sábado, 8 de marzo de 2008

E.T.A. (ESTUPIDEZ. TRAGEDIA. ALIENACIÓN)

Cuando el reino de Nápoles y Sicilia estuvo en manos de una monarquía lejana, desinteresada del bienestar de sus súbditos, los clanes locales decidieron crear un Estado propio a la sombra de otro Estado, ineficiente, y buena parte de los napolitanos y sicilianos pronto comprendieron que era de esos clanes de quienes podían esperar la protección y ayuda que la monarquía lejana y extranjera les negaba. Nápoles y Sicilia forman parte ahora de un estado democrático moderno, y a pesar de que las condiciones históricas que motivaron su emergencia han cambiado radicalmente, los clanes siguen ahí, aunque se han revestido de otra piel, practicando una obstinada defensa de sus intereses espúreos minoritarios y criminales.


Otra monarquía, la inglesa, practicó una política centralista en defensa de la unidad de su reino, aplastando las singularidades de sus vecinos y esa razón de estado desató un conflicto sangriento que solo ha concluido cuando los nacionalistas radicales irlandeses se han dotado de un brazo político dirigido por un tipo con dos dedos de frente, Gary Adams, capaz de imponer su autoridad a los de las pistolas.


En España tuvimos durante cuarenta años un reino dictatorial, del cual fue titular un bastardo que ni siquiera provenía de la nobleza, y que derogó, el primer día de su reinado, los regimenes jurídicos que reconocían las peculiaridades de las nacionalidades históricas.


Como en el caso de Nápoles y Sicilia, la transformación de España en un estado democrático moderno, ese cambio radical de las condiciones históricas, esa nueva realidad no percibida por las minorías violentas, las sitúa, en Euskadi, como un anacronismo, una minoría alienada, estúpida y trágica, solo atenta a su propia supervivencia, a sus intereses espúreos, minoritarios y criminales.


En la etapa franquista, ETA tenía un enemigo, el régimen franquista y contribuyó violentamente a la desaparición de Carrero Blanco. Han pasado treinta años, las gentes que aún matan en nombre de ETA ya no tienen nada que ver ni con aquellos militantes, ni con sus objetivos. Ahora matan personas inocentes, en nombre de su propia estupidez, de su alienación, y prolongan la tragedia de una violencia inútil, en un contexto en el que el país que dicen defender, disfruta de competencias de gobierno semejantes a las de un estado federal moderno.


La tragedia que nunca termina del todo en este país, está marcada en este momento por el hecho de que en el nacionalismo radical vasco, la política no pinta nada, mandan las pistolas, pocas, pero suficientes para seguir haciendo un daño desproporcionado a sus supuestos apoyos sociales, cada vez mas magros y escasos.


E.T.A., este grupúsculo constituido ahora por estúpidos, trágicamente alienados, ha dejado atrás su época de lucha antifranquista, ya no representa con sus siglas la corriente independentista de un pueblo orgulloso de sus singularidades, sino que, como los clanes mafiosos del sur de Italia, es un anacronismo histórico, devorado por su propia dinámica criminal, ajena a los intereses de la mayoría, incluso de las minorías independentistas que históricamente representó.


La muerte es siempre una tragedia estúpida. La muerte de una persona inocente, en nombre de un falso objetivo, además de trágica y estúpida, es estéril. Nadie está preparado, nunca, para su propia muerte. Que le sorprenda junto a su mujer y su hija es, además, de una crueldad añadida. Y que sea la consecuencia de la alienación de un grupo, cada vez mas reducido, de iluminados es, sencillamente, obsceno.


En un asunto como este, los políticos no merecen ni una línea, pero que de los dos mas representativos, uno no se haya contenido en el último debate y haya cedido a la cuenta de los muertos, y el otro se haya pasado cuatro años intentando sacarles dividendos políticos es, como mínimo, censurable.


Ningún análisis, ninguna declaración, mas o menos conjunta, ningún editorial de prensa pueden acercarse, ni de lejos, a la tragedia personal de la propia muerte, o de la muerte del próximo. Nada de lo que digamos, escribamos o declaremos puede alcanzar la dimensión del dolor humano, personal, encarnado en las víctimas. Solo podemos dirigirnos a los estúpidos, los alienados, los desalmados, pedirles que lean en la seguridad de su retiro protegido, aquel libro de Albert Camus, Los Justos, que pone en cuestión la legitimidad del crimen político, que tal vez les ayude a desprenderse de su propia alienación, de su alejamiento de la realidad, de su trágica estupidez.


Lohengrin. 8-03-08.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios