viernes, 8 de agosto de 2008

PLAYA CORINTO

Corinto es una palabra evocadora de playas caribeñas, con cabañas diseminadas entre los cocoteros, aguas azul turquesa y pesca abundante, pero no estoy en el Caribe, estoy en una pequeña playa en la costa levantina, al norte de Heliópolis, cuyas coordenadas exactas no me dejan dar porque, ya saben, el aforo es limitado y no hay que tirar piedras al propio tejado.


Hoy es el día mas caluroso del verano, pero en este lugar, cuya característica mas destacada es que no tiene acceso directo, no se puede llegar con vehículo hasta la playa, la débil brisa que todavía sopla en la orilla es suficiente para mitigar la sensación de agobio propia de estas fechas. Su difícil acceso hace que, en los momentos de mayor afluencia, el número de bañistas no supere las tres docenas.


Es una playa de canto rodado y la finca particular que la oculta, cuyos propietarios han decidido no venderla todavía porque es el fondo de comercio para su jubilación, aporta a la línea de costa las figuras esbeltas de numerosas palmeras y una frondosidad abundante, muy difícil de encontrar en estos parajes.


El agua del mar tiene, efectivamente, un tono azul turquesa, aunque no está del todo claro si es su coloración natural o, en parte, es el resultado de los vertidos agrícolas de las tierras que todavía se cultivan por aquí cerca. A pesar de esa duda, he tomado el primer baño de mar de mi particular temporada, y les puedo asegurar, a todos aquellos que están ahora inmersos en la vida urbana, en oficinas o a bordo de furgonetas de reparto, entre otros, que la sensación que me ha producido esa experiencia no desmerece, para nada, de unas vacaciones caribeñas.


Aquí hubo pesca abundante. Antes de la burbuja inmobiliaria, era corriente sacar con caña, desde la orilla, dos o tres docenas de mabras. En las acequias cercanas, los niños pescaban cangrejos, anguilas y carpas, construían vivacs en las copas de los árboles, y las cosas eran, mas o menos, tan bucólicas como las estoy contando sin apenas exageraciones.


Las escasas mabras y doradas que aún quedan, se ven saltar desde la orilla, perseguidas por sus congéneres depredadores, pero pescadores, ya no hay.


Hace diez años que no volvía por aquí, y me ha sorprendido observar que el mar se ha retirado y la playa se ha extendido. He indagado, y no se ha hecho ninguna obra nueva de regeneración. Al parecer, ese fenómeno natural está ligado a la urbanización intensiva de los alrededores. Trabajé con un ingeniero de Dragados quien me explicó que en el Mediterráneo hay unas corrientes naturales, que trabajan en un movimiento norte-sur, y cuando algún promotor pone un espigón para proteger su promoción playera, el mar se apresura a socavar en un lado del espigón, para depositar sólidos en el otro. Si el ingeniero de caminos tiene razón, eso podría explicar el inusitado aumento de la superficie firme de esta playa.


Hemos dado un vistazo en coche por los alrededores, y, efectivamente, los aproximadamente seis kilómetros de costa virgen que había aquí, hasta el vecino pueblo mas al norte, son ahora un conglomerado de apartamentos que recuerdan un poco, solo un poco, a las jaulas de pollos, mas que nada por la densidad que se adivina en este territorio.


La costa mediterránea levantina parece, cada vez mas, una inmensa calle urbana construida junto al mar y pronto podremos pasear por esos lugares peatonales, desde un extremo a otro de la comunidad. Pero, eso, no es exactamente así, todavía.


Aun quedan lugares, pocos, como Playa Corinto, con aguas de color azul turquesa, una línea de costa con palmeras y frondosidades, una afluencia de tres docenas de bañistas, donde te puedes dar un baño de mar, mientras los menos afortunados sufren el rigor del tórrido verano urbano, y, después de secarte con la suave brisa de la orilla, acercarte al Sol y Mar, un restaurante a doscientos metros de la playa, y tomarte un arross a banda, acompañado de un poco de marisco que el cocinero ha reservado sin cocer, para servirlo a la plancha, con una botella de Blanco Pescador, frío.

(20 euros por cabeza).


Después vuelves a la playa, y te pegas una siesta que te cagas bajo la sombrilla, cerca de los escasos restos de brisa marina, mientras por la radio te cuentan lo duro que está siendo el día en las aglomeraciones urbanas.


Por cierto, hoy es 8-8-8, el día de la suerte en China. Les deseo lo mejor, a ellos y a ustedes.


Lohengrin.08-08-08.



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