domingo, 30 de marzo de 2008

PUESTA EN ESCENA

En la cálida mañana del domingo, mientras en el marítimo de Heliópolis cien mil personas contemplan las evoluciones de las cometas sobre el mar, en la mas infantil de las competiciones deportivas, en los jardines del río viejo el ayudante de dirección, provisto de un megáfono y con maneras de autoridad, da instrucciones al pelotón de figurantes que se apresta, despistado, a seguir sus indicaciones.


Con un gesto de su brazo derecho, acompañado de la voz de acción que suena por el megáfono, se inicia la escena bucólica de parque dominical con la puesta en marcha de los surtidores del estanque del Palau. La música vienesa subraya las permutaciones de los chorros de agua que se mueven al ritmo de la música de Strauss, mientras los primeros extras hacen su aparición. Patinadores, ciclistas, parejas de homosexuales que se fotografían en el borde del estanque. El trecenillo turístico entra en escena, avisando con su bocina a un paseante despistado, y justo cuando suena el vals de las olas, entra en el encuadre un rapero que exhibe sus habilidades en las baldosas del paseo, rodeado de niños que dudan entre quedarse a contemplar el espectáculo o lanzarse al borde del estanque para recibir en sus rostros las gotas microscópicas del agua de los surtidores.


Parejas jóvenes con niños se dejan ver por la cámara y una jóven vestida de negro, con una larga cola que sujeta su pelo muy estirado evoluciona en el centro del plano, siguiendo con los patines el ritmo de la música. Potentes focos instalados en el Palau se encienden cuando la luz solar declina,
ocultada temporalmente por las nubes, y la voz firme del ayudante de dirección ordena, por el megáfono, corten.


En realidad no hay ningún director de escena, y la mañana bucólica descrita es la manifestación espontánea de la gente en los jardines del río viejo, en un domingo soleado cualquiera de la ya larga etapa de democracia consolidada en Heliópolis.


Inmerso en este clima de normalidad y placidez, no puedo evitar evocar a tantas personas que murieron antes de conocer los enormes cambios que han sucedido en nuestro país, en nuestras ciudades, desde la época oscura y patética de la dictadura, hasta el esplendor de los tiempos democráticos actuales.


Desde la penuria municipal de los ayuntamientos sin recursos, y la ausencia de competencias autonómicas, propias de la dictadura, hasta la plenitud de nuestras ciudades actuales, hay un mundo

que separa aquellos patios de luces donde las mujeres cantaban las canciones de la Pîquer, para auyentar los fantasmas de sus maridos presos o muertos, de la plenitud de los derechos de las mujeres que ahora gobiernan, juzgan, dirigen, trabajan fuera de casa, firman operaciones de compra venta sin necesidad de consentimiento marital, o viven con una compañera de su mismo sexo, aunque aún pervive la lacra del maltrato de género, que no somos capaces de erradicar


Nuestros mayores, las mujeres de la época pre democrática, vivieron en ciudades sin parques, sucias y mal iluminadas, en entornos abandonados por la miseria de los presupuestos municipales, y para poder contemplar una escena de normalidad democrática de un domingo de 2008, tenían que ir al cine, porque solo en las películas les era dado imaginar como era la vida plena en libertad, despojada de las limitaciones que a ellas les tocó vivir.


Debemos un homenaje a aquella generación de mujeres que tendía la colada en la galería de su casa, cantando sin cesar para seguir sobreviviendo a una época oscura y que, por razones generacionales, o por la crueldad de una muerte temprana, se fueron de nuestra existencia sin poder contemplar el escenario de normalidad democrática de un parque urbano, en la mañana cálida de un domingo de abril de ahora mismo.

Para ellas, he imaginado hoy esa escena bucólica, dirigida por un improbable y ficticio ayudante de dirección. Salud.


Lohengrin. 30-03-08.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios