Ayer por la tarde, sentado en un sillón frente al televisor, con las persianas bajadas para obtener un ambiente menos caluroso, pero sin conectar el aire acondicionado, para no contribuir a los brutales consumos energéticos de estos días, me disponía a contemplar los concursos de la tarde, cuando, de pronto, recordé el contenido de un viejo artículo de Millás, en el que recomendaba no sentarse en el sillón para ver la tele, porque tal hábito embrutece nuestro entendimiento, y decidí mirar la tele de manera activa, prestando mas atención a los spots publicitarios que a los programas de entretenimiento.
Ese modo de mirar me descubrió algunas cosas en las que no había reparado antes. Sabemos que el lenguaje publicitario se dirige, básicamente,
a las emociones de los destinatarios, pero hasta ayer, que le presté más atención, no había reparado en que, entre todas las emociones humanas,
la publicidad, ahora, se interesa sobre todo por el miedo.
El miedo a perder el cabello, ayer vi un spot de un producto dirigido a evitar esa pérdida, --una novedad, en ese segmento de la publicidad--
o el miedo a perder la salud, algo tan genérico y extendido, que sustenta campañas de cientos de productos, sobre todo alimentos funcionales,
productos elaborados, nunca frescos, que van acompañados de una sustancia de nombre científico, desde los yogures,
los productos específicos anti colesterol, y un sinfín de compuestos más que se ha demostrado que no sirven para ninguno de los fines que sus fabricantes publicitan, bueno, si, para uno, para calmar la ansiedad, el miedo a enfermar, o a padecer celulitis, colesterol, esas cosas y, en ese sentido, el de placebo con una función ansiolítica, parece que funcionan, a juzgar por los millones de consumidores adictos a su uso.
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El miedo, aunque en estos casos se utilice como una fuente de ingresos para los espabilados empresarios que lo usan en sus campañas publicitarias, no necesariamente es una emoción negativa, si lo consideramos individualmente.
Se me ocurre que, si el asesino de Túnez hubiera sentido miedo de las consecuencias de los actos que iba a realizar, no se habrían perdido mas de cuarenta vidas y, según dicen, 500 millones de euros en ingresos en una economía como la de Túnez, dependiente del turismo.
El miedo es un instinto primario que tiene una función muy positiva, alejarnos por medio de su alarma de situaciones de peligro en las que puede estar en juego nuestra integridad física o la de los demás.
Fuera de esa función biológica, instintiva, el uso torticero de esa emoción
que hacen cada vez mas la publicidad y la propaganda, los publicistas y los políticos, para influir en la opinión y las decisiones de la población, es algo cada vez mas perverso.
Tenemos un ejemplo claro en el discurso actual del Partido Popular, y en el uso que hacen los medios públicos de los acontecimientos de la actualidad europea. La pérdida de poder del PP en las autonomías y ayuntamientos después de las últimas elecciones, caracterizadas por las coaliciones de izquierdas, llevaron a la plana mayor del PP a sentarse junto a una larga mesa de la que salió la decisión de olvidarse de la política de Estado y concentrarse en ganar las próximas elecciones generales, a cualquier precio.
Desde ese día, el discurso de la derecha y su representación visual, está marcado por esos objetivos, y el miedo, el aprovechamiento del miedo, va en primer lugar en su argumentario.
Hemos visto repetidas veces en televisión la imágen de los griegos --pobrecitos, en manos de un partido de izquierdas-- haciendo cola para sacar del cajero automático sesenta euros. Nadie puntualiza que hay aquí unos diez millones de personas que se darían con un canto en los dientes si pudieran disponer de sesenta euros, cada día.
A pesar de esta realidad, Rajoy repite, cada día, que crecemos al 4 por ciento, y que vivimos en un país 'recuperado'. Oculta que ahora mismo nuestros problemas no son solo de crecimiento, sino de distribución.
Pero, quizás, el uso mas abusivo del miedo por parte de la derecha que gobierna --solo le quedan unos meses-- es la promulgación de la Ley de Seguridad Ciudadana que entra hoy en vigor y en la que, al parecer, según mi mujer que ha oído la radio, casi todas las expresiones de protesta quedan prohibidas.o muy sancionadas.
No se adonde irán a parar los autores de este exceso cuando pierdan las elecciones, yo les recomendaría que se recluyan en un monasterio, para purgar sus muchos excesos legislativos.
En el mundo de la publicidad, tal vez la expresión mas patética del uso del miedo para vender, son esos coches de alta gama, dirigidos a gente algo mayor, por su poder adquisitivo, con los que se pretende que el cliente se olvide del miedo a perder su atractivo físico varonil,
sustituyéndolo por la posesión de un coche de muchos caballos.
En fin. Miedos.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 01 07 15.
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