jueves, 16 de julio de 2015

LA PÉRDIDA DE LA INOCENCIA

La inocencia, según la primera definición que aparece en Wikipedia, tiene dos acepciones. Condicíon del que está libre de culpa o de pecado, o falta de malicia, mala intención o picardía.

Me ocupo hoy de la inocencia, porque la página Prostitución me ha dejado un poso ambíguo en el ánimo, hasta el punto de que he estado a punto de borrarla, cosa que no he hecho porque me parece una incoherencia, uno debe ser consecuente con lo que hace o dice, sin excluir el error, así que hoy me propongo explorar cuándo pierde uno la inocencia, como contrapartida a mi inmersión en la prostitución del lenguaje.

De las dos acepciones de inocencia, la de estar libre de culpa o de pecado me parece una falacia, porque uno puede sentirse libre de culpa o de pecado, es decir, sentir que lo que hace o dice está plenamente justificado, y ser un mal nacido como el portavoz del PP que se refirió a las víctimas del franquismo enterradas en fosas comunes.

En cambio, la falta de malicia, mala intención o picardía, me parece, obviamente, la mas auténtica condición de la inocencia.

Todos somos inocentes cuando nacemos, la tradición religiosa así lo reconoce cuando se refiere a la matanza de niños perpetrada por un rey de la antigüedad y dedica un día a conmemorar la santidad de aquellos niños, o la inocencia de los usuarios de frenopáticos, no sé, no estoy seguro de lo que significa la expresión los santos inocentes.
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Si esto es así, siendo evidente que nacemos inocentes, parece que la pérdida de esa inocencia está en relación con nuestra imcorporación al mundo adulto, que son los adultos quienes nos impulsan a perder la inocencia, a aprender la malicia, la mala intención, como herramientas en nuestro trato con los demás. 

La cosa no debe ser tan simple si atendemos a los múltiples factores que influyen en la conducta humana. De lo poco que he leído sobre un asunto tan complejo, deduzco que hay dos enfoques antagónicos, o si se quiere compementarios, que explican esa complejidad. 

Uno sostiene que todo es innato, es decir, nacemos inocentes o no, en función de nuestra herencia genética, el otro sostiene que todo es aprendido, es decir, que son nuestras influencias culturales las que determinan, básicamente, la naturaleza de nuestra conducta.

Cuando tengo dudas sobre algo, en este caso son muchas, suelo recurrir al eclecticismo como solución de compromiso. Es decir, nacemos con una herencia genética, y la educación y la cultura actúan sobre esa determinación genética produciendo un sujeto, no se olvide, singular y único, cuya conducta será el resultado de ambos universos de factores. 

Es evidente, a mi me lo parece, que el portavoz del PP a quien he aludido mas arriba, no solo es portador de unos genes relacionados con la malicia, la mala intención, la mala uva, sino que ha sido educado en un entorno familliar y cultural que ha acentuado su condición de mal nacido, con la de mal educado, prueba de que ambos factores, los genéticos y los ambientales, a veces se potencian mutuamente. 

Cuando esta condición personal se extiende a nivel grupal, no es de extrañar que la cosa degenere hacia la prostitución del lenguaje, pero el origen de esta anomalía hay que buscarlo en la pérdida de la inocencia.

¿Cuando pierde uno la inocencia?. No lo sé. Sospecho que a una edad muy tenprana. Consolida este argumento, mi propia experiencia personal, el hecho de que en mi memoria más antigua prevalezca la imágen de un momento de mi niñez, que ha quedado grabada para siempre, mientras que luego hay un gran vacio, hasta casi mi adolescencia, lo que podría indicar, no sé, un deseo inconsciente de olvidar conductas impropias o maliciosas, vaya usted a saber. 

En conclusión, tal vez he debido borrar la página Prostitución, en lugar de escribir esta. No sé. Últimamente, desde que el Maravillas está cerrado, tengo más dudas sobre lo que debo escribir, o no. 

En fin. La Pérdida de la Inocencia. 

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 16 07 15.

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