martes, 15 de julio de 2008

ELOGIO DE LA SANIDAD (PÚBLICA)

He bajado al ambulatorio, un magnífico centro de salud puesto en servicio en la época en que Ernest Lluch era ministro de sanidad, --desde entonces no se ha construído nada parecido en los barrios colindantes-- amplio, luminoso, y con muchos y variados servicios, médicos de familia, atención a la salud mental, radiología, pediatría, prevención mamográfica, laboratorio, en fin, todo un modelo de atención sanitaria pública, porque en los últimos tiempos me han salido tres o cuatro teclas y necesitaba la atención del afinador.


Ayer pedí hora y me la han dado para hoy a las 8,30h. Después de dos horas de visita ambulatoria, incluyendo tres visitas sucesivas al médico y dos placas radiográficas, al parecer han encontrado que hay algo de letra pequeña en mis pulmones, que tiene que leer el especialista en neumología, para lo cual me llamará previamente por teléfono en una fecha todavía por determinar.


Por cierto, el centro de salud no estaba colapsado por los inmigrantes como algunos dicen, sino que la población usuaria era, casi en su totalidad, autóctona, y abundaba la gente mayor, a pesar de que, en mi barrio, la población inmigrante debe alcanzar, al menos, un quince por ciento del total, lo que cualquiera que use el transporte público puede evaluar.


Es un alivio para los que padecemos alguna forma de malestar, trastorno o deterioro de la salud, no tener que añadir a esa fragilidad, la ansiedad de esperar una factura seguramente muy voluminosa por los servicios sanitarios recibidos, pues aunque nuestra seguridad social nos cuesta dinero, puesto que la sufragamos todos con un porcentaje de nuestro salario o ingreso durante toda la vida laboral activa, es cierto que la prestación a los usuarios es totalmente gratuita, salvo el copago de determinados medicamentos para quienes aún están en activo.


Parece casi milagroso que, en un mundo arrasado por los afilados cascos de los caballos del mercado, que hacen enormes destrozos a nivel mundial en beneficio de unos pocos, hayamos conservado un sistema de atención pública y universal, cuya organización solidaria permite, mediante un pago bastante igualitario, la prestación de unos servicios a veces carísimos, sin cargo para el usuario, poniendo al alcance de muchísimas personas con rentas muy bajas, complejos y onerosos tratamientos sanitarios a los que no podrían acceder, de ningún modo, en ausencia de un sistema de salud pública como el que disfrutamos en España.


Recientemente, hemos podido ver, en las imagenes de la televisión, como moría una mujer como un perro en un centro de atención sanitaria, sin que nadie le hiciera el menor caso. Eso ocurría en Estados Unidos, la supuesta primera potencia mundial que aún se está planteando implantar el Medicare, un sistema de salud pública, cuya cobertura universal para toda la población no ha pasado de proyecto.


Los que tenemos la pulsión de criticar cuanto nos parece susceptible de crítica, estamos en la obligación de elogiar lo que también sea digno de elogio. Mi experiencia personal con la seguridad social pública, en general, me dice que gozamos de uno de los mejores sistemas europeos, y eso debemos agradecerselo a los médicos, a los enfermeros, a todo el personal sanitario en general, y tambien a quienes, recién culminada la transición democrática, dieron alcance universal a un sistema preexistente, y lo dotaron con las inversiones y los modos de organización necesarios que elevaron sus niveles de calidad y el ámbito de su actuación hasta alcanzar unos estándares que son la envidia de otros países, pese a los fallos funcionales inherentes a los sistemas de gran tamaño.


Hasta aquí los elogios. Ahora, una llamada de alerta. Los gobiernos conservadores de la comunidad de Madrid y de Heliópolis, han dado pruebas repetidas de su hostilidad al sistema de sanidad pública, los unos, mediante el intento de desprestigio de sus médicos en cuestiones tan delicadas como los cuidados paliativos y la reducción en el nivel de inversiones necesarias para mantener la calidad en la atención sanitaria –las listas de espera-- y el aumento de inversión en hospitales con su gestión privatizada.


Lo que yo tengo mas cerca, la asistencia primaria en Heliópolis, está ayuna de las necesarias inversiones nuevas y ninguno, o muy pocos, nuevos centros han sido construidos para que la medicina de familia se practique en condiciones suficientemente dignas. Desde luego, puedo certificar que nada se ha puesto en marcha, en los barrios próximos al mío, que se parezca, ni de lejos, al centro sanitario donde me atienden.


Mas bien, lo que he visto, en mi deambular por las calles de otros barrios, son bajos insuficientes e inadecuados, o centros de especialidades que ya existían hace cuarenta años y se caen de viejos, donde especialistas mas viejos aún que el edificio, toman notas en pequeñas tarjetas de un tamaño inverosímil de las incidencias de sus pacientes, porque a ellos aun no les ha llegado la gestión informatizada.


En fin. Sanidad pública. Con todas sus deficiencias, no sabemos lo que tenemos. Nuestro sistema de trasplantes de órganos, que aquí no son objeto de mercado económico, contrasta con las salvajadas que escuchamos referidas a otros lugares donde los órganos a trasplantar tienen un precio dinerario y un origen mas que dudoso.


Por todas estas razones, y algunas mas que cada uno encontrará si se para a reflexionar, es importante que tengamos conciencia de nuestra obligación moral de defender la existencia de un sistema público organizado sobre los principios de solidaridad y universalidad, y que seamos beligerantes contra las fuerzas de la derecha que lo atacan con hostilidad, cuando nos llamen a depositar el voto.


P.S. Cuando el neumólogo haya leído la letra pequeña de las radiografías de mis pulmones, trataré de hacer gala de mi máximo sentido del humor para contarlo. Ahora, estoy demasiado acojonado.


Lohengrin. 15-07-08.



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