martes, 24 de enero de 2017

FINALES ABIERTOS

"Fuí un lector voraz, sobre todo en mi infancia. 'El Guerrero del Antifaz', 'Roberto Alcázar y Pedrín', 'Capitán América', pero, sobre todo, Superman y otros superhéroes que venían embalados en una caja de cartón, cada mes, desde el lejano exilio mexicano de Helenio, que trabajaba en Espasa Calpe de allí y me convirtió, con sus envíos regulares de cómics, en el niño más influyente del barrio en materia de literatura infantil, me visitaban todos los vecinos para que les prestase tebeos.

Una vez leídos aquellos tebeos, eran objeto de intercambio en los quioscos, a cambio de los Mortadelo y Filemón, Carpanta, Familia Cebolleta y tantos otros personajes de la edad dorada del tebeo.

Aquel afán lector fué compatible con la lectura diaria del Quijote, en la escuela particular de una maestra represaliada, en el barrio de Russafa, en la calle de Cádiz , creo que el 53, que fué mi única experiencia escolar hasta los doce años, en que comencé a trabajar de meritorio en una consultoría fiscal de la época.

Aquella castellanización de la educación infantil, propia de la época, aunque yo ignoraba entonces mi destino lingüístico, me convirtió en lo que los maulets reconocen ahora como un valenciano callante, o sea, un escritor castellano escribiente.

Ahora, no leo prácticamente nada, me he vuelto perezoso para la lectura, aunque, de aquella etapa infantil conservo mi afición por las onomatopeyas, Oh!...Ah!..y por alguna expresión de las que usaba mi abuela, 'Recontrarecollóns', que no tengo claro si es puramente vernácula o algo mixta, no sé.

Además de esa remota afición, con la edad me ha dado la vena de la escatología, así, al pronto, recuerdo una rara interpretación escatológica de la espiritualidad creacionista que hice en el blog al comentar una tonta película americana, 21 gramos, que sostenía la peregrina conclusión de que el espíritu de la divinidad que, según los guionistas, nos habita a todos, creyentes o no, tiene peso corporal.

Aquello se podía comprobar al pesar el cuerpo humano, antes y después del último tránsito. La estúpida conclusión de los tíos que hicieron la película es que esa diferencia de peso, veintiún gramos, era la demostración, no solo de nuestro contenido espiritual, sino de su peso corporal.

Creo que fué al reflexionar sobre aquella estupidez cuando me aficioné a los finales abiertos, incluso aunque se presentaran cerrados por una certeza absurda. Concluí que, veintiún gramos, no era exactamente el peso de nuestra espiritualidad, sino el peso desalojado de nuestra vejiga, al orinarnos de miedo en el momento crítico.

No vayan a pensar por estos argumentos que niego la existencia de la espiritualidad, no, solo declaro mi escepticismo por los creacionistas, lo que no es obstáculo para mi aprecio hacia otras divinidades, por ejemplo, Lao Tsé, pero, sobre todo, Buda. Cada vez que hago carrilladas, las paso por el chino, tengo una estampa de Buda en la cocina y nunca dejo de ofrecer el plato a medio hacer, seguido de la oración, --Buda, que me salga bien la salsa.

He dejado de ser un lector, no ya voraz, sino simplemente regular, cotidiano, solo leo los titulares de 'Levante' y no todos los días, porque suelen repetirse bastante, ahora con lo del temporal, no te digo, pero mi mujer se ha convertido, ella que no fué una lectura precoz, porque empezó a trabajar muy jóven, en jornadas extendidas, en una lectora auténticamente voraz, hasta el punto de que devuelve los libros tomados en préstamo a la biblioteca, antes del plazo, para pillar otro enseguida.

Ahora acaba de terminar un libro de Dolores Redondo, que le ha llamado especialmente la atención, a mi también, por su final abierto. Esto de los finales abiertos no ha sido demasiado frecuente en el cine. En general, por cada peli que te empujaba a elucubrar sobre lo que habría sucedido si el asesino no fuera quien lo parece, había diez que ofrecían un final herméticamente cerrado, sin sombra para la duda, que solía ser coherente con los antecedentes de la trama, sin sorpresas ni montajes raros como los que se hacen ahora, sobre todo para desconcertar a los espectadores ya mayores, que comenzamos a carecer de reflejos neurológicos.

Dolores Redondo, una escritora muy sobresaliente de la literatura de género española, ha irrumpido en la actualidad mas pública, sobre todo, después de haber recibido el Premio Planeta. Antes, sin duda, sería muy conocida en los círculos editoriales, literarios, y meta literarios, pero no ha sido hasta después de ese galardón que Encarna la ha buscado con insistencia en las bibliotecas, y el premio a su perseverancia ha sido poder leer su trilogía completa, aunque no en el órden en el que fué escrita y publicada.

Anoche, Encarna dió por terminada la lectura del tercer volúmen de su trilogía, 'Ofrenda a la tormenta', una novela más que policíaca, que usa el escenario del valle del Baztán, y disecciona con una minuciosidad preciosista las circunstancias de unos crimenes horribles allí sucedidos.

Lo que me ha fascinado de ese tercer libro, que no he leído en su integridad es, precisamente, su final abierto, después de mas de mil quinientas páginas escritas, la autora no ha considerado oportuno dejar la historia cerrada, y bien cerrada.

Daré dos ejemplos de ese final abierto. En la página 536, una frase de seis palabras, muy inquietante, "Un ataúd que resultó estar vacío". La última página, 539, termina, nada menos que así, "Había anochecido cuando recibió la llamada que esperaba. --¿Ya es de noche en Baztán, inspectora...? --Sí. --Ahora necesitaré su ayuda...".

O sea, queda claro que la historia no termina aquí, su autora, después de más de mil quinientas páginas de intrigas, emociones, y escenas impregnadas, según la solapa del libro, 'de un magnetismo eléctrico y perturbador' aún tiene historia para rato, pues ha dejado ese no final completamente abierto, dispuesto para ser continuado, o no, porque después de un premio literario como el Planeta, por ganas que tenga el autor de continuar escribiendo, los viajes de promoción, las entrevistas, las tareas de divulgación de su producción editorial, se lo impiden, al menos durante un tiempo bastante prolongado.

Algo que nunca me sucede a mi, que jamás he pisado una editorial, escribo las historias que me da la gana, con el formato, el tema y la extensión que prefiero, así, durante diez años ya, y no me arrepiento, para nada, de haber escogido este medio para hacer públicas mis chorradas que, a veces, tienen un final abierto, aunque hoy no es el caso.

En fin. Finales Abiertos.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 24 01 17.

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