viernes, 23 de mayo de 2008

PADRES A TIEMPO PARCIAL

Quienes observan de cerca, con criterio profesional, pedagogos, profesores, educadores especiales, psicólogos clínicos, médicos o cuidadores de guardería, la conducta de los niños de hasta seis años de edad, parecen coincidir en que, uno de cada cuatro niños, presenta trastornos de conducta que tienen su origen, entre otras causas, en un cierto síndrome de abandono paterno.


Antiguamente, a los niños no queridos se les abandonaba en los tornos de los hospitales o los conventos. Ahora, tras los cambios sociales, la incorporación de la mujer al trabajo retribuido, la no asunción por parte de muchos varones de su responsabilidad compartida en la educación de los hijos y las tareas domésticas, y el retraso y la escasez de las medidas públicas que tienden a compensar el déficit de la necesaria atención y presencia de los padres para atender las necesidades emocionales en etapas cruciales de la vida de los niños, éstos, prácticamente todos deseados, reparten su tiempo en su casa, en la de sus abuelos, o en escuelas infantiles.


No son, afortunadamente, salvo en casos muy raros, objeto de abandono físico, pero las observaciones de los profesionales indican que la nueva figura de los padres a tiempo parcial, sobre todo en las primeras etapas de crecimiento y maduración, genera una cierta sensación de abandono en el niño que, aún siendo parcial temporalmente, tiene un efecto totalizador en el frágil sistema emocional infantil.


Constatar este hecho, no significa que uno defienda la vuelta al modelo educativo de la mujer en casa con la pata quebrada, sino que es necesario un esfuerzo adicional de las instituciones y servicios públicos, para la adecuación de las relaciones laborales a las necesidades educativas de los niños, y una mayor adaptación del varón a una responsabilidad compartida que no termina de asumir.


Esta disfunción no tiene efectos visibles graves todavía, salvo las pataletas y agresiones físicas menores que observamos en algunos niños contra sus padres, atribuídas generalmente a los excesivos mimos de los abuelos, o a su condición de hijos únicos en otros casos, pero que en realidad suelen ser una respuesta a las carencias emocionales del niño, una protesta por la falta de atención o el abandono parcial que su sensible sistema emocional percibe con una intensidad dramática, y que sin duda tendrá efectos en la formación de su carácter adulto.


El hecho de que tres de cada cuatro niños no se vean afectados, estando en la misma situación, por esas carencias, no invalida la importancia del asunto, pues nadie querria vivir en el futuro en una sociedad donde un veinticinco por ciento de los conciudadanos con los que se tropieza en la calle, lleven una factura en el bolsillo pendiente de cobro y se la quieran cobrar con un exceso de agresividad contra el mundo.


Es necesario acabar con la cicatería de los presupuestos dedicados a promover la mayor atención y presencia de los padres en la primera educación de sus hijos, darles el carácter de inversión necesaria, si no queremos que las sociedades futuras deban dedicar diez, o cien veces mas recursos, a la represión de conductas antisociales que podrían derivarse de nuestra incapacidad para afrontar, ahora, las necesidades emocionales básicas de los futuros adultos.


Que las experiencias primeras marcan nuestras vidas es un hecho que se puede constatar sin ser un especialista. Basta observar caminar a la gente cuando vas por la calle. Algunos, que por su edad aparente nacieron en épocas de escasez, en la mas dura posguerra, lo hacen con los puños cerrados, probablemente, porque la calidad nutricional de la leche de sus madres, estuvo demasiado afectada por una dieta casi exclusiva de acelgas hervidas y pan negro, y ese gesto de sus manos solo es el reflejo permanente de aquellas carencias. Otros, por el contrario, de la misma edad, lo hacen con las palmas abiertas, signo probable de que, cuando nacieron, lo hicieron en el seno de familias ricas de varias generaciones.


Del mismo modo que una insuficiente, o deficiente, ingesta de alimentos en la etapa infantil marca de un modo indeleble nuestros gestos de adultos, hemos de ser conscientes de que la insuficiente, o deficiente, atención o presencia de los padres en la etapa de la educación infantil de los hijos, que se caracteriza por la enorme fragilidad y vulnerabilidad de sus emociones mientras se construye lo que llamamos su carácter,-- las conductas que van a prevalecer en la etapa adulta-- dejaran, ineluctablemente, una profunda huella en ellos.


No es mi intención culpabilizar a los padres de esta situación, pues bastante tienen con pagar la hipoteca, la guardería, y salvar los delicados hilos de su convivencia de las presiones de todo tipo a que se ven sometidos en una sociedad demasiado productivista y consumista para una sana reproducción de sus individuos.


Este mensaje, esta opinión, va dirigido sobre todo a los poderes públicos que, con la tendencia de quienes los representan a la prioridad del corto plazo, y la cicatería de las escasas y tardías medidas que toman para afrontar este nuevo problema derivado de los cambios sociales, deberían, en nuestro país, mirar mas a los países escandinavos, que son pioneros en las soluciones mas generosas e imaginativas aplicadas con presupuestos suficientes, y menos a otras cuestiones, que no dudo de que sean urgentes, pero son, seguro, menos importantes.


Lohengrin. 23-05-08.

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