JUEVES 13/3.- “Digan lo que digan, el oficio de viajero es el mas cansado y el peor pagado que existe. Jornadas de diecisiete horas sin cobrar horas extra, pluses de nocturnidad ni festivos. Encima, si no estás a sueldo de una guía turística, un canal de televisión por cable o el National Geographic, tienes que pagar tú.
Yo mismo me he tirado diez días con jornadas extenuantes para contar cuatro chorradas en el Blog. Comenzaré con lo del autobús.
El autobús que nos lleva a Cambrils, en la costa de Tarragona, dispone de sesenta plazas, pero solo han venido a embarcar cuarenta viajeros, porque un tercio de quienes contrataron el paquete hace meses, en el momento del embarque no están. Han emprendido el Gran Viaje camino del purgatorio –lo del infierno de Benedicto no me lo creo-- donde purgarán su mal carácter y su conducta en las colas, poniéndose en orden y con corrección, sin protestar, en una larga fila que llega hasta la eternidad.
Es lo que tienen las expediciones de mayores que organiza el Imserso. Cuando llega la hora de realizarlas, una parte del pasaje se ha muerto y otra está ingresada en el hospital. Los supervivientes llegamos puntuales al embarque, pero la guía se ha dormido, no sabemos con quien.
Cambrils es una costa privatizada, una especie de frontera urbana con el mar, como la que se extiende a lo largo del mediterráneo español, pero con un cierto toque cabalístico porque nada de lo aquí edificado excede del número cuatro. Los arquitectos y los políticos de aquí constituyen una especie de masonería que ha sellado un pacto de sangre para respetar el límite de cuatro alturas en todas las edificaciones costeras y, cuando alguien lo incumple, no solo le cercenan la cabeza, sino que seccionan la quinta planta construida de mas, si es el caso.
Nos alojamos en el hotel Cambrils Playa, frente a una urbanización entre pinos, Vila Fortuny. El hotel tiene un gran vestíbulo con suelo y techo de cristal. Esa peculiaridad hace que las bragas de las señoras queden expuestas a la curiosidad pública. He de decir que la gama de colores de esas prendas femeninas no es muy variada.
Una vez instalados, durante el paseo que dimos por la tarde hasta el pueblo, tuve la sensación de que Cambrils es un modelo de pulcritud y corección política, donde no se ve un solo papel en el suelo de sus calles peatonales, magníficamente pavimentadas, y el puerto lo dejo para otro día porque hay una niebla de cojones y no se ve un pijo.
€n la plaza de Mosén Batalla, junto a Ramón Llull, en el barrio portuario, hay un cafetín llamado La Fresca, donde recalamos huyendo de la niebla. Mientras tomamos café, entra un enfermo esquizofrénico al WC y orina directamente en el suelo. La camarera va con el mocho a reparar la avería, después, me hace un guiño y aclara: --Es que habla solo, sabe usted..
--Que va, --le contesto-- Habla con alguien, pero nosotros no lo vemos.
Tomamos el bus de regreso a Vila Fortuny, ya atardecido, y en el breve trayecto caigo en la cuenta de que, a esta misma hora, en Heliópolis se encienden las luces del alumbrado fallero de las calles Sueca y Literato Azorín, en el barrio de Ruzafa, y el humo ácido del aceite quemado de las churrerías se combina con el olor a pólvora de los masclets, mientras el público se congrega alrededor de la falla para asistir a las tareas de montaje. Todo se reduce a saber si el tío que cuelga de un arnés, sujeto por una grúa, para repintar la junta de una nalga de la figura de mujer que remata la falla, se estrellará o no contra el suelo.
Después de una aceptable cena de bufet, nos dirigimos al salón del hotel para las dos horas de rigor de Rumba del Jubilado amenizadas por un teclista tullido a quien, dado lo que vino en noches sucesivas, hemos echado luego de menos.
Debo confesar que, después del baile, aunque voy acompañado, no hubo nada.
VIERNES 14/3.- Tomamos el bus a Salou, cuyo término es fronterizo con Cambrils y a un lado se sienta una señora de Rafelbuñol con la que intercambiamos unas palabras al iniciar el viaje desde Heliópolis. Su habitación es contigua a la nuestra y cuando me confiesa en voz baja con gesto pícaro que anoche oyó gritos en nuestro cuarto, me veo en la necesidad de precisar que el que gritaba era yo, porque sufro un estreñimiento de la hostia.
Salou, como Benidorm, tiene dos playas, Poniente y Levante y un urbanismo que, sin alcanzar los niveles surrealistas de allí, difiere bastante del férreo orden residencial de Cambrils. Salou, no solo tiene otro urbanismo, sino unas playas mas guarras, ya que son frecuentes los aliviaderos que vierten al mar aguas residuales, y la destroza medioambiental que se ha hecho en La Pineda vecina queda patente en el número, también cabalístico, de los pinos que quedan en algunos complejos residenciales. Siete.
El puerto deportivo de Salou, sin niebla, se asemeja bastante a cualquier otro de la costa alicantina, Benidorm, Calpe, y no aprecio ninguna característica especial que merezca mención, salvo la espléndida fuente luminosa del marítimo que, de noche, resulta espectacular.
En resúmen, Salou me ha parecido un tramo de esa larga calle, llena de hamburgueserías, tiendas chinas de textiles, supermercados, inmobiliarias, apartamentos y hoteles, cuyo trazado se extiende desde Almería hasta Rosas, con la valiosa peculiaridad de que a la derecha de esa calle el sol incide sobre la superficie del mar mas civilizado del mundo y el rebote de esa luz genera la sustancia luminosa de la que nos alimentamos quienes tenemos el privilegio de estar aquí.
Por la noche, en el salón del hotel, el teclista tullido no está y en su lugar hay un trilero que hace de animador, se atreve a cantar con una voz estridente que distorsiona aún mas el equipo de sonido, monta un falso concurso con un premio imaginario para distraer al personal, y después organiza una velada musical nocturna nefasta. No contento con esa lista de méritos, se bebe, el solito, la botella de cava supuestamente destinada a los ganadores de su concurso. Afortunadamente, la noche siguiente no volvió.
Son las doce, salgo a la terraza. El cielo está limpio. Me parece percibir los ecos de la pólvora nocturna que se dispara ahora en otra latitud, casi diría que en otro planeta. El planeta de las fallas. Heliópolis.
SÁBADO 15/3. TARRAGONA. El trayecto en autobús desde Cambrils a Tarragona, una vez pasado Salou, cuando te aproximas a la zona industrial, es un paseo por el mayor complejo químico y petrolero del país. Si lees un par de diarios gratuítos de distinto origen local, en uno el titular es que el mayor índice de mortalidad por cáncer de toda Catalunya se da en Tarragona, mientras que si lees el otro diario, el de esta comarca, el titular dice justamente lo contrario.
Yo no resido habitualmente en Tarragona pero, después de pasar por aquí, y habiendo conocido otras zonas industriales, tengo la sensación de que la industria mas contaminante del país no está en Avilés, sino precisamente aquí, en Tarragona. Pero dejemos a los catalanes con sus batallas dialécticas sobre que comarca ostenta el dudoso record de mayor mortalidad por cáncer y hablemos de los romanos.
Tarragona es, junto con Mérida, la ciudad con mayores vestigios romanos y que mejor los conserva. Al pasear junto a sus murallas, no puedo evitar una sonrisa, producto de la evocación de los primeros programas cómicos de Buenafuente, aquellos en los que cantaba con sus acólitos...... “Murallas.....murallas de Tarragona...”. Estas tierras han dado tipos tan peculiares como el propio Buenafuente y el controvertido Carod Rovira, a quien yo considero también un showman, aunque con otro estilo.
El paseo por la Tarragona vella, la part de d´alt, coincide con la celebración de un festival de jazz, y plazas tan deliciosas como la que acoge el mercado de frutas y verduras, y la de la Font, ofrecen la presencia de sendas bandas de jazz que actúan en las terrazas de los cafés dando un aire cosmopolita a estos lugares tan antiguos.
El capuchino que tomo en un café de la plaza de la Font no solo es el mejor que he tomado nunca, sino que las clavadas que me han dado, no solo aquí, sino en el Bar de d´alt, son las mayores en toda mi dilatada historia de viajero.
En cambio, la visita al museo arqueológico ha sido por el morro, gratis. Es impresionante la colección de esculturas romanas que conserva este museo, aunque la de mosaicos no está a la altura de la de Mérida. Las esculturas de los pretores, togados y guerreros son un testimonio del grado de precisión anatómica alcanzado por los escultores de la época, quienes sin duda realizaron sus exhaustivos estudios de anatomía del cuerpo humano, aprovechando los numerosos cadáveres que aparecían flotando sobre el río Tíber.
En la sección que exhibe testimonios y objetos de la vida cotidiana en la época romana, no faltan las expresiones del amor y la muerte. Eros y Thánatos. Junto a estelas funerarias y sepulcros con artísticos relieves, una polla de piedra de tamaño mas que natural representa a Priapo, mientras que una lámpara de aceite contiene el grabado de un pareja en plena faena amatoria, en una posición solo al alcance de los artistas circenses. Un cuenco cerámico decorado con influencias griegas repite la escena en otra posición mas accesible a los neófitos, y una figurilla de metal fundido expresa de nuevo el culto a Priapo, con un pene que parece una tercera pierna.
Tal muestra de simbolismo erótico masculino me recuerda aquello que dijo un autor manchego, al referirse al “priapismo matinal...o la fuerza del orín”, esa especie de recurso de los varones declinantes cuando se ven reducidos a la condición de machos en decadencia.
Al salir del museo pateamos la calle Cavallers, que resulta ser igual a las de otras ciudades como Heliópolis y Mallorca, donde están las casas palaciegas de los antiguos señores de la época renacentista. Visitamos brevemente lo que queda del circo, el anfiteatro y otros vestigios romanos y, cuando nos asomamos al mirador para divisar el mar, lo que vemos es niebla, niebla, una espesa, húmeda y persistente niebla, como si estuviéramos en Southampton.
Después de malcomer en un parque el sandwich que nos han preparado en el hotel, vamos al barrio de El Serrallo, donde está el puerto de pescadores, la lonja, y las cocinas de restaurante de donde salen los mejores aromas de suquet, en unas calles decrépitas, flanqueadas por casas no menos decadentes. El Serrallo es un barrio necesitado de una urgente restauración para salvarlo de la decrepitud, pero antes de que eso suceda, el olor de sus cocinas indica, con precisión, que este es el único lugar de Tarragona donde se puede disfrutar de la cocina de pescado, en toda su autenticidad.
La sesión de baile nocturno en el hotel transcurre con la gratificante ausencia del trilero, a quien sustituye una vocalista que pone una octava de mas en los agudos, con cierto riesgo para la salud auditiva de quienes participan de la música. Un anciano de setenta y nueve años sin glándulas sudoríparas que parece un maniquí reprocha a su pareja, una maciza cuarentona, que no sea capaz de seguir sus golpes de cadera y sus pasos medidos al bailar el merengue, mientras otros danzantes recorren la pista con la misma monotonía de un asno arando un campo de cebollas.
Cuando concluye la jornada, una llamada telefónica desde Heliópolis me confirma que nuestra maniobra evasiva al escapar de allí en pleno follón fallero ha sido acertada, porque los que se han quedado solo disponen ya de medio metro de espacio vital y,. cada día que pasa, ese mínimo refugio se reduce aún mas por las apreturas de las fiestas.
DOMINGO 16/3. EL PUERTO DE CAMBRILS. El sol de levante acoge los huesos cansados de los viajeros en el puerto de Cambrils –por fin sin niebla-- que cobija un número considerable de lujosos yates y veleros de gran eslora. La propensión de los negociantes catalanes –esos seres anfibios que se mueven entre la superficie del brillo social y las profundidades del dinero negro-- a evadir impuestos y convertir ese engaño en lujo, se expresa en esta flota de barcos deportivos amarrados a la tranquilidad del domingo.
Esa propensión secular de la burguesía catalana a no dar dinero a señores de fuera, se afianzó tras la derrota en la batalla de Almansa, y tal vez se ha incorporado al gen catalán, pero no se debe calificar de singularidad porque, en eso, todos somos un poco sicilianos.
Mientras la burguesía catalana mas representativa se hace un apartado con las operaciones sin IVA--esa realidad subterránea sale a flote cada vez que se hacen macro operaciones de inspección fiscal en Catalunya-- los políticos locales hacen una profesión de sus demandas victimistas con el asunto de la “financiació”, pero hoy, en Cambrils, como en los demás puertos mediterráneos, el sol sale para todos y en esta mañana de domingo brillante y cálida no me voy a poner pejiguero en asuntos tan prosaicos.
Es domingo de ramos y así como en Tarragona pude ver una pancarta en un balcón con el lema “Tarragona laica”, aquí en Cambrils todo es corrección política y los ediles municipales se reparten los parlamentos de inauguración de las obras de remodelación de la parroquia de Sant Pere, a la que han añadido un campanario, y en cuyos discursos han tenido el buen gusto de citar a Lluís Llach.
No hay procesiones aquí y la única muestra visible de la santidad de la semana es la bendición de las palmas, que ni siquiera requiere del clérigo, pues quienes las portan se van, satisfechos, con la sola oratoria de los munícipes. Todo muy laico, aunque sin pancarta.
Por la tarde, descanso. Campeonato de naipes. Por la noche, aparte del baile, tampoco hubo nada.
LUNES 17/3. EL MERCADILLO. Ha vuelto el trilero. De buena mañana, embauca con su verbosidad mentirosa a los inocentes pajarillos que vuelan pesadamente por el salón después de ingerir cantidades ingentes de calorías en el desayuno, pero nosotros pasamos del trilero y nos vamos a Salou, porque hoy es lunes y toca ese ritual ancestral inevitable para todo aquel viajero que visita un pueblo costero. El mercadillo.
Los primeros pueblos iberos que acamparon por aquí, antes de que los romanos trajeran el lujo, las termas y los prostíbulos, haciendo subir el precio del salmón de roca, es probable que descubrieran las ventajas de reducir la hostilidad entre vecinos por medio del mercadillo.
Las tribus antes hostiles que habitaban los agujeros de las rocas, pronto comprendieron que intercambiar huesos de un enemigo común en las plazas del neolítico les proporcionaba a ambas la materia prima imprescindible –las tibias-- para fabricar las agujas saqueras tan demandadas por los maestros del pret a porter de la época. Así debió empezar todo y las cuatro calles llenas de tenderetes que se extienden ahora alrededor de la Casa Gran de Salou, solo son el reflejo de la continuídad histórica de la especie humana, una de cuyas singularidades mas acusadas es la necesidad profundamente arraigada del intercambio.
“Todo a tres euros... La gitana que domina el cotarro de la bisutería en el mercadillo se dirige a una compradora en tono confidencial, con la clara intención del halago que busca la complicidad con la clienta......--le doy toda la parada por esa pulsera de oro y coral que lleva.....Todo a tres euros.......... vean...vean y compren.....lo mas barato del mercado.....solo lo encontrarán aquí... Ropa de marca... Iv St. Laurent, directamente desde París.....A cinco euros......todo a cinco euros...”
Terminada la visita ritual al mercadillo, una terraza junto al marítimo de Salou nos acoge con una variedad tentadora de helados alicantinos –son de Ibi. Mi mujer trasega una copa de helado de avellana. Yo tomo un excelente café cortado al que han tenido el detalle de añadir una muestra de un mazapán exquisito.
Regresamos al hotel sin novedad en un autobús de Plana, Transports Públics de Catalunya, y cuando, sentado junto a una mesa asoleada en la piscina, termino de transcribir en una libreta tamaño cuarto que compré en el puerto de Cambrils, las numerosas notas dispersas que he ido tomando en los soportes mas inverosímiles, --servilletas de bar, papel higiénico, trozos de cartón de las cajas de catering, pañuelos de papel y huecos en blanco de folletos y planiches-- una llamada de mi amigo José Luís me informa de que está en Andorra practicando la evasión fiscal y me pide que le reserve una habitación para pernoctar aquí, con su mujer y su perro, la noche del diecinueve al veinte. Va a ser que no. El hotel no admite perros.
“Baila, morena baila....que tu te mueves como ninguna..... moviendo las caderas......moviendo la cintura...”
Después de dos horas de salsa, merengue, rumba, cumbia, samba, la paloma, el venao y otros estúpidos bailes coreografíados, creo haber hecho méritos para “mojar” esta noche, aunque no pienso revelar lo que suceda, si es que algo sucede.
MARTES 18/3. BARCELONA. Tomamos el tren en la estación de Salou y al emerger a la superficie en el paseo de Gracia, la primera imagen que nos ofrece Barcelona es la de un hombre jorobado con el torso desnudo que muestra su deformidad con fines mercantiles en la acera del paseo. Cuando llegamos a las Ramblas, la extensa tribu de nigromantes, mimos, acróbatas, limosneras con retrato de familia, ancianos músicos callejeros y otros artistas autónomos, ocupas, carteristas y malandrines, en un número y variedad muy superior a los de otras ciudades, nos muestra que estamos en un lugar de acogida, tolerante, que Eduardo Mendoza llamó la ciudad de los prodigios.
Las Ramblas son un hervidero de gentes que le dan al paseo un aire cosmopolita, solo comparable al de los lugares mas concurridos de N.Y. Dejamos esa corriente humana fluir entre los puestos de flores, nos desviamos a la derecha y pasamos bajo un arco que nos muestra, en todo su esplendor, el mercado de la Boquería.
Este mercado, repleto de compradores y curiosos a esta hora del mediodía, ha sido repetidamente citado por Maruja Torres. Un lugar de encuentro nocturno donde recalaba la bohemia barcelonesa en las dulces juergas de madrugada, depositando su maltrecha humanidad noctámbula en las tascas golfas de las calles del mercado, cuando todos los demás lugares de copas de la ciudad habían echado el cierre.
A la hora doceava, la Boquería es otro mercado. Un bodegón múltiple, que se reproduce a si mismo como en un juego de espejos mostrando la gran variedad de productos del mar y de la huerta que provocan con sus colores y olores una saturación de los sentidos.
En los puestos de pescado, gallos, palayas, calamares, rodaballos, merluzas, rapes, congrios, salmonetes, bacaladillas, escórporas, gambas de Palamós, cigalas vivas, galeras que nunca terminan de morirse, colecciones completas de bivalvos, mejillones, navajas, ostras, almejas, dátiles de mar y berberechos gallegos. Mis jugos gástricos se estremecen ante la extensa variedad que ofrece esta despensa mediterránea y, como las gambas no están a mi alcance, los engaño con una empanada de atún encebollado en una panadería próxima.
Terminada la visita a la Boquería, nos dirigimos al Port Vell. Nos recibe un cartel con un texto algo grandilocuente...la zona de ocio más grande de..(......) --creo leer Europa, pero no, solo dice, modestamente, Barcelona. No visito las cincuenta hectáreas que le atribuye el cartel a ese lugar –seguro que han incluido la superficie marítima-- pero pateamos el celebre Maremagnum, un centro de ocio comercial, donde nos aliviamos la vejiga. Este lugar se hizo tristemente famoso porque uno de sus vigilantes de seguridad arrojó al agua de un manotazo a un inmigrante, que se ahogó. Lo que confirma que, en los lugares acogedores, también hay hijos de puta.
La plaza Reial, a la derecha de la Rambla, subiendo desde el puerto, es uno de esos lugares para dejar morir una hora sentado junto a un velador, rodeado del equilibrio armónico de la arquitectura porticada. Un placer universal que se puede disfrutar lo mismo aquí que en la plaza del Rossío de Lisboa, o en las plazas de Pamplona, Bilbao o Tordesillas. Cualquiera de esos lugares, y otros muchos semejantes, producen las mismas sensaciones de serenidad y equilibrio, tal vez porque las fórmulas matemáticas de sus arquitectos tuvieron en cuenta un tratamiento de los volúmenes y vacíos, de los ritmos y las repeticiones, que condensan toda la sabiduría de los constructores antiguos.
Después de tomar un café en el Taxidermista, fuimos a callejear por Ciutat Vella.
Barcelona es una ciudad populosa. Mucha gente en la Rambla y en lo que queda del Barrio Gótico, en el puerto, en Gracia, pero en estos días no tiene nada que ver con el millón de personas de más que abarrota las calles de Heliópolis en la víspera de la fiesta grande fallera. De buena nos hemos librado.
Por la tarde fuimos a ver a la sagrada familia, pero no estaba. Se habían ido de vacaciones a Zarauz.
MIÉRCOLES 19/3. EL DÍA DE JOSÉ LUÍS. Mi amigo José Luís, que está en Andorra haciendo alguna operación inconfesable, me llama para comunicarme su intención de que comamos juntos en Cambrils. No salimos del hotel en espera de la llamada que confirme la hora de su llegada. 12,30h.
--Ya estamos en España. Te llamaré cuando estemos más cerca.
13,30 h. --Aún estamos lejos de Tarragona. Una violenta tormenta nos ha retrasado.
14h.--No vamos a llegar a tiempo. Comed vosotros y ya nos veremos el domingo.
Cuando vas de viaje mantienes un ritmo vivo de actividad y si de repente te paras, luego no hay forma de arrancar. La mañana perdida en espera de una visita que nunca llegó, nos conduce de manera natural a una tarde anodina, de la que no hay nada que contar.
Este es el séptimo día de viaje. El siete es un número cabalístico. Por cierto, ¿Han notado que se escribe al revés? ¿Porqué la visera no está hacia la derecha, en lugar de hacia la izquierda? ¿Y el guión que corta su vertical, que significado tiene? ¿Para que ese guión, si no hay dos números semejantes que puedan confundirse?. Tal parece que, como el séptimo día de nuestro viaje, ese guión indica solo un corte en la continuidad de una línea. Hasta hay una Iglesia que se define por el número siete, la Iglesia adventista del séptimo día, y los creacionistas aluden al séptimo día como aquel en el que el creador se tomó un receso, después de darse cuenta de la cagada que había hecho.En fin. Es el día séptimo.
JUEVES 20/3. REUS. EL MAREO. Cuando mi mujer se marea en el autobús, la secuencia de ese trastorno, que ya he visto alguna vez, es terrorífica. Luego lo cuento. La mañana ha empezado con grandes expectativas. Un sol brillante arranca de la superficie del mar reflejos rutilantes y los cuarenta minutos de trayecto de autobús desde Cambrils a Reus, dando varios rodeos, transcurren con el placer visual de los paisajes costeros. El cabo de Salou, con sus calas y pinares, luce magnífico esta mañana de primavera. La afluencia a las playas es numerosa en este puente festivo y al llegar al centro de Reus nos sorprende la dimensión urbana de esta ciudad que no habíamos visitado antes.
La casa de Güell, el Centro Gaudí, la anchura de alguna de sus avenidas y plazas, no menor que la de los Campos Elíseos, las calles peatonales del barrio comercial, sus plazas recoletas, como la que se llamó en tiempos Mayor y ahora le dicen de España, flanqueada por soportales, donde tomamos, como ya es habitual por aquí, un excelente café, la estatua del Pintor Fortuny, un tipo muy moderno para su época, las terrazas al sol junto al Ayuntamiento viejo, la iglesia gótica de Sant Pere, de una factura arquitectónica sobria, de estilo gótico, una vida comercial muy activa en las calles y unas fachadas muy cuidadas, de piedra o recien pintadas y decoradas, en especial la de la Casa Güell, evocan el poder económico de la burguesía de Reus y su influencia en los asuntos públicos de toda Catalunya.
El Capuchino que me sirven en la terraza del café Deu –no-se-qué, junto al Ayuntamiento, es el mejor, con diferencia, de los últimos días y su precio, dos euros, mas razonable que los ocho pavos que nos piden por visitar el centro temático dedicado a Gaudí. Renunciamos a esa visita.
Mi mujer callejea, encantada, por las calles comerciales mientras tomo mi café al sol de la mañana. Es un momento perfecto y nada presagia lo que va a ocurrir. Encarna ha olvidado tomar su pastilla para el mareo antes de salir del hotel y no ha desayunado lo suficiente. El autobús de regreso da un frenazo antes de meterse en la primera curva y el rostro de mi mujer comienza a ponerse pálido, tirando a lívido. A medida que se repiten los frenazos y las curvas, un sudor frío se desliza por la frente de Encarna. Su estómago comienza un movimiento espasmódico recurrente, arriba/abajo, abajo/arriba, mientras su tensión arterial se desploma por debajo de siete. Ya he visto eso antes. Después viene la lipotimia, la pérdida de conocimiento y la caída libre de sus constantes vitales, si no se hace algo para evitarlo. Además, tiene un seno nasal obstruido y eso no ayuda a la ventilación que la sensación de mareo requiere. Sus leves quejidos son continuos, mientras su rostro se pone atrozmente amarillento. Saca una bolsa de plástico del bolso para vomitar, pero los espasmos que sufre no se traducen en vómito porque no tiene nada en el estómago.
Temo que se haga encima y pierda la consciencia. Hay que hacer algo. La hago bajar, a regañadientes, antes de Cambrils, para evitar lo peor. Descendemos en el marítimo de Salou. Se sienta echa un ovillo en el primer bordillo que encuentra y, poco a poco, el aire fresco y salino del mar consigue que, lentamente, los síntomas de mareo se atenúen. Un paseo junto a la playa y ya está recuperada. Esta vez, hemos evitado lo peor.
Sorprendentemente, cuando entramos al comedor del hotel se ha repuesto por completo y come con buen apetito la generosa porción de espalda de cordero que ofrece hoy, entre otras cosas, el bufé.
Por la tarde, mientras mi mujer acude a la visita médica en el propio hotel, dejo que el sol me tueste la piel en la piscina, durante veinte minutos. Por cierto, todas las piscinas que he visto por aquí están llenas. No parece que en Cambrils y Salou, a diferencia de en Barcelona, el agua falte, porque los campos de golf se riegan sin tasa. En fin. Reus. El mareo.
VIERNES 21/3. LA VÍSPERA. Se acerca el fin del viaje. Un día antes de emprender el regreso al punto de origen es frecuente que un sentimiento de ansiedad se traslade a la víspera de la partida. Para evitarlo, es aconsejable no hacer nada, no marcarse objetivos, nada de planes. Es mejor dejarse llevar por el río tranquilo de la ausencia de acontecimientos programados y entregarse al carpe diem.
Viajar es el modo más rápido de aprender geografía, historia, de familiarizarse con la lengua, la gastronomía y las costumbres del otro, aproximarse al conocimiento de la realidad ajena, mas allá de tópicos y lugares comunes, a través de la propia experiencia.
Incluso un viaje tan modesto y local como este, te da cuerda para aguantar tres meses de vida sedentaria hasta que, de nuevo, el impulso viajero te empuja a otra experiencia itinerante. La Seguridad Social debería recetar a todo quisque, al menos, cuatro viajes al año y si, además, las llamadas telefónicas fueran gratuitas, como reivindica el menor de mis hijos, ya sería la leche.
En nuestra última visita a Cambrils, descubrimos que solo hemos pateado el barrio portuario, que el pueblo viejo queda lejos y hay que subir riera arriba hasta encontrarlo, pero el día demasiado ventoso no invita al paseo al aire libre, así que compramos cuatro butifarras catalanas, envasadas al vacío por separado, y, después de comprobar que el buey de Kobe está a 165 pavos el quilo, dejamos el conocimiento del Barri Antic pendiente.
El viaje siempre es descubrimiento, porque aunque revisites algún lugar conocido, como tu mismo has cambiado tanto, todo te parece nuevo.
En fin. Son las cuatro de la madrugada. Estoy cerrando el local de mis vacaciones. Mientras barro las colillas con el escobón, un foco ilumina el escenario vacío. The End.”
Lohengrin 23-03-08.
A la memoria de Beltrán de Cambrils, cuyo fantasma he visto pasear a lomos de un caballo tordo, al sonar las doce, por las calles de Lloveras y el Soldat, en el Barri Antic.