Orson Welles debió tener la misma sensación, al poner en boca del magnate de la comunicación, su personaje de la película Ciudadano Kane, posiblemente la mejor peli de todos los tiempos, la palabra Rosebud, ese elemento enigmático que proporciona una circularidad perfecta a la trama biográfica, y que alude al nombre del trineo con el que jugaba de niño el futuro millonario, antes de ser entregado al Banco designado por su madre para ejercer de preceptor, sintetizando en esa palabra la conexión entre ambas etapas de la vida.
La característica mas destacada de la niñez es su insaciable curiosidad. Le das a un niño normal un tren de juguete y acabará por destriparlo para averiguar lo que hay dentro. Camps debió de ser un niño normal, pero la circunstancia de crecer rodeado de faldas de curas y monjas, atormentado por los crueles pellizcos que Aguirre, la marquesa consorte, su homóloga que accedió al gobierno de la comunidad madrileña por medios torticeros, también reparte generosamente a diestra y siniestra, le ha conducido, ya de adulto, a que le den un tren, y en lugar de averiguar lo que tiene dentro, ordene desguazarlo con autorización judicial y dos recursos pendientes, para que nadie se entere de lo que contenía.
Intuyo que, otra vez, la metáfora de la Locomotora se revela desafortunada, al coincidir con esa medida que, de no ser por la intervención judicial, podría haber sido calificada de destrucción de pruebas. Hablo, para quien no lo sepa, del metro que causó 43 víctimas en Heliópolis, cuyos deudos fueron rápidamente indemnizados, y a las que se echó, literalmente, con una urgencia desmedida, toda la tierra encima, por la inmediatez de la visita del Papa.
Camps podía haber esperado a la resolución de los recursos pendientes, y nos habría evitado la dolorosa molestia de volver sobre un asunto tan dramático. Al verle proceder, otra vez, con tanta precipitación en los asuntos ferroviarios, uno no puede evitar evocar la imagen de una actitud culpable, como la de quienes se sienten amenazados por que la policía llama a su puerta y ponen la destructora de papel a toda máquina, para hacer desaparecer cualquier indicio que les acuse.
No puedo afirmar que ese sea el caso, porque el asunto todavía no ha concluido, pero nada hubiera costado esperar un poco mas para tomar esa medida, evitando así cualquier atisbo de suspicacia.
El equipo responsable de comunicación que sopla al oído de Camps la metáfora de turno, se está cubriendo de gloria últimamente, primero fue la del Transatlántico, que concluyó con el hundimiento del velero CAM. Ahora la de la Locomotora, que coincide con el desguace del vagón del Metro. Cual será la próxima? No me atrevo a imaginarlo, pero, tal vez fuera oportuno sustituir a ese equipo por otro menos Brofec, porque, andar por la vida política parlamentaria con el lastre comunicacional de metáforas que se agotan en apenas una semana, es una carga añadida en los hombros de un hombre de Estado, aunque sea autonómico, que parece innecesaria.
Mi mujer discrepa de la imagen de la vida como una línea parabólica, en la que la niñez y la decadencia son los puntos radicalmente mas importantes. Como la persona positiva y altruista que es, concede mas importancia al centro que a los extremos, y me recrimina el fondo pesimista y negativo de esa construcción geométrica. No digo que no tenga razón, pero en mi descargo debo manifestar que todo ha sido una idea inducida por los momentos de insomnio del calor nocturno, y que la noción de fin y principio, o de principio y fin, aunque tenga un tufo teocrático, es algo a lo que, nos guste o no, estamos mas expuestos quienes hemos entrado ya en la vía declinante de nuestro particular trayecto ferroviario. En fin. La Locomotora.
Lohengrin. 23-07-08.
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