jueves, 8 de mayo de 2008

FABRA Y LA VERGÜENZA TORERA

Es una lamentable pérdida para la afición taurina, y para él mismo, que Fabra no se hiciera torero. Con su chulería, habría levantado de sus asientos al público enfervorizado del universo taurófilo, en todas las plazas de aquí y de América.


Para quien no lo sepa, Fabra es el señor de la alianza del norte, un territorio afgano por las peculiares relaciones de poder que allí operan, mas conocido como Castellón. Fabra selló un pacto filial con Camps, Emperador de Heliópolis, quien va poco por el parlamento y no contesta a los periodistas, porque se pasa todo el tiempo en la fábrica de moneda, supervisando la emisión seriada de su perfil en bronce que debe conmemorar su condición de barón del partido, y no gusta de delegar tarea tan delicada.


Desde entonces, gracias a ese pacto y a los votos afganos de su territorio caciquil, Fabra se ha convertido en un intocable, no en el sentido de paria que se da en la India a quienes malviven con ese estigma de casta, sino en su acepción mafiosa de persona muy influyente, con la que no se atreven a enfrentarse ni los jueces.


Cualquiera que haya visto a Fabra salir del palacio presidencial de Heliópolis a las diez de la noche, oculto tras sus gafas oscuras, subiendo a su coche con lunas tintadas, adivinará enseguida cual es su condición, por que las cosas, en contra de lo que se dice, si son lo que parecen, además de que la función crea el órgano y la evidencia del aspecto de una persona es un lenguaje mudo, capaz de dar mucha información a quien sabe mirar.


Pasé por esa experiencia, un poco intimidado, lo confieso, y aunque en esa primera impresión no tuve dudas de que había visto a un mafioso, una reflexión posterior me permite ampliar el abanico de esa suposición, con otras pinceladas. Pensándolo mas, aquel caballero fotófobo, como Pinochet y otros personajes acostumbrados a la ocultación, el sigilo y el engaño, que van de la mano de la fobia a la luz, pudo haber sido torero o actor con dedicación plena, en lugar de mafioso que usa la política con fines poco transparentes.


Me he preguntado si esa decantación fue una elección personal, o un determinismo, lo que llamamos destino. Es indudable que el peso de la familia, como en el caso de Michael Corleone, el sucesor de El Padrino, estaría presente en su elección, porque Fabra, conviene aclararlo, tambien es el continuador de una saga familiar, pero mi punto de vista es que el determinismo no anula la voluntad personal, que todos somos responsables, por encima de otras consideraciones, de lo que somos, y por lo tanto, Fabra es responsable de ser Fabra, porque igual podría haber elegido hacerse futbolista, torero o actor, en lugar de mafioso, y no lo hizo.


La condición de mafioso no la adquiere cualquiera. Se requiere una larga lista de requsitos que solo están al alcance de las minorías. También, alguna renuncia. Hay que renunciar, entre otras cosas, a sentir verguënza de los propios actos. Mi viejo Espasa, la primera acepción de vergüenza la explica así, Turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante...


Fabra, en virtud de su pacto con el Emperador y gracias a sus votos afganos, adquirió la condición de intocable, que algo tendrá que ver con el hecho de que los procedimientos judiciales que se han seguido contra el por sus presuntas faltas o acciones deshonrosas, hayan chocado contra un lodazal de papeles que nunca llegan a su destino y haya contribuido a crear el mayor censo de jueces y juezas que han pedido el traslado en la reciente historia judicial española.


Ni siquiera la intocabilidad es permanente. Bastará que un leve desconchado en los estucos del congreso de los diputados caiga en el ojo de un personaje con mas poder que Fabra, para que todo el tinglado de intocabilidad, de impunidad mafiosa, se venga abajo. Tal vez entonces, le sucederá a Fabra como a Capone, que no pudiendo probar otros delitos, el fiscal lo empapeló por delito fiscal. Eso sucederá, inexorablemente, alguna vez. Cuando suceda, no me permitiré hacer leña del árbol caído. En lugar de eso, redactaré un elogio melancólico evocando el gran torero que pudo ser Fabra, y eligió no ser.


Lohengrin. 8-05-08.

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