martes, 27 de mayo de 2008

ESTAR EN LAS NUBES

“Hay nubes en el cielo de Heliópolis y yo floto sobre una de ellas. Este raro Abril superpuesto en el calendario al mes de Mayo ha resuelto con la abundancia de lluvia la incapacidad de los políticos para negociar de modo civilizado los problemas locales derivados de la escasez de agua, ese bien cumún que venía siendo objeto de peleas, argumento arrojadizo al servicio de los intereses espúreos de determinadas formaciones políticas y pretexto de los sentimientos insolidarios que afloran en los conflictos, cuando, en lugar de primar el interés colectivo, asoman las mezquindades locales.


Floto en una nube, pero esa levedad de la flotación corporal, perdido el peso de la rutina cotidiana en favor de la experiencia compartida, placentera, única y contingente, es una pura reacción química de la fisiología, que bombea, a través de la circulación de la sangre, millones de micromensajes con órdenes de relajación para cada músculo, cada nervio, cada tendón, después de los esfuerzos requeridos para satiafacer a la pareja, aunque la tendencia a la fabulación que algunos tenemos, niegue ese mecanismo biológico y formule metáforas mas fantasiosas, como el efecto de levitación producido por el sonido del órgano del coro de San Nicolás, y la grandiosidad barroca de su altar mayor iluminado. Sea como fuere, floto.


Nunca entendí que la levedad fuera insoportable, como afirmaba Milan Kundera al referirse al ser filosófico del individuo. Supongo que se refería al vacío intelectual y espiritual que impone nuestro tiempo, a cambio de satisfacer necesidades materiales históricamente relegadas y entiendo que esa ausencia de consistencia del ser la percibiera como una pesadumbre. Pero para aquellos que no somos filósofos y andamos por la vida con una visión placentera y algo pánica de la existencia, flotar en la levedad placentera es una especie de liturgia, una levitación teresiana que tiene que ver solo con la pasión profana, pero produce efectos parecidos al éxtasis místico.


Tras la ventana de mi gabinete, un cielo gris cubierto por una capa de formaciones nubosas diversas, acumuladas en sucesivos estratos, con distinta densidad y forma, filtra una luz suave que me permite contemplar los grandes árboles del patio del viejo cuartel abandonado, cuyas hojas ofrecen hoy un verde mas intenso, habitadas por las gotas de lluvia que han hecho desaparecer los síntomas de sequía, ese síndrome de sed vegetal que desluce y agosta la vida de las plantas.


Puedo elegir, ahora mismo, en cual de esas nubes quiero flotar. Ninguna elección le es negada para habitar espacios virtuales a nuestra imaginación libre y activa, y cualquiera puede elegir hoy, donde quiera que esté, si su disposición de ánimo se lo permite, en que nube quiere flotar.


Yo he elegido una. Una nube amplia, cómoda, de aspecto algodonoso, ahora inmóvil porque el viento ha cesado. Tiene una forma duplicada, unida por el centro. En los extremos, hay dos grandes huecos, que permiten acomodarse en posición sedente. Su forma inferior permite descansar, cómodamente, los pies. Tiene algo de trono biplaza, quizás demasiado mayestático. Decido probar. Si, se está cómodo. A mi lado hay un sitio vacío. Está reservado para la persona con la que he compartido hoy una experiencia placentera, contingente, única. No se si querrá subir aquí, da un poco de vértigo flotar aquí arriba, pero se está bien.


Llueve, por debajo de la nube en la que me acomodo. Una fina cortina de agua cae en diagonal sobre los álamos viejos, las palmeras y los fresnos, sobre el árbol con flores amarillas, y las grandes acacias, y las tórtolas y pájaros exóticos que aquí se esconden, escapados de otros jardines, se acomodan en sus nidos. Queda una mañana silenciosa y húmeda, sin viento. La calidad de la luz es extraordinariamente sutil. Miro hacía abajo. A mis pies, en un enorme magnolio, está el Barón rampante, de Ítalo Calvino, guarecido de la lluvia.


Hola, barón”.


Lohengrin. 27-05-08.


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