Hay tal variedad de silencios en medio de la algarabía cotidiana, que es difícil intentar siquiera reflexionar sobre ellos, para después analizarlos y describirlos, sin acotar primero de qué silencios estamos hablando, lo que, en ciertos ambientes universitarios que frecuenté hace años se llamaba, el marco de referencia.
Están los silencios de la naturaleza, que solo se perciben en grandes extensiones deshabitadas, cuando el viento está en calma. La ausencia de silencio en las grandes urbes, como en los núcleos industriales, el inevitable corolario ruidoso del tráfico urbano y de carretera, como expresión de un progreso material que tiene como precio ese runrún incesante, serían la cara opuesta de ese estático silencio rural que acompaña un mundo inmanente, que no cambia.
Luego están los silencios, solemnes, de las piedras milenarias. Los grandes vestigios pétreos de culturas antiguas, que fueron urbanas y ruidosas como las nuestras, ciudades abandonadas, pirámides, esfinges, templos, catedrales, revestidos de solemnidad por el paso de los siglos, ahora testigos mudos de la decadencia de los hombres y las culturas que los edificaron, y bulleron, ruidosos entre sus piedras.
Los silencios humanos no son menos variados y complejos de entender pues, al tratarse de actitudes personales, hay tantos como hombres silenciosos, y cada hombre, cada silencio individual, es un misterio en si mismo que no permite generalización alguna al tratar de entenderlo.
Entre esa enormidad de silencios personales,se pueden observar algunas categorías reconocibles que permiten acercarse al misterio de la ausencia de expresión hablada. Los silencios tristes, que suelen suceder a situaciones de duelo personal. Los reflexivos, que preceden a la acción meditada.Los culpables, que buscan la ocultación. Cuando se trata de silencios privados, entre gentes anónimas, la ocultación es posible. Al tratarse de personas públicas, el intento de ocultación silenciosa suele generar una multitud de exégetas, quienes, al tercer día consecutivo de silencio del hombre público que lo practica, se lanzan –nos lanzamos-- sobre esa presa indefensa, con la actitud de quien quiere clavar su pico en sus entrañas hasta averiguar que se oculta en ellas.
No creo que la actitud silenciosa de Rajoy en estos días de tribulaciones para su partido, pueda calificarse, simple y llanamente de gallega. Mas bien parece un fenómeno complejo, en el que se superponen casi todos los silencios conocidos. El de la tristeza, tal vez por una pérdida futura, aún no sucedida, pero que se presiente. El reflexivo porque, finalmente, se verá obligado a acometer alguna acción política para ofrecer a los exégetas, que vuelan sobre su cabeza, ávidos de significados. El de la ocultación, no tanto porque intente eludir hablar de algún episodio incómodo para el o para su partido, sino porque la ocultación, especialmente de las cosas mas íntimas que construyen nuestra auténtica personalidad, es una necesaria maniobra de supervivencia, que nos permite eludir nuestras verdades mas íntimas e incómodas de reconocer.
Los silencios personales, en especial los de los hombres públicos, son así de complejos, y no se pueden reducir a cuestiones geográficas, locales o regionalistas, porque la geografía de la mente, de los sentimientos humanos, es infinitamente mas rica y variada que la que tocamos con nuestras manos y vemos con nuestros ojos.
El tiempo, esa constante existencial que fluye sin cesar, que intentamos medir con aparatos analógicos y digitales, es el mayor enemigo del silencio pues, antes o después, acaba por desvelar los secretos que intentamos ocultar con el silencio culpable, o revela, tras las acciones que suceden a la reflexión, cual era la naturaleza de ese silencio reflexivo, como también la pérdida, si finalmente se produce, explica la naturaleza del silencio triste que la precedió.
Luego están los silencios en el Blog, de los que solo yo soy responsable. Observo que en lo que ha transcurrido del mes de Julio son mas los silencios que los mensajes cibernautas. Seis días de silencio. Cinco, contando la entrada de hoy, de mensajes, mas o menos alucinados. No soy consciente de esos silencios, hasta que consulto las estadísticas del Blog y la línea gráfica que expresa el mayor o menor interés de los usuarios en su lectura toma la forma plana que registra la inactividad de mi encéfalo periodístico.
Comencé a escribir en el Blog, para mi, no tanto para los posibles lectores, que se me antojaban improbables. No quisiera que tomaran mis silencios como una descortesía. En mi caso, no son silencios tan complejos como el de Rajoy. Reflejan una cierta sensación de fatiga, después de haber volcado mas de mil páginas de escritura en este nicho que informa o desinforma de lo que hay por ahí, según la variación en los estados de ánimo de quien lo escribe.
El entorno, también influye. No tanto lo que pasa en el mundo, en nuestro país o en el barrio, sino la caló, que también me afecta, como a los asesores de Zapatero, aunque yo no voy a las playas del Mar negro, solo tengo un viaje a Madrid en la tercera decena de julio.
Entre tanto, mis silencios esporádicos, tengan por seguro que se deben, solo, a la indolencia propia del calor estival. Me sentiría muy contento si, algún usuario, algún bloguero, se ofreciera, vía comentarios, a llenar con sus contenidos los silencios puntuales sobrevenidos en estos días que se abrasan entre las llamas de julio. Estaría muy agradecido y podría corresponder con mis contenidos en su blog, si lo desea, eso sí, en épocas mas frías.
En fin. Silencios. Un saludo cibernauta.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 11-07-09.
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