sábado, 10 de mayo de 2008

LA HORDA

Los jinetes del Apocalípsis no son cuatro, sino una horda muy numerosa, que cabalga oscureciendo el horizonte, con el tasajo bajo la silla, para hacer su trabajo personalmente, porque la muerte es personal e indelegable y para cada muerto se necesita un jinete.


Tony ha cerrado el Maravillas, porque su prima se muere de un cáncer de mama con metástasis, desde hace ocho años. Hoy ha pasado el jinete a recoger sus despojos y esa es la gran putada para la que nadie tiene solución.


En la antigua Birmania, una sección de ese ejército incansable ha destacado cien mil soldados para que hagan su trabajo inapelable entre los mas indefensos, mientras los tipos que mandan allí están mas ocupados en controlar las aduanas, para que no se les escape el chollo del mercado negro, que en atender las necesidades urgentes de sus nacionales, y desde Beirut, Maruja Torres manda una crónica que es un testimonio de sus afectos por esa ciudad y sus gentes, además del reconocimiento objetivo, periodístico, de la situación de guerra civil que allí se vive.


Es curioso, ayer fui a ver Caramel, la película sobre Beirut, en la que cuentan mas los sobreentendidos de los gestos sutiles de las mujeres que pueblan la pantalla, y el escenario beirutí con la letra descolgada del salón de peluquería, que parece una metáfora de la precariedad en que vive la ciudad después de perder el brillo de sus pasados esplendores, que las menudas historias que cuenta.


Al verla, evoqué a Maruja Torres y el actual clima de guerra civil que se vive allí. En sus artículos, Maruja ha dejado entrever, alguna vez, los afectos que le unen a esa ciudad y sus gentes, su gusto por su gastronomía y su música, por el carácter de sus gentes, que tan bien describe la película, y la imaginé entristecida por la nueva galopada de los jinetes de la muerte sobre esa ciudad castigada por la guerra y la incertidumbre, pero no sabía que estuviera allí, al pie del cañón, como confirma su crónica de hoy en la página dos de Internacional de El País.


La solapa de un libro leído hace mucho tiempo, La Dama del Alba, obra teatral de Alejandro Casona, decía que era “la mas bella teatralización del misterio de la muerte...” Hoy, la verdad, leyendo y escuchando las noticias de muerte que habitan los periódicos, y las que, directamente, afectan a los amigos, no me parece que la muerte sea bella o misteriosa, aunque tampoco me siento inclinado a calificarla de trágica, sino mas bien de cotidiana.


La muerte es tan natural y cotidiana como la vida, son dos caras de la misma moneda, y no se puede entender una sin la comprensión cabal de la otra. Otra cosa es que, cuando ese trabajo cotidiano de la horda de jinetes que recorre el mundo se ceba en la población mas débil, como en el caso de Myanmar, ante la indiferencia culpable de sus dirigentes, o afila sus garras para dar un nuevo zarpazo a las gentes de Beirut, por la incapacidad de las facciones políticas que allí medran para alcanzar una convivencia duradera, un inevitable sentimiento de indignación por la maldad de los hombres, se oponga el reconocimiento racional de un hecho que, en si mismo, es tan natural como la vida.


Una cosa es que esa horda de jinetes se comporte como un grupo numeroso de campesinos que recoge su cosecha natural entre las gentes que han cumplido su ciclo vital y entre aquellas otras a quienes arrebata la enfermedad o el azar accidental, y otra que se ponga al servicio de los poderosos para llenar el granero con millones de inocentes, casi siempre en los países mas desfavorecidos, que suelen ser el escenario de tragedias colectivas, infinitamente mas dolorosas, menos bellas y misteriosas que las que salen de la pluma de dramaturgos, novelistas y poetas.


Es esa cruda realidad la que nos conmueve, porque nos enfrenta a la verdadera naturaleza de lo humano, capaz de lo cruel y lo sublime, de favorecer la vida y de hacer de la muerte un negocio mercantilista en favor de unos pocos poderosos, y no es ningún consuelo para este sentimiento de piedad compartida pensar que así ha sido desde el comienzo del mundo.


En primer lugar, porque nadie puede estar seguro de que fuera así realmente, también porque en la naturaleza humana subyace el impulso de decantarse en favor de la vida y abandonar la destructividad, ese otro impulso que está en el origen de las cabalgadas de la horda que cosecha mas vidas de las necesarias, en el afán irracional de aumentar, para satisfacer la codicia de unos pocos, los muertos almacenados en su granero.


Lohengrin. 10-05-08.



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