lunes, 10 de marzo de 2008

MARC SALE DEL TALEGO

“Al despertar, había una mujer en mi cama. Acabo de salir del talego y alguien, creyendo hacerme un favor, ha puesto una mujer en mi cama. No ha sido una buena idea, porque aún no me he acostumbrado a estar fuera y además....como decirlo, mi estancia allí ha cambiado mis costumbres sexuales. Solo han sido siete años. Siete años comiendo rancho y chupando pollas para que no te hostien, no parece demasiado, pero si suficiente para que al salir, si te despiertas y hay una mujer en tu cama, te parezca raro.


Siete jodidos años. Nada de delitos de sangre, no vayan a pensar. Tres tonterías absurdas, pero seguidas, demasiado seguidas. Primero la visita a aquella peluquería de señoras, enseñando el carnet del gimnasio y haciéndome pasar por inspector de hacienda. Sin afán de lucro, solo por divertirme.


Luego el juez le llamó a esa chorrada, nada menos, suplantación de personalidad. Luego le alquilé un bien público que, naturalmente, no era mío, la casa del escritor Blasco Ibáñez en la playa de la Malvarrosa, cuando todavía no la habían restaurado, a una familia desinformada de la comarca de los Serranos que buscaba una vivienda en la playa por razones de salud del padre jubilado, algo del hueso. Estafa, dijo el juez. Pero como puedes estafar a alguien vendiéndole, yo que sé, el Puente de San José, eso no se lo cree nadie, y si se lo cree es que es idiota. Engañar a un idiota es estafa?

Además, el hombre se curó. ¿Donde está la estafa?


La puta justicia es la repera, haces dos o tres tonterías, las suman, las acumulan, tardan diez años en empapelarte y si ese día le duele el hígado al juez o ha pillado a su mujer en la cama con otro, te caen catorce años. Vaya mierda.


Lo peor, lo que mas hizo caer sobre mi todo el peso del sistema fue meterme con las sacrosantas instituciones financieras. Pero, joder, solo me llevé cinco euros cada vez. Vale, lo repetí cien veces, pero aún así, solo fueron quinientos euros. Me dió por atracar bancos con una guitarra. Me ponía con la guitarra en la ventanilla de caja y les cantaba una coplilla a los cajeros, exigiéndoles dinero, pero juro por dios que nunca me dieron mas de cinco euros.


El cabrón del juez consideró que había cometido cien delitos, atraco con intimidación, le sumó lo de la peluquería y el chalet de Blasco Ibáñez, cómo le dolían al tío los cuernos ese día, y ya puedo dar gracias de que no me extraditara a Estados Unidos, donde también di algunos conciertos de guitarra en sedes bancarias, con su recomendación de que me pusieran la inyección letal.


Siete años es mucho tiempo. Al final, tu paladar se ha hecho a los sabores de la trena, tu olfato ha olvidado el perfume del aire salino del mar, te vuelves guarro, no te cambias de ropa interior, ves la televisión en la sala por la tarde, y lo peor es que la rutina carcelaria te envilece de tal modo, que te deja incapacitado, una vez sales, para cualquier reconocimiento sensorial de los placeres de la vida de fuera que tu cerebro ha olvidado, sustituyéndolos por el limitado repertorio de aromas, sabores, rutinas, sudores y pesadillas que siguen constituyendo, aunque estés fuera, una prisión interior.


Ahora me he despertado y hay una mujer en mi cama, a mi lado. Es una extraña, nunca la había visto. Hago un gran esfuerzo para mirarla a sus ojos de mujer libre, con mis ojos de hombre que todavía no se siente libre. Tiene el cabello rubio, algo rizado. Sus ojos, cuando les da la luz, son de un verde intenso, con raros matices de otros colores que cambian constantemente. Cuando la luz que se filtra entre las lamas de la persiana de la habitación del hostal se desliza hacia sus labios, los ojos toman un tono azulado y me sorprendo reconociendo un aroma salino, como a mar en calma, que sale de su boca entreabierta.


Por primera vez, desde que he abandonado mi encierro, hace dos días, después del largo viaje que me ha conducido hasta aquí, entre esperas, estaciones y trasbordos, vuelvo a percibir los colores y aromas que ya no recordaba. El gesto sereno y generoso de la mujer me invita, me ofrece su intimidad, sin que yo sepa quien es, ni porque está aquí.


Hay una mujer en mi cama. Hacemos el amor. Ahora se quien es, es la libertad.”


(Epílogo inédito de "Marc el desmemoriado") Versión revisada 2008.


Lohengrin. 11-03-08.






























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