domingo, 19 de julio de 2009

LA NOCHE EN AZUL

Bajas del autobús urbano y te adentras, poco a poco, con la capacidad de observación que te da el ritmo de tus pasos, en el útero de la ciudad nocturna, entre el amable ambiente cosmopolita propio del verano y la cálida presencia de las gentes que llenan las terrazas, que disfrutan su ocio entre las calles atestadas. Evocan esa placa de piedra presente en un monumento de la ciudad, en la que un viajero luterano cuenta su admiración por el trasiego nocturno de la ciudad medieval que el visitó hace siglos, y su descripción parece encajar, casi exactamente, con el paisaje urbano de esta noche de julio.

Dejas atrás las calles atestadas de mesas donde las gentes están terminando de cenar y encuentras el paisaje abierto de la gran plaza donde dos edificios de otro siglo muestran sendos relojes en sus torres que, aunque marcan la misma hora, lo hacen con unos minutos de diferencia, como una metáfora que explica la fugacidad del tiempo. Cuando crees que has conseguido atrapar el presente, miras el otro reloj y adviertes que todo es una ilusión, que el minuto que creías estar viviendo, ya es el pasado.

Un mariachi mejicano interpreta sus canciones en la plaza, a ras de suelo, sin ayuda de tablado alguno que permita al montón de espectadores que se agrupan alrededor suyo ver a los que cantan. La mayoría, solo los escuchan, pero aciertan a corear, 'Volver,volver,volver....' con esa nostalgia anticipada que despiertan algunas ciudades apenas las pisas, pues te sorprenden tan gratamente que, aún sin conocerlas del todo, ya estás pensando en regresar a ellas.

Abandonas el acontecimiento musical de la plaza y te diriges al centro histórico, por una calle sombreada de árboles que, aunque es de noche, proyectan una leve sombra lunar sobre las concurridas aceras, hasta llegar a otro espacio abierto, en cuyo lado norte asoma la puerta plateresca de una arquitectura religiosa.

La acera de la izquierda, insuficiente para al tráfico peatonal, acoge cosas tan pintorescas como una heladería que muestra en su escaparate helados de fabada y de tortilla de patatas, mientras los vendedores ambulantes ofrecen en sus puestos improvisados, todos ellos, la misma oferta, sombreros y gafas luminosas de distintos colores, cuyos diodos rojos, azules, amarillos, juguetean, intermitentes, intentando atraer al comprador con esa llamada luminosa. En los cercanos jardines, las estatuas humanas enseñan sus creaciones, mitad corporales, mitad escultóricas, entre la curiosidad del público.

Al final de la plaza desembocas en una calle estrecha, con pendiente, pavimentada con losas de piedra, flanqueada por una torre octogonal que sirve de campanario. Miras hacia el remate de la torre y lo que ves es un cielo de un azul límpido, luminoso a pesar de lo avanzado de la hora, que recuerda los cielos cinematográficos que los técnicos reconocen como 'la noche americana' y que al parecer se corresponden con las primeras horas del día.

Llegas a la gran plaza peatonal, pavimentada con piedra, donde hay dos edificios religiosos, el que tiene adosada la torre del campanario y una puerta plateresca que da a la plaza anterior y otro mas modesto, a su lado. Ambos edificios están conectados por un pasadizo elevado que permite transitar de uno a otro, sin salir a la calle. Se puede imaginar a los antiguos dignatarios de la iglesia, cuando la dignidad eclesiástica no estaba disociada de los placeres mundanos, usar discretamente ese pasadizo, acompañados de las mas bellas mujeres de su tiempo, lejos de la curiosidad plebeya.

En el otro lado de la plaza, las terrazas de las cafeterías muestran la misma afluencia que en los otros lugares del centro urbano. Nos sentamos junto a la mesa de una heladería y tomamos un helado de stratiacella. En el centro de la plaza, un saxofonista interpreta canciones de Caetano Veloso.

Miras la armonía arquitectónica del conjunto de la plaza, donde los edificios antiguos conviven sin chirriar con las casas mas modernas, de altura limitada y fachadas nobles, dejas que tu alma contemplativa se mezcle con la mixtura cosmopolita que habita el lugar, aprecies el ocre de las viejas piedras restauradas, y la música de Veloso te sugiere que estás en un lugar intemporal, que lo mismo podría ser Roma, Florencia, Alejandría, Venecia o Atenas. Cualquiera de esos lugares donde la huella de la cultura clásica todavía marca los paisajes.

Pero estamos en Heliópolis, donde hoy se celebra La Noche en Blanco, en el ámbito de las fiestas de julio. No me ha parecido en blanco, la noche, mas bien en azul. Miras hacia arriba por la calle del Micalet y por encima del remate de su torre, el azul del cielo y el clima agradable de estas horas te incita a agradecer que estás vivo, y que vives aquí, rodeado de tanta gente como llena la ciudad y se muestra feliz de estar en ella.

Al regreso, en la plaza del Ayuntamiento, el grupo de percusión y de danzas africanas, responde a los primeros aplausos con una aclaración. --Es una prueba de sonido. Comenzamos a las once y media.

La noche fue mucho mas larga, pero nosotros tomamos el autobús nocturno de regreso, y no puedo contar nada mas.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 19-07-09.

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