sábado, 7 de julio de 2007

EL SILENCIO

Hay algo común en cada una de las singularidades que conforman el lugar que me sirve de cobijo cuando necesito descanso. Es el silencio. En cada colina, collado, arboleda, barranco. En cada viñedo, almendro, encina, arbusto. En cada casa deshabitada, nido vacío, en los túneles excavados en la tierra por alimañas que ya no están allí, en cada huella de pezuña borrada por la erosión de la lluvia, en las charcas secas abandonadas por los sapos, en todos esos lugares y los demás que configuran ese paisaje, todo es silencio.

Un silencio tan intenso que, a veces, al declinar la luz del día, pongo la radio a todo volumen, un aria de Tosca, o Carmina Burana, y la potencia lírica de ese sonido se convierte también en silencio, porque nadie la escucha en diez kilómetros a la redonda, excepto yo mismo. Es una experiencia casi mística contemplar las variaciones de color, difíciles de percibir para un ojo no experto, y por lo mismo resistentes a una descripción literaria precisa, que se producen con un dinamismo sorprendente, cuando el sol comienza a caer por poniente, detrás de las colinas que cierran el horizonte, mientras escuchas las voces privilegiadas de Krauss o de María Callas, y Venus aparece con un resplandor tan potente que impide percibir las estrellas cercanas.

El declive de la luz es tan lento, tan modulado, que tardas horas en poder asomarte a mirar hacia la parte posterior de la casa, la que da a Levante, y entonces el silencio se magnifica, pues a novecientos metros de altitud, la nebulosa de la Vía Láctea es tan visible, parece tan próxima, son tan reconocibles lo que parecen formaciones de gas entre las estrellas, que quedas sobrecogido, y no puedes imaginar que haya otra cosa que silencio en ese lugar que a veces designamos con el nombre de vacío, y que está tan lleno.

No es sorprendente que los místicos orientales, chinos, hindúes, tibetanos, que seguramente vivieron en lugares de gran altitud, optaran por la meditación, es decir, el silencio, la palabra pensada, como un medio superior a la palabra escrita o dicha para la búsqueda de la espiritualidad, y que sus concepciones del mundo estuvieran influidas por un punto de vista cósmico, universal, absoluto.

Lejos de esa visión trascendente del silencio, para los urbanitas que estamos saturados por los estímulos ruidosos presentes en la vida cotidiana, y que en Heliópolis superan en decibelios los de cualquier otra ciudad europea, por la afición lúdica al ruido que nos ha dado justa fama, el silencio rural del que estoy hablando, rebajado de connotaciones místicas, constituye una ayuda terapéutica sencilla, rápida y eficaz, pues basta una estancia de tres o cuatro días en un lugar así, para que nuestro cerebro se limpie de la contaminación acústica ambiental que lo invade en los entornos urbanos.

Como toda prescripción terapéutica, solo se puede recomendar a quienes no presenten reacciones alérgicas ni sean sensibles a las contraindicaciones del silencio. Es evidente que hay personas incapaces de soportar un silencio casi absoluto durante cuatro días, porque les rompería los nervios.

Hace falta una cierta disposición del ánimo para convertirse en un elemento mas del paisaje del silencio, como si uno fuera una colina, un collado, una encina centenaria, un sapo ausente, una huella de pezuña o una casa deshabitada.

Para aquellos que se sientan capaces de hacerlo, y no lo hayan hecho nunca, tal vez pueda ser una experiencia reconfortante, una gratificación para su espíritu, y una terapia contra la contaminación acústica, sencilla, eficaz y rápida.

Solo hace falta una casa sencilla, austera, en un lugar poco frecuentado. No les voy a decir donde está la mía. El aforo es limitado, ya saben, y no hay que tirar piedras al propio tejado..

Lohengrin. 6-07-07

1 comentario:

  1. No se puede describir mejor el silencio, la necesidad del ser humano al silencio, la tranquilidad, mirar al cielo y ver las estrellas, la via láctea, el ruido de alguna hierba al pasar una ardilla o la subida a un arbol, lo describes con tanta realidad que se hace necesario buscsr el cobijo de una casa abandonada y dejar que las horas pasen, así, mirando al cielo, gracias por tan bella narración.

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