jueves, 12 de julio de 2007

LA BIBLIOTECA

Al entrar esta tarde en el cuarto que destinamos a guardar los libros, me he dado cuenta de que el desorden que impera en ese lugar de ficción y no ficción, fue lo que me inspiró, junto a la novela inacabada de Dylan Thomas, la página La conferencia,que figura en esta misma remesa de entradas del Blog.

Una anécdota muy repetida en los medios de comunicación interesados por la literatura, cuenta que Manuel Vázquez Montalbán acostumbraba a quemar cada día un libro en la chimenea de su casa. En mi caso, aun no había experimentado personalmente, la potente sensación catártica que supone entrar a saco en los libros almacenados durante décadas y llenar seis bolsas de Mercadona de libros olvidados, para asignarlos al noble destino de evitar, al menos, la tala de un árbol nuevo. Con el placer añadido, algo sádico, de persuadir a mi yerno para que los revise por si le interesa alguno, antes de enviarlos definitivamente al reciclaje.

Tras esta expurga, este lugar no solo ha quedado mas ordenado, sino que ahora es solamente un lugar de ficción, habitado por la poesía, el teatro, la novela, el cuento, y algunos ejemplares de género inclasificable. Con alguna concesión a viejos libros que tienen un valor sentimental, y alguna otra contadísima excepción. Todos los libros que han quedado están, pues, habitados por el afecto.

Los destinados al reciclaje son, en su mayoría, libros de ciencias sociales, suponiendo que lo social sea una ciencia. Para la mayoría de quienes practican las ciencias duras, lo otro son supercherías y pendejadas. También hay libros de matemáticas superiores, pero esos los solían utilizar, en tiempos, sobre todo los de fuera. Los de aquí, en general, se arreglaban sin esas sofisticaciones.

Un vistazo a los títulos según los voy metiendo en las bolsas, revela cosas tan absurdas como estas. Manual de derecho mercantil, Series, ecuaciones diferenciales y funciones complejas, Introducción a la economía positiva (un quilo, doscientos gramos), 25 años de economistas en Heliópolis, Informe económico regional, Estadística intermedia, La elaboración de la política económica, Matemática financiera, Teoría económica de la contabilidad, El marxismo soviético, Federalismo fiscal, Economía del amor y del temor, Historia de los hechos económicos contemporáneos, Lógica matemática, y un sinfín de publicaciones económicas editadas por cámaras de comercio, gobiernos centrales y autonómicos, organismos internacionales y otras entidades porque, por lo visto, en este mundo, no eres nadie si no controlas alguna publicación de contenido económico.

Ya habrán adivinado ustedes que no soy una persona que sienta fascinación por las ciencias sociales, tampoco hostilidad, únicamente indiferencia, aunque como soy muy curioso, no me desagradara habitarlas en otros tiempos. Pero, a pesar de las muchas satisfacciones que --porqué no admitirlo-- su conocimiento y ejercicio propiciaron en mi pasado, nada de eso es comparable al intenso placer físico experimentado, --para mi sorpresa, casi orgásmico--al contemplar esa colección de cadáveres de no ficción (en algunos casos, ficción pura y dura, mas que ciencia) envueltos en los sudarios de plástico de Mercadona, listos para contribuir con sus despojos, aunque sea en una porción mínima, a la urgente tarea de conservación del medio ambiente.

Lo verdaderamente satisfactorio de todo esto no es la naturaleza de lo que se va de un plumazo, equivalente a una quema de tres meses de Vázquez Montalbán, sino la certeza de que lo que se queda es lo que verdaderamente vale la pena. No es un secreto para nadie que las verdades relativas de la vida no se encuentran en los libros de texto, sino en la ficción literaria, porque es a través de ese vehículo creativo como nos las trasladan quienes verdaderamente han vivido con intensidad suficiente para encontrarlas, aunque en algunos casos ese viaje existencial lo hayan realizado en zapatillas sin salir de su gabinete.

El problema de la exigencia con la propia biblioteca es que, cuando el placer experimentado al expurgarla degenera hacia la obsesión maníaca de la perfección, nunca tienes bastante con lo último expurgado y corres el peligro de quedarte, al final, con un solo libro.

No hay que ser tan radical. Se puede vivir perfectamente concentrando los afectos en, digamos, una treintena de autores.

Pueden poner su lista, si lo desean, entrando en Comentarios.

Lohengrin. 12-07-07.

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