martes, 22 de julio de 2008

METÁFORAS II

Desde pequeñito he confundido las metáforas con el botijo. Me decían, ---Niño, coge la metáfora, ve a la fuente pública y trae agua. Ya de mayor, a menudo las confundo con la exageración. Las metáforas y la exageración son para mi, ahora, material literario, aunque sea de esa literatura menor que se cobija en los blogs, no solo vilipendiados por el mayor productor de metáforas tontas, Zafón, sino también, con mejor estilo y menor ensañamiento por Antonio Muñóz Molina, que los metaforiza –los blogs-- con la expresión Querido diario, por el excesivo yoísmo que suele habitar esos soportes de la escritura.


Digo esto porque he bajado al Maravillas y el editorial del diario LEVANTE daba cuenta de una disminución de mas de una décima parte de la superficie ocupada en las instalaciones feriales de Heliópolis, por los stands dedicados a la promoción comercial de la industria local, que al parecer sufre una regresión semejante a la de las tierras fértiles que ceden lentamente al empuje del desierto. Dicen los editorialistas, no lo digo yo, que esa regresión lenta pero inexorable es el resultado de la política –o la falta de política-- industrial del Consell.


La metáfora del desierto me es muy cara, desde que leí la novela de Buzzati, El Desierto de los Tártaros, donde la omnipresencia del desierto, su soledad y su ausencia de vida es, sobre todo, mental, mas que física. La flora industrial de Heliópolis nunca se distinguió por la fortaleza del roble, sino por la fragilidad del arbusto. Nuestros polígonos industriales siempre fueron aglomeraciones de talleres con ínfulas de fábricas, salvo las excepciones de sectores determinados, como la cerámica y las industrias instaladas aquí por empresarios extranjeros, y la dimensión de esos remedos empresariales apenas alcanzó nunca la calificación de industrial, en el sentido de una capacidad de producción, unas inversiones materiales y unas plantillas que justificaran plenamente esa denominación. Aunque, precisamente, esa ligereza de nuestra flora industrial la dotó, en tiempos, de una flexibilidad y una capacidad de adaptación que le permitía afrontar mejor las crisis cíclicas.


En cuanto a las tendencias psicológicas de una buena parte de ese empresariado menudo, me las contó un amigo aludiendo al fenómeno del surgimiento de la industria del calzado en Elche, que, según dice el, se nutrió de unos empresarios de aluvión cuyas prioridades inversoras, en cuanto el negocio en auge les permitió invertir, se concretaron en, primero el Lamborghini, luego la mansión con verjas negras y doradas, y lo que sobraba, para putas. Con esa metáfora, o exageración, mi amigo aludía a la falta de cultura empresarial en este país cuyas raíces rurales fueron transferidas a la actividad industrial, con una actitud mas fenicia que profesional.


Si a ese sustrato empresarial, añadimos la preferencia del Consell por las servilletas de papel, las aceitunas sin hueso, y las habitaciones de hotel con fines recreativos, en detrimento de una política auténtica de desarrollo industrial de futuro, la explicación de los editorialistas de Levante que trata de desentrañar la progresiva desertización de nuestro suelo industrial, queda mas completita.


A pesar de esa realidad, Camps, el presidente autonómico con mayor habilidad para grabar su perfil de barón del partido en los eventos multitudinarios, muestra una afición tan desmedida como la mía por las metáforas. Después de publicitar la del Transatlántico, que acabó con el hundimiento del CAM, ahora se pasa a la de la Locomotora, que tiene la ventaja de ser insumergible, a pesar de su peso, porque circula por tierra, aunque cada vez menos firme.


El problema de Camps no es saber elegir el medio de transporte para viajar hacia el futuro, que también, sino su incapacidad manifiesta para marcar una ruta coherente, lo que no tendría mayor importancia si no fuera porque ese instinto, cuando falta en el mayor responsable de una comunidad, puede conducirnos a que la locomotora acelere hacia un territorio cada vez mas desértico, en plan metafórico, claro.


Las metáforas que mas me gustan son las de Millás, quien, que yo sepa, todavía no se ha metido con los blogueros con ese entusiasmo gremial del que hacen un uso inmoderado otros escritores, mas aferrados a los soportes tradicionales, pero como de niño tuve la mala fortuna de confundir las metáforas con el botijo, ahora he de servirme del desierto de Buzzati para ilustrar las tendencias del tejido industrial de Heliópolis, en las que, según los editorialistas de Levante, alguna responsabilidad tiene la política del Consell.


Como ves, Antonio, gracias a tu crítica constructiva, en la entrada de hoy he procurado huir del yoísmo, para tratar un tema de interés general, aunque, como acostumbro, no propongo ninguna solución, que no está a mi alcance, aunque si debiera estarlo, supongo, al de los patrones de yate y conductores de locomotoras públicas.


Lohengrin. 22-07-08.



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