lunes, 20 de junio de 2016

CUENCA ÚNICA, CUENCA MÚLTIPLE (2)

He bajado a la farmacia porque se me ha acabado el Trileptal, y allí estaba la cajita que olvidé recoger hace semanas. Al regreso me he detenido en la Fuente a tomar una tónica, y me ha parecido que el entusiasmo por la experiencia viajera se diluye como los hielos del vaso, de modo que el impulso primero de la crönica de Cuenca ya no me motiva como antes, digo yo si será que la vuelta a las rutinas cotidianas devora enseguida la sensación de aventura que todo viaje conlleva.

No obstante, como la expresión 'continuará..' de la página anterior me obliga a ello, continúo con la crónica, aunque limitada a dos experiencias gastronómicas y una cultural.

El viernes comimos en el Mesón Darling, en la calle Torres, 7, fuera del centro histórico, histórico fué el bacalao con tomate que nos sirvieron, con una salsa de tomate no de bote sino trabajada laboriosamente en la cocina, con una densidad, un sabor, una textura, perfectamente diferenciadas de otros sitios donde se dedican a la cocina, pero sin amor.

Después de comer fuimos al parking público a retirar el coche, pero, uno, no había nadie para atendernos, dos, el papelito que nos habían dado no entraba en la máquina. Lola llamó a un teléfono que estaba indicado en la cabina vacía, para explicar que solo tenía un billete de veinte, no tenía cambio exacto para pagar el estacionamiento, y le dijeron que dejara lo que llevaba suelto en el mostrador y que nos abrirían para salir, por control remoto. Nos pareció algo marciano, pero, al final, nos ahorramos cuatro euros.

Luego dimos una vuelta con el coche por los pueblos de alrededor y finalmente lo dejamos estacionado junto al castillo, donda había plazas libres.

Al día siguiente, sábado, dedicamos a callejear una parte de la mañana, la otra la dedicamos a una visita cultural, el Museo de la Ciencia, que está muy cerca de la plaza mayor, pasas por debajo de los arcos donde está el Ayuntamiento, subas una escalera que está a la derecha --como no, otra escalera-- y accedes a la plaza donde está el museo, que resultó ser un lugar lleno de dispositivos interactivos --a mi me pareció diseñado, sobre todo para el público infantil-- donde te ponías encima de una plataforma, pulsabas un resorte y aquello temblaba como si se estuviera produciendo un seismo, que además podías graduar según la intensidad deseada.

Además de los muchos mecanismos orientados a la interacción, había grandes paneles que ilustraban los origenes del universo y de la vida humana. No había ninguno que explicara como teniendo unos origenes tan naturales, hemos devenido en lo que somos ahora. En fin.

Terminada la visita al museo subimos al castillo, donde estaba estacionado el coche, cargado ya con los equipajes, que habíamos subido en el autobús, el L2, creo recordar, que hasta hace quince días costaba 20 céntimos, y ahora cuesta 1,o5, y nos quedamos a comer en el Mesón el Torreón, que a mi me gustó, por llamar al castillo así, torreón, porque no merece otro nombre, y después de tomar unas cervezas Estrella de Galicia, con etiquetas decoradas por pintores de fama, y un montado de jamón ibérico que estaba, digamos, de puta madre, emprendimos el regreso a Valencia, el lugar donde residimos habitualmente y que, en un par de días, te devuelve a las rutinas habituales y hace que se disuelva el recuerdo del entusiasmo viajero, convirtiendo la segunda parte de la crónica en algo que no se parece a la primera.

Añadiré. como tributo al sentido del humor, que una de las veces que Lola nos conducía en su coche a la Cuenca baja, Antoni quiso orientarla y le dijo, ve detrás del autobús. Acabamos en el cementerio, junto al campo de fútbol, muy lejos de donde deseábamos ir, porque Lola. siguió al autobus, si, pero no era el que seguía el trayecto que nos convenía.

En fin. CUENCA ÚNICA, CUENCA MÚLTIPLE.

 LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 20 06 16.

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