sábado, 19 de diciembre de 2020

CRÓNICA DE UN VIAJE ANUNCIADO

"He bajado al Maravillas, a las diez, he tomado un chocolate caliente y un cortado descafeínado en taza en una mesa exterior. Luego he ido al Cantonet, a por la prensa. Ya la he leído. Ahora, estoy esperando que Encarna, la mujer de mi vida, termine con sus rutinas domésticas para bajar con ella a comprar a Mercadona.

Antes, me entretengo con esta crónica de nuestro viaje de ayer al pueblo de Anna, cuyo nombre no alude a mujer alguna, sino a los múltiples yacimientos de agua que hacen de ese lugar un paraíso acuático, sobre todo para las numerosas ánades que lo habitan.

Lo que iba a ser una experiencia grata, inolvidable, se convirtió en otra cosa, por la actitud de Antoni, quien, pese a ser un amigo entrañable, a veces tiene una conducta criticable. Como la de ayer, pues, sin razón alguna, se convirtió en el jefe de la expedición, yendo solo a Turismo, volviendo con unos folletos e imponiendo, sin posibilidad de réplica, los lugares que debíamos visitar y el órden en que debíamos hacerlo.

Poco dado como soy yo a recibir órdenes de nadie, me cabreé, aunque solo por dentro, sin exteriorizarlo en ningún momento.

Total, visitamos el Gorgo de no se qué y, mientras Lola y Antoni visitaban el Palau de Cervelló, Encarna y yo nos situamos en la mesa exterior de un bar, frente al palacio, y nos gratificamos con unas croquetas de bacalao enormes, gigantescas, yo, además, con una copa de blanco.

Cuando, después de 50 minutos de espera, Lola y Antoni salieron por la puerta del palau, dimos una mini vuelta por el pueblo viejo, disfrutando de sus fachadas, el reloj de sol, la iglesia, y todo eso y, enseguida, al lago de Anna, o mejor, al único restaurante abierto allí.

Por mis problemas dentales, yo pedí unas patatas con jamón, pensando que serían como las del chino, pero, que va, estaban duras como una piedra, no me las pude comer, menos mal que con las albóndigas de bacalao previas, tuve bastante. Encarna comió cuatro chuletas de cordero, a la brasa, que le supieron a gloria, porque en casa, últimamente, tomamos alimentos blandos o líquidos, por mis problemas dentales.

Por su parte, Lola, un solomillo a la brasa, guau, y Antoni, un surtido de embutidos del pueblo, también a la brasa, todo a la brasa, menos mis jodidas patatas. La cuenta bien, diecisiete pavos por pareja, contando las bebidas, la estupenda ensalada, el Browning, o como se diga, que tomé de postre en venganza por las patatas duras, y los cafés.

Después de comer, un mini paseo por la orilla del lago, junto a los patos, al coche y a visitar la fuente negra, en Anna, un viejo lavadero reonvertido en lugar visitable, luego, al coche y a casa. No fueron los 57 minutos que ponía en el móvil, porque, a medio camino, un coche con una rueda escacharrada en medio de la calzada hizo un atasco de varios kilómetros y muchos minutos para salir de allí.

Cuando por fin regresamos a casa, Lola y Antoni subieron con nosotros, jugamos tres, ¿o fueron cuatro? partidas al Rummy, con triunfos repartidos entre todos. Nos despedimos de Lola y Antoni hasta después de fiestas, y yo cené la tortilla con jamón serrano que no pedí en el restaurante de Anna, por gilipollas."

Antes de despedirme de los amables internautas, quiero dejar claro que jamás volveré a viajar con Antoni, lo aprecio de verdad, desde hace décadas, es un tío estupendo, un pintor excelente, pero, a veces se comporta como un gilipollas autoritario, diciendo a todos lo que deben hacer y eso, de verdad, me incomoda muchísimo, aunque, por respeto a nuestra amistad no se lo digo a la cara.

Un saludo cibernauta.

Chao, pibes.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 19 12 2020


 

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