicómoros, la voz rotunda y desgarrada de Betty Lavette, una intérprete menuda, que no alcanzará los cuarenta quilos, acuchilla con su filo nocturno las emociones del millar y medio de oidores que hemos venido a escucharla. Tal vez, cuando nació, a esta mujer la especiaron con una pizca de mixtura del arte de Louis Armstrong y Edith Piaf, y ha crecido conservando el aroma de esa unción que marca su estilo. No he entendido lo que decía en su inglés arrastrado, pero me he preguntado, ¿QUE HABRÁ SIDO DE LOS MÚSICOS DE NUEVA ORLEANS?

El festival de Jazz ha vuelto a Heliópolis en su viaje migratorio anual. Incluye doce conciertos, dos de ellos, gratuitos, se celebran en los Jardines del Palau, y esta noche es el mas interesante de los que dan por el morro. No he avisado antes, ya saben, porque el aforo es limitado y no se deben tirar piedras al propio tejado. El ciclo empezó el 27 de junio con la orquesta de Duke Ellington, aunque, el, naturalmente, no estaba presente. Por cierto, ¿QUE HABRÁ SIDO DE LOS MÚSICOS DE NUEVA ORLEANS?

Para quienes están acostumbrados a pagar en los conciertos y otros eventos culturales, aun tienen tiempo sobrado de hacerlo. Hay conciertos los días 6, 7, 8, 11 y el 17 de julio se clausura con la orquesta del Lincoln Center. Pero, sigamos con Betty. Su voz rasgada se apoya en una formación mínima de bajo eléctrico, guitarra, batería y teclado, y su excelente actuación se ha prolongado durante una hora, al final de la cual, su interpretación a capella, sentada sobre el escenario, revelaba el cansancio vocal a que había sometido esa máquina que tiene en la garganta para producir emociones. Cuando se ha despedido desde el escenario oscuro, no he podido evitar pensar, ¿QUE HABRÁ SIDO DE LOS MÚSICOS DE NUEVA ORLEANS?

Tremendo Jazz latino el de Palmieri y sus secuaces, que siguieron a Betty en el orden de las actuaciones. Una potente banda con piano, timbales, guitarra, trompeta, trombón de varas y batería, donde el viento y la percusión son protagonistas, a la que se unió, a última hora, un trompetista venido de N.York, Jerry González, que se movía por el escenario como un vestigio de si mismo, pero al que aun quedaban energías, en medio de su bamboleante y vacilante presencia, para robar protagonismo al jefe de la percusión, trincándole un timbal en el solo final. Cuando cada uno de los músicos efectuó su particular demostración personal, como es de rigor en estas audiciones, pensé, ¿QUE HABRÁ SIDO DE LOS MÚSICOS DE NUEVA ORLEANS?

Escribo esta breve reseña la misma noche del concierto, porque no tengo nada claro que mañana me acuerde de algo. Creo que me he pasado con los gin tónic. Las escasas nubes que asistían al concierto por el lado de poniente, se fueron lentamente hacia el noreste, siguiendo el ritmo de los timbales. Todavía debían asistir a los innumerables conciertos, audiciones y saraos que proliferan estos días en numerosos lugares de la costa mediterránea. Es un privilegio pastar por aquí. Las formaciones nubosas mas pequeñas, se agruparon en el cielo formando borrosos grumos que parecían caracteres alfabéticos. Antes de que desaparecieran, miré en su dirección y pude leer, ¿QUE HABRÁ SIDO DE LOS MÚSICOS DE NUEVA ORLEANS?

Lohengrin. 5-07-07

martes, 3 de julio de 2007

TREKKING

"Esta mañana me ha recogido Louise con el Bentley azul de tres mil quinientos quilos, que lleva un radiador que parece el Partenón. Ha puesto proa hacia El Bulli y llegados allí, aunque solo dan cenas, nos han acomodado en sendos sillones de barbero y nos han puesto en la boca dos medios tomates de Pinedo, sin sal, recién llegados de la subasta de Sotheby´s, aderezados con una gota helada de Chartrés amarillo.

Antes de que hincáramos el diente a los tomates , el maitre los ha retirado, reservándolos para los siguientes usuarios, nos ha acompañado con una amabilidad exquisita y, después de cotizar seiscientos pavos por chupar los tomates, nos ha puesto de patitas en la calle.

Allí, Louise ha sacado del maletero del Bentley su traje de piloto, un casco de cuero con gafas de volar, un mono amarillo con cinturón de Chanel y un pañuelo de seda blanco para el cuello, regalo del gobierno chino en mi última misión diplomático comercial en Pekín. Así vestida, se ha calzado unas botas antideslizantes de Manolo Blahnik, se ha puesto a los mandos del avión anfibio que ha traído los tomates desde la city londinense y ha puesto rumbo a Eivissa.

A mitad de camino, hemos descendido para practicar el esquí acuático entre el intenso tráfico marítimo de yates que se dirigen a Menorca, porque Eivissa, en esta época, es verdad, está un poco cutre.

No para nosotros. Al llegar, un grupo de teatro ha escenificado la bajada desde las escalinatas de D´Alt Vila, de un remedo de los personajes místicos que la poblaron en los sesenta, a modo de bienvenida. Después, envueltos en esa troupe de artistas y danzarines, para no mezclarnos con la plebe, nos han acompañado hasta KU, que ha abierto sus puertas solo para nuestro pase privado.

Louise, mi chica para todo, ha competido con ventaja, con sus tetas de doce mil euros y su vientre plano, con una danzarina del vientre, llegada para la ocasión, que conocí en Marrakech, en una reciente cena de negocios.

Después, Louise me ha llevado en helicóptero hasta el Hilton de París, donde he firmado un protocolo con mis socios franceses para la construcción de la mayor planta de Etanol de Europa. Fizty-Fizty. Yo pongo las materias primas de mis fincas en Extremadura. Ellos financian la inversión y ponen la tecnología.

Concluido el negocio, hemos tomado un tentempié de caviar de Belluga y una copa de Krug en la barra del Hilton y hemos bajado hasta el Sena, con la intención de ver algunos pobres auténticos, pero solo hemos visto turistas que miraban, encandilados, los cubiertas iluminadas de los paquebotes reconvertidos que se deslizan, con lentitud meridional, sobre sus aguas.

Le he pedido a Louise que me lleve a la finca de un amigo cordobés, que me espera para cenar rabo de toro con chocolate, de dos ejemplares de su ganadería, y le he dado el resto de la noche libre, porque el Bentley, conducido por mi segundo chofer, ya está estacionado en las cuadras de la finca.

Al llegar, muy avanzada la madrugada, al ático de la torre de la Castellana donde vivo, algo cansado por la rutina del día, me he sentado frente al ordenador para relajarme un rato. Buscando en Mozilla Firefox, he visto el Blog de un tipo que afirma en una de sus páginas, --Aristócratas-- algo así,....”La revolución francesa acabó con los privilegios de la aristocracia y desde entonces es una clase social decadente, venida a menos....”

-Ja-ja-ja...lo siento... perdonen...es que... me parto de la risa. En Fin. Buenas noches."

Y ustedes se preguntarán, ¿Que tiene que ver el Trekking con todo esto?

Nada, naturalmente. ¿O si?

Pueden dejar sus soluciones al acertijo en los comentarios.

Lohengrin. 3-07-07

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