jueves, 27 de marzo de 2008

PRIMAVERA

Emili Piera, en un saludo pánico a la primavera, despliega hoy en “Levante” toda su capacidad lírica acequiera que yo comparto plenamente, pues ambos formamos parte, cada uno en su estilo, del barroco literario de Heliópolis, que de vez en cuando se desata en nuestro interior con un exceso de adjetivos florales.


Evoca Emili los lirios amarillos y los nardos de los jóvenes, duros como el pedernal, junto a los sobacos sudorosos de las muchachas en flor (eso no es de Emili) como expresión de los desórdenes emocionales y hormonales desbordados por la feroz y feraz lujuria vegetal que se cuece en el entorno de Heliópolis, cuyo sustrato rural yace bajo el asfalto urbano sin haber perdido del todo sus influencias telúricas sobre el romanticismo y la bragueta.


Los turbulentos efectos de la llegada del ciclo primaveral exceden, sin embargo, del ámbito local y en la Antártida, un trozo de hielo de un tamaño que se mide por la distancia entre Cullera y Heliópolis está a punto de deshacerse, como un cubito en un vaso de Bourbons, anticipándose a las predicciones de la comunidad científica que habían estimado una fecha mucho mas lejana para el cumplimiernto de sus proyecciones.


El asunto es mas serio de lo que parece, si consideramos que la voluntad de la comunidad de poder internacional para oponer soluciones a los posibles problemas detectados por los científicos, es infinitamente menor que la de estos para formular predicciones.


Las predicciones, los diagnósticos, la capacidad de prever situaciones futuras, en si mismas, no afectan a las relaciones de poder, puesto que carecen de contenido normativo. Quienes las hacen, solo pueden comunicarlas, divulgarlas, pero no disponen de instrumentos de presión para obligar a quienes pueden hacerlo a tomar las decisiones que el consenso científico acuerde como oportunas, necesarias, urgentes. Todo se queda en la persuasión, sin ninguna eficacia coactiva.


En la primavera de 2007, en mi página ANTÁRTIDA, del 15-04-07, recogí, medio en serio, medio en broma, en términos de amenazas y oportunidades, los espectaculares cambios que anunciaban las predicciones de los científicos si el calentamiento global no se detenía. Nuevas rutas de navegación, desaparición de tierras emergidas, migraciones y reasentamientos masivos de población, escasez en unas zonas, nuevas oportunidades en otras, desequilibrios, en fin, que podrían cambiar el mapa geográfico y humano de nuestra casa actual, hasta extremos difíciles de precisar.


Ha transcurrido un año y no parece que la voluntad de la comunidad de poder internacional se haya traducido en acciones concretas de envergadura, sin embargo las pruebas de que el conseso científico es fiable se adelantan en el tiempo. Expediciones que pisan el ártico todos los años informan de que el espesor de las capas de hielo superficial se han reducido a la mitad, un metro menos, en solo un año, lo que parece indicar que la velocidad de los cambios es mayor que la rapidez de la comunidad internacional para tomar decisiones frente a la evidencia.


El dinero es miedoso, no gusta de los cambios, pero los codiciosos que actúan para que el planeta funcione en la dirección de sus mezquinos intereses a corto plazo, deberían asumir la necesidad de un nuevo capitalismo climático, una nueva mentalidad, que sin duda no será menos codiciosa, que no busque los dividendos en sectores, actividades e industrias que acumulan cada vez mas problemas medioambientales, sino en las nuevas oportunidades que, junto con las amenazas, los parámetros del clima están comenzando a desvelar.


Mientras eso sucede, como influir en los poderosos es algo que no está a nuestro alcance, al menos disfrutemos de la belleza efímera de los lirios amarillos, del lirismo pánico de Emili, con sus nardos endurecidos como el pedernal por los efluvios de los sobacos de las muchachas en flor, de esa sensibilidad de acequia rural habitada por las ranas, de las influencias telúricas subterráneas que exasperan el romanticismo y las braguetas.


Lohengrin. 27-03-08.

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