Disfrazado con la gorrita de la escudería Williams, la barba postiza y las gafas de sol Ray- Ban, me dirijo, con la coleta al viento y del brazo de la parienta, a la parada del autobús porque, aunque no lo parezca, por mi tendencia a criticar a los peces gordos con un exceso de crueldad y una querencia al cinismo en mi modo de entender la comunicación, en otros aspectos, soy tan buen ciudadano como el que más. Por ejemplo, en lo que se refiere a dejar el coche bajo la sombra de una acacia y usar el transporte público para desplazarme, contribuyendo así a una menor polución ambiental.
Llegados a la parada, leemos la frecuencia de paso del autobús número 20, que pasa por la ronda y nos ha de conducir a la Malva – rosa. Transcurridos veinte minutos, pasa el autobús con el cartel de completo y nos deja tirados. En los siguientes veinte minutos de espera, mi euforia disminuye paulatinamente y es sustituida por un cierto cabreo, que me lleva a escribir mentalmente el siguiente texto, para entretener la espera.
“Rita, nuestra mas excelsa vacaburra, se ha permitido estos días hacer un discurso en la Universidad de Georgetown (creo), convenientemente amplificado con luces y micrófonos, sobre la excelencia de su gestión municipal como alcaldesa de Heliópolis, y, por extensión, de la gestión municipal en general, supongo que apoyado en toda clase de testimonios audiovisuales, y el triunfalismo de su ejecutoria pública.
Este acontecimiento hay que situarlo en el contexto de la nueva concepción de las ciudades, que ella sin duda comparte, por la que los espacios urbanos han dejado de ser entornos de convivencia ciudadana, para pasar a la categoría de instrumentos del marketing municipal, que se materializan en la realización de toda clase de eventos puntuales orientados a la creación y sostenimiento de la imagen pública de la ciudad.
Esa concepción de la ciudad se basa en la falacia de que los efectos de dichos eventos producen un beneficio universal a todos los ciudadanos, pero esa afirmación, cuando no está soportada por análisis rigurosos de costes y beneficios sociales, puede convertirse en simple coartada para cualquier ocurrencia oportunista, y desvía recursos que son necesarios para el mantenimiento permanente de aquellos servicios y prestaciones indispensables para el bienestar del conjunto de los ciudadanos, que pagan con sus impuestos el sostenimiento de los servicios municipales, por ejemplo, el déficit del transporte público, que en Heliópolis es de competencia municipal.
De poco sirve tener unas playas dignas, unos paseos marítimos sensacionales, si la logística para que los ciudadanos disfruten de esas esplendidas realidades, carece de la excelencia de la que Rita, con su prepotencia natural, va presumiendo por ahí. Estoy seguro de que habrá dejado a su auditorio anonadado, no en vano nuestra muy ilustre alcaldesa tiene dos licenciaturas, una en Políticas y otra en Comunicación, pero, claro, esos señores no viven aquí, no dedican cuarenta minutos a esperar un autobús que no acaba de llegar, ni se ven obligados a desistir de su desplazamiento, o a recurrir al transporte privado que por cierto, mientras esperas en la parada de la ronda, emite tal cantidad de tóxicos que, cuando por fin llegas a la playa, el yodo y al aire salino no añaden nada a la salubridad de tus pulmones, se limitan a limpiar la mierda que has respirado durante la larga espera.
No podemos negar a nuestra ilustre alcaldesa los lógicos logros que se derivan de su larga ejecutoria, pero, desde aquí, quiero pedirle algo, --Rita, antes de ir por ahí a dar discursos sobre la excelencia de tu gestión municipal, coge el autobús alguna vez. Quedate en la parada de la ronda a esperar el número 20, y ya me dirás.”
Conociendo el carácter de Rita, su prepotencia, estoy seguro de que me diría, --Oiga, ¿como iba usted a la playa antes de que yo pusiera la línea 20? Debería estar agradecido. No se han hecho las rosas para la boca del cerdo.
Cuando ya tenía el texto completo en mi soporte neuronal, en eso que viene el 20, un autobús cojonudo, doble, nuevo, limpísimo, con al aire acondicionado en el punto justo, conducido por un joven, sin duda muy quemado con la empresa municipal, pero con una disciplina admirable para ocultar con una elegante discreción su quemazón, y mientras disfrutaba del agradable viaje en ese limpio, amplio y cómodo autobús, me he dicho, joder, voy a borrar ese texto de mis neuronas, pero, como me ha llevado mis buenos cuarenta minutos de espera elaborarlo, que cojones, he decidido traerlo hoy al Blog.
Hoy, nada de Economía. Playa, solo playa. Aunque, ahora que lo pienso, no he contado nada de la playa. Lo dejo para otro día. Por cierto, vaya calorcito que hace.
Lohengrin. 5-08-08.
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