jueves, 10 de julio de 2008

EL CÉSAR

Acabo de regresar a Heliópolis, después de seis días de estancia en una naturaleza aislada, silenciosa, bucólica y acogedora, prácticamente deshabitada de hijos de puta, y lo primero que he visto al conectar el televisor son las imagenes de un gorila del ministro de cultura dando empeñones a una periodista armada únicamente con un micrófono, que no parecía un peligro para la integridad física del ministro.


Escribo, prácticamente deshabitada de hijos de puta, la naturaleza, porque no lo estaba del todo. En Villar de Tejas, el dueño del bar de la plaza nos ha echado, literalmente, a ladridos, porque aunque aquello es un establecimiento público, no le petaba en ese momento atender a unos forasteros sedientos. Un latifundista de la zona quien, al parecer, ha recibido una cuantiosa herencia, se la ha gastado toda en vallas. Media sierra ha vallado, el tío, con la connivencia del muy ilustre ayuntamiento de Requena y la de algún agente de medio ambiente, supongo. Por último, un aldeano vecino pone cepos en el monte para cazar animales en pleno período de veda, y pasa con su camioneta a toda velocidad, en horario nocturno, por delante de mi puerta, para contar sus víctimas.


Tres hijos de puta, en un entorno de medio millón de metros cuadrados, parece una tasa irrelevante, es cierto. Pero, no es menos cierto, que no he buscado de manera prolija, no iba a eso, estaba de vacaciones.


Pero hoy no quiero hablar de hijos de puta, sino del ministro de cultura. Parece una incongruencia política crear un ministerio de igualdad, poner al frente a una mujer joven y al mismo tiempo consentir que otro ministro del mismo gobierno permita el maltrato físico en su presencia a una mujer, por parte de su personal de seguridad.


La mujer maltratada ante las cámaras es una periodista que practica ese nuevo género agresivo y provocador, una show-whoman que está obligada a ser impertinente por contrato, pero todos los demás ministros/as, mal que bien, aceptan con naturalidad esa nueva molestia derivada de su actividad pública, y llevan esa cruz con mayor o menor fortuna, pero sin violencia.


Los ministros de cultura aparecieron hace unas décadas en los gobiernos europeos, con la misión, como su propio nombre indica, de controlar la cultura, paro a la cultura le sienta fatal ser controlada, por eso, ahora, después de ese largo patrocinio político, la cultura está peor que nunca. Hay mas museos, pero las gentes pasan en tropel frente a las obras de arte, como si se tratara de una revista militar. Una cosa es que Duchamp, al entronizar el urinario como artefacto cultural, pretendiera sacudir y remover las anquilosadas estructuras culturales de su tiempo y otra que, ahora, en los grandes eventos de arte moderno, un artista haga desembalar los elementos de su instalación y cuando el personal de la muestra le pregunta, ¿como lo ponemos?, les diga, -- como quieran.


Una cosa es que exista un mercado del arte, siempre existió, y otra cosa son los grandes eventos que, casi para lo único que sirven, es para que Calvo Serraller se haga preguntas muy pertinentes sobre la naturaleza del arte y la cultura actuales, y su grado de morbilidad.


Pero yo no quiero hablar hoy de arte y cultura, sino del ministro de cultura, ese tipo tan estirado, engolado, elitista, soberbio, autoritario, que permite que su personal de seguridad maltrate a una periodista en público. Si permitimos eso, sin pedir su cabeza política, después vendrá, en Heliópolis ya ocurrió, el mangoneo con la publicidad institucional como premio o castigo para la prensa escrita, y quizás, luego, los intentos de cierre de las páginas más críticas que se expresan libremente en Internet.


Señor Zapatero, para ser congruente políticamente con sus políticas de igualdad, debe usted cesar inmediatamente al CÉSAR a quien, en una decisión sin duda poco meditada, puso al frente del ministerio de cultura. Una vez vuelto a su condición de civil no ministro, debe ofrecerle una oportunidad, si lo desea, para que pase un tiempo en Atapuerca, trabajando de peón, limpiando fémures con una brocha en las excavaciones, acompañado de un tutor con criterio para decidir cuando dar por terminado su aprendizaje de humildad, aunque tengo dudas de que en el estadio de su vida pública al que ha llegado, tenga capacidad para ese aprendizaje. Todos los reos gozan del beneficio de la duda y de la oportunidad del arrepentimiento, no vamos a negar ese derecho al CÉSAR, aunque él permita atropellar, desde su distancia de CÉSAR IMPERATOR, el derecho a la integridad física de una periodista.


Echo en falta en la prensa diaria una protesta firme y colectiva de todos los medios, para que echen a este tipo del ministerio y no lo sustituyan. Como tenemos museos y bibliotecas, además de otras muchas actividades con contenidos culturales, hace falta un coordinador, pero no es necesario que tenga rango de ministro, ni cuenta para cócteles con canapés y otros saraos, bastará con que se ocupe de poner de acuerdo a las distintas direcciones generales, para que mantengan nuestras infraestructuras culturales en estado de decencia, sin intervenir, para nada, en las creaciones culturales.


Zerolo, Whyoming, o una chica del Raval con experiencia en la vida, podrían asumir esa función, y tengo plena confianza en que la llevarían a buen puerto sin agredir a periodistas, aunque me temo que Whyoming, si no se levanta la limitación de cócteles y saraos, no aceptaría.


Lohengrin. 10-07-08.

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